Uno de los aspectos que caracterizó en el último tiempo al Club Social y Deportivo Villa Española son las varias propuestas y actividades a través de las que se buscaba la interacción entre la institución y su entorno. Entre ellos se incluye la huerta orgánica ubicada en el estadio Obdulio Varela, que funcionó bajo el título “Fútbol, Huerta y Escuela”. En 2022 involucró a 25 niños de quinto año de la escuela N°382 de Flor de Maroñas, su maestra, una tallerista, vecinas y un grupo de docentes y estudiantes de la facultad de psicología de la UDELAR. Tras la intervención del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) en Villa Española y las denuncias de situaciones de violencia a la interna del club, el proyecto tuvo un prematuro final.
El taller se realizaba cada dos semanas y los 25 niños se dividían en subgrupos para trabajar en distintas actividades alrededor de la huerta, las que incluían la plantación y cosecha de alimentos, la construcción de un álbum de ilustraciones, textos narrativos e incluso un proyecto audiovisual con colaboradores de la Facultad de Información y Comunicación. Además, una vez por mes, los jugadores de primera división del club se acercaban a trabajar y compartir tiempo con los niños.
Una historia en común
La escuela de Flor de Maroñas fue inaugurada en el 2014 y lleva el nombre “Maestro Rubén Lena”. Fue reclamada durante años por vecinos de la zona al ver la cantidad de niños y niñas que comenzaron a poblar el barrio. “Allá por el año 2009 se aprueba el proyecto en la Intendencia”, recordó la maestra Ana Laura Silva en diálogo con Sala de Redacción, pero el problema es que la escuela no tenía un terreno asignado. Villa Española, por su parte, tenía la concesión del predio en donde se construyó el estadio Obdulio Varela y según recuerda la docente, parte de ese espacio “lo tenían que destinar a alguna función comunitaria”. Entonces la comisión de vecinos presentó el proyecto al club, que aceptó y cedió el lugar para la construcción del centro educativo. “Ya ese primer gesto solidario marcó una historia en común”, afirmó Ana y destacó la actitud del club que pudo utilizar en otras cosas en ese predio pero “decidió destinarlo a una escuela pública”.
La escuela y el estadio se separan por un muro. “Salíamos al recreo y veíamos los entrenamientos”, contó la maestra y señaló que durante los primeros años no hubo una mayor interacción entre la escuela y el club más que ir a buscar una pelota cuando se caía para el otro lado. A partir de esas interacciones surgió una inquietud en las docentes: según comentó Ana Laura, en el momento entendieron que tendrían que “estar haciendo algo con el club” y creían que un muro no podía limitar el vínculo. Para el 2018, luego del cambio de directiva, la maestra se comunicó con Agustín Lucas -coordinador deportivo de Villa Española en ese momento- y en reunión con la directora coordinaron una serie de actividades para el año 2019 que incluyeron visitas guiadas al estadio, encuentros con los jugadores de primera división e incluso la invitación del club para asistir a dos partidos. Luego de una experiencia positiva, continuaron con la planificación de actividades para el 2020 en búsqueda de una mayor relación entre ambas instituciones.
Si bien la pandemia complicó la realización de las actividades planeadas, la docente explicó que “se dio algo interesante” que permitió la creación del proyecto “Fútbol, Huerta y Escuela”. En aquellas épocas de aforo limitado, los grupos de primaria eran divididos en dos, con los alumnos alternándose días de clase. Sin embargo, Ana Laura tuvo que buscar estrategias para lograr que todos sus estudiantes fueran la semana completa, debido a que “había una sugerencia de Primaria de que sexto año cumpliera con la presencialidad plena”. En ese contexto es que Villa Española le ofreció la oportunidad de colaborar con la huerta orgánica que se había armado en el propio estadio, y ese proyecto se convirtió en “una excusa” para que pudieran tener a todo el grupo en la presencialidad y al aire libre.
Este primer intento de trabajo con la huerta fue evaluado como “tremendo proceso” por los involucrados, no sólo por la dinámica y la posibilidad de alternar trabajo práctico con lo teórico, sino también porque “hicieron propio un espacio que antes les era desconocido”, según relató la docente. Además agregó que otros grupos de la escuela mostraron su interés para trabajar en el estadio, por lo que para el año siguiente se buscó planificar más actividades de visita con el fin de que se ampliara esa llegada y que no quedara sesgado solo a sexto año.
Oportunidad única
En 2021 el grupo de trabajo en la huerta contó con todos los estudiantes del grupo de quinto año, además de la maestra Ana Laura, vecinas del barrio, la tallerista Virginia Balverde y un invitado: el profesor de la Facultad de Psicología, Daniel Fagúndez. Luego de unas primeras experiencias, el psicólogo notó que había pocos adultos para atender a los 25 niños por lo que “el trabajo se dispersaba”, según contó a Sala de Redacción. Vio que allí había una oportunidad para invitar a estudiantes que necesitaban trabajo en territorio para formarse. Fue así que se estableció un Espacio de Formación Integral (EFI) en el cuál estudiantes de psicología comenzaron a asistir a los talleres para trabajar junto a los niños en las distintas actividades de la huerta: a la vez que los universitarios “aprendían a trabajar con niños y desde la extensión”, los escolares “se veían dotados de una capacidad para producir”. Era una oportunidad “de aprendizaje, formativa y de colaboración que no siempre se da”, explicó Fagúndez.
El docente también comentó que el trabajar con futbolistas le “derribó algunos preconceptos”: notó que los jugadores estaban muy interesados en lo que estaba pasando y completamente dispuestos a trabajar con los gurises. También destacó la importancia de que un grupo de jugadores “ampliara su sentido de lo que es la realidad y de lo importante que puede ser su actuación para muchísimas cosas”, sobre todo en un ambiente como el futbolístico “que está plagado de situaciones de violencia”. Esta participación del equipo de primera división lo convirtió en un proyecto “único en el mundo”, en primer lugar porque “no hay huertas comunitaria en un estadio de fútbol”. Y en segundo lugar porque en este proceso educativo con futbolistas se sumaron al trabajo de los alumnos de primaria con su maestra, vecinos de la zona y la acción de la universidad. Fue “una conjugación muy singular” afirmó.
El proyecto llegó a su fin con apenas dos años de funcionamiento.