Miguel Scapucio es integrante del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), uno de los organizadores de la campaña por el Día Mundial de la Salud Mental, que se conmemora los 10 de octubre. Entre otras acciones de la campaña, ese día se realizó una marcha que reclamó por la vida digna y la desmanicomialización. En diálogo con Sala de Redacción, Scapucio expuso su punto de vista en relación al cumplimiento de la Ley de Salud Mental y la vulneración de los derechos humanos en Uruguay. Para él, es necesario un cambio de paradigma en la materia y no solo para atender a quienes sufren un padecimiento psíquico.

 -¿Cuáles fueron las principales motivaciones de la campaña de la salud mental?

Denunciar la situación que viven los usuarios de salud mental, sus familiares y la población en general. Se ven sometidos a tratamientos que solo medicalizan, patologizan y convierten en enfermedades lo que a veces son respuestas muy sanas frente a los acontecimientos que a muchos nos toca vivir. Entre la covid 19, las inhibiciones para el contacto y el relacionamiento social que dispuso el nuevo gobierno, las actividades presenciales iban a ser imposibles de realizar. Viendo esa imposibilidad se nos ocurrió que era un momento ideal para largar una campaña de sensibilización informativa acerca de los problemas de la salud mental en Uruguay. La segunda finalidad era desestigmatizar el concepto de locura. Históricamente no existe la locura como tal ni como entidad aislada del resto del mundo, está construida históricamente y al servicio de distintos puntos de interés: desde el patriarcado hasta las grandes corporaciones en esta etapa del capitalismo desarrollado. 

-¿Considera que la campaña logró sus objetivos?

La campaña fue exitosa y se cerró con la tradicional marcha antimanicomial -la novena-, que reclama por el cierre de manicomios, que es la finalidad principal de la campaña de sensibilización. Concurrió mucha gente y se intercambió mucho material con el público. Se brindó información, se entregaron folletos y materiales que explican qué es la Ley de Salud Mental y la necesidad de las políticas de derechos humanos en la materia. La campaña logró sus objetivos en la medida en que pudimos llevar a cabo las finalidades que nos trazamos. Hubo mucha gente que se acercó y que pudo poner en palabras sus padecimientos, sus experiencias y lo que pasó con determinados familiares o vecinos. Pudieron cuestionar los sistemas de salud y los métodos de salud que se utilizan. También cuestionaron las situaciones de encierro que se dan en muchas de las instituciones psiquiátricas y de las que hay un silenciamiento absoluto.

¿Cómo cree que se maneja la salud mental en Uruguay?

Hace mucho tiempo que no se maneja de forma correcta. Esto se debe a una concepción medicalizada, todo aquello que aparece como una conducta desviada o fuera de lo normal,es catalogada como “enferma”. Uno se podría preguntar cómo personajes como [el presidente de Estados Unidos] Donald Trump, [el presidente de Brasil] Jair Bolsonaro y algunos otros “dictadorzuelos” del  mundo están encaramados en posiciones de poder y parecen ser considerados sanos cuando son seres terriblemente peligrosos, patológicos y narcisistas. Los llamados enfermos son los que no tienen nada, viven en condiciones miserables, a veces no tienen ni para comer ni para subirse a un ómnibus. En el campo de la salud mental hay un tema que es socioeconómico, cultural y está lleno de prejuicios. Hay una frase que dice: “Más vale ser rico y sano que pobre y enfermo”. En general, estos son los que terminan en las colonias y en los hospitales psiquiátricos. Esto se puede constatar con una simple evaluación de quiénes son los pacientes psiquiátricos hoy. 

La salud en general tiene muchos déficits en Uruguay. Más allá de que haya mejorado, en la salud mental siguen primando criterios obsoletos que dejaron de usarse hace mucho tiempo en otros países. Se requiere un cambio de paradigma para que se respeten los derechos de los pacientes y de las personas a vivir como ellos elijan mientras no molesten a nadie y no sean violentos con otras personas. Hoy sabemos que cualquier desviación o conducta considerada “anómala” por cualquier especialista de turno va a ser reprimida, abortada y manipulada a través de medicamentos u otras metodologías como el electroshock o métodos de encierro. Por eso pedimos un cambio en la salud mental: derechos humanos y cambios en los modelos de atención.

