Rita Uriarte, afrodescendiente y profesora e inspectora de Educación Física, integrante de los colectivos UAFRO y Bloque Antirracista, cuenta de aquella vez que un hombre la acusó de haberle robado la billetera solo por su color de piel y que ella pensó en denunciarlo pero no lo hizo. Mónica Olaza, doctora en Sociología, e investigadora sobre la discriminación racial en Uruguay tiene múltiples historias similares, narradas en sus grupos de discusión. Una de ellas, ocurrida en 2004, es de una mujer de unos 40 años que preparaba a su hija antes de que saliera de su casa diciéndole que iba a vivir episodios racistas una vez que abriera la puerta, y la niña, por su parte, contaba que su madre le recomendaba casarse con alguien blanco.

Los afrodescendientes son la principal minoría étnico-racial en Uruguay y “presentan sistemáticamente peores desempeños y condiciones de vida que el resto de la población uruguaya”, afirma el fascículo dos del Atlas sociodemográfico y de la desigualdad del Uruguay, elaborado con datos del censo de 2011, que fue el primero que preguntó por la identificación étnico-racial. En ese momento 8,1% de la población declaró tener ascendencia afro y 4,8% dijo que era su ascendencia principal. Las zonas y departamentos donde hay mayor concentración de personas afrodescendientes coinciden con las regiones en las que hay peores indicadores de desarrollo humano; por ejemplo, en Montevideo, habitan los barrios ubicados en el cinturón de pobreza, como Casavalle, Casabó, Punta Rieles, La Paloma, Nuevo París, Pajas Blancas. Además, la población afrodescendiente tiene mayor proporción de necesidades básicas insatisfechas: la cantidad de personas que vive en hogares con dos o más carencias críticas (entre ellas confort, vivienda y educación) “duplica el valor observado de los no afrodescendientes”. 

Los afrodescendientes que tienen un mayor poder adquisitivo son una minoría, según Olaza, y muchas veces también son vistos por el resto de la sociedad como sospechosos. La socióloga relató hechos que dan cuenta de eso, por ejemplo, que una mujer abra la puerta de su vivienda y que le pregunten “si está la dueña de casa”, porque se presupone que “una persona afro tiene que ser la empleada”, o que en las consultas médicas, cuando una mujer afro asiste con sus hijos blancos, le preguntan por la madre de los niños.

Según el censo de 2011, los afrodescendientes ingresan antes al mercado laboral y permanecen más tiempo, por lo que presentan tasas de actividad superiores al resto de la población. No obstante, padecen una mayor tasa de desempleo, principalmente las mujeres, con un 12% frente a un 8,4% de desempleo en mujeres no afrodescendientes. El racismo en el mundo laboral llega a tal punto que las personas afrodescendientes recurren a la estrategia de mandar su currículum sin su fotografía para “no perder la chance de ser entrevistados”, contó Olaza. 

La Ley 19.122, aprobada en 2013, reconoció que la población afrodescendiente “ha sido históricamente víctima de racismo” y estableció acciones afirmativas para mejorar la inserción laboral y educativa de las personas afrodescendientes. A nivel laboral, asigna un cupo de 8% para personas afro en cargos públicos. Sin embargo, Olaza comentó que las estadísticas y el seguimiento que ha realizado de esta ley muestran que sigue existiendo una sobrerrepresentación de afrodescendientes en empleos de baja calificación -como soldados del Ejército y personal de mantenimiento- y destacó que ha aumentado la representación en oficinas y profesiones, aunque “bastante poco”. 

Por su parte, Uriarte dijo que el Estado debe preparar a los afrodescendientes que busquen obtener un puesto de los planteados por la ley e “incentivar en los hogares más que nada” porque “sin educación y sin motivación” no se logra eliminar esa brecha de desigualdad. Uriarte integra UAFRO, organización fundada en 2001 que reúne a universitarios, técnicos, investigadores, y estudiantes afrouruguayos y no afro, que tiene entre sus cometidos contabilizar los afrodescendientes que alcanzan estudios terciarios. 

Pilares del racismo en Uruguay

Edgardo Ortuño, profesor de historia, creador de la Casa de la Cultura Afrouruguaya y ex diputado del Frente Amplio, dijo a Sala de Redacción que el racismo es un fenómeno estructural e históricamente determinado que “está presente en toda la sociedad y sus formas de organización, desde el Estado hasta sus distintos ámbitos, algunos bien específicos, como el sistema educativo”.

Según Ortuño, existen tres pilares fundamentales que explican la construcción del racismo. El primero es la “la herencia de la experiencia de la esclavitud en el país y en la región”, que implicó la explotación de los esclavos provenientes de África y su comercialización. 

En segundo lugar, mencionó la “construcción ideológica y cultural” que se creó para “intentar justificar esa explotación”, es decir “la articulación del racismo como ideología” sustentada “en la premisa de una supuesta desigualdad de las personas por el color de su piel”. Ortuño explicó que al africano se lo deshumanizó a tal punto de cosificarlo: “en la medida en que no era considerado un ser humano, podía transarse, comprarse y venderse y fundamentalmente considerarse carente de derechos y de libertades”.

El tercer elemento que planteó Ortuño es la integración desigual en las sociedades latinoamericanas, que mantuvo “la división racial del trabajo” y que reprodujo el lugar social que ocupaban los afrodescendientes en tiempos de esclavitud, “sin ningún tipo de reparación y de integración” . Por lo tanto, mantuvo a la población afro en “en condiciones de libertad con igualdad jurídica como ciudadanos” pero ocupando las “tareas peor consideras, remuneradas y valoradas socialmente”, condenándolos “a los lugares más desfavorecidos de la sociedad uruguaya y latinoamericana”, expresó.

Pero además, Ortuño, enumeró otros dos pilares característicos de nuestro país y que fueron terreno fértil para el racismo. A nivel cultural, dijo que en la construcción simbólica del Estado uruguayo, en el siglo XIX, se creó un imaginario social asociado a “la Suiza de América”, a una “sociedad europea en tierras americanas”, es decir, la visión de una sociedad homogénea y blanca “sin componente indígena originario, ni afro”. Este imaginario invisibilizó la presencia negra o la visibilizó en “clave negativa, aislada, peyorativa y estereotipada”, lo que se ejemplifica con el mito de Ansina como sirviente de Artigas.

El otro pilar del racismo según Ortuño, son las ideas racistas reproducidas en el sistema educativo, desde los manuales de historia hasta el discurso oficial. Esta característica “le da a Uruguay esa particularidad de supervivencia de un racismo ‘a la uruguaya’, o no asumido”, que no presenta características tan violentas como las que percibimos en Estados Unidos pero que tiene “las mismas condiciones de exclusión, desigualdad y reproducción de la descalificación subjetiva de las personas negras”, destacó.

En la misma línea, Olaza dijo que existe una desigualdad que “siempre existió” pero que ni la sociedad ni el poder la han querido ver, y que la historia también tuvo poco registro de ella. Además, comentó que históricamente han sido los actores sociales “los que han salido a la pelea y han reivindicado” este tema, expresó. En América Latina, dijo que a partir de la década de 1990, con la conmemoración de los 500 años de conquista de América “se comienza a demandar el registro de la variable étnico-racial”, que recién ahí se empezó a tener datos sobre cuántas personas afrodescendientes había, donde vivían y en qué condiciones, entre otras variables. Olaza entiende que en Uruguay la mayoría de la población afrodescendiente ha padecido una pobreza estructural indiscutible “que tiene que ver con las condiciones de vida y con las construcciones subjetivas de dónde estoy, cómo soy frente al otro, de si me considero un igual”. Enfatizó en que en estas tres décadas ha habido avances muy importantes, y dijo que el hecho de que se trate el tema y de que exista un marco debe generar un cambio para la autoidentificación de los afrodescendientes, “para la gente en sí no debe ser lo mismo, para decirse ‘soy afro’”, explicó. De hecho, Uriarte contó que la vez que la acusaron de haber robado una billetera por su color de piel atinó a denunciarlo; en este siglo, con los avances en materia de derecho -con la creación de la Comisión Honoraria contra el Racismo, la Xenofobia y toda otra forma de discriminación, en 2004, y luego, con la Ley 19.122- hubiera barajado de otra manera esa posibilidad.

Movilización contra el racismo. 28/06/20. Foto: Manuel Gómez

Educación y políticas públicas

Las cifras son claras. De acuerdo al censo de 2011, los afrodescendientes presentan mayores tasas de analfabetismo y la participación de los jóvenes en la educación terciaria es “sensiblemente menor” a la de la población no afrodescendiente: “una de cada diez personas afro de entre 20-24 años cursa estudios en la universidad (7,7%), magisterio o profesorado (1,4%) o centros de educación terciaria no universitaria (1,5%)”.

Olaza comentó que las familias afro “se congregan” en torno a la apuesta de que un hijo pueda hacer estudios más avanzados. Para ilustrar la forma en que el racismo influye en la educación, la socióloga puso como ejemplo que en ocasiones se les sugiere a personas afrodescendientes que desean realizar una carrera universitaria, que vayan a la Universidad del Trabajo (UTU); “esas sugerencias son absolutamente hirientes”, que quieren dar a entender que no tienen el “suficiente coeficiente intelectual como para realizar estudios de otro tipo”, dijo Olaza.  

