“Me bajaba continuamente de los ómnibus porque me parecía que lo veía y corría a buscarlo”, recuerda Carmen con dolor aquel mayo del 72. En ese momento desconocía el paradero de su compañero de vida Donato, a quien habían detenido por su asociación al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.

A pocos días de mudarse de su chacra, nos reciben cálidamente en un hogar que con los años y la partida de sus hijos les ha quedado grande. La pareja de militantes y ex presos políticos, sentados uno al lado del otro, rememoran lo que fue la época más oscura de sus vidas. 

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En el año 69, siendo parte del sindicato de medicina, Carmen asistió a una manifestación por la libertad de Marrero. A Donato lo habían encerrado tres meses y medio por una de sus actividades sindicales. Tiempo después, con él ya en libertad, coincidieron en otra movilización. Carmen cuenta que ese día su pareja de entonces le dijo: “vamos a conocerlo, es una persona que te va a caer muy bien”. Ambos se ríen de la ironía. 

La primera impresión que Carmen tuvo de Donato fue que era diferente al resto de los estudiantes. Recuerda que extrañamente usaba zapatos acordonados en vez de mocasines. Al compartir militancia se acercaron poco a poco, pero con la noción de que se estaban metiendo en algo que tal vez les costaría la vida y con ella, el miedo a enamorarse y hacerse daño.

No vine a traer la paz, sino la espada,

la espada que separa lo justo de lo injusto.

Ese fue el texto que eligieron para el día de su boda el 12 de noviembre de 1970, quizás no existía otro que los definiera mejor como pareja. Carmen entró a la iglesia con guitarras sonando y con una minifalda en vez de un vestido de novia, unidos por un cura revolucionario en un casamiento en el que los personajes más conservadores de la parroquia se retiraron indignados.

“Teníamos vocación de salvadores, creíamos que íbamos a salvar al mundo”, rememora Carmen. Inmersos dentro de su lucha, vivían aceleradamente con la impresión de que la vida podía terminarse en cualquier momento. A este ritmo intenso se pusieron de novios en marzo, en noviembre ya estaban casados y antes de los dos años de matrimonio nació su primogénita Laura.

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Donato fue el primero de los dos en caer el 19 de mayo de 1972, al otro día de la muerte de los cuatro soldados. Carmen recuerda que hablaron sobre ese episodio en las últimas conversaciones que tuvieron antes de la detención: 

—¿Eso es nuestro? (en referencia a las muertes de ese día) —, le preguntó un tanto sorprendida.
—Creo que sí —, respondió él con tristeza.

No sabe cuánto tiempo estuvo detenido en la peluquería del cuartel -que transitoriamente utilizaban como celda- ya que allí la noción del tiempo era diferente y todo parecía más largo. Lo que sí recuerda vívidamente fueron las noches de insomnio escuchando las torturas interminables hacia sus compañeros del otro lado de la pared, aunque su situación no era distinta.

Una vez lo llevaron a identificar locales del MLN y él los condujo a “pura cosa trucha”. Se acuerda que al volver al cuartel estaban malísimos y le dieron una “señora paliza”. Parece que uno de ellos notó que Donato respiraba mal y lo llevaron al hospital, donde permaneció dos o tres días.

“El dolor de la tortura te atormenta, en un momento pasas un umbral de fatiga propia en el que no tenés capacidad de reacción y te quedas como atolondrado”, se sincera frotando nerviosamente las manos.

Su tiempo en prisión estuvo marcado por la soledad. Vivió durante años en celdas aisladas sin la posibilidad de hablar con nadie excepto en los recreos de media hora, aunque en realidad eran escasos porque la mayoría del tiempo los suspendían. En medio de ese dolor, comenzó a pintar para pasar las horas y encontró en los colores una vocación que lo terminaría acompañando el resto de su vida. 

Donato se para y nos muestra animado los cuadros que creó en esos tiempos y que aún permanecen colgados en las paredes de su casa.

Carmen estuvo meses sin saber nada de su esposo antes de poder ubicarlo y confirmar que estaba vivo. Cuando lo encuentra, le llega una carta de él que parecía una despedida y recurre a su madre: “Mamá me parece que Donato se va a matar”. Ramon Trabal, el entonces jefe de inteligencia del ejército, facilitó el reencuentro entre ellos a pedido de su prima, la madre de Carmen, porque el padre de su nieta no podía morir. Allí, Donato le confiesa a Carmen que la idea de terminar con su vida pasaba por su cabeza y ella le pide que resista.

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—A partir de este momento deja de ser Carmen Beramendi, usted pasa a ser el número 084-, fue lo primero que escuchó al entrar a la cárcel.

El 3 de octubre del 72 Carmen es detenida por el teniente Manuel Cordero e interrogada por José Gavazzo. Una vez en el cuartel, desnuda y atada a la tabla, la tortura iba a comenzar. Paralizada por el miedo, escuchó una voz de afuera que ordenaba parar. 

