Jorge Esmoris. Foto: Captura de pantalla entrevista en Uno x Uno.

Cuatro copas con agua esperaban a los invitados: Jorge Esmoris, José López Mercao, Silvia Novarese y Antonio Dabezies. En el Museo de la Memoria de los Desaparecidos (MUME), se organizó el pasado 17 de mayo la mesa redonda, “La risa no se rinde”, para reflexionar sobre el lugar del humor en tiempos de represión. Novarese y Dabezies faltaron a la cita, por lo que Elbio Ferrario, director del MUME, presentó a los restantes integrantes de la mesa.

El primero en hablar fue Esmoris, quien fundó el Teatro Joven y revolucionó el mundo de las murgas en 1983 con la creación de la Antimurga BCG. Fusionando esta disciplina con el teatro, los murguistas bajaban del escenario e interactuaban con la gente, de a poco se iban soltando las risas, recién salidas de dictadura. Esmoris definió al humor como “llorar al revés” y expresó, a través de distintas anécdotas, la importancia de utilizarlo como vehículo para llegar a las personas. En un tablado en el barrio de la Curva de Maroñas “había una cantina llamada Rincón del Whisky, y cuando hicimos el primer couplé desde allí nos gritaban ‘bo tupamaro, lo vamo’ a prender fuego, vayan a cobrar a Moscú’. Nosotros por dentro eramos gelatina pero por fuera hierro. Cuando emprendimos la retirada yo digo “caca”, hay silencio, una risita, digo caca y cada vez más risas. De la cantina nos llamaban: ‘vengan a tomar whisky con nosotros, tupas ’”, relató el humorista.

“El fútbol y la literatura eran fundamentales en el Penal de Libertad”, comenzó López Mercao, uno de los impulsores del Frente Estudiantil Revolucionario (FER). El militante fue víctima de la represión a sus 20 años, durante ese período circuló por varias cárceles. Se destacaba como humorista en las prisiones por los obituarios que escribía sobre sus compañeros cuando estos partían, “los terminás de leer con una risa o una sonrisa”, remató López Mercao. Compartió una anécdota de Punta de Rieles donde, con rayones de electricidad de la picana, apareció ante sus amigos, “se reían de mí y yo también. Eran los mecanismos que teníamos de esterilizar el dolor y transformarlo. A veces, del dolor a la risa, hay un corto tramo”, sostuvo. Sin embargo, destacó que el humor tenía sus límites “no íbamos a humorizar sobre un compañero que lo traían destrozado, tampoco frente a la muerte”.
Una de las formas en las que se manifestaba el sentido del humor era burlándose de los militares, contó López Mercao. En este sentido, una señora del público contó algunas de sus experiencias vinculadas al humor en prisión: “Estábamos juntando plata para la prótesis de una compañera, y como los milicos tenían todo controlado nos preguntaron: ‘y, ¿cómo van con la plata para la próstata?’ Ellos nos daban los elementos para reirnos”. También recordó que en 1974 hubo una gran censura y les quitaron desde la Biblia hasta los gráficos, pero dejaron pasar el libro de Mario Vargas Llosa, “Pantaleón y las visitadoras” , que trata de miembros del ejército que son atendidos por prostitutas. El asunto del libro es  “tal cual la situación que estábamos viviendo en sus manos, nunca entendimos cómo lo dejaron pasar”, agregó la señora.  Además contó que las oficiales mujeres también eran objeto de risa, “a los casilleros donde teníamos la ropa le llamábamos lockers y ellas no lo entendían, les daba una rabia que usaramos un lenguaje que no fuera el suyo”. Finalizó expresando la importancia de compartir todo entre las doce compañeras que dormían juntas en la celda,  desde las preocupaciones y dolores, hasta las sonrisas. En tiempos de dictadura, con el humor se trataba de construir otro mundo que nunca se alejaba del dolor, pero lo hacía más suave.

Elisa Romego

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