Poco antes de las nueve de la mañana de cada domingo, empiezan su jornada todos los puestos en la famosa feria ubicada en la calle Tristán Narvaja, en Montevideo. La migración es algo que se ha incrementado en los últimos años en Latinoamérica y también en Uruguay, en donde inmigrantes venezolanos y colombianos montaron sus puestos sobre esta feria, que no es la única, pero es una de las más populares: la más antigua y más grande del país.
Existe una multiculturalidad que entrelaza feriantes y visitantes, lo mejor de varios mundos en un solo sitio. “Pardos, negros, blancos, criollos y gringos, todo abunda en la feria de los domingos”, dice la letra “Domingo y feria” de Lucio Muniz. Un poco antes de las nueve de la mañana las personas empiezan a circular por la feria, que abarca Tristán y varias de las calles aledañas. Cerca del mediodía los puestos empiezan a llenarse y todo se vuelve más ruidoso, para disminuir el ritmo sobre las cuatro de la tarde, hora en que se levanta. Iguales y a la vez tan diferentes, cada puesto tiene su esencia. Además de haber libros, ropa, una diversa gama de artículos nuevos y antiguos, la gastronomía caribeña ha tomado relevancia en los últimos años. Se pasea por Montevideo pero en ciertos puntos se puede sentir el calor de Caracas, Maracaibo e incluso de Cúcuta, en su máxima expresión.
¡Sale una chicha!
Es una bebida dulce a base de arroz y, si bien no es tan conocida para los uruguayos como las arepas, no se queda atrás. Esta bebida criolla se sirve espesa y bien fría, y se le puede agregar canela, leche condensada, dulce de leche, granas de colores y chocolates; desde una simple hasta una full equipo que lleva todo y una maracucha “como vos queráis”, cuenta Rut Pérez, dueña del puesto La Chicha Maracucha, que se ubica en plena feria.
Rut explica que cada estado venezolano le da su toque a la chica; ella y su prima, con quien montó el puesto, son de Maracaibo, por lo tanto, su fabricación es un secreto familiar que heredaron de su abuela. A los uruguayos les ofrecen la chicha tradicional, que es con canela y leche condensada, incluso incorporaron al menú una específica para ellos: con dulce de leche.
—Al principio el uruguayo es poco receptivo con las comidas, tiene que ver a la gente probando para animarse, pero poco a poco empezamos a dar degustaciones de una onza y se fueron enamorando de la chicha mientras les explicaba los ingredientes y el procedimiento para elaborarla —cuenta Rut. Con respecto a la bebida tradicional de su país ella siempre explica “esto es como para ustedes la torta frita que venden en cada esquina, en Venezuela se vende en todos lados; frente al colegio, universidades, etcétera”.
Poco antes de la salida del sol Rut y su prima se instalan entre Tristán y Uruguay. El emprendimiento lo había empezado su prima tres años atrás, “debajo de una mata”, con una mesita y luego avanzaron hasta conseguir el food truck. Cuando se acaba la preparación de chica y mientras elaboran más ante la fila de clientes, Rut dice, como si estuviera en un programa de televisión: “vamos a comerciales, pero vale la pena esperar”.
Con tres años en Uruguay, Joselyn empezó en 2019 Con sabor a llano Guariqueño, un proyecto cuyos protagonistas son las arepas y las empanadas fritas venezolanas. Ella quería llevar eso a todos sus paisanos que no tenían el acceso a estos platos. ¿A qué se debe su decisión por emprender? Ella cuenta que cuando empezó a trabajar se dio cuenta de que la manera de salir adelante y de tener una buena calidad de vida era a través de un negocio propio, y terminó mudándose cerca de la feria. Pero antes de eso se había ubicado en un estacionamiento donde le querían cobrar 500 pesos por domingo. “Yo no hacía ni 500 pesos ¿y se los iba a dar? Tas loco. Me fui y me ubiqué frente a la Facultad de Derecho”, contó. Pero de ahí la desalojaron y terminó en la feria.
—El emprendimiento nació porque vine con el conocimiento de Venezuela, mi familia tiene un restaurante y cuando llegué a Uruguay me di cuenta de que no había mucho del sabor de aquellos lares. Además, son comidas que allá consigues en cualquier kiosquito y acá no. Cuando llegué al país recorrí la feria y probé los gustos de lo poco que había y me di cuenta que con la experiencia que tenía podía retomar acá —explicó.