Los torturadores, indignados, no quisieron acatar la orden e iniciaron lo que ahora sabe fue un simulacro de fusilamiento. Carmen creyó que la iban a matar y en su cabeza solo estaban Laura y su madre. “Es el hijo de puta de Trabal”, dijo uno de ellos y Carmen supo que, de alguna manera, estaba protegida.

Su experiencia en prisión fue distinta a la que vivió Donato estando solo. Los primeros dos años de cárcel los compartió con Laura y con otras 30 madres y sus bebés. Aunque los suicidios y los momentos difíciles no eran ajenos, ellas fueron una gran red de contención para sobrellevar la crueldad cotidiana. 

Carmen recuerda el 2 de septiembre de 1974 como el día más largo de su vida. Con sus ojos claros que han vivido mucho, recuerda el día de la separación con su hija. Al enterarse de la partida de sus hijos, las madres hicieron una ronda para jugar y cantar con ellos por última vez. Fue un momento “tan conmovedor” que hasta algún soldado lloró.

Laura ya tenía dos años y ocho meses, fue la última en despedirse. Permaneció viviendo con sus abuelos y visitando periódicamente a su madre hasta que obtuvo la libertad. 

Carmen, aún cargada de dolor, cataloga este suceso como el día del desgarro y recuerda a Laura pequeña diciendo una y otra vez: 

—Otra mamá que llora.

En los días posteriores a Carmen le dolió el cuerpo entero por no tenerla cerca. Tenía que encontrar nuevas maneras de conservar el lazo madre e hija. En esa época, la Pantera Rosa era el furor entre los niños y para que las presas tuvieran tema de conversación con sus hijos, el soldado Reyes les contaba los episodios en detalle, incluso imitando a la pantera. Inevitablemente, la convivencia estrechó su vínculo con algunos soldados.

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En la cárcel de mujeres tenían una especie de ensañamiento con la relación de Donato y Carmen y por eso intentaron cultivar en ella una imagen negativa de su esposo hasta el día que salió. Carmen pasó mucho tiempo enojada con Donato dentro de la cárcel porque le contaban mentiras sobre él y le ocultaban sus cartas.

“Pobre mamá, le hace creer que me escribe”, pensaba Carmen cada vez que su madre lo defendía en las visitas. Su suegra, con la que siempre tuvo un vínculo estrecho, fue un “puente de plata” entre ellos, define Donato. 

En un intento de acortar las distancias, la pareja buscaba maneras de demostrarle al otro que aún seguían queriéndose, dedicando muchas horas en regalos hechos especialmente con sus manos. En una ocasión, Carmen le tejió un rompevientos de lana marrón que Donato hasta el día de hoy conserva. La madre de Carmen les hacía llegar los regalos que se enviaban el uno al otro.

Al día de hoy y con la mudanza reflotaron muchas cartas archivadas de esos años. Carmen las desperdiga sobre la mesa que tenemos enfrente y ambos comienzan a leerlas, algunas en voz alta y otras para sus adentros. Son muy afectivas porque, según nos dicen, trataban de rescatar cosas lindas para contarse. En algunas describen pequeños pedacitos de cielo que lograban vislumbrar desde sus celdas, el verde del afuera, la luz del sol y haber visto alguna lucecita prendida con la que se imaginaron algo. 

“Tratabas de volcar mucha emoción y de transformarla en una poesía, fruto del estado emocional que te generaba y de la necesidad de que le llegara algo”, revive Donato. El sentarse a escribir era el único momento especial en dónde se permitían conectar con sus emociones. Era tan grande el estado de angustia que les generaba que resolver la carta se tornaba difícil y por esto demoraban varios días en escribirla. 

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Aunque los años de cárcel fueron duros, ambos a su manera y sin saber cómo supieron resistir, con un horizonte que por momentos parecía demasiado lejano pero que nunca dejaron de anhelar. 

El recuerdo de un domingo caminando con Laura chiquita bajo el sol fue para Donato como el estribillo de una canción dentro de la cárcel. Esa imagen aparecía periódicamente y lo mantenía de pie para no dejarse ganar por la locura; no podía permitir que el padre de Laura fuera “un tipo rayado” o marcado por resentimientos.

“De aquí no se va nadie carajo/ antes hay que desenredar este entuerto/ pero hay que desenredarlo entre todas y hacerlo con alegría”-, se leía en un cartel bordado en la cárcel de mujeres.

La lucha por la felicidad fue algo que marcó desde un principio la estadía de Carmen. Allí la consigna era hacer todo con alegría y como si fuera lo más importante del mundo. Ese pensamiento fue como un ordenador en su vida.

En los años más crudos del penal, a los presos no los dejaban poner nada de color en las celdas. La angustia de Donato crecía cada vez más y la necesidad por evitar el gris se volvió inaguantable. Narra orgulloso un día que agarró todas las cosas de color que tenía y las puso arriba de su cama como si fuera una exhibición de arte. Después pegó con jabón recortes de revistas en las paredes y llenó la celda de colores. 

Se ganó una sanción pero no importó. Por un momento, en ese lugar tan oscuro volvió a sentirse como él mismo y los colores pasaron a ser el dos de la muestra para jugar ahí adentro.