¿Qué acciones pueden tomar los ciudadanos para contribuir a una vida digna para las personas que están encerradas? 

Precisan dignificar su vida porque ha sido bastante maltratada, pero nosotros tenemos que dignificar la vida de todos, para construir una sociedad mucho más democrática, participativa y justa. Todo ser humano es semejante, a pesar de las diferencias sociales, intelectuales, étnicas, religiosas, etcétera. Dignificar la vida es una tarea en la que tenemos que comprometernos todos y pasa por políticas de paz, de convivencia, en las que el género sea realmente respetado, valorado y aceptado. Pasa por políticas en las que la niñez sea defendida en sus derechos, reiteradamente vulnerados y ninguneados. Una consigna que cerraba la marcha del 10 de octubre decía: “Redistribuir la locura y la riqueza”. Me parece una frase hermosísima, porque implica asignarle a cada uno sus partes locas. Todos las tenemos, pero para algunos las “partes locas” son simplemente formas de vida que no dañan a nadie. Para otros significan guerras, muertes, destrucción, amenazas a la paz del mundo y hasta al propio planeta. Hay que hacer la vida más vivible, justa, democrática y, sobre todo, más humana.

-¿Los derechos humanos son respetados?

Los derechos humanos se violan constantemente en los lugares de encierro. Esto sucede en el manicomio, en las cárceles, en los hogares de ancianos o de niños y adolescentes. Los derechos humanos de los pacientes son vulnerados porque a veces no se los escucha, no se los atiende o se los atiende mal. A veces la visión técnica es superficial porque termina en la indicación de una medicación, de aislamiento, de encierro, de ataduras o de repetición de sesiones de electroshock. Estas prácticas son utilizadas como métodos correctivos para problemas que la gente expresa. Los derechos humanos no se violan circunstancialmente, se violan estructuralmente. Esta es una política que viene desde hace siglos. Los métodos crueles se usan para condenar al diferente, al que se sale de la norma y al que quiere tal vez una sociedad diferente y más justa. Estos métodos se han utilizado desde siempre y ahora en una forma más sofisticada y revestida de cientificidad.

¿Se cumple la Ley de Salud Mental aprobada en 2017? 

La ley establece una serie de artículos que, además de asegurar derechos de los usuarios, impone al Estado una serie de pautas y obligaciones para ayudar a contribuir a la mejora de sus condiciones de vida. Por ahora no se está haciendo casi nada de eso. De hecho, la ley tiene más de 40 artículos y alrededor de una docena están reglamentados. No se está cumpliendo, en la medida en que se declara que se van a hacer  intentos para mejorar la salud, pero aún no lleva a cabo porque no hay recursos. Con la crisis del coronavirus la solución que encontraron en el Vilardebó para atender a los pacientes fue poner un contenedor. Eso da cuenta de las condiciones de precariedad.

No hay una política trazada sobre el cierre de los manicomios, de las instituciones asilares, y tampoco se sabe absolutamente nada de cómo el gobierno piensa encarar la actividad de las mutualistas. Por otro lado, tampoco se está cumpliendo con el nuevo plan de salud mental. Se dice que se cumple en la medida en que están buscando casas de convivencia, pero no hay ninguna política clara hacia el cierre de manicomios para 2025. Esto hace que la ley haya sido catalogada por el actual subsecretario del Ministerio de Salud Pública como “un decálogo incumplible de buenas intenciones”, descartando el sufrimiento de estas personas. Nosotros queremos denunciar, queremos movilizar a la población civil organizada pero también a las comunidades científicas que tienen mucho para cuestionar en el comportamiento de estos modelos, y así lograr un verdadero cambio.

-¿Qué factores son importantes para conseguir ese cambio?