Según Ortuño, ha habido avances en relación a la incorporación del tema afro a los contenidos educativos, algo que también establece la Ley 19.122. Sin embargo, expresó que todavía queda mucho por hacer, “modificar las prácticas, el relacionamiento y el tratamiento de los docentes con sus alumnos y sus familias”, considerar a la diversidad de la sociedad uruguaya un valor, “con un aporte y una presencia significativa, visibilizada y valorada de la población afrodescendiente, y con valores críticos de combate al racismo y a la discriminación”. Para lograr esto y crear una agenda de políticas públicas que apunte a modificar los indicadores negativos respecto a la población afrodescendiente, Ortuño dijo que se necesita crear conocimiento a partir de investigaciones universitarias, en todas las áreas, ya que destacó que “una de las peores caras del racismo es la invisibilización”.

Agregó que a nivel estatal hay que mantener los avances realizados en políticas públicas, ámbitos institucionales y legislación, pero que falta “asignar una dotación significativa de recursos económicos para el fortalecimiento institucional” y para generar políticas públicas universales “robustas” y sostenidas en el tiempo que ataquen a corto plazo las realidades sociales más complejas, pero también que logren deconstruir los prejuicios y el racismo. Y agregó que el desafío mayor está en crear “políticas democráticas, inclusivas para toda la sociedad”. 

En la misma línea,  Olaza dijo que se necesita tener más políticas culturales que trabajen el tema del reconocimiento y los derechos, y que se debe intensificar las políticas sociales y educativas. Asimismo, comentó que se necesitan más estudios sobre cómo se siente la gente, cómo percibe el racismo, e investigaciones que se enfoquen tanto en la población afro como en el resto de la sociedad, en quienes ejercen el racismo de forma intencional y no intencional. Además, dijo que las becas para estudiantes de enseñanza media deberían aumentar su monto.

Olaza explicó que a nivel legislativo Estados Unidos es visto como un país ejemplar en cuanto a políticas raciales luego de derechos conquistados -como la aplicación de acciones afirmativas- a raíz de la lucha de los movimientos negros a mediados del siglo pasado. Sin embargo, dijo que el racismo continúa siendo un problema porque las políticas no deben ser únicamente estructurales, sino que deben apuntar hacia “el imaginario social, la vida, los vínculos cotidianos y las interacciones sociales”. Asimismo, explicó que la injusticia económica, social y cultural que existe, ha encontrado un momento para “implosionar”: “yo creo que se está en un momento de quiebre, que se ha acumulado tanto, que todas esas expresiones son muy simbólicas y asestan ese golpe a lo simbólico”, es derribar algo que “al fin me están queriendo decir que nunca estuvo derribado absolutamente”, dijo.

Movilizaciones

El domingo 28 de junio se realizó una movilización denominada “Por la hermandad y contra el racismo”, que surgió desde la Casa de la Cultura Afrouruguaya y fue convocada por Mundo Afro. En palabras de Ortuño, tuvo el objetivo de “convocar a las organizaciones sociales pero sobre todo a las ciudadanas y ciudadanos con la mayor amplitud y pluralidad posible” para manifestarse en contra de las expresiones brutales de racismo en Estados Unidos y en solidaridad con los familiares y la comunidad de George Floyd. Con respecto a este hecho, dijo que “de alguna manera la rodilla sobre su cuello simboliza la situación de opresión y de desigualdad, que vive la población afroamericana, pero que atraviesa a todo el continente y que tiene expresiones en todo el mundo”. 

Asimismo, Ortuño dijo que la movilización tuvo el fin de “mantener la agenda de actividades, de sensibilización y de promoción de políticas de superación del racismo”.

El sábado 4 de julio, el Bloque Antirracista, colectivo conformado por 52 mujeres de distintas organizaciones, que se movilizaron por primera vez el 8 de marzo en torno a una danza al ritmo de instrumentos caseros, convocó a una movilización denominada “El racismo no nos deja vivir”. Parte de la proclama del sábado expresaba: “No son casos aislados: basta investigar sucesos para darse cuenta que las manifestaciones de discriminación racial que vivimos los afrodescendientes no son anecdóticas sino que tejen relatos de una historia de violencia estructural, de larga data y sumamente legitimada en las formas de hacer política a nivel mundial. El racismo culpabiliza, restringe, vulnera y mata”.

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