Para el uruguayo promedio, el 29 de agosto de 2019 fue un jueves cualquiera. Veinte días antes, Uruguay había conseguido en remo su única medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. Pero la gesta ya no movía la aguja. Al ciudadano común uruguayo le enferma el fútbol, le gusta un poco el básquet y hasta ahí nomás. Cuando un deporte menor consigue una medalla, se le infla el pecho y al grito de “¡Uruguay nomá’!”, se sube al bote, porque eso sí le sale bárbaro. Sin embargo, no tarda más de lo que dura una historia de Instagram en bajarse para volver a rivalizar con lo mismo de siempre: ¿Peñarol o Nacional? ¿Bielsa debe convocar a Suárez? ¿Podemos organizar el Mundial 2030?
Aquel último jueves de agosto, sin embargo, no sería uno más para Marcos Sarraute, que ese día entrenaba en el Montevideo Rowing Club. Para el círculo del remo eran días de algarabía ya que Cetraro, Klüver, Sarraute y González habían vuelto a ganar un oro panamericano en la disciplina luego de más de treinta años. Pero aquella tarde, a Sarraute se le aflojaron sus rodillas y cayó al suelo tras terminar su entrenamiento. En la pantalla de su celular solo había leído una frase: “Result analysis adverse”.
El resultado del control antidoping le había dado positivo a metilfenidato, sustancia integrada a un medicamento que consume desde niño porque padece trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Panam Sports, que se encarga de organizar los Juegos Panamericanos, aunque constató que no existió ventaja deportiva, descalificó a Uruguay de la competencia por negligencia y, por ende, le quitó la presea dorada. En tanto, la Federación Internacional de Remo no sancionó al remero por entender que todo ocurrió debido a un error administrativo: antes de la competencia no se obtuvo el certificado de “Autorización de Uso Terapéutico” que hubiese solucionado el asunto.
Cuatro años más tarde, Marcos Sarraute la sigue remando como cualquier estudiante universitario del interior que se viene a la capital. Vive en un apartamento en Cordón con Rodrigo, a quien define como un hermano. Mientras espera que la jarra eléctrica caliente agua para un mate, dos gatos se escapan del living comedor como si sintieran que deben irse al escuchar el primer hervor. El mate ya está pronto, el segundero del grabador del celular comienza a remar.
“Fue una aberración”, sentencia Sarraute sobre la descalificación, y se le nota en su rostro cómo aquel hecho aún le duele. “Estaba destruido mentalmente”, admite. A grandes rasgos, el antidoping busca cuidar la salud de los atletas y que estos no saquen ventaja deportiva. “¿No piensan en lo que le provoca después a la salud del atleta una decisión así?”, se pregunta con bronca. Asume que luego de la descalificación entró en un proceso depresivo. “Yo no tengo ni 1% de culpa de lo que pasó, la tienen otros y ahí hay que ponerse el poncho”, aclara apretando los dientes.
Pero como el deporte siempre da revancha, en los recientes Juegos Panamericanos de Santiago 2023, Uruguay volvió a colgarse la medalla de oro en la categoría de doble par de remos cortos. Sarraute, Salvagno, Klüver y Cetraro fueron los cuatro remeros que repitieron el logro alcanzado en Lima 2019. “Cuatro años para seis minutos”, con esa frase se fundió en un abrazo con parte del staff uruguayo que estaba a orillas de la Laguna Grande en Concepción, Chile, tras el triunfo. Sin embargo, en su vida, pasaron mucho más que cuatro años para volver a ser de oro. La descalificación de Lima le dio vuelta su bote y lo llevó a torcer el rumbo en otro aspecto de su vida que cambiaría su futuro.
DE CHIQUITO NO REMABA
Marcos nació y se crio en Colonia del Sacramento, a pocas cuadras de la rambla. Fue a la Escuela 49 y de chico jugó baby fútbol en Plaza Colonia. “No te digo que no me divertí, pero no tuve una infancia tan copada”, confiesa sobre aquellos años. Aunque no recuerda que le hayan realizado tests para confirmarlo, su trastorno por déficit de atención con hiperactividad “era evidente” y lo perjudicaba en la escuela. “Llamaba la atención e iba a hacer chistes, siempre me gustó hacer reír a la gente”, asume. Sin embargo, ese afán le costaba muchas veces el castigo de los maestros y el sentirse excluido: “Nos hacen a un lado porque somos infumables” concluye de manera contundente.
A los 7 años comenzaron a medicarlo por su déficit de atención. Hoy entiende que ese fue “el error más grande”. Entró en un mundo que no le gustó para nada y se le nota al hablar. Su voz no era escuchada, el psiquiatra solo recetaba y recetaba. “Tenía 16 años y tomaba cuatro o cinco psicofármacos por día”, insiste, como buscando tomar dimensión de la magnitud del asunto. No adjudica culpas más que a la sociedad en general, pero si algo tiene claro es que no tuvo una infancia soñada. Sus tiempos libres los pasaba en la costa, a pocas cuadras de su casa. Sin embargo, no recuerda haber visto un bote pasar ni por asomo hasta llegar al club Colonia Rowing. “Yo vivía en la luna”, admite ahora.
Además del baby fútbol en Plaza Colonia, practicó karate y luego ingresó al remo en el Rowing. “Fue algo mágico” desde el primer momento, explica el medallista panamericano. Al poco tiempo, participó en Carmelo de un campeonato nacional de canoas. La noticia es que salió vicecampeón nacional; la nota al pie es que solo eran dos en competencia. “Mi padre lo contaba orgulloso a todo el mundo”, cuenta entre risas y asume que su único rival le dio un “paseo bárbaro”. Más allá del resultado deportivo, “era tan mítico el ambiente del club que uno quería ser parte de eso. Yo hoy voy a Colonia y voy a ver a mi madre, a mi padre y al club”, cuenta, orgulloso de aquella institución que lo vio nacer como remero.
