“Me acuerdo bien porque esa fue la única vez en que me desperté temprano”, decía ocurrentemente Galeano sobre su nacimiento a las ocho de la mañana, para un autorreportaje realizado en el año 2001.
Eduardo Germán María Hughes Galeano nació un 3 de septiembre de 1940 y fue el primogénito de Eduardo Hughes Roosen y Licia Esther Galeano Muñoz. Fue además hijo de los cafés. “Todo lo que sé se lo debo a ellos. Sobre todo el arte de narrar. Lo aprendí escuchando, en las mesas de los bares, a aquellos maravillosos narradores orales cuyos nombres ignoro, que contaban mentiras prodigiosas y las contaban de tan bella manera que todo lo que contaban volvía a ocurrir cada vez que ellos lo narraban”, confesaba en una entrevista a sus 72 años, acomodado contra la ventana de su café favorito.
Al pasar por Ituzaingó y 25 de Mayo se hace notoria la presencia del Café Brasilero, con una estética que transporta a las cafeterías de antaño, donde en su simpleza reside la magnificencia. Galeano solía ser frecuente visitante. Al finalizar la dictadura uruguaya, la mayoría de las cafeterías se habían desvanecido. Café Brasilero emergió y su característica estética evocaba en Galeano la nostalgia de épocas pasadas.
—Para él era un espacio de recopilación de historias —cuenta a Sala de Redacción Román Cortázar, poeta y ensayista mexicano, que lleva más de diez años investigando a Galeano—. Allí Eduardo citaba, escuchaba historias y escribía en su libreta para luego volver a escribir en su casa. Era también un punto de encuentro, donde lo buscaban y le dejaban libros. Al ser un fiel huésped, se convirtió en confidente de los empleados del café. Cuando él iba avisaba por teléfono. Había una mesa específica para Eduardo.
“Gracias al café tuvimos el gusto de, más allá de conocer a la persona que fue, conocer a un amigo”, manifestaba Manuel Odella, encargado de Café Brasilero, en la radio argentina La Pulpa, y destacaba el valor detrás del nexo entre el café y un libro. “Durante muchos años lo teníamos, casi todos los días, en el café (…) Era un grande de lo que es la vida, tuvo siempre mucho para contar”, decía.
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“De algún modo uno queda para siempre siendo habitante de esa caja mágica que es el periodismo”, expresaba en una entrevista Giús —seudónimo con el que firmó Galeano durante sus primeras publicaciones por la complejidad de su primer apellido —. Era muy chico, aunque no tanto porque “ya tenía pantalones largos, recién estrenados”, cuando presentó su primera caricatura política a Emilio Frugoni, director del semanario socialista El Sol. “Surge como una necesidad de reírse y de hacer reír”, declaraba Galeano sobre su breve carrera como caricaturista en el programa argentino Historias Debidas, de 2001. Comenzó dibujando y, de a poco, se fue adentrando en el periodismo para nunca más salir.
—El verdadero campo de Galeano es el periodismo, esa es su verdadera palabra —afirma Cortázar—. La literatura le importa, pero llega a ella a través del periodismo y en su madurez intelectual logra darse cuenta de que el periodismo es una forma de la literatura que no es menor a la literatura en sí. Creo que su principal aportación al periodismo es justamente esa.
La trayectoria profesional de Giús se inició de forma precoz: “Fue así nomás, las cosas se dan como se dan”, explicaba Galeano con modestia en Historias Debidas. Su pata periodística no fue la excepción. A sus 20 años ya era jefe de redacción en el semanario Marcha.
—Sus crónicas ya tenían un Eduardo muy claro, muy él. Si no conocés un texto suyo y te lo muestran podrías pensar que es de Galeano, y eso creo que es a lo más alto que puede aspirar un escritor: que el lector lo reconozca —señala el escritor mexicano.
Desde el año 1964 dirige el diario Época y en 1973, a causa del golpe de Estado en Uruguay, se exilia a Argentina.
—El exilio afectó todos los aspectos de la vida de Galeano, al periodismo, a sus relaciones, a su forma de hacer política, a su manera de entender al Estado, al poder y a la vida en general—considera Cortázar.
Finalmente regresa a Uruguay en 1985 y es en ese mismo año en el que, junto a otras figuras del antiguo equipo de redacción de Marcha, funda el semanario Brecha. A lo largo de su vida publicó más de cuarenta libros, entre ellos se destacan Las venas abiertas de América Latina (1971), Días y noches de amor y de guerra (1978), Memoria del fuego (1986), entre otras obras.
En las historias que tejía fusionaba el periodismo con la poesía. Las palabras, en sus manos, eran tratadas con delicadeza. No escribía solo para algunos, escribía para todos. “El periodismo escrito también es literatura y es tan digno de respeto como cualquier otra forma de expresión literaria”. Así reafirmaba Galeano el valor artístico del periodismo en una conversación con La Nación.
El mundo “mágico” de las imprentas, el olor a plomo, el universo de los tipógrafos, el bullicio de las redacciones y el “tableteo” de las máquinas de escribir, eran algunas de las características de una forma hoy muy lejana de hacer periodismo que Galeano recordaba. “Ahora está todo reducido a las computadoras, es más impersonal (…) es un universo más aséptico, a veces me meto en una redacción y me parece que estoy en un hospital”, reflexionaba el escritor, que nunca logró apartarse del periodismo.
—Actualmente se escribe en la soledad de tu casa. No se necesita relación y no hay posibilidad de crecimiento ni de crítica —explica Cortázar con un tono reflexivo—. Galeano no solo se sentaba a escribir, tallaba Las Venas Abiertas de América Latina. Esa forma de trabajar el lenguaje propio ya no existe. Los grandes son grandes porque antes les enseñaban a serlo.
Para Cortázar, el mayor legado que dejó Galeano “no es cuántos libros vendió”, sino el respeto y la admiración que genera y que lo convierten en una figura influyente en Uruguay y en toda América Latina. Tanto que, hasta el día de hoy, sus pensamientos y reflexiones siguen resonando en los rincones más profundos de nuestras mentes.
“Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra escrita, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en las alforjas.
Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre piel de Dios, porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos”.
– Eduardo Galeano en Memoria del fuego: las caras y las máscaras