La Facultad de Información y Comunicación fue la sede para una charla sobre el trabajo de editores y traductores en la que se tomó como epicentro la comparación de las crónicas de la prensa brasileña y las del Río de la Plata.
Los primeros calores tibios de la primavera se hacen sentir en un transporte colectivo a las cuatro de la tarde cuando vuelvo a mi hogar después de una jornada laboral. También son primerizas las gotas de sudor que se cuelan entre los dedos de las manos aferradas que buscan proteger los equilibrios individuales frente a los movimientos erráticos del denominado ‘bondi’. Volver al centro de la ciudad montevideana a comienzos de la primavera podría ser agradable si no presentara un extraño inconveniente: llueven frutos. Pero no de los coloridos y aromáticos, sino una particular variedad más similar a la pelusa del ombligo. Vuelan en grandes cantidades descendiendo de su cuna en la copa de los árboles que por error nos enviaron de Francia hace más de un siglo. Me bajo del bondi tapándome los ojos, pero inevitablemente debo ver mi camino. Muchos compatriotas llevan lentes, otros tosen y lloran. Qué lindos son los plátanos… franceses.” Esto último bien podría ser una crónica de un día de primavera montevideano, por lo que cualquier habitante de esta ciudad se vería identificado y sonreiría. Pero el mismo texto no generaría el mismo efecto en lectores oriundos de un país que no sea hispanohablante, ni de en un país que no se encuentre cerca del Río de la Plata, y ni siquiera en lectores uruguayos que nunca hayan pisado la capital. Esta es una de las cuestiones que se debatieron en la charla brindada el martes 16 de octubre en el salón número 110 de la Facultad de Información y Comunicación por el escritor Leonardo Cabrera, el Licenciado en Ciencias de la Comunicación Iván Fernández y la Doctora en Estudios de Traducción Rosario Lázaro Igoa. En el diálogo se compararon las escrituras de la prensa brasilera con las de la prensa rioplatense, comparando estilos e indagando en la labor de editores y traductores al momento de reelaborar un texto para adaptar su código a las diferentes variedades culturales de los mortales.
Leonardo Cabrera habló del significado de su trabajo como editor literario del libro “Crónicas de melancolía eufórica” de Mário de Andrade, trabajo que realizó en colaboración con Rosario Lázaro Igoa. El libro reúne un montón de crónicas publicadas en la prensa brasileña por Andrade desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX y tanto el editor como la traductora nos señalan la dificultad que implica el adaptar un lenguaje diferente del de la actualidad tanto en su forma como en su contexto específico de formación. Cada lector es un universo decodificador diferente, y cuanto más generaciones lo separan del origen del texto que lee, más difícil es la decodificación del mismo. Las dificultades de interpretación son las que explican las numerosas anotaciones de los editores que podemos encontrar en un libro escrito hace dos siglos, y según Cabrera estas anotaciones se incrementan con la distancia histórica.
También hay que tener en cuenta que ya de por sí una crónica se caracteriza por su “intraducibilidad” debido a que se conciben en contextos culturales específicos, y en este caso el propio Andrade ya había cortado muchos de los textos originales luego de su primera publicación en la prensa. Por ejemplo, cuenta el editor que en muchas crónicas hay referencias a la morada del escritor brasileño en Sao Paulo, por lo que se hace imprescindible ayudar a un lector rioplatense en su lectura.
Por su parte, Fernández comparó la crónica periodística de la argentina Leila Guerriero con la de la brasilera Eliane Brum, tomando conceptos del Nuevo Periodismo norteamericano y del latinoamericano. En la misma línea, Rosario Lázaro Igoa comparó las crónicas brasileras con las del uruguayo Mario Levrero publicadas en la revista Posdata a fines de los noventa. Contó la traductora que los textos de Levrero le parecen más intimistas que otras rioplatenses y por ende cercanas a las publicaciones brasileras. Se trata de escritos similares a las crónicas decimonónicas que nos recuerdan que el periodista es un escritor que pone su pluma al servicio de la sociedad para ganarse la vida. Consolidada ya en la década del treinta como género propio, la crónica brasileña es según Igoa “más grandilocuente” que la del Río de la Plata. Ambos estilos se caracterizan por su tono poético y por la presencia de elementos oníricos: todo lo que en la rutina diaria aparezca como extraño irrumpe en la cotidianidad y se vuelve fantástico. “La prosa no tiene ese contrato con la historia, con lo real”, nos recuerda la traductora.
Cabrera señaló que las decisiones del trabajo de edición y de traducción pasan por una actualización histórica y que “es muy difícil individualizar una decisión”, ya que una edición puede estar precedida de un montón de ediciones anteriores (contando las de los propios autores originales). Sin embargo, “el papel del mediador no es transparente”, dice el editor. Contó como ejemplo que en su trabajo de edición de “Crónicas de melancolía eufórica” el signo de exclamación seguido de tres puntos suspensivos fue toda una rompedera de cabeza, y que en un momento pensó en eliminarlo, pero luego decidió que “cambiarlo era muy violento”.
Con Lázaro Igoa debieron decidir qué texto establecían como texto de base, si la versión publicada en la prensa o el corte realizado por Mário de Andrade, pero al final se decidieron por la versión de la prensa. La traductora compartió a los presentes que durante el trabajo cooperativo, Cabrera leía el texto con mirada de escritor y ella debía recordarle varias veces “el punto de vista de Mario”.
Los presentadores también recordaron que el ejercicio de la edición y de la traducción implica una constante mediación, y que muchas veces la necesidad de llevar al lector de la mano puede impedir que éste ponga de sí en la interpretación. “Siempre está la decisión de cuánto mediar, es una constante negociación”, concluyó Cabrera.
Bruno Gariazzo

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