Un hombre con un piano. El chico que jugaba a la pelota del 49585 arribó a Uruguay un día antes del espectáculo tan esperado y enseguida se hizo notar. Una publicación de Instagram reflejaba que el músico ya recorría las calles de la capital, a través de un restaurante conocido por el famoso chivito uruguayo; en la descripción de la foto, Fito Páez presumió su llegada y alentó al público de cara al primer encuentro, pautado para la noche del 20 de agosto en el Antel Arena.

Se hizo desear. Dicen por ahí que la tercera es la vencida. Luego de dos cambios de fecha por la situación pandémica, entre devoluciones de entradas, aplazamientos y nuevas oportunidades, fue cuatro días antes del espectáculo que la productora encargada del evento anunció que se habían agotado las butacas. Esta vez, la función no se canceló.  

Eran las 14.45. Montevideo gris, aunque el sol se veía de a ratos. La tropa asomaba al centro de entretenimientos, primero ingresó una camioneta Mercedes Benz blanca, seguido de una Hyunday negra. Los últimos serán los primeros, Ruben Rada descendió deslumbrante acompañado de su esposa y se dirigió a la camioneta de la que Fito aún no asomaba. Se regalaron un abrazo fraterno, para luego saludar con puño a los trabajadores del Antel Arena. Prueba de sonido, correcciones por aquí y por allá, dudas ante la posición del piano porque era un show pensado con visión 360°.

Por esas coincidencias, la famosa canción Dar es Dar sonaba en la radio 93.1 FM camino a la función; nadie imaginó que iba a ser la banda sonora del momento más tenso de la noche. A 10 minutos de comenzar el espectáculo, los cuidacoches anunciaron que los estacionamientos estaban repletos. No quedaban dudas, había localidades agotadas.

Hacía calor y había aire de normalidad, como una pequeña victoria a la covid-19. Sin embargo, bastaba con acercarse a los accesos y escuchar la misma consulta una y otra vez:

-¿Tengo que presentarte certificado de vacuna?

-No, puede pasar-, respondían los funcionarios.

Cada dos butacas, dos lugares libres. Todos de tapabocas, sin embargo, se veía que la gente sonreía. Entre la multitud más de uno sacudió su mano y saludó a algún amigo ubicado en otro sector. Llegó la alguna vez dueña de casa y claramente no pasó desapercibida. La ahora intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, respondió amablemente a los aplausos y se ubicó en las primeras filas.

Después de una espera musicalizada por bossa nova, las luces se apagaron y el Antel Arena estaba eufórico; era inevitable la sensación de piel de gallina. “Olé, olé ,Fito, Fito”, se escuchaba, cuando se hicieron las 21.20 y la locura llegó al auge. Las cámaras de los celulares apuntaban a la llegada del artista, quien de forma deslumbrante entonó La conquista del espacio.

Vestía una chaqueta negra que combinaba con su pantalón y una polera verde flúor. Su característica cabellera, el instrumento iluminado por un juego de luces naranjas y violetas y a su lado cuatro vasos de agua. No necesitaba nada más que sus canciones y su voz.  Al rato, Fito invitó al escenario a un viejo amigo -a quien llamó hermano- y Rada subió con su típico baile Rada. El músico uruguayo se sentó en el cajón peruano y juntos hicieron lo que mejor saben hacer. Ellos solos eran más fuertes que el olimpo, por eso crearon una versión candombeada de 11 y 6.

Si bien estar ahí después de tanto tiempo y disfrutar un espectáculo se asemejó a los tiempos pre-pandémicos, aún falta. Por eso el músico dedicó unos minutos a pedir que las personas se vacunen. “No hay que discutir con esa gente que no entiende y se pone antivacuna, pero tenemos que ganarle a este puto barbijo, man”, pidió.  

También hubo espacio para una canción en inglés, I contain multitudes de Bob Dylan, seguida de la segunda participación de la noche: Anita Álvarez de Toledo interpretó Pétalo de Sal y con su voz encantadora dejó boquiabierto al público.

Pero como todo empieza, acaba. Se acercaba el final, se apagaron todas las luces, las personas prendieron las linternas y acompañaron la canción, como un mar de luciérnagas brillaban sobre el mic. Puede que haya sido uno de los momentos más lindos de la noche. Fito agradeció y se retiró, la tribuna de pie aclamó las últimas canciones. Regresó a las 22.55 para ofrecer su corazón. Pidió silencio, se paró en una esquina del escenario y deleitó al público con su clásica canción acapella de letra profunda, que se adapta muy bien a los tiempos que se viven hoy.

Para el cierre, la controversia. Encargados de la organización y seguridad señalaban a quienes no cumplían con el protocolo con una luz láser, obligándolos a mantenerse sentados. Complicado. Por un lado, sobraban las ganas de bailar y la necesidad de aplaudir de pie el espectáculo, con el artista a tan pocos metros. En otro orden, los funcionarios cumplían su trabajo y seguían un protocolo, porque, aunque se encamina la normalidad, el fin de la pandemia aún parece lejano. Llegó el final, Dar es dar quedó en segundo plano cuando un muchacho de unos 40 años no acató las órdenes del grupo de seguridad. “El pelado” -como lo bautizó la gente rato después- lo dio todo en aquella canción. La funcionaria llamó al encargado, que sin mucho éxito convocó a la seguridad. 

Con su forma porteña, Fito interrumpió:

 -¿Sabes qué, man? Los veo patrullando, estamos cantando, se terminó la dictadura policial, dejen que la gente se pare.

Eso bastó para que el público delirara. Al instante, todos hicieron lo que querían, se pararon y cantaron hasta que tocó retirarse.

El pelado ganó su batalla, pero el video de ese momento se hizo viral y los titulares resaltaron el incidente. Sin embargo, esa noche se destacó el trovador del rock argentino y su arte, y el reencuentro de un montón de personas con sed de música en vivo. Al día siguiente, con un par de fotos de las dos funciones que dio, el artista agradeció al público en sus redes sociales y expresó que extrañó la capital uruguaya. Hoy, los fanáticos lo extrañan a él.

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