Allá por el sur del territorio uruguayo, la ciudad de San Carlos guarda vigilia en el abrazo de dos arroyos. Cuna de artistas, estudiosos y figuras políticas de relevancia, la localidad carolina mantiene consigo vestigios de un pasado reciente que parece pasar inadvertido.

Cuando se habla de terrorismo de Estado y lo que significó para el pueblo uruguayo, las sensaciones refugiadas en el cuerpo y la memoria son parte de acontecimientos que suelen ubicarse con frecuencia en suelo montevideano y zonas aledañas, quizás pasando por alto que en el interior también golpearon las consecuencias de la censura ideológica y el miedo impuesto por las fuerzas armadas.

Huellas imborrables hasta el presente
Jorge Calvatte cuenta que desde que cumplió 30 años se le inflaman los tobillos y las piernas. Explica que se debe a la retención de líquidos producidos por un daño en sus vasos linfáticos. Pero la verdadera razón de su afectación fueron las brutales patadas recibidas en las piernas durante las sesiones de tortura que le tocó atravesar. Los plantones eran de piernas abiertas y con las manos sobre la nuca. Podían durar horas. Si se cansaban y se atrevían a dejar la posición, la reprimenda eran golpes de bota y cachiporra.

Tenía 18 años cuando fue arrestado por repartir material alusivo a la crisis que estaba atravesando la ciudad. No pertenecía a los llamados Comité de Resistencia Antifascista (CRAF), ni a ningún grupo organizado pero en las elecciones había votado al Frente Amplio. Un simulacro de fusilamiento, numerosos plantones y un año después fue liberado. En la ficha personal que forma parte de los Archivos Berrutti, los hombres de verde constataron en sus actas que no era peligroso. “Menos mal, si no me hubieran pegado un tiro”, bromea Jorge en voz alta.

Mabel Mancusso (detenida en al año 1975, pertenecía a un CRAF) aún recuerda el golpe de la azada contra la tierra y comparte la abrumadora sensación con quiénes fueron sus compañeras durante el tiempo que estuvo privada de libertad. Tres años y medio exactamente. El trabajo forzoso que estaban condenadas a hacer era inútil pero lo suficientemente desgastante para dejarlas marcadas 50 años después. “Todo el mundo espera a ver que vas a hacer, cómo te vas a comportar después de que saliste”, recuerda Mabel.

Tiempo después de haber sido liberado, Carlos Núñez confiesa que el miedo de que te pudiera pasar algo estaba siempre presente. “El tema de que un camión parara frente a tu casa de noche… te hacías la película y creo que a todos nos pasó igual hasta que se terminó la dictadura prácticamente”. “Los milicos me hicieron odiar el 25 de agosto y todos los símbolos patrios”, confiesa Carlos. Estuvo un año preso pero le llevó un buen tiempo caminar sin sentir que lo seguían.

A escondidas
En San Carlos el quiebre se venía gestando hace años. El modelo de desarrollo agroindustrial que había tenido su auge durante las décadas de los 50 y 60 empezó a flaquear en medio de los conflictos sindicales en los que los trabajadores de distintos ramos reclamaban apostando por mejoras de las condiciones laborales. La negativa de las patronales dejó a muchas familias sin ingresos y la crisis económica empezó a hacerse un lugar entre los carolinos. 

Llegar a un acuerdo parecía una utopía y las manifestaciones estaban prácticamente prohibidas. ¿La razón? Se asociaba a los sindicatos con el movimiento comunista y la represión parecía ser la única manera de acabar con ellos. La polarización ideológica ya estaba instalada. Caminar de noche. Leer un cuento. Escribir un poema. Hablar con alguien. Compartir una idea. Es difícil imaginar que las calles que transitás cada día de tu vida, no siempre resultaron el lugar más seguro para estar. 

“En aquel entonces, era algo de todos los días sentarse a tomar un café o utilizar algunos espacios para conversar sobre política y generar debates. Nos juntábamos entre amigos y podíamos pasar cinco o seis horas hablando”, cuenta Juan Pablo Pérez, o “el Yuyo” como lo conocen en su entorno. Dice que tenía 17 años cuando se convenció del camino que tomaban sus ideales. Para ese entonces ya era miembro del gremio estudiantil.

