Los inmigrantes rusos llegaron con el sueño de encontrar la tierra prometida. Con promesas de libertad aportes de nuevos conocimientos que expandieron la cultura nacional y con una rica historia, 109 años atrás se consolidaba San Javier, un pueblo de inmigrantes rusos que trabaja por mantener sus raíces.

Durante el fin de semana se realizaron los festejos por el aniversario de su fundación, con las calles del pueblo repletas de visitantes durante todo el día. El predio tuvo un escenario principal para los artistas y muchos puestos de artesanías, gastronómicos y de comercio. “Es algo que siempre esperamos, es una oportunidad maravillosa para que nosotros podamos mostrar nuestras costumbres”, dijo Mario Beztrukov, uno de los vecinos del pueblo. El día acompañó, hubo un sol radiante durante toda la tarde y la compañía de la música en vivo hizo la jornada más amena.

Desde el municipio han trabajado firmemente con el objetivo de dejar en la memoria colectiva del pueblo todas las costumbres y, de esa forma, mantener vivas las raíces, ya sea a través de celebraciones, pequeños encuentros comunales o fiestas de mayor escala como ocurre en cada aniversario. El alcalde de San Javier, Washington Laco, dijo en conferencia de prensa que trabajar para mantener viva la esencia del pueblo es uno de sus grandes objetivos. Asimismo, mostró su felicidad por el éxito de los últimos festejos y remarcó la gran concurrencia de personas.

Un poco de historia

San Javier se ubica en el noreste del departamento de Río Negro, sobre la costa del Río Uruguay. Tiene una población cercana a los dos mil habitantes, y trabaja continuamente para honrar a sus fundadores y transmitir el significado del pueblo a las nuevas generaciones. Según cuentan los historiadores, el pueblo atravesó un proceso fundacional extenso, que requirió de varios pedidos al gobierno nacional para ocupar esas tierras. 

La colonia se originó con la llegada de una oleada de personas desde Rusia, que se reunían por convicciones religiosas. Este grupo profesaba el nuevo Israel, una religión que a principios del siglo XX fue perseguida por la iglesia ortodoxa, con el aval del zarismo. El líder de este grupo, Basilio Lubkov, comenzó a buscar países a los que pudiera llevar a su gente para trabajar, vivir libremente y tener una vida pacífica. Los contactos con el gobierno uruguayo fueron exitosos y desembarcaron en Montevideo durante los primeros meses de 1913, para luego, mediante buques de la Armada, ser trasladados al que sería su nuevo hogar. 

Para el 109 aniversario, en memoria de aquellos que llegaron a poblar esas tierras, el municipio de San Javier inauguró el Museo de los Inmigrantes, un amplio espacio repleto de documentos, herramientas de construcción, utensilios artesanales, entre otros recuerdos. El museo no solo funciona como puente a la memoria y la honra de los fundadores, también se ubica en un lugar emblemático: la cooperativa en la que tanto tiempo fue un centro de comercio en el pueblo. 

En conversación con Sala de Redacción, Leonardo Martínez, referente de turismo de San Javier para la Intendencia de Río Negro, contó que los primeros inmigrantes llegaron a una fracción de los campos de José Espalter, donde luego se establecieron para generar “la primera aldea de colonos rusos”. Espalter fue un político del Partido Colorado que ofició como legislador, y ministro. En este último rol tuvo un papel fundamental en la fundación de San Javier. Espalter fue quien escuchó los pedidos del grupo de inmigrantes y ofreció al gobierno sus tierras en el departamento de Río Negro para alojarlos. “En este proceso se hicieron las primeras construcciones colectivas, como los galpones de piedra, el molino harinero y aceitero. Asimismo, fueron construyendo el ‘amanzanamiento’ del pueblo. Los primeros solares los definió Lubkov”, explicó Martinez, y agregó que años después llegó la división oficial de las parcelas, a cargo de ingenieros agrimensores. 

