Juan Grompone es ingeniero y escritor. En agosto cumplirá 80 años. Se considera marxista y frenteamplista disidente. Hace 25 años anunció el fin del capitalismo, hecho que ocurriría alrededor del año 2050 y, según afirmó a Sala de Redacción, Uruguay no está preparado para ese evento porque ha hecho la plancha en materia educativa en las últimas dos décadas. Sostiene que el gran problema de la educación son los sindicatos y que el Uruguay Natural es un disparate, porque apostar por un modelo de exportación de materias primas es no haber aprendido nada de lo que ya nos pasó.
Fuerza bruta
Grompone es miembro en simultáneo de las academias nacionales de Ciencias y de Letras, en virtud de su producción científica y literaria; está abocado a la publicación de la versión en inglés de su obra Estudio de la Lógica Dialéctica, con la que pretende la formalización de esta ciencia. Recuerda su adolescencia en el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo y sus primeros contactos con la obra de Karl Marx, cuando en 1958 se discutía en Uruguay la Ley Orgánica de la Universidad de la República (Udelar), que finalmente instauró el sistema de cogobierno.
“En esa época se hablaba permanentemente del marxismo pero ninguno entendía nada. Yo tenía una copia de El Capital que pertenecía a mi padre y era una sopa increíble de conceptos, una confusión total e inentendible”, confesó. Admite que le llevó “ni más ni menos que 40 años llegar a entender esa ensalada intelectual” y que, incluso durante la dictadura uruguaya, su concentración en el estudio de la lógica dialéctica la practicaba “como una suerte de resistencia invisible ante los militares”. Consultado al respecto, Grompone explicó que la lógica dialéctica es una teoría matemática más compleja que la lógica común, ya que permite razonar de la misma forma pero acceder a otros grados de verdad, donde las cosas no son inmutables y no todo es binario o verdadero y falso. Tratar de entender la realidad ha sido siempre su preocupación y muchas veces sus conclusiones desatan polémicas.
– ¿Cuáles son los principales problemas de Uruguay?
– Muchos, pero yo empezaría por la educación – aclara el entrevistado.
– ¿La calidad de la educación?
– No. Aquí la discusión es sobre quién maneja la educación. Porque los sindicatos quieren mantener la educación como si fuera de ellos, que no la toquen y, por lo tanto, ellos pueden hacer lo que quieren con la educación. ¡Pero eso no puede ser!
Tras enfatizar que la educación es esencial en cualquier sociedad, el escritor y ex docente afirmó que la misma debe estar dirigida en línea con la marcha general del país, pero que en Uruguay la “súperautonomía” que pretenden los sindicatos de la educación está avalada políticamente por una serie de autonomías institucionales. “El Poder Ejecutivo, a través del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), no controla la educación, sino a lo sumo la designación del Consejo Directivo Central (Codicen). Éste no controla la educación, sino que deposita ese objetivo en los consejos autónomos de Primaria, Secundaria y UTU y, a su vez, estos consejos tampoco la controlan, porque los sindicatos dicen: ‘la educación es nuestra’”, explicó Grompone.
– ¿Cuál es su diagnóstico?
– La educación está a la deriva desde hace 19 años, porque tampoco [el ex presidente de la República] Jorge Batlle se animó a meterle mano.
– ¿Se refiere a la reforma impulsada e implementada por Germán Rama en el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti?
– Sí. Uruguay viene haciendo la plancha en materia de educación desde hace dos décadas.
– ¿La reforma Rama le pareció buena?
– Al menos fue un intento de hacer las cosas bien. Era muