El origen del mate se remonta a las culturas indígenas de América del Sur, especialmente al pueblo guaraní, que utilizaba las hojas de yerba mate para preparar una infusión considerada sagrada. Esta bebida cumplía un rol ritual y también era usada como moneda de cambio. El mate se tomaba en recipientes hechos con calabazas (de ahí el nombre “mate”) y se bebía con bombillas de caña.
Con la llegada de los conquistadores españoles, la infusión comenzó a expandirse. Fascinados por sus efectos y su simbolismo adoptaron el hábito y lo difundieron en las regiones del Río de la Plata. Con el pasar del tiempo el mate se convirtió en una costumbre arraigada y compartida entre pueblos, adaptándose y transformándose sin perder su esencia.
Hoy el mate se prepara con hojas deshidratadas y molidas de la planta de yerba mate, a veces mezcladas con otras hierbas o sabores. En la actualidad existen versiones saborizadas con naranja, limón, coco o pomelo que buscan atraer nuevos públicos o aportar variedad al consumo tradicional.
En Uruguay y Argentina el mate es una de las bebidas más populares, también se mantiene su consumo en zonas de Paraguay y el sur de Brasil. Sin embargo, en Uruguay el vínculo con el mate adquiere un carácter particular: no es solo una bebida, sino un símbolo cultural, una costumbre profundamente arraigada, una compañía diaria. Forma parte de la identidad nacional. El mate está presente en la vida cotidiana desde que se comienza el día hasta la noche: se toma en oficinas, playas, ómnibus, centros estudiantiles, reuniones familiares o mientras se camina por la calle.
Un rasgo distintivo del consumo uruguayo es el uso del termo, una innovación local que permitió que el mate saliera del ámbito doméstico. A diferencia de la pava tradicional, el termo permite trasladar el agua caliente y tomar mate en movimiento, en cualquier espacio. En mayo de 2021 César Vega, ex diputado por el Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI), propuso la creación de una “Mesa Nacional de la Yerba Mate” y un “Consejo Asesor Yerbatero”, ambos bajo la órbita del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP). El objetivo de esta iniciativa era impulsar y consolidar el desarrollo de la producción, el procesamiento y la industrialización de la yerba mate en Uruguay. Vega comentó a Sala de Redacción que el uso del termo es una iniciativa cultural típicamente uruguaya: “Me da la impresión de que donde ha cambiado es en Argentina. Ellos antes nos tomaban el pelo porque éramos nosotros los únicos que habíamos adoptado culturalmente el termo”, argumentó. Así mismo destacó que en Uruguay se introdujo el uso de este recipiente como alternativa a la tradicional caldera, lo que permitió popularizar el consumo de mate en movimiento, una práctica que incluso ha sido reconocida a nivel internacional. No obstante, esta costumbre fue adoptada por los argentinos recién en los últimos años.
El antropólogo Daniel Vidart, fallecido en 2019, lo resumía con una frase que se volvió célebre: “En todos los tiempos fue el mate el que hizo la rueda y no la rueda la que trajo al mate”. Esa imagen sintetiza el carácter itinerante del mate en Uruguay, donde se ceba, se toma y se comparte. Si bien la pandemia de COVID-19 modificó temporalmente algunos hábitos colectivos (en especial el acto de pasar el mate de mano en mano), la costumbre persiste.
Tierra matera sin plantaciones
Según datos de la consultora IdRetail en una encuesta realizada en 2019, Uruguay es actualmente el país con mayor consumo de yerba mate per cápita del mundo. Se estima que en promedio, cada uruguayo consume alrededor de 10 kilos de este producto al año. Sin embargo, el dato que llama la atención es que Uruguay no tiene producción propia de yerba a escala industrial. La totalidad de lo que se consume es importado, principalmente desde Brasil y en menor medida desde Argentina.
“Nunca hubo en Uruguay la cultura de domesticar al árbol de yerba mate, como lo hizo el guaraní en Paraguay. Los árboles están en nuestro país en estado salvaje, reproduciéndose como pueden”, explicó Vega. Si bien existen ejemplares silvestres de yerba mate en el territorio uruguayo (particularmente en zonas de quebradas del norte y noreste del país, donde la vegetación nativa y la humedad crean un microclima favorable), estos no han sido base de una industria productiva sostenida.
En lugares como la Quebrada de los Cuervos, por ejemplo, algunas organizaciones no gubernamentales han impulsado pequeñas iniciativas para cultivar yerba mate y desarrollar un modelo artesanal de producción. Allí los árboles silvestres reciben cuidados mínimos pero constantes, como el acceso al agua o el control de la sombra y competencia vegetal, que permiten su crecimiento en condiciones similares a las que requiere la planta en estado natural.
El problema principal es el clima. La yerba mate necesita condiciones tropicales: suelos húmedos, calor constante y ausencia de heladas. En la mayoría del territorio uruguayo, estas características no se dan de forma estable. Sin embargo, el cambio climático podría estar modificando ese panorama. Pablo Speranza, docente y decano de la Facultad de Agronomía de la Udelar, explicó a Sala de Redacción que en ciertas quebradas del país aún se conservan condiciones similares a las que históricamente caracterizaron a la región. “Cuando el clima es más cálido, esas especies sí pueden crecer en Uruguay; de hecho, salen de las quebradas y crecen en buenas condiciones”, indicó. El docente mencionó que esas áreas tienen un clima singular, comparable al de épocas pasadas cuando la región ya experimentaba temperaturas elevadas como las actuales.
Speranza también indicó que la legislación forestal actual podría jugar un rol importante en este proceso y repercute en cómo se cuidan los suelos y paisajes que en el futuro podrían albergar este tipo de plantaciones: “en Uruguay toda la protección forestal certificada ambientalmente cumple con una cantidad de normas. Entre ellas, la obligación de dejar refugios de flora y fauna en determinados lugares”.
No obstante, el desarrollo de una industria yerbatera uruguaya sigue siendo improbable en el corto plazo. Si bien ha habido intentos de producción en zonas con microclimas adecuados, fuera de esos ambientes los árboles no se han adaptado bien y los proyectos no han logrado sostenerse en el tiempo. “Habría que hacer muchas modificaciones del ambiente para que crezca. Y especulamos que la yerba de industria uruguaya podría ser mucho más cara que la que se produce en la región”, concluyó Speranza.