“En 1914 le compraron esa fracción a Adelina Espalter y el líder, Basilio Lubkov, pasó a vivir en el casco del campo, lo que hoy se conoce como Casa Blanco. Desde allí comenzó a organizar el pueblo a los alrededores”, contó Martínez, quien no solo forma parte del municipio, sino que también es un gran entusiasta de la historia del pueblo al que llegaron sus abuelos. Además, es de las personas que más han trabajado para mantener viva su cultura.

Expansión cultural

“La primera institución cultural que llega al pueblo es la escuela. Pasa a convertirse en un eje fundamental para la colonia, porque logra vincular todas las familias de la zona”, contó Martínez. Además, explicó que la institución educativa no solo funcionó como centro de enseñanza para los más chicos, sino que fue un lugar de unión y aprendizaje para todas las personas. Algunos libros cuentan que Lubkov vio la necesidad de aprender el español para insertar a su gente en la sociedad. Lo curioso es que en esta escuela nunca se enseñó en idioma ruso, pues las maestras desconocían el idioma. Esto marcó un hito importante, ya que generación tras generación su uso se fue perdiendo.

Uno de los aportes más grandes que hizo el grupo liderado por Lubkov fue a nivel de la agricultura, con la introducción de la semilla de girasol, industria desconocida para nuestro país en aquel entonces. Según contó Martínez, desde el gobierno se enviaban trabajadores del campo para aprender las técnicas de los inmigrantes: “El criollo, al menos del noreste del país, aprendió a trabajar la tierra gracias a los rusos”. En la actualidad, el pueblo celebra la fiesta del girasol, una festividad durante la Semana de Turismo en la que hay espectáculos, puestos con platos típicos de la cultura rusa como el shashlik, los varéniki o el pirog, así como homenajes a los fundadores del pueblo.

Otro aspecto clave que se repite en las celebraciones son las muestras artísticas en el Centro Cultural Máximo Gorki. Allí se hizo una presentación por parte del grupo Kalinka, que todos los años deslumbra con danzas rusas para centenares de espectadores. Este grupo es el motor de transmisión cultural intergeneracional por excelencia en la zona. En un pueblo en el que la mayoría de los jóvenes emigran a ciudades con más oportunidades de estudio y trabajo, la danza mantiene ese lazo inquebrantable con la cultura.

Una mancha difícil de borrar

En la historia de San Javier hay un punto de inflexión: la tortura y asesinato del doctor Vladimir Roslik por fuerzas militares. El caso sucedió en el final de la dictadura cívico-militar, específicamente en 1984. El 15 de abril de 1984, Roslik fue secuestrado en su casa en San Javier, acusado de trabajar en un “complot” comunista y de haber ingresado armas provenientes de la Unión Soviética. Junto a otras seis personas, el médico fue trasladado al Batallón de Infantería N°9 de Fray Bentos. Un día después, falleció a causa de las torturas sufridas durante los interrogatorios. El informe médico de la unidad militar declaró que la muerte fue por causas naturales; un paro cardíaco, más precisamente. Pero la autopsia solicitada por la familia días después develó que fue una muerte violenta. El caso de Roslik se considera “la última muerte de la dictadura” y hasta hoy es una causa abierta, por lo que sigue impune. 

La dictadura fue especialmente dura para los habitantes de San Javier, ya que parte de su gente fue perseguida, encarcelada y torturada. Durante esos años, los habitantes del pueblo tuvieron mucho miedo y vivieron bajo la lupa de las Fuerzas Armadas, ya que existía la constante sospecha de subversión por el simple hecho de ser rusos. “Ese fue el despegue del pueblo, se comenzó a conocer su nombre, aunque fue con una triste y lamentable historia”, contó Martínez. “Fue un hito que marcó un antes y un después en cuanto a la importancia, trascendencia, y visibilidad de nuestro pueblo”, finalizó. Fueron momentos oscuros, que la comunidad intenta sobrellevar. Las nuevas generaciones buscan, por medio de la honra y el recuerdo, superar esa etapa, pero sin olvidar lo ocurrido.

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