“Cada vez menos personas”, fue el comentario más reiterado sobre la concurrencia al cementerio a recordar a los difuntos. Dicha tradición parece estar cerca de desaparecer en Uruguay, incluso los 2 de noviembre, Día de los difuntos y feriado en el que se estila visitar a un ser querido que ya ha muerto. 

Las pocas personas que decidieron ir a visitar a sus allegados en el Cementerio del Buceo el 2 de noviembre de este año tenían un factor en común: la edad. Principalmente eran adultos mayores quienes concurrieron, algunos lo hicieron por unos minutos, otros por unas horas. Pocos querían comentar lo que estaban transitando y conectaban desde el silencio, el único sonido que se escuchaba continuamente era el de los pájaros. 

El olor dependía de por dónde se camine. Aquellas tumbas y panteones que habían sido visitadas recientemente olían a flores frescas, pero las que habían sido olvidadas por sus familiares olían a flores podridas.

El ambiente iluminado cambiaba al llegar a un cuarto lleno de urnas. Allí todo se volvió frío y triste. Adentro había decenas de cajas de diferentes tamaños y color, sin un orden establecido, como si no se acordaran más de ellas. La mayoría tenían carteles de amor, fotos o cartas escritas a mano. Pero el abandono era total, en un ambiente también descuidado: humedad en el techo y los cimientos, moscas por las flores a punto de descomponerse, baños clausurados y, si algo le faltaba, personas muertas. 

Un camino de señales 

Luego de recorrer más de la mitad del cementerio y al observar diferentes nichos, urnas, y panteones, todo era un poco más de lo mismo, pero había un panteón que vivía este día de una manera diferente: risas, abrazos, y una gran cantidad de flores. Era el de la familia Peluffo; la decoración estuvo a cargo de una nieta hacia su abuela, que había fallecido hacía un año.

“A la abuela le gustaban mucho las flores, trato de traerle siempre”, señaló Estefanía Peluffo. Cada vez que pisa el Cementerio del Buceo siente que está más cerca de su abuela y que va a pasar un ratito con ella, con su persona favorita. Lleva el mate y escribe, e incluso le escribe cartas a su abuela y se las entierra en la arena.

Con ella se encontraba su novio, Matías, y Adriana Oliveri, que también había enterrado a su hermano y su padre en ese panteón, pero nunca se había cruzado con Estefanía ni sabía de su existencia. 

Cuando Estefanía empezó a hablar de su abuela, comenzó por su nombre: Marta Isabel Méndez, esposa de Julio Peluffo. Rápidamente, Olivieri la miró con cara de asombro y le preguntó si en verdad su abuela se llamaba así, porque su mamá se llamaba igual. Estefanía aseguró que esto fue una señal de su abuela.

Estefania y su novio están pensando en irse a vivir a Europa. Siempre soñó con ir a Italia, de donde son los Peluffo, pero nunca se animó a ir, porque siente que si va, no volverá más. Alejandra vive en Italia y en ese panteón están enterrados su papá y su hermano, que murió en 2014 a causa de un cáncer. “Hoy no iba a venir, iba a venir en otro momento en el que no hubiera tanta gente. Pero hoy podía venir sola y pensé que era mejor, así hablo con ellos”, explicó Adriana señalando la tumba. 

“Cuando uno está abierto a las señales, nunca paran de aparecer”, comentó Marcos por toda la situación que estaba transcurriendo, que para Estefanía fue el impulso que le faltaba para tomar la decisión de emprender el viaje. 

Al continuar la conversación, Alejandra les preguntó su edad. Estefanía respondió que tiene 35, pero a veces se equivoca y dice un año menos, porque recién los acababa de cumplir: el 10 de octubre. Alejandra, paralizada y sorprendida, dijo que también cumple en esa fecha. “Te juro que me erizo”, dijo antes de que ambas se mostraran las cédulas para corroborar sus fechas de nacimiento. 

Estefanía sostuvo que nunca deja de recibir señales de su abuela Marta y que, desde que llegó al cementerio, la sintió reírse, la percibió contenta y feliz por todas las flores que le trajo.

-¡Abuela!, gritó Estefanía, haciéndola responsable por las cosas que estaban ocurriendo 

Estefanía Peluffo, Cementerio del Buceo. Foto: Sofía Sánchez

A la espera

En la puerta del cementerio se encontraban solo dos puestos con grandes cantidades de flores de todo tipo y color. El tema de conversación entre los vendedores era que no habían vendido nada. Al consultarles cómo venía su día, solo se escucharon comentarios como “chato”, “nada” o “esperábamos más gente” como respuesta. La dueña de uno de los puestos de flores comentó que ella está de forma permanente frente al cementerio del Buceo y el negocio “va en caída libre”. “No hay nadie. Antes acá venía mucha gente, un poco tiene que ver con que solo viene la gente mayor y que, año a año, son menos”, completó.

El mismo pensamiento es compartido por Yoselín Correa, una mujer de 35 años que hace limpiezas dentro del cementerio. “Está muy quieto comparado a otros años. Antes de la pandemia era mucha más gente la que venía”, opinó. Desde su mirada, el trabajo se ha puesto complicado porque la gente se acuerda muy poco, por lo que su trabajo se ha reducido. Su tarea consiste en limpiar, barrer y baldear los nichos y urnas a voluntad.

Su abuela fue la primera de la familia que empezó a trabajar en el cementerio del Buceo; después lo hizo su madre y por último ella. “Ahora vengo yo, porque estoy desempleada. Hace unos años, un 2 de noviembre estaba lleno y la plata era distinta. Nosotras hacíamos 5.000 pesos, hoy por hoy… capaz que 1.500 pesos como mucho”, expresó. Por último, planteó su preocupación para los próximos años. Cree que con el correr del tiempo va a ser todavía menos la cantidad de gente que pise un cementerio.

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