El deterioro de la democracia y la incapacidad de darle continuidad a los encuentros -que eran parte de la cotidianidad de aquellos jóvenes- los había obligado a ser más cuidadosos: “todo el mundo nos reconocía como militantes de izquierda, sindicalistas. Pero éramos clandestinos desde antes del golpe”. Para él “los milicos explotaron mucho el miedo a lo desconocido”. Pasar desapercibidos se convirtió, sin más, en un estilo de vida. 

Fue así como en el departamento de Maldonado surgieron los CRAF, como una manera contestataria de responder al régimen impuesto. Usualmente eran pequeños grupos conformados por dos o tres personas y, entre sus tareas, se dedicaban a la difusión de afiches, volantes y pegatinas alusivos al golpe, así como encuentros en alguna casa para conversar sobre lo que estaba sucediendo.

Jeanette Píriz, también víctima de la represión y cuyo padre había sido perseguido algunas décadas atrás por participar de una ocupación en una fábrica en la que trabajaba, conserva una página del diario “El País”, la misma que guardan muchos carolinos que sobrevivieron a la dictadura. La noticia del año 1975 muestra algunos rostros de quienes habían sido recientemente capturados, la mayoría por participar de los llamados “movimientos subversivos”.

A los llamados “sedisosos”, casi todos jóvenes, los llevaban apartados a una habitación, les quitaban la capucha que les cubría permanentemente el rostro y en ese segundo de confusión alguien los fotografiaba. Al enseñarle la nota a Juan Pablo y su esposa Mabel, los ojos de quienes vieron el terror en carne propia parecen olvidar el dolor por un instante: “Tu miras eso y éramos unos delincuentes de primera”, dice ella entre risas. 

Esto no es una marcha
Mientras la ciudad dormía y con una organización gremial refinada, los volantes y panfletos se escabullían por debajo de las puertas y se paseaban entre las manos de quienes decían perseguir el sueño de un mundo mejor. El sutil boca a boca conservaba la seguridad en una forma de pensar que distaba mucho de lo que las autoridades de turno esperaban, y para quienes aquella forma de ver el mundo era identificada como potencialmente peligrosa.

Las impresiones, un poco rudimentarias, provenían de un mimeógrafo que habían tomado de la Asociación de Estudiantes de Magisterio. El mimeógrafo se trasladaba de casa en casa con el propósito de despistar a las autoridades. Cuando los militares se enteraron que el aparato no estaba más donde debía, salieron en su búsqueda arrestando a tres de los compañeros involucrados. A la semana fueron liberados por falta de pruebas. Para todos fue casi como una victoria. El haberse salvado de ser descubiertos los animó aún más a continuar movilizándose.

Fue precisamente el 27 de junio de 1974, cuando se cumplía un año de la declaración del golpe, que alrededor de 60 personas caminaron por una cuadra de lo que era el centro comercial de la ciudad, a pocos metros de donde estaba situada la comisaría del pueblo. El frío era comparable al de estos últimos días y la inexistencia de autos que ocuparan las calles hacía más notoria la falta de transeúntes, salvo por el tramo entre las calles Maldonado y Sarandí, donde un desfile de peatones deambulaba secretamente organizado.

La intención era poder verse las caras, transmitirse apoyo y valorar la resistencia de seguir ahí, aunque la situación te impulsara a huir. Se marchaba en parejas conformadas por un hombre y una mujer para no levantar sospechas y así poder justificarse en caso de que alguien se parara a preguntarles qué estaban haciendo allí.

Hasta el día de hoy se maneja la teoría de que algún oficial pudiera haberlos visto y reconocido. Pero ese rejunte de personas, en su mayoría jóvenes, algunos estudiantes, trabajadores de la educación, obreros, en definitiva “gente común y silvestre” no parecía achicarse ante el inevitable destino de la mayoría.

En la intersección de las calles 18 de julio y Sarandí, frente a donde ahora funciona una tienda de ropa, yace sobre la vereda una placa de granito, apenas legible, que recuerda:

“Al cumplir un año del golpe de Estado un grupo de ciudadanos Carolinos marchó silenciosamente por esta vereda hasta la calle Maldonado, con el objetivo de darse ánimo y como demostración de unidad en la resistencia contra la dictadura cívico militar. (27 de enero del 2015)”.

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