Recientemente el senador cabildante Guillermo Domenech dijo en un mitin político de su partido que quería “ver jóvenes derramando virilidad y mujeres derramando fertilidad”. La noticia se propagó en distintos medios casi de inmediato con reacciones diversas. Más allá de los contenidos de esas declaraciones, esta polémica provocó volver a poner en el centro de la discusión al género.
A partir de la cuarta ola del feminismo el género se transformó en tema de agenda tanto pública como mediática. Las denuncias masivas del movimiento #MeToo en 2017 o, más cercana geograficamente, el colectivo Ni una Menos y la militancia de miles de mujeres argentinas por la legalización del aborto a lo largo de 2018 fueron, por un lado, síntomas de algunos cambios y cuestionamientos que se realizaron al interior de la sociedad y por otro, un acercamiento de estas problemáticas a personas que quizá aún no habían encontrado las palabras para expresar su descontento o que simplemente no eran conscientes de esos abusos y desigualdades. Pero, además de problematizar el lugar de la mujer, también existió un reclamo hacia los hombres a que se piensen y cuestionen sus lugares de privilegio y dominación.
Para Ruben Campero, psicólogo y sexólogo uruguayo, hoy en día “el cuestionamiento a la masculinidad del varón es mucho más doloroso que la de la mujer” quienes “nos han aventajado cien años, como mínimo”. En diálogo con Sala de Redacción (SdR) el psicólogo señaló que es un proceso al cual “se han visto arrojados los hombres” a partir de los cuestionamientos del feminismo pero que “cuesta y da mucho miedo”.
Por otra parte, Karina González, profesora de Derecho y Sociología e integrante del colectivo Feministas organizadas de la costa, dijo a SdR que “el hecho de que se esté hablando de estas temáticas es un avance a nivel cultural y social y un síntoma del cambio”. Además, observó que “desde los varones que no performan una masculinidad hegemónica se comenzaron a generar movimientos que buscan cambiar esos patrones de opresión y estereotipos que son injustos y que generan desigualdad”. Sin embargo, el cambio “no se dará de forma homogénea y masiva”, agregó. Para esto, piensa que “el rol del Estado es fundamental en la generación de políticas públicas con perspectiva de género, además de proteger y reforzar la dañada ley de violencia basada en género”. En última instancia, de lo que se trata para la profesora es de “hacer una sociedad y un mundo más habitable para todas las personas”.
Campero señaló que “en la actualidad se habla de masculinidad hegemónica para dar cuenta de la victoria de una forma de ser masculino que se impuso como la única y por consiguiente de la existencia de otras formas de masculinidad”. Esta forma lejos de estar ligada a una esencia inmutable y natural, “es el resultado de procesos históricos y sociopolíticos que la llevaron a erigirse como hegemonía”. Una forma concreta y hegemónica de ser hombre es “el resultado del proyecto civilizatorio moderno”. “El hombre fuerte de la fábrica, por nombrar una forma histórica que gozó de hegemonía en un momento determinado, es un estereotipo que ha ido perdiendo vigencia porque era propio del capitalismo industrial”, sentenció. A su vez, “no es lo mismo hablar de la masculinidad hegemónica en un país árabe que en un país occidental o europeo”.
Un camino hacia la masculinidad
La construcción de lo masculino se da a través de un proceso de “socialización masculinizante”: una serie de valores y mandatos, que difieren según el momento histórico y de la sociedad en particular, de los que el varón “tiene que dar muestras muy tempranas de asunción a esas prerrogativas”. Esto se da a través de ciertos rituales de pasaje que el niño tiene que hacer para asegurarse que “los riesgos feminizantes no se concreten”, señaló Campero. Es que, según explica el psicólogo, la socialización masculina “tiene una característica bien marcada”, la de estar más preocupada por demostrar que no se es algo antes que afirmar una identidad. Los rituales, por su parte, tienen como objetivo “antes que la afirmación de una identidad, la diferenciación de otras”. No consisten en probar que se es algo sino que no se es. “El ser algo aparece por añadidura”, aclaró. Esos “fantasmas” que acechan la masculinidad y que la definen en tanto se diferencia de ellas son tres: las mujeres, los homosexuales y los niños. Entonces, la masculinidad “no es algo dado, con lo que se nace, sino que está a riesgo de perderse en la medida en que uno no la reafirma y se diferencia continuamente”, concluyó.
Por este motivo, para González los aspectos urgentes a tratar recaen sobre el sistema educativo. No niega la importancia de la educación en la familia pero cree que “las instituciones educativas tienen que hacer una enseñanza disruptiva con los mandatos de género tradicionales que se imponen a través de ellas”. Desde la infancia se supone que hay actividades y espacios que son propios de niñas o de niños que limitan el acceso, las posibilidades y del desarrollo de esas infancias. La “desnaturalización de ciertas nociones y prácticas” que recaen sobre los niños, niñas y adolescentes son “tareas urgentes para el sistema educativo”.
