Símbolo que llevará el etiquetado de productos que contengan componentes transgénicos

En la película que le hace honor a su apellido, el Dr. Henry Frankenstein fue el científico creador de aquel extraño y tosco cuerpo humano compuesto por artefactos eléctricos. Esta historia -basada en la novela Frankenstein o El moderno Prometeo de Mary Shelley- ha inspirado a algunos para trasladar las características de esta especie de monstruo a las de un alimento que ha sido modificado genéticamente. En términos científicos un alimento transgénico es aquel que ha recibido segmentos de ADN, es decir genes de otra especie para que tenga determinadas características.
El Decreto 34.901 hará exigible el etiquetado de alimentos con componentes genéticamente modificados (GM) para el departamento de Montevideo. Su aplicación está retrasada ya que se está ajustando la redacción de algunos artículos, entre ellos el que define qué alimentos deberán etiquetarse, explicó a SdR Pablo Anzalone, Director de la División Salud de la Intendencia de Montevideo (IM).
La redacción original establecía que debían etiquetarse los alimentos manipulados genéticamente que contengan “uno o más ingredientes que superen el 1% del total de componentes”. Según el nuevo texto deberán etiquetarse aquellos alimentos que han sido manipulados genéticamente o que contienen uno o más  ingredientes que superen el 1% del total de cada uno de sus ingredientes.
El decreto regulará únicamente la soja, el maíz y sus derivados, los únicos transgénicos autorizados por el gobierno nacional para plantar en Uruguay. Toda la soja y el 90% del maíz que se planta en el país es transgénico.
Hasta el momento, el marco regulatorio vigente sobre el etiquetado de productos transgénicos en Uruguay es voluntario y refiere al decreto 353/008. Este decreto no entra en conflicto con el actual ya que, de momento, el nuevo decreto regirá solo para Montevideo.
Si bien esta regulación tiene carácter departamental porque se entiende que el principal mercado es Montevideo, se estima que adquirirá valor en todo el territorio. Poco sentido tendría que el etiquetado sea obligatorio únicamente en la capital ya que el interés y objetivo primordial es el derecho que tienen la sociedad civil a saber lo que está consumiendo y por eso debe velar el Estado.
En el mercado estos productos se identificarán según la simbología brasilera, un triángulo amarillo con una “T” en negro.
Las empresas tendrán un plazo (que aún no está definido) para etiquetar sus productos,  pero antes deberán registrarse en el Servicio de Regulación Alimentaria en la Intendencia de Montevideo y presentar una declaración sobre la composición de aquellos productos provenientes de los alimentos mencionados.
En los puntos de venta los productos serán controlados para corroborar si lo que declaró la empresa es correcto o no. El laboratorio de bromatología de la Intendencia, en conjunto con el de Facultad de Ciencias, serán los encargados de analizar las muestras de estos productos.
Resta definir qué sanción económica se aplicará a quienes infrinjan la norma. El marco normativo actual establece que la sanción puede ir de dos a cincuenta y cuatro unidades reajustables. Anzalone dijo que se prevé establecer un monto base, veinticinco unidades reajustables, y su aplicación dependerá de la reincidencia que tenga la empresa en la violación de la norma.
El director aclaró que la IM no tiene una posición institucional respecto a los eventuales daños que puede ocasionar la producción y consumo de los alimentos GM, lo que se ampara con esta regulación es el derecho que tiene el consumidor a conocer si los productos que va a adquirir tienen componentes genéticamente modificados.
Los efectos que pueden generar los alimentos transgénicos en la salud y el medioambiente es un tema que aún no está laudado, incluso dentro de la comunidad científica hay diversas posiciones.
“Se aceleran los procesos de envejecimiento celular: baja su natalidad, tienen problemas al hígado y al riñón”, explicó Pablo Galeano, docente de bioquímica, al referirse a los animales que consumen maíz transgénico. Aclara que al ser animales de laboratorio están habituados a comer ese tipo de alimento y que esa exposición, a largo plazo, es probable que genere mayores consecuencias.
Si bien los resultados arrojados son significativos, es necesario profundizar en las investigaciones. Uno de los problemas, según el docente, reside en que muchos de los estudios son realizados por la propia empresa que tiene el monopolio de las semillas y la experimentación dura pocos meses, lo que impide observar los efectos crónicos a largo plazo.
Ante esta situación de pocas certezas, los expertos optan por el principio de precaución. Natalia Bajsa, licenciada en bioquímica, argumenta que para estos casos “cuando hay falta de información o se duda sobre la inocuidad de determinado producto, se puede utilizar ese principio a fin de tomar medidas preventivas”.
Informar sobre lo que se consume quizá sea el inicio del debate de otro debate, fuera de la esfera científica.
Valentina Troisi

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