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Con la llegada del 79 y luego de siete años encarcelada, su madre le dijo que finalmente podría obtener la libertad. Desde la barraca en la que estaban con el resto de compañeras se veía el lugar donde las presas se reencontraban con sus familiares. Para saber si Carmen realmente se iba a su casa, le pidieron que diera dos vueltas con Laura alrededor de un mástil que había allí.

—Decile a la 084 que se va retenida a Paso de los Toros —escuchó Carmen al pasar y sus ilusiones de volver a casa se derrumbaron. 

La dejaron en un calabozo, no sabía a dónde iba ni qué le esperaba y tuvo un pico de presión que la hizo vomitar toda la noche. No podía dejar de imaginar la desilusión de sus padres y su hija que iban a estar esperándola sin verla llegar. 

—No sea boba, está su familia esperando allí, ya se va —le revela Silveira. ¿Qué es lo primero que va a hacer?

—Abrazar a mi hija.

—Divorciarse de ese hijo de puta, eso es lo primero que usted tiene que hacer, no se olvide.

Carmen salió y vio de lejos a sus padres y a su hija, que corría a su encuentro. Se abrazaron y con Laura ya a upa, dio las prometidas vueltas alrededor del mástil. Carmen no escuchó nada en ese momento, pero parece que sus compañeras hicieron un gran escándalo en el celdario y las sancionaron a todas, pero no importaba, Carmen volvía a casa. Entró de 22 y salió de 29. Ese mismo día le enseñó a andar en bici a Laura.

Decidida a armar el mundo con su hija lo antes posible, trabajó muchas horas para lograr independencia económica y vivir sola. Sin embargo, retomar la maternidad fue difícil y generó algún que otro encontronazo con su madre, quien hasta ahora había criado a Laura y era su figura materna.

En el proceso de reconstruir su vida, encontró una vivienda frente al Prado con mucho verde alrededor y le pareció el lugar ideal donde esperar a Donato. Mientras tanto, llevaba a Laura a clases de pintura y de piano para compartir nuevas vivencias juntas, se integró al partido comunista y siguió visitando a Donato hasta su salida.

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En las calles se oía que la amnistía estaba en camino, la salida de los últimos presos políticos era inminente. Carmen había pintado su casa y hecho almohadones nuevos. El 19 de diciembre de 1984 supo que él volvía a casa.

“Yo había visto salir a otros y lo único que sabía era que tenías que salir caminando y saludar con una mano pal’ penal”, reconoce Donato. Sin muchas certezas, salió casi que exclusivamente con Carmen y Laura “en la cabeza y en el corazón”. A partir de ese momento, ya no importaba nada más, había logrado resistir. Su condena inicial fue de nueve años, pero terminó encerrado 12.

De nuevo en el living de su casa, Carmen saca una caja repleta de fotos y encuentra un álbum con un rótulo que dice “Salida de papá en libertad”. Se quedan contemplando las fotos de lo que fue un día rodeados de amigos y compañeros, pero sobre todo en familia.

Pese a la idealización que tenía la gente de afuera sobre este matrimonio, el reencuentro no fue sencillo, tenían que empezar de cero. Carmen tenía varios relatos a su alrededor de mujeres que, al salir antes de la cárcel, habían reconstruido su vida y se habían llevado una gran decepción al reencontrarse con su pareja. “Estoy enamorada de un hombre que desde hace 14 años no sé cómo es, vamos a ver qué hacemos con esto”, se decía a sí misma en aquel momento. 

Donato, que recién se estaba encontrando con el mundo real y no quería más obstáculos en su vida, se enfocó en no volver a perder a su familia de ninguna manera. Pasó sus primeros días de libertad tomando mate en el Rosedal y contento de tener a Carmen y Laura cerca otra vez. Aquella imagen familiar bajo el sol que lo acompañó todos esos años en la cárcel se había vuelto realidad. 

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Tras 50 años del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura cívico-militar en Uruguay, Donato Marrero y Carmen Beramendi rehicieron su vida y dejaron atrás esos años tan oscuros.

Carmen continuó con una fuerte militancia y se integró al Frente Amplio. Actualmente, trabaja en la Intendencia de Montevideo y se ha volcado principalmente al feminismo. Donato se convirtió en un pintor que disfruta de probar constantemente nuevas técnicas en sus obras. Hoy su lugar de tranquilidad es un pequeño taller que armó en el ático de su casa, repleto de témperas, pinceles y lienzos que ha acumulado con los años. Juntos formaron una gran familia que se convirtió en su mayor logro. 

Con la mirada perdida, Carmen rememora el momento en el que sintieron la “síntesis” de su resistencia a la dictadura. El verano del 1986, en uno de los días más calurosos de la historia del país llegó a sus vidas su segundo hijo, Santiago. El nacimiento simbolizó para ellos la vida derrotando a la muerte.

—Nos miramos con Donato y dijimos al mismo tiempo: vencimos.

Virginia Demarco y Sol Hernández

🎥 Sol Hernández

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