Sin tocar aún el pestillo dorado de antaño restaurado, los ventanales permiten verlo: Mario espera atrás en blanco y negro, con su bigote de siempre y su mirada impoluta. Pero no está solo, el pasillo resguarda en el fondo un mural con su imagen en sepia, con la misma mirada pero esta vez observando a quien entra y quien sale, con las manos cruzadas y el impulso que tanto representa a quien nunca morirá: el de luchar incansablemente por justicia social.
La sala está llena, la aglomeración no tiene rango de edad, se ven cabelleras canosas y se oyen risas de quienes aguardan para escuchar lo que nunca quieren llegar a vivir. Las libretas y lapiceras predominan en las faldas, los pies ya sacuden el suelo.
El murmullo se apaga. Hortensia Campanella, presidenta del Consejo de la Fundación Mario Benedetti, cuenta que “La memoria está llena de memoria”, nombre de este primer ciclo, es un juego de palabras con “El olvido está lleno de memoria”, uno de los tantos títulos de Benedetti. “Su curiosidad, exactitud y rigor al pensar la realidad en sus obras nos lleva, como una especie de aliciente, a tratar de conocer y debatir sobre esa realidad”, asegura sin tartamudeos, con la complicidad que abarca a cada uno de los presentes.
Es turno de Diane Denoir, también integrante del Consejo de la Fundación y moderadora de esta primera mesa. Sin preámbulo, bromea con que los invitados no necesitan presentación. Por un lado, Mariana Achugar, docente de la Facultad de Información y Comunicación (FIC). Por el otro, Samuel Blixen, periodista y también docente de la FIC. Pero no es eso lo único que tienen en común: a ambos la dictadura les “cambió la vida”. Ella, hija del exilio; él, ex preso político; ambos, luchadores por verdad, memoria y justicia.
El pasado presente
La pantalla muestra la diapositiva que da comienzo a la oratoria de Achugar, el título es “La memoria y el recordar”. Alza la voz y afirma que “la gente no sólo recupera un hecho como realizado, sino que lo va reconstruyendo y transformando a través del tiempo”. Para su tesis de doctorado estudió el discurso de los militares porque anhelaba entender su lógica de justificación. “¿Cómo se usa el lenguaje? ¿De qué manera construyen significados? ¿Qué metáforas utilizan para recrear la realidad y posicionarse?”, se pregunta vehemente.
Sin lugar a la duda, con ejemplos y análisis, delinea diversos discursos de los militares, desde los setenta, época del golpe de Estado, hasta ahora. Una de las estrategias principales del discurso militar, según Achugar, son las palabras del otro. Utilizan el discurso del enemigo y lo deconstruyen o descalifican. Además, al momento de explicar por qué atentaron contra los derechos humanos, usan construcciones impersonales. No aluden a la acción de un general específico ni dicen nombre y apellido de los responsables: “aparece que se realizaron acciones desagradables e indeseables, pero no se marca el agente”. Asimismo, se suele nombrar a actores colectivos y a la institución que consideran como “representante directo del pueblo”.
El público está intacto pero atento, las nucas asienten y a medida que la charla avanza, algunos ojos se abren más, otros se ponen vidriosos. “Su argumento tiende a racionalizar la violación de los derechos humanos creando un escenario de guerra interna, que permite una guerra ética situacional. Entonces las normas en este contexto particular pueden cambiarse”, enfatiza Achugar, que también está atenta, pero a diferencia de los demás, mueve las manos con el ímpetu que su discurso merece. Esa situación, agrega, la toman como un hecho, como algo que ocurrió en el mundo material, sin opiniones ni perspectivas distintas.
Las metáforas también están presentes: “la nación como un cuerpo, la sociedad que está enferma y a la que hay que curar”. Pero, ¿cuándo las Fuerzas Armadas (FFAA) hablan sobre la violación de los derechos humanos? Según Achugar, sólo cuando hay una crítica desde afuera.
Si bien han habido ciertos quiebres en el tiempo, que simulan un cambio en sus discursos, los siguen reproduciendo de la misma manera que en tiempos dictatoriales. “Una vez que se da la lucha por la memoria, una vez que tenemos los cuerpos o la evidencia, se supone que está todo resuelto, pero no, como la memoria es un proceso discursivo y social, hay que luchar por ella, y esta lucha la vamos a tener que seguir dando”.
¿Cadena sin final?
La lapicera se sacude por los aires, las manos de Blixen dibujan una vida dedicada a esa lucha que hay que seguir dando. “¿Cuál es el elemento que une a las distintas generaciones con la dictadura?”, pregunta por la diferencia de edad con Achugar, por el hoy y el ayer.
