Cuando se habla de transformaciones a nivel social en un sentido general, es casi lineal la aprobación, sea cual sea la práctica a ejecutarse, sobre todo en el campo político, donde se suele escuchar a los parlamentarios realizar ensayos constantes sobre los cambios que acontecen día a día en Uruguay y sus posibles repercusiones.
Si hablamos de cambio, hablamos de resistencia. Ahí es cuando comienzan las grandes contradicciones, los derechos de unos tienen más validez que el de los otros. ¿Por qué?, simplemente porque el otro es “diferente”.
Según la Real Academia Española, la diversidad es “ variedad, desemejanza, diferencia”; por eso cuando todos los últimos viernes de setiembre se realiza la Marcha por la Diversidad no se busca más que la reivindicación de los derechos de aquellos “diferentes”, que por no ser blancos, ricos y heterosexuales están en desventaja en el nivel de acceso a derechos.
No hay que ser hipócritas: hablar de una sociedad diversa es hablar no sólo desde la categorización identidad sexual/ identidad de género; la variedad hace que todos podamos vivir en sociedad de la forma que nos plazca y en igualdad, sin importar el color de piel, la religión que defendamos o el partido político que votemos cada cuatro años.
Sin embargo, aunque Uruguay está en un proceso de auge económico, con menor desocupación, mayor acceso a los servicios de salud y mejores condiciones de vida, es necesario explicitar que a los “diferentes” se los continúa discriminando. Abundan los ejemplos atemorizantes de aquellos que se resisten a dejar vivir en paz a los que no se les parecen.
A principio de año, bajo la regla de “la casa se reserva el derecho de admisión”, una pareja de jóvenes homosexuales que se besaban (como otros tantos lo hacían) en un baile de la zona céntrica fueron expulsados del local. Los argumentos de los dueños distaron de la realidad, y a pesar de la denuncia realizada por los implicados, el caso quedó cerrado. Los diferentes nunca más volvieron, y el boliche continuó funcionando. De todos modos, lo más positivo fue conocer otros casos de discriminación que se habían registrado en otros lugares, por querer entrar con championes, gorro o bermudas. Igualmente, fue visible en las redes sociales donde se había organizado una campaña contra el primer suceso, cómo muchos jóvenes se embanderaban con la posición adoptada por los dueños del local con argumentos tan absurdos como “si son gays, que vayan a boliches gays, para eso están”.
El ejercicio de la vida pública de las personas está más legitimado en espacios de dispersión que en instituciones más formales, como trabajos y centros educativos. Un caso que conmocionó últimamente fue la destitución de la directora de una UTU de San Carlos luego de haber expresado que “la homosexualidad es una enfermedad” y que existían grupos de personas que “trabajan para llevar a jóvenes a la homosexualidad”. También criticó con ferocidad a los docentes gays que podrían poner en riesgo a los jóvenes al hacer visible su identidad sexual.
El militante del Colectivo Ovejas Negras y docente Diego Sempol plantea en un texto que “trabajar la sexualidad en el aula implica que los/as docentes realicemos permanentemente procesos personales de deconstrucción y desnaturalización, que pasan entre otras cosas por asumir que las identidades sexuales y genéricas y las valoraciones morales que las acompañan son construcciones políticas fruto de pugnas de poder.”
Pero no son sólo los docentes quienes deben abandonar los prejuicios; luego de las crueles declaraciones de la directora fue el financista y político nacionalista Ignacio de Posadas quien hizo un intento fallido de defender lo indefendible al expresar en su columna de opinión en el diario El País que “Educar a una persona sobre principios como que es igual la heterosexualidad que la homosexualidad, es una irresponsabilidad. Del mismo tamaño que inducirla a equiparar el matrimonio con la prostitución o el egoísmo con el amor.” Peor fue notar el silencio que hizo la clase política luego de las anteriores declaraciones; quizás algunos intentaron hacer como que no la leyeron, quizás otros comparten los pasados azotes verbales.
La proclama de la última Marcha subrayaba: “A muchos les sigue constando entender que por suerte somos diferentes pero, no siempre pudimos estar en las calles manifestando la alegría de esta diferencia, el bicentenario nos encuentra con muchos logros importantísimos para crecer en este país que se reconoce diverso. Pero a qué costo, ¿cuántas personas han padecido la exclusión, la burla, la persecución? ¿cuántas personas han sido humilladas, torturadas y asesinadas en estos 200 años por defender el derecho a vivir diferente? y ¿cuánto tiempo más tendrá que pasar para reconocer que la diversidad es tan vieja como la historia de nuestro país? Sí, somos diferentes y ¿qué? Somos gordas, viejos, estudiantes, gays, jóvenes, pobres, afrodescendientes, sindicalistas, mujeres, somos trans, bisexules, desocupadas, indígenas, somos emigrantes, drogones, discapacitadas, trabajadores, lesbianas y más. Acá estamos orgullosas y orgullosos en la calle una vez más, llenos de alegría, de ser quienes somos”.
Todavía quedan proyectos por concretar. Una de las grandes apuestas es el nuevo proyecto por el Matrimonio Igualitario, donde se busca no sólo la unión entre los cónyuges, sin importar el género de los contrayentes, sino también la elección del orden del apellido de los hijos por parte de sus padres y nuevas causas para el divorcio de la pareja, entre otros cambios.
Es hora de que tengamos un lugar en nuestra historia y en nuestro presente, es hora de que Uruguay entienda que existimos, y que la diversidad enriquece a nuestro país y a nuestra gente. Aunque algunos nos violenten y nos echen de sus boliches y locales vamos a seguir estando Y aunque la justicia penal archive los casos por discriminación y minimice lo que vivimos cotidianamente no resignamos nuestro derecho de ocupar el espacio ni la calle como el resto de los uruguayos”, proclamaron.
Sabrina Martínez

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