Elena nació en Medellín, Colombia. Tiene 45 años y hace seis que vive en Uruguay. A finales de 2014, comenzó a cuestionarse sobre el futuro de su hijo mayor, que en ese entonces estaba por terminar el bachillerato. “La educación universitaria en Colombia es bastante precaria, ingresar a una universidad pública es difícil” señaló Elena en diálogo con Sala de Redacción. Después de que un familiar que había estado de vacaciones en Uruguay le comentó que la universidad en el país era “buena” y “gratuita”, la idea de abandonar su país agarró cada vez más fuerza. Luego de conversar con sus familiares y comprobar que contaba con su apoyo, decidió emigrar. 

Carlos también nació en Medellín, tiene 65 años y es jubilado de Empresas Públicas de Medellín. “Cuando me pensiono, comienzo a pensar en cómo brindarle a mis hijos una mejor educación, por lo que inmediatamente con mi esposa tomamos la decisión de irnos del país”, contó a Sala de Redacción. Carlos manejó un par de opciones en cuanto a países en los que podría establecerse y un amigo lo convenció de elegir a Uruguay: “me comentó que la educación era una de las mejores de América Latina y, sin pensarlo dos veces, ya sabía que ese iba a ser nuestro próximo destino para vivir”, manifestó. 

En febrero de 2015, Elena llegó a Uruguay junto con su esposo y sus dos hijos. Entre lágrimas, recuerda que llegaron al aeropuerto con poco dinero, sin conocer a nadie y sin tener en dónde pasar la noche. A cada persona que veían le preguntaban si conocía alguna pensión o lugar para quedarse. “Lastimosamente nadie nos dio una respuesta viable”, expresó. Luego de varias horas de incertidumbre, se sentaron a esperar. En determinado momento una persona se les acercó: “al escuchar nuestro acento, nos dijo que podíamos pasar unas noches en su casa mientras nos organizábamos un poco. Fue como un ángel para nosotros”, valoró.

Carlos viajó solo, “si no tenemos dónde dormir, es mejor que sufra uno y no todos”, había acordado con su familia. En 2016 y luego de un viaje en barco que duró un mes, se instaló en Uruguay. Su llegada vino acompañada de un esguince en su pie derecho. “Fue un poco difícil”, comentó “porque no conocía a nadie, tenía un esguince y tenía que buscar un lugar para vivir”. Después de largas caminatas por las principales calles de Montevideo en busca de dónde pasar una noche, llegó a la “pensión de José” ubicada en Gonzalo Ramírez y Minas. “Allí pude descansar una noche y al día siguiente salí a conocer la ciudad”, relató.

No están solos ni solas

Causas familiares, socioeconómicas, pero también políticas, culturales y hasta conflictos internacionales, son algunas de las razones que llevan a que las personas decidan abandonar sus países natales y emigrar.

La asociación Idas y Vueltas, creada en 2003, tiene como objetivo principal defender el derecho a la movilidad humana. “En Uruguay, dentro de la ley de migración está escrito que emigrar e inmigrar es un derecho”, afirmó en diálogo con Sala de Redacción Juanita Segovia, una de las cofundadoras de la asociación.

La casa de la asociación, ubicada en Montevideo, en Ciudad Vieja, es un espacio en el que las personas pueden compartir experiencias mediante un café, un mate e incluso desayunos colectivos. Además, ofrecen asesoría laboral y de documentación, espacio psicológico y, previo a la pandemia de covid-19, contaban con un espacio lúdico para socializar y jugar juegos de mesa. 

Segovia comentó que antes la mayoría de los inmigrantes llegaba desde Argentina y Brasil, pero dijo que no se habla mucho de eso porque se cree que para ellos emigrar es más fácil porque son “nuestros vecinos”. En cambio ahora, muchas de las personas que llegan a Uruguay son de Venezuela, Cuba y República Dominicana. 

De todas partes vienen

Juan Esteban llegó al país en 2019. Tiene 25 años y viene desde Maracaibo, Venezuela. Comentó a Sala de Redacción que su vida estuvo marcada por el dolor. “Mis padres se separaron cuando yo estaba muy niño, y eso fue creando una especie de trauma en mí”, relató; su madre estableció una nueva relación con un hombre que la maltrataba verbal y físicamente. “Casi siempre él [la pareja de la madre] llegaba borracho a la casa y se desquitaba con mi madre y a mí me tocaba ver todo”, expresó.

