UN CRONOPIO QUE JUGÓ CON LA LITERATURA
El novelista argentino, mientras producía “Rayuela”, le escribió en una carta a su amigo y editor, Francisco Porrúa: “Será como una bomba de neutrones para la literatura latinoamericana”. No falló. Su novela fue trascendental, innovó en la linealidad del relato y de la lectura. Exigió que el lector no quedara pasivo. Si bien lo escribió en plena adultez y se dirigió a un público de su edad, se sorprendió y se continuaría sorprendiéndose de que los mayores seguidores son los jóvenes.
En una de las posibles lecturas e interpretaciones se presenta el dilema de pertenencia mediante los personajes de Horacio Oliveira, el protagonista que vive en Paris con la Maga y debe volver a Argentina, y su amigo Manolo Traveler, que regentea un circo itinerante y lleva una vida típica de clase media baja en Buenos Aires. Cortázar volvió seis veces a Argentina. En sus visitas les desmentía a sus conocidos que Buenos Aires había cambiado, porque él siempre la veía igual. Pero nunca dejó de escribir sobre ella, hasta el punto que consideraba que no escribía en español ni en argentino, sino en porteño.
El escritor cuenta que nació en Bruselas de “casualidad”, porque su padre formaba parte de la delegación de la Embajada de Argentina en Bélgica. “Mi nacimiento fue sumamente bélico, lo cual dio como resultado a un hombre de los más pacifistas que hay en este planeta”; así lo describió él mismo en una entrevista con Soler Serrano, tras explicar que en el día de su nacimiento el ejército alemán comenzó la ocupación del territorio belga en el marco de la Primera Guerra Mundial.
Hay quienes afirman que nunca dejó de ser un niño por la seriedad con la que tomó a la literatura como un juego a explorar. Sin embargo, en su niñez no se rodeó de amigos y recreos, sino que se caracterizó por ser alguien solitario que no se desprendía de las obras de Edgar Allan Poe, Roberto Arlt y Julio Verne, entre otros. En tanto que sus vivencias en la localidad de Banfield, provincia de Buenos Aires, le despertaron su pasión por el tango y el lunfardo. Esa jerga la desarrolla en cuentos como “El torito”, donde se advierte que su estudio de la lengua no es por mero refinamiento estilístico sino por el interés en ser preciso con los términos, sin ser ajeno a ninguno.
En lo que sería una vida de “cronopio” (“un dibujo al margen, un poema sin rimas”, definiría) se formó como maestro de grado y profesor en lenguas. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras un año, pero abandonó para dictar clases en el interior y a ayudar a su madre económicamente. En ese mismo año publicó su primera obra “Presencias”, un conjunto de sonetos que inician su carrera hacia lo fantástico. Durante esa etapa vivía en pensiones y aprovechaba la mayor parte de su tiempo libre para leer y escribir.
La costumbre de ser alguien solitario la tendría también en la adultez. En entrevistas relató que en muchos casos prefería estar escuchando música en su habitación que en reuniones sociales. Seguramente un disco de jazz. Su pasión por ese género la dejó plasmada en “El Perseguidor”, cuento con el que se destacó en el relato corto. El protagonista, Johnny Parker, es un músico problemático, con adicción a la marihuana y con una apreciación sobre el tiempo-espacio muy particular. Para crearlo, su inspiración fue el saxofonista y compositor Charlie Parker.
“Casa Tomada” es otro de sus cuentos más destacados. Lo escribió en 1946, año en el que renunció a su cargo como profesor de literatura en la Universidad de Cuyo, en Mendoza, por estar en desacuerdo con la intervención a las universidades que hacía el gobierno de Juan Domingo Perón. Fue publicado por primera vez en la revista que dirigía Jorge Luis Borges. Y es considerado como una alegoría antiperonista, en la que el pueblo argentino está representado por dos hermanos aristócratas que pierdan la casa por un fenómeno desconocido. Su oposición al gobierno y su inclinación europeísta lo llevó a emigrar. Una vez en París vivió en condiciones económicas adversas hasta que pudo encontrarse con el ídolo de su infancia y adolescencia: Edgar Allan Poe, por un ofrecimiento de un amigo suyo para traducir la obra completa del escritor estadounidense al español.