Juego de roles
El criterio de sentido común para definir qué género será asignado a un feto en una ecografía son los genitales que posee, sin embargo, esto se puso en cuestión a partir de la distinción entre entre sexo y género: el sexo son los rasgos biológicos de la persona mientras que el género es la identidad socialmente construida a través de distintas prácticas que asignan arbitrariamente actividades, lenguajes, estéticas distintas para ambos géneros. Para Campero si bien la biología condiciona “no es suficiente para constituir una identidad”. Lo biológico influye en muchos niveles: el genético, hormonal, anatómico y fisiológico pero “se experimenta en un entorno cultural que tiene al lenguaje que media por él y es la única herramienta del orden simbólico que contamos los homo sapiens para interpretar las cosas”. Por lo tanto, la relación entre biología y cultura no pueden ser separadas. “Son un binomio que una es gracias a la otra”, explicó el sexólogo. Entonces “tener un pene no es un hecho biológico simple sino es el resultado de un proceso biocultural”.
A la vez que impone y exige, la masculinidad posiciona a los varones en un lugar de dominación y privilegio. Campero señaló que uno de esos espacios es el del permiso social para que “la masculinidad piense para sí misma y no en los demás mientras que a las mujeres se les exige empatía y cuidado”. El hombre no cuida sino que provee y “eso se distingue mucho del cuidado porque no proviene necesariamente del deseo de dar sino que es un placer narcisista en tanto el hombre se siente importante y valioso porque está dando”.
El privilegio para González es internalizado por todos los varones, pero ejercido de forma distinta según las vivencias de cada uno. Es decir, no hay una relación de necesidad entre poseer esos privilegios y el hecho de ejercerlos. Y, como nadie nace siendo un macho alfa, para la feminista la educación con lentes de género “es disruptiva para cuestionar la naturalización de esos privilegios y para la consciencia de que los propios varones también sufren las consecuencias del sistema patriarcal y la violencia también recae sobre ellos”. De lo que se trata es de “cuestionar la obligatoriedad de la masculinidad hegemónica”.
Violencias masculinas
La tasa de suicidios en el Uruguay ha sufrido un ascenso continuo desde la década de los 90 y hoy se ubica como la más alta de los países sudamericanos, con 23 suicidios cada 100.000 habitantes. Según datos elaborados por el Departamento de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud Pública (MSP) en 2023 se produjeron 754, lo que representó una baja respecto al año anterior. Sin embargo, hay una estadística que no cambia: de ese número total, el 75% fue cometido por hombres. Por otro lado, según datos de la Unidad Nacional de Seguridad Vial (UNASEV) de 2022, 8 de cada 10 fallecidos en accidentes de tránsito son hombres. Si bien estos son fenómenos multicausales, Campero identificó ciertos mandatos o expectativas propias de la masculinidad como “el vínculo que desarrollan con sus cuerpos, la represión de sus emociones, la negación de su vulnerabilidad y una omnipotencia patológica que los hace creer que ‘pueden todo’, varias de ellas se pueden vislumbrar como las causas de este tipo de tragedias”.
Por un lado, Campero explicó que existe una negación del cuerpo, porque “es algo que no se puede instrumentalizar”. Esto está vinculado con “una lógica de negación de los límites del cuerpo” que los hace pisar el acelerador “a todo lo que da”. Se genera “una omnipotencia patológica propia de la adolescencia, que se continúa en los mandatos de la masculinidad”. Pero la negación no se queda solo en el cuerpo sino que “las emociones también son rechazadas por ser asociadas con lo femenino o lo infantil”. Según reflexionó el psicólogo esto tiene consecuencias, ya que se deprimen y no saben cómo procesarlo, porque “no está dentro de los elementos que la sociedad les brinda, el hecho de que pueda llorar y mostrar su vulnerabilidad”.
Más allá del daño que se puedan causar a sí mismos, para la docente es importante visualizar que “hay mujeres que mueren en manos de hombres que cometen, al decir de Rita Segato, crímenes de poder”. La masculinidad perpetúa “relaciones de asimetría entre los géneros donde son los varones los que ostentan el poder de fuerza, patrimonial, económico”. De este modo, observó la profesora, se generan nociones o ideas de posesión que se dejan ver a través de distintas expresiones como “la maté porque era mía” o “sos mía o no sos de nadie”. Para evitar estas situaciones, explicó que “es necesario formar masculinidades que sepan resolver conflictos sin violencia, a través del diálogo”.