Además de estudiar, Juan Esteban comenzó a trabajar desde muy pequeño para ayudar a su madre en la casa. A medida que fue creciendo, llegó a la conclusión de que si quería “ser alguien en la vida” debía buscar nuevos horizontes. A los 16 años, cuando vio que le era imposible pagar una universidad, comenzó a hacer una tecnicatura en software. Un familiar que se encontraba trabajando en Uruguay, le propuso venir al país a trabajar como técnico en software. Juan Esteban confesó que la decisión “no fue fácil”: por un lado dejaba a su madre en Venezuela pero, por el otro, tenía la oportunidad de tener un mejor futuro en otro país. Lo pensó un tiempo y ahora asegura, con entusiasmo, que empezar una nueva vida en Uruguay fue la mejor decisión de su vida. 

Cuestión de derechos 

Acceder a una vivienda puede resultar difícil para la población migrante porque, tal como dice Segovia, el sistema de garantías en Uruguay es “muy fuerte y complicado”. “Si no se tiene un trabajo fijo, es casi imposible alquilar” y “tener acceso rápido a la garantía”, sostuvo. Explicó que eso lleva a que en esas ocasiones muchas personas acudan a “pensiones no habilitadas en donde las condiciones son precarias”.

Segovia se refirió a un convenio que existió entre Idas y Vueltas y el Ministerio de Desarrollo Social en el que se ayudaba a pagar la pensión a aquellas personas migrantes que lo necesitaran. El convenio culminó y ahora la asociación trabaja con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Organización Internacional de Migraciones y Unicef. “Con Unicef ayudamos a familias, madres embarazadas o solteras. Contamos con una intervención de un cuerpo técnico y brindamos apoyo para pagar un mes de pensión, o alimentos”, explicó Segovia. La asociación también forma parte de la coordinadora Red de Apoyo al Inmigrante, compuesta por diversas agrupaciones que se organizan para elevar necesidades, propuestas y opiniones al Consejo Consultivo Asesor de Migraciones.

En cuanto a la situación laboral, la población migrante forma una especie de “cadena de trabajo” en donde las personas recomiendan mutuamente a quienes conocen. Muchas consiguen empleos que están “por debajo de su preparación”, pero priorizan “trabajar en algo, sin importar si reconocen sus estudios o no”, apuntó Segovia.

Desde Idas y Vueltas se espera tener más apoyo del Estado para buscar soluciones e incluso erradicar por completo la discriminación. “Lo que tenemos que hacer ahora y siempre es apoyar a estas personas que son las más vulneradas. Muchas pasan hambre, frío y no tienen una vivienda digna”, finalizó.

Una cultura que traspasa fronteras 

A más de 6.500 kilómetros de su país natal, Elena trata de tener presente su cultura colombiana. Al entrar en su casa, invade el olor a arepas recién hechas, y además preparó un pastel de pollo y una bandeja paisa. Son aromas que la teletransportan a Medellín. Relató que trata de “tener presente la gastronomía colombiana” para estar “un poco cerca de mi país”. No obstante, en su menú también incluye a la gastronomía uruguaya: “A pesar de ser bastante diferente, hay platos que me gustan mucho, como la gran variedad de empanadas que tienen, y la pascualina”, comentó. 

Si bien Elena, Carlos y Juan Esteban coinciden en la importancia del amor filial, creen que no debería ser un obstáculo a la hora de buscar un mejor futuro. “Claro que extraño a mi madre y a toda mi familia, pero ellos entienden que este sacrificio que hago también los incluye a ellos. Si yo me hubiera quedado en Venezuela, al ver que no tengo oportunidades, podría estar haciendo cosas ilícitas y eso sí que sería un gran dolor para mi familia” señaló Juan Esteban.

Pese a enfrentarse a la soledad de estar en otro país sin su esposa y sin sus hijos, luego de un año y medio Carlos se reencontró con su familia, que a mediados de 2017 había dejado en Colombia para instalarse en Uruguay. Con entusiasmo, contó que su hija de 21 años estudia psicología y su hijo menor, de 19, estudia arquitectura. “Creo que si mi esposa y yo no hubiéramos tomado la decisión de irnos de Colombia, tal vez no habríamos podido brindarle a nuestros hijos una educación universitaria digna, o hubiéramos tenido que endeudarnos mucho, ya que para nosotros lo más importante es su educación” expresó.

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