Poco a poco fue viéndose condiciones para el remo. Tenía 13 años, medía más de 1,80 y ya marcaba mejores tiempos que los remeros juveniles. En 2011, la Federación Uruguaya de Remo lanzó un proyecto denominado “Objetivo 2020”, que consistía en lograr que un bote uruguayo llegase a la final en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. “Ni nosotros lo creíamos posible”, aclara. De esta manera, se comenzó con captaciones de talentos que superaron los 70 remeros. De ellos quedaron solo dos, Sarraute y Bruno Cetraro. A la selección uruguaya juvenil entró en 2015 y desde allí no paró.
REDIRECCIONANDO EL BOTE
Su punto más alto llegó en Lima 2019, con la obtención del oro panamericano. Sin embargo, el gran bajón depresivo a causa de la descalificación por su resultado adverso en el test antidopaje lo hizo tomar un cambio de rumbo en otro aspecto de su vida.
Sarraute tenía 20 años y aún no había terminado el liceo. Debía tres materias de cuarto, cuatro de quinto y todo sexto año. En ese momento, el programa Uruguay Estudia para deportistas se presentó en su camino y lo tomó. “No sé por qué agarré para el estudio, nunca le había dado bola”, se sincera ahora. Se comprometió en serio con la causa, al punto de que logró hacer 14 materias en seis meses e ingresó a facultad. Aunque contento por su logro, no se lo creía. “Esto fue casualidad”.
Al momento de ingresar a la Universidad, Marcos quería estudiar medicina, pero hacía mucho caso a los comentarios que le anunciaban no iba a poder y finalmente se decidió por la Licenciatura de Nutrición. Antes de 2019 no tenía ni pensado estudiar. “Pensaba: ‘¿Con qué puedo comer más adelante?’; era muy mediocre mi visión”, reflexiona sobre el giro que dio su vida tras el doping positivo. “A mí la descalificación de Lima me salvó la vida”, subraya.
Al año siguiente, buscando rebatir los prejuicios sobre su capacidad académica, se anotó en la Facultad de Química, y en paralelo, continuó con la Licenciatura en Nutrición, donde le estaba yendo muy bien. Era 1 de noviembre de 2021, el cumpleaños de Sarraute, y se encontraba con una amiga en una biblioteca. Cuando ella, que conocía sus preferencias, lo vio mirando libros de medicina, le dijo: “Marcos, ¿por qué no te dejás de romper las bolas y te anotás en medicina?”. El click fue tan grande que el coloniense terminó llorando durante dos horas en un banco de la Intendencia de Montevideo. Al contarlo, se toma un instante, suspira, acomoda la montaña del mate como si fuese su montaña de emociones y sigue: “Me había demorado pila en decidirme, yo tenía que estar haciendo medicina”. En 2022, abandonó la Facultad de Química y comenzó otro nuevo camino, en el que se mantiene hoy. Además, ya elaboró su tesis en Nutrición y está a pocos meses de recibirse.
Por otro lado, se acabó su relación tóxica con los psicofármacos. Consultó al doctor Casteló y sus palabras le cambiaron la vida, cuenta. “Una persona que entrena a tu nivel y hace dos carreras no tiene déficit de atención”, le explicó Casteló, y caló hondo en el atleta. “Aprendí a controlarlo”, dice Sarraute y agrega que el doctor lo llevó por el lado de la terapia y lo alejó de los psicofármacos. “Agradezco mucho haber tenido esa instancia porque de niño fue difícil”, expresa con satisfacción.
En el estudio hace malabares para acompasar su carrera deportiva con la Universidad. “No es fácil pero se puede”, reflexiona. Le adjudica los buenos resultados, un poco, a la suerte, pero también de esfuerzo personal para seguir: “Yo me mato para no perder años y de momento vengo al día”, cuenta orgulloso.
Al igual que en el estudio, en lo económico la pilotea –o, nunca mejor dicho, la rema–. “Ayuda de mis padres no tengo, no porque no quieran sino porque no pueden, son gente súper humilde”. El coloniense da clases en alguna escuela de remo, tiene la beca del Fondo de Solidaridad, recibe algún aporte de la Intendencia de Colonia más premios por las medallas que obtiene en las competencias. “Estamos en la lucha, como la mayoría”. El remero es crítico con la retribución que recibe el deportista uruguayo. La medalla de oro de los últimos Juegos Panamericanos 2023 se pagó 156 mil pesos, pero se pagaron solo dos. Es decir, 312 mil pesos se dividieron entre los cuatro remeros que alcanzaron el oro. “Hay que ser agradecido, pero es una miseria”, dispara. Por ejemplo, a los atletas mexicanos solo por ir a los Juegos Panamericanos les otorgan 6 mil dólares. En Perú 2019, la selección local daba a los medallistas apartamentos según la medalla lograda. Hasta esta instancia, Uruguay era el único país de Latinoamérica que no entregaba premios por medallas conseguidas. “No somos Estados Unidos que trae 300 medallas, trajimos 10. ¿Realmente tenés que dividir los premios de las medallas?”.
Marcos Sarraute sueña con los Juegos Olímpicos 2024 y tiene en claro que la clasificación debe buscarla en la categoría single. Sin embargo, tiene los pies sobre la tierra y sabe que depende del apoyo económico que pueda recibir para poder focalizarse en llegar al Preolímpico del año próximo. En el caso de que no lo logre, tiene su práctica pre profesional de nutrición por delante como último paso previo a recibirse.