Le costó encontrar las herramientas e ingredientes necesarios para poder preparar los platos y que quedaran iguales a como los preparaba en Venezuela, pero no se rindió hasta conseguirlo.
Si bien proyectos como estos ya tenían conquistado a los clientes venezolanos, fue un reto llamar la atención y persuadir el paladar uruguayo pero, según Joselyn, el negocio y sus platos han tenido mucha receptividad.
—A los uruguayos les gusta mucho el sabor, la diferencia, lo grande tanto de las empanadas como de las arepas; la mayoría se arriesga a probar cosas nuevas —comentó. Antes Joselyn vendía bebidas acompañantes y esenciales para estos platos típicos: papelón, chicha, nestea y jugos naturales. La pandemia provocó grandes cambios en cómo se manejaban los feriantes; uno de ellos, fue la disposición de la Intendencia de Montevideo (IM) de vender bebidas envasadas -como refrescos, malta, agua, enumera- para acompañar con los alimentos que elabora.
Otro cambio de la pandemia: adiós a las carpas y la cocina al aire libre. En los momentos más preocupantes se entendió que la cantidad de personas y puestos a lo largo de las calles podían aumentar las probabilidades de contagio entre visitantes y feriantes a través de los alimentos. Muchos de los feriantes debieron adquirir sus food truck, que cambiaron por completo la apariencia de la feria. Los inspectores acechaban y dieron advertencias de aplicar sanciones en caso de incumplimiento.
“Si no me dejaban trabajar, ¿cómo iba a obtener un carro tan costoso?”, pregunta, con ironía. Sin embargo, lo consiguió. Fue gracias a un amigo, que tenía un minimercado en Tristán Narvaja y Colonia que le dijo: “si quieres te metes para acá con la exhibidora y vendes las empanadas y yo las bebidas”. Así logró vender algunos platos mientras ahorraba para adquirir su propio carrito de acero inoxidable. Ahora sigue trabajando en el minimercado entre semana, y los domingos en el food truck.
Desde media mañana y a lo largo del mediodía del domingo las personas hacen fila y esperan su empanada o una arepa. Los clientes rodean el carro, algunos eligen sus salsas favoritas (ajo y guasacaca) para aplicarlas después de cada mordida: salsa, mordisco, salsa y así sucesivamente mientras sale el humito; otros prefieren aplicarla solo al comenzar y al terminar. Cada relleno tiene su esencia, desde una tan simple con queso hasta otras más potentes. Cuando se escucha “pabellón”, los uruguayos piensan en la bandera, pero para los venezolanos es el plato tradicional de su país, y Joselyn lo representa a través de un relleno de empanada. Son tan grandes que de las ocho que le entran en la freidora si tienen este relleno solo puede cocinar cuatro.
Los clientes se preguntan si están para atender y buscan pueden hacer la fila para comprar. Joselyn les cobra por adelantado; reconoce que algunas personas se han molestado, y que a veces se van sin pagar, pero esgrime que es difícil reconocerlos entre tantas personas con tapabocas. Es que Joselyn tiene una freidora rebelde que para cocinar una empanada demora más de los cinco minutos estimados.
Como perlas en la piel
Entre 2017 y 2019 la oleada de inmigración fue notoria en Montevideo y así lo evidenciaron los puestos de la feria, que tuvieron una pronta aceptación y permitieron difundir tradiciones y platos típicos de otras culturas. ¿Quién no ha probado las arepas? Pero estas no son solo venezolanas: los colombianos también tienen sus propias habilidades y recetas con la masa de maíz.
Mildred llegó de Cúcuta hace siete años. Para ese entonces solo era una visitante de la feria y se dedicaba a cantar en los buses de la ciudad en busca de una entrada constante. Le gustó la idea de ir a Tristán. “La feria siempre me pareció superchévere, la dinámica como tal y el hecho de que se moviera muchísima gente, me pareció que siempre iba ser un buen enfoque de público para las ventas”, valoró. Actualmente se ubica en las transversales, ya tiene más de un año en Cerro Largo debido a la ausencia de un food truck pero lleva a cabo su propia publicidad; se acerca a la principal para invitar a todos a pasar por su puesto.