El pensamiento militar, reafirma, sigue siendo igual desde la dictadura, nada ha cambiado. “Están excavando, qué risa que nos dan, están excavando, qué risa que nos dan”, cantaban soldados que pasaron por el Batallón N°14 de Toledo, recientemente, cuando antropólogos forenses retomaron las excavaciones en busca de detenidos desaparecidos. Con ese estribillo, marcaban el paso. Al otro día, aseguraron que el canto era otro: “fueron cuatro víctimas un 18 de mayo, fueron cuatro valientes un 18 de mayo”. Con dicho ejemplo, Blixen exclama que se debe entender que “si esos soldados cantaban eso a los antropólogos es porque estaban autorizados a hacerlo. Nada en las Fuerzas Armadas se hace sin la autorización del jerarca, nada”.
Blixen acuerda con Achugar que los militares no consideran aberrantes sus actos sino que, por el contrario, los creen justificables. Lo que se pregunta entonces es cuál es la pervivencia de esa actitud y qué alcance tiene. “La formación de los militares no ha variado desde la dictadura. Los docentes son oficiales que recogen la experiencia de anteriores mandos y reproducen un mismo pensamiento militar”. Pero, “¿esto explica que toda una institución piense igual? ¿Qué sucede con la familia y los amigos? ¿Pueden vivir con el peso de tantos asesinatos, tantas violaciones de mujeres, tantas desapariciones?”, dice Blixen con énfasis, el mismo que utiliza en su respuesta: “Todo eso está alimentado y edificado en función de una ideología”.
Esa ideología, explicita, se construyó al momento de tomar el poder, y se trata de una doctrina de seguridad nacional inalterada, porque no se corta con ello. “Nadie propone intervenir en la escuela militar y establecer docentes con otra mirada”. Esta ideología la compara con la concepción de dos polos de la Guerra Fría: demócratas y comunistas. “La doctrina de la seguridad nacional en aquella época fue fundamental, y tiene correlación con el hecho de que cualquier idea que se intente imponer en la estructura militar corre a favor de la verticalidad y la obediencia al mando”.
A su vez, plantea como fundamental el concepto de “seguridad en el desarrollo”. Pero, ¿cuál es esa seguridad? Según Blixen, “es la que permite conocer y controlar todos los mecanismos de la sociedad, todos. Algunos los eliminan, como los sindicatos, pero no pueden eliminar las empresas estatales que ellos consideran estratégicas, como ANCAP, el Banco de Seguros del Estado, la educación, entonces esos organismos son intervenidos. Y en todos ellos habrá un coronel que responde al Servicio de Información de Defensa”.
El tiempo corre, la cadena continúa sumando eslabones y para Blixen sólo hay una salida para que el pasado reciente no vuelva a repetirse: que haya una política de Estado para generar conocimiento sobre el terrorismo de Estado y desmantelar la estructura militar arraigada a la dictadura y a una ideología de la seguridad nacional.
“Les pedimos que se quiten los complejos y que pregunten realmente lo que les preocupa e interesa. Mario nos invita a pensar juntos”, decía Diane Denoir al comienzo de la mesa, y tras las dos intervenciones, así fue. Las manos se levantaron, algunos se ponían de pie para hablar, otros se escabullían entre la multitud. Madres de desaparecidos, ex presas políticas, jóvenes, padres y abuelos, a nadie le faltó preguntar, aportar y reflexionar.
Paredes movedizas
Mientras la charla ocurría, las habitaciones de la Fundación Mario Benedetti aguardaban que la intriga de los visitantes se posara sobre ellas, como viene sucediendo desde 2010, cuando se inauguró la Fundación, un año después de la muerte de Benedetti. En diálogo con Sala de Redacción, Roberto López Belloso, coordinador de la Fundación, contó que Benedetti dejó escrito en su testamento “los estatutos, quiénes iban a conformar el Consejo de Administración, los fines, los objetivos, todo lo dejó establecido en su testamento porque Mario no tenía herederos naturales”. Asimismo, planteaba dos objetivos principales: promover la cultura y los derechos humanos.
“Él sabía que cuando muriera se iba a vender su apartamento y se iba a comprar una casa acorde a lo que tenía que ser la fundación”, cuenta López. De 2010 a 2015 estuvieron provisoriamente en AGADU hasta llegar a Salterain 1293.
El escritorio de Mario, sus muebles, sus objetos, su biblioteca de 10 mil ejemplares -7 mil que tenía en Montevideo y 3 mil que se trajeron de Madrid-, todo se encuentra allí, detrás de puertas de vidrio con bordes en madera, que dejan entrever la vida del célebre escritor. En 2020 se cumplirán 100 años desde su nacimiento, y en consecuencia, López asegura que se permitirá el ingreso a los investigadores que quieran utilizar los libros.
“Todo el público tendrá acceso a los 103 libros escritos por Mario el 17 de mayo de este año, a diez años de su muerte”, cuenta el coordinador. Por esta misma razón es que se elaboró “Mario invita a pensar”, un espacio de reflexión con jornadas bajo distintas temáticas que durarán hasta setiembre, mes en que el autor cumpliría años. Las puertas están abiertas, solo basta con echarles un vistazo y rememorar, a veces para apreciar, a veces para reivindicar.