El camino tiene que ser la humanización de lo que le pasa a las personas. Pedimos un cambio de paradigma en el que se cierren las instituciones asilares y monovalentes como los hospitales psiquiátricos y las colonias, además del pasaje de la atención a salas de salud mental en hospitales generales. Esa atención debería instrumentar otros espacios alternativos: casas comunitarias en las que el Estado se involucre a través de políticas culturales, educativas, ambientales, habitacionales y de acompañamiento a las familias. En los espacios comunitarios deberían participar otras personas y otras profesiones, además de médicos. Personas que puedan ayudar, escuchar y contribuir a que quien esté mal pueda empezar a sentirse mejor y socializar de una manera más genuina y positiva.

 -¿Cuál es el enfoque que la salud mental necesita en Uruguay?

Se necesita desmedicalizar el sufrimiento humano, que se produce por muchas razones. Entre ellas están las violencias sufridas en ámbitos familiares o en el barrio, que se ejercen desde el punto de vista cultural, social o económico, y en las que participan determinados cuerpos policiales dedicados a la represión. También hay violencias que suceden en las propias instituciones psiquiátricas. Además, hay factores culturales, ambientales, laborales, habitacionales, entre otros. El padecimiento humano tiene un conjunto de causas complejas que motiva las reacciones de las personas y estas no son simplemente atribuibles a que una neurona se enfermó o a una partícula alojada en tal región del hipotálamo que produce tal cosa. Estas son justificaciones médicas apoyadas por las grandes industrias farmacéuticas para seguir vendiéndole a la gente productos innecesarios. Estas son las lógicas actuales del capitalismo.

¿Qué consecuencias tienen los métodos habituales de tratamiento en los pacientes?

Las grandes corporaciones farmacéuticas promocionan sus productos a través de la organización de mega congresos con un marketing desaforado. Los psiquiatras son, en el mejor de los casos, convencidos de que “tal pastillita le va a cambiar la vida a la gente”. Sabemos que ninguna pastilla le cambia la vida a la gente. Alguna la puede mejorar, otra la puede empeorar, pero el cambio lo tiene que hacer la gente, no la industria de medicamentos. Tabaré Vázquez dijo que el mundo hoy día parece un hospital dirigido por sus propios internos. ¿Cómo podría ser un mundo que es dirigido por sus propios internos y no por los cuerdos que hacen desastres? Lo que hicieron con el Vilardebó y las colonias son la muestra más desoladora de abandono. Eso estuvo en manos de los cuerdos, de la gente que “sabe trabajar con la locura”, y fijate los resultados que se lograron. Hoy en día, las casas de salud cobran cifras astronómicas por alojar a pacientes ancianos o jóvenes. Estos son los métodos de mercantilización de la llamada enfermedad mental. Lo que se mercantiliza es el sufrimiento humano, que se transforma en enfermedad y hay que buscar una cura para esas enfermedades que se obtienen a través de las políticas de salud pública de los gobiernos, en convivencia con los grandes productores de fármacos. Existe cierta soberbia y hegemonía de la psiquiatría como la única capaz de comprender un padecimiento psíquico al que ellos llaman “enfermedad mental”.

Las medidas de aislamiento físico a causa de la pandemia afectaron la salud mental de la población. ¿Cómo piensa que ello afectó a las personas que permanecen en situación encierro involuntario?

La afectación es múltiple. El encierro no solo no cura a nadie, sino que destruye potencialidades que tienen que ver con lo psicológico, lo intelectual, lo relacional y lo social. Estar encerrado forzosamente tiene un efecto destructivo. El tema del covid ha generado mucha preocupación porque es nuevo en el mundo y, más allá de los intentos por abordarlo a través de diferentes métodos, seguramente haya afectaciones en general. La limitación del encuentro con la familia, amigos, con los lugares conocidos, paseos, actividades y ejercicio físico puede causar situaciones importantes de estrés. Junto con esas situaciones hay otras que no se toman en cuenta de la misma manera y que a veces son mucho más perjudiciales: violencia, violación de derechos, abuso de autoridad, limitación de salarios, políticas donde se retraen recursos para las instituciones públicas de educación, entre otras. Hay situaciones que encierran a la gente y la condiciona a estar en lugares en donde la movilidad social se hace penosa e imposible. Esto también forma parte de las grandes injusticias que hay en relación a la salud mental como derecho humano y a los derechos humanos en general.

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