Uno de los mayores miedos de los inmigrantes era no poder consumir arepas, empanadas y otros platos que derivan del ingrediente mágico: de la harina P.A.N, emblema de todo venezolano y colombiano. Con el tiempo ese miedo se desvaneció, porque las cadenas de supermercados empezaron a venderlos. Se volvió un consumo más personal y privado, pero eso no impide que se vendan muchas en la feria.
En principio fue feriante en todas sus versiones: vendió libros, preparó jugos (hasta que el precio de las naranjas aumentó) y finalmente cuando la Harina P.A.N llegó al país no solo compró para su propio consumo sino que solicitó préstamos para invertir en paquetes y así decidió traer un poco de sus raíces y se dio a conocer como arepas “La Colombiana”. En los ocho años que estuvo fuera de Colombia, Mildred no había consumido arepas.
—Para el colombiano y para el venezolano es indispensable, es lo mejor —dijo entusiasmada—. Al principio empecé a moverme un poco con las redes, la mayoría de los clientes eran venezolanos y colombianos, digamos que aún en la feria no había nadie que vendiera arepas.
Colombia y Venezuela son países que comparten historia, cultura y otras tradiciones, y en Tristán conforman un espejo compartido. La disputa entre el origen de la arepa no tendría lugar si salieran de las palabras del libertador Simón Bolívar. Los platos pueden ser muy parecidos pero con nombres distintos; existen más, pero el alimento a base de masa de maíz precocida es el que más identifica el sabor y la tradición.
—Empezaron a llegar otros emprendedores a Tristán, la arepa empezó a tener bastante aceptación en las calles y a hacerse conocida. Incluso ahora se acercan y me piden la “reina pepiada” entonces yo les digo que esa es arepa típica venezolana. “Bueno les puedo ofrecer una arepa de pollo con palta, no hecha de la misma forma pero con los ingredientes”, les digo. Me preguntan la diferencia entre una arepa colombiana y una venezolana, que es la eterna pregunta, pero ya uno se acostumbra: la arepa es de la región, se come tanto de un país como el otro, es como el mate.
Aunque poseen grandes similitudes, se preparan de forma distinta. Las venezolanas suelen ser más gruesas y la tradición se encuentra en los tipos de relleno: catira, dominó, gringa, pabellón, patapata, pelúa, rumbera, sifrina, entre otras; son el desayuno y la cena de cada día. Pero también se puede comer sola y en ese caso se la denomina “viuda”. A diferencia de estas arepas, las colombianas suelen ser un poco más delgadas y el relleno principal es el queso; son el acompañante diario. Incluso es normal consumirla sola pero eso no deja de lado que algunos colombianos exploren otros rellenos. Mildred modificó su carrito en el correr de estos años, y ahora cuenta con una variedad bastante amplia de arepas, adaptándose al gusto y a las peticiones del público.
A pesar de estas diferencias, entre los feriantes inmigrantes han establecido vínculos vecinales: todos bajo el mismo cielo azul. Mildred dijo que todos son compañeros y compañeras con los que pueden establecer charlas y probar el talento de otros.
—La amistad que se ha generado a raíz del puesto y comer una arepa. Amistad así bien bonita con ellos y con ellas a raíz de esto.
Mildred recordó haber recibido una llamada de un muchacho que se presentó en su puesto hace ya un tiempo cuando recién llegaba de Venezuela; ella le había ofrecido una arepa pero como este gesto lo había repetido anteriormente no lograba identificar al joven hasta que él le explicó quién era. Él la reconoció en una fotografía publicada en las redes sociales del emprendimiento La Chicha Maracucha y la contactó para agradecerle.
—El asombro no me cabía, de verdad no me acordaba, porque apelar a mi memoria es terrible. Para eso estamos, poder sentir la mano de otra persona en otro país; terminamos siendo amigos.
La llegada de inmigrantes permitió que los uruguayos probaran cosas nuevas, costumbres y tradiciones poco comunes. Nadie dijo que emigrar fuera fácil, pero trabajar duro para seguir adelante forma parte de su crecimiento personal. La feria se convirtió en un sitio de reencuentro en medio de la distancia cuyo intermediario es la cocina. Son lugares que hacen sentir a los inmigrantes como en casa sin importar el frío ni las olas de calor, y el próximo domingo los feriantes volverán a sus posiciones, para recibir clientes de todos lados.