Franco es un caso de los tantos que existen, existieron y existirán en el deporte de nuestro país. Nació en Mercedes, Soriano, hace 17 años. Está dando sus primeros pasos en el básquetbol de la capital, más precisamente en el Club Malvín.
Un chico alegre, sencillo y sacrificado, así se describe. Su pasión por el balonmano comenzó a los nueve años de edad, transmitido por su abuelo materno: “me llevaba a la cancha, aunque a mí en ese momento no me gustaba mucho ir a ver, sino que iba para comer panchos (risas). Me hacía quedarme sentado a su lado y cada cinco minutos me compraba uno. Siempre quiso pasarle ese amor que él sentía por el básquetbol a alguien de la familia. Es mi consejero, le debo todo”.
Su abuelo fue utilero del Club Atlético Praga, en Mercedes. Siempre tenía una pelota para prestarle y lo mandaba a la plaza del barrio a jugar cuando Franco tenía apenas 10 años.
En ese mismo club, a los 11 años Franco comenzaba a dar los primeros pasos en lo que sería su corta pero intensa carrera. Al año siguiente ya entrenaba tres veces por semana con el plantel de primera: “siempre iba a ver los entrenamientos del primer equipo. En un partido les faltó un jugador que se había lesionado, el entrenador me vio en la tribuna y me preguntó si me quería sumar; ni lo dudé”, recordó.
“Me di cuenta de que podía llegar a vivir de esto al año de empezar, cuando comencé a jugar con la selección de Soriano U16. Jugamos cuatro campeonatos con ese plantel, pudimos ganar tres de ellos. Había mucha expectativa sobre mí, pero yo me ponía más de la que existía”, relata el deportista.
Cuando cumplió los 13 años, pasó al Club Remeros de Mercedes, equipo con el que llegó a debutar en primera a esa misma edad. “Seguía el mismo entrenador (Ignacio Borges), al que había enfrentado con mi ex equipo. Esa temporada jugué solo 30 segundos y me dio por suerte para meter dos libres. Íbamos ganando por veinte, la cancha estaba llena, me temblaba todo pero trataba de mantener la cabeza tranquila,” comentó el base. Y agregó: “hay cosas en Remeros que me marcaron. Cuando llegué el ambiente era completamente distinto al que existe hoy en día. Yo vengo de una familia humilde, trabajadora y eso quizá se notaba desde lo social. Al principio no me pasaban la pelota, me dejaban al margen, era como el equipo y yo. Eso lo trabajé con el psicólogo del club. Creo que les chocó mi proceso, hasta que aceptaron -supongo- al verme llegar primero e irme último de la sede. Me sacrificaba como lo hice siempre”. Durante los veranos acompañaba al abuelo paterno a vender sandías. Eso a veces era un impedimento para ir a entrenar, ya sea por cansancio o por horarios.
En junio de este año -y con los 17 recién cumplidos- dio un paso importante en su carrera. Aterrizó en la capital para jugar en el Club Malvín y hasta el momento ha disputado 12 partidos con el equipo, en las categorías juvenil (U18) y cadete (U20). Sobre los cambios vividos hasta el momento, destaca los “físicos y emocionales”; “he dado un salto de madurez en este corto periodo. Trabajamos todo sectorizado, todo diferenciado con cada profesional especializado en su área. Luego todo eso lo terminamos de pulir en la cancha, con el entrenador”.
En cuanto a las distintas etapas en su vida deportiva, el joven mercedario siente que todo fue desde lo individual a lo colectivo; desde C.A. Praga, pasando por Remeros hasta Club Malvín. Viviendo todo como una escalera: “si entramos en la dinámica del juego, es todo muy parejo. Creo que la diferencia entre acá (Montevideo) y allá (Mercedes) se da más desde lo metodológico y en la especificidad”, afirmó el juvenil.
Ya ha entrenado con la primera del club y por segundo año consecutivo fue convocado a la selección pre juvenil, en etapa de evaluación. Sobre sus expectativas en el corto plazo: “afianzarme con el grupo, intentar estar a la altura al lado de grandes profesionales. Tratar de aprender lo máximo posible de todo lo que vaya viviendo. Intentar rendir al máximo, me gusta destacar, pero más que destaque mi entorno y el colectivo. Creo que mis fortalezas son tirar, armar y también el recurso de penetrar”.
–¿Qué le dirías a tu yo de once años?
-“Qué no se apure y que disfrute. Que tenga cuidado de las juntas, saber dónde y con quién”.