Nunca dejó de escribir sobre Buenos Aires, tanto que el mejor reflejo de su literatura surrealista es “Historias de cronopios y de famas”, en las que satiriza a la sociedad argentina de ese tiempo. Diez años después de esa publicación va a reconciliarse con “la mujer de su vida” tras una revisión de su postura política por simpatizar con la revolución cubana y desacreditar la proscripción de Perón durante dieciocho años. Encontró que tenía un “gran vacío político”. Lo llenó con la transformación de su literatura expuesta en la novela “El libro de Manuel”, en la que refleja la agitación política y su oposición al régimen militar, mediante la innovación estilística de yuxtaponer recortes de artículos periodísticos y gráficos que conviven junto con los personajes en el relato. Todas las regalías del libro las donó a organizaciones que ayudaban a los presos políticos.
Se sentía latinoamericano y su adhesión a la revolución sandinista en Nicaragua y su amistad con Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal lo confirmaron. Sus paseos por Managua lo dejaron enamorado políticamente y se transformó en uno de los principales defensores de la revolución. El registro del proceso político y de su descubrimiento personal quedó inmortalizado en su libro “Nicaragua, tan violentamente dulce”.
Es curioso que ese, uno de sus últimos libros, lo titule con un oxímoron, ya que cualquier adjetivo que se use para con su vida u obra también daría nuevos significados a su nombre. No se definía como un intelectual capaz de desarrollar silogismo que lo ayudaran a argumentar; según él se manejaba por intuiciones. Sin embargo, su manera de estudiar el lenguaje, desarrollarlo y reinventarlo evidencian su reflexión sobre el mundo que lo rodeaba y más allá. Parte de su vida fue apático con la política, pero cuando desembarcó en esas arenas generó reconocimientos por su compromiso. Admitió que le resultaba más sencillo desarrollar un pensamiento mediante un cuento o un poema que en un ensayo. Y fue así que explicó su realidad desde lo fantástico y, a la vez, desde la ficción sigue modificando realidades.
Hace treinta años que descansa junto con Carol Dunlop, su última esposa, en un lecho que hicieron suyo en el cementerio de Montparnasse. Su amor ha sido retratado en un documental con estreno en setiembre de este año llamado “Los exploradores de Cosmopista”. Carol lo precedió a su muerte por un cáncer que obligó a que Cortázar llenara las últimas hojas del libro, que relata su último viaje juntos de París a Marbella en una combi roja durante treinta y tres días, “Los Autonautas de la Cosmopista” que fue editado un año antes de la muerte del escritor.
Se murió a causa de una leucemia. Aunque otra versión dice que fue contraída por haberse contagiado de sida en una transfusión de sangre “contaminada” tres años antes. No importa de qué enfermedad murió. Dentro de lo fantástico debe haber sido diferente la muerte. Quizás un juego más.
Es imprescindible, para no considerar a la muerte como algo tan material y frío, lo que en una carta llegó a escribir durante sus primeras vivencias en la capital francesa: “Es asombroso advertir cómo una cadena de decisiones puede modificar una vida y su circunstancia. Por lo menos la circunstancia de modo tan radical. ¿Soy yo aquel que traducía pasaportes en la oficina de la Calle San Martín? ¿No estará todavía traduciendo? Deberías ir a ver”. Pues deberíamos ir a ver si no sigue escribiendo sobre lo fantástico, y sobre todo corroborar si heredamos Rayuela para que nosotros mismos, los lectores, nos despertáramos de esa actitud pasiva para escribirlo a él y así dejarlo entre la fantasía y la realidad en un año que se conmemora a la vez su nacimiento y su muerte.
Sebastián Bustamante