El 27 de junio de 1973, día del Golpe de Estado en Uruguay, fue la última vez que Virginia Pagardoy habló con su hermano. Enrique Pagardoy tenía 21 años cuando fue secuestrado y luego desaparecido en Chile junto con su amigo Ariel Arcos, con el que vivía por aquellos años. Virginia Pagardoy conversó con Sala de Redacción sobre las visitas a la cárcel de Punta Carretas, la desaparición y la continua búsqueda de su paradero.
Virginia aún vive en la casa de dos pisos en la que creció junto a su hermano, en el centro de Atlántida. Allí fue donde la familia sufrió actos de violencia por parte de los vecinos, quienes rompieron el ventanal de su casa poco después del allanamiento que hicieron los policías; también recibieron llamadas ofensivas. Sentía lo contrario en Montevideo: en donde en las visitas a Enrique en la cárcel y antes de volver a su hogar en la Costa de Oro, sentía que apoyaban su causa, relató. Contó que estudiaba magisterio en la zona del Prado y que ahorraba la plata del ómnibus para comprarle tabaco a Enrique y a su compañero de celda, Fernando, quien posteriormente se convertiría en pareja de Virginia. “De cinco kioscos, había dos que me decían: ’¿Tabaco para los muchachos?’. Era como una especie de ebullición lo que había”, recordó.
Enrique Pagardoy y Ariel Arcos se llevaban dos años. Ambos crecieron en la Costa de Oro, precisamente en Atlántida y las Toscas. En distintos momentos, pero por integrar el MLN, fueron capturados y llevados al penal de Punta Carretas. Arcos ingresó en enero de 1971 por el delito de “asociación para delinquir” y Pagardoy, en mayo de 1972, por integrar el MLN y haber realizado en reiteradas ocasiones reuniones en las casas que ofrecía la inmobiliaria Perelman, en la que él trabajaba.
—¿Tenés algún recuerdo de las visitas a la cárcel?
—Sí, un día recuerdo que íbamos con mamá a ver a Enri y de pronto aparece alguien que me grita del otro lado de la reja: “¡Virginia!, ¡Virginia!”. Yo no reconocía a la persona y resulta que era Ariel. Tenía la cara hinchada totalmente y resulta que era porque había chinches en el colchón en el que dormía y lo habían picado, estaba deforme totalmente.
En 1972 liberaron a Pagardoy y en 1973 a Arcos; fue allí que decidieron irse juntos a Chile. La relación de ambos era estrecha, recordó Virginia, y añadió que fueron amigos inseparables desde el primer año del liceo, al punto que Arcos estaba tanto tiempo en su casa que ya era parte de su familia. “Enri y Ariel siguieron siempre el mismo proceso, cayeron presos, fueron a Punta Carretas y luego viajaron al exterior los dos”, expresó.
De las colaboraciones con el MLN, al exilio y el asesinato
Virginia no sabe con exactitud cómo fue que su hermano se vinculó con el MLN, pero sí recuerda que en determinado momento empezó a hablarle de las injusticias y diferencias sociales. “Pero si nosotros, dentro de todo estamos bien: tenemos una casa linda, comemos todos los días”, le respondía ella, que confesó no terminar de entenderlo hasta que allanaron su casa. En referencia a los acontecimientos realizados por su hermano una vez que se unió al MLN, dijo que “si hizo esto, tenía que ser verdad, no se podía equivocar, no me podía haber mentido de esa forma”.
—¿Recordás la última vez que hablaste con él?
—El 27 de junio, día del golpe de Estado en Uruguay, fue la última vez que hablé con él. Me llamó por teléfono y me dijo “me voy para Buenos Aires”; le contesté: “No, por favor, no te vayas todavía. Dejame que hable para que tengas un referente. Por favor no te vayas sin volver a llamar”. Después me volvió a llamar, le di la dirección de mi primo y me dijo: “Bueno, quedate tranquila, que yo me comunico después con ustedes, decile a mamá que se quede tranquila”. Días después, el 9 de julio es el día de la movilización contra la dictadura y Fernando [quien era pareja de Virginia en aquel momento] se va para Buenos Aires, encuentra a Enrique caminando por la calle Florida, entonces le dice: “Virginia viene la semana que viene”, y quedamos en encontrarnos ahí. Pero cuando yo fui, él ya se había ido para Chile y nunca más lo volví a ver, ni a hablar con él.
El 29 de setiembre de 1973 Ariel Arcos y Enrique Pagardoy fueron detenidos, interrogados, golpeados y dirigidos a un cuartel en la localidad de San José de Maipo, Chile, donde serían vistos por última vez.
—Al momento que desapareció tu hermano, ¿dónde estabas?
—Estaba en Buenos Aires. Por supuesto, empecé a recorrer todo los lugares habidos y por haber, fue una desesperación. Me acuerdo de que en la Embajada de Francia prácticamente me corrieron como a un perro, porque no querían dar información. También recuerdo que llegó una tanda de gente de Chile a Ezeiza y fui con la única foto que tenía de Enri para ver si alguien lo había visto, pero nadie me supo decir nada. Hasta que un día fui a ver a Enrique Erro [legislador exiliado en Buenos Aires que averiguaba el paradero de personas detenidas]. Estábamos frente al hotel Eibar cuando me dijo que a Enrique Pagardoy lo habían matado. A partir de ahí tengo un lapsus y la siguiente imagen es la de Fernando sacudiéndome. No sé cuántos días pasaron en ese período. Lloraba y decía “no puede ser”. De cualquier manera no me resigné, lo seguí buscando.
Virginia reflexionó que tuvo “la certeza” de la muerte de su hermano porque “fueron muchos testimonios” los que lo constataron. Fue varias veces a Chile y considera una “gran paradoja” que el Cajón del Maipo, donde asesinaron a su hermano junto con dos uruguayos más, sea “uno de los lugares más hermosos” que vio en el mundo.
En 2015 finalizó en Chile el juicio por el que se responsabilizó y condenó al ex comandante Mateo Durruty Blanco a seis años de prisión domiciliaria por el secuestro de Ariel Arcos, Enrique Pagardoy y Juan Pavoschuk. Según Virginia, los militares chilenos reconocieron que los habían detenido, pero no que los habían matado, hasta que la Justicia lo comprobó. “Siempre dije que si supiera quién lo había matado, el día que me encontrara frente a frente con él, lo iba a matar. Con el correr de los años me di cuenta de que era una locura dejar a mis hijos en esas condiciones”, expresó, al considerar la condena que pesaría contra ella.
—¿Pensaste en recuperar sus restos alguna vez?
—Mi meta nunca fue encontrar los restos, no porque no quisiera… pero de repente si mamá me lo hubiera pedido, lo hubiera hecho. Pero ella se resignó, jugó un papel de víctima que no comparto. Pero la comprendo, era su forma de ser, siempre lo dejó todo en mis manos.
Pese al tiempo transcurrido, Virginia sostuvo: “prácticamente creo que sé todo el recorrido que hizo mi hermano. No me atrevo, pero podría decir hasta la camisa que tenía cuando lo mataron”, finalizó, con la voz hecha un hilo.
“No al olvido, sí a la memoria”
—¿Qué significan los 20 de mayo para vos?
—El 20 de mayo para mí es un día sagrado. Durante los años que no estuve acá en el país, una amiga siempre me decía: “no te preocupes que yo saco a pasear a Enri”, lo que me reconfortaba muchísimo. Todavía quedan madres, pocas, pero quedan algunas, otras hermanas veteranas como yo y está pasando que se ve a montones de jóvenes, lo cual me emociona, me motiva y me da esperanza, honestamente. Ellos están viendo que el Estado es el que le miente al pueblo, porque son 197 desaparecidos y es una realidad que están desaparecidos y esto se confirma cada vez que se encuentran restos.
—¿Qué les dirías a las nuevas generaciones?
—Les diría que lo más importante es mantener la memoria. Ustedes no tienen por qué vivir con los ojos en la nuca, porque no vivieron esto, pero sí mirando para adelante. Si bien los jóvenes tienen cada vez más conciencia sobre las injusticias sociales, creo que en parte no fuimos capaces de transmitir todo lo que nosotros vivimos. Puedo entender que algunos no nos creen, porque ante los ojos de los jóvenes fracasamos, es decir, nos mataron, nos llevaron presos, nos tuvimos que ir al exilio. Entonces cuando veo que hay parte de la juventud que sí se interesa, quiere y todavía reivindica el “nunca más”, me emociono, es para mí una parte muy importante. Me parece que seguir hablando del tema es una forma de rendirles homenaje a todos los compañeros y de recordarlos siempre.
El espacio Luisa Cuesta fue inaugurado en el 2021 por vecinos y vecinas del barrio de Atlántida, militantes políticos y sociales de diferentes áreas que conforman la comisión y buscan homenajear a los detenidos desaparecidos que asistieron al Liceo N°1, con el fin de reivindicar la memoria reciente y los derechos humanos. González adelantó que, además de inaugurar la fotogalería, durante el año se realizarán actividades de reflexión e información sobre los hechos ocurridos durante el Golpe de Estado en Uruguay.
Agustina Gómez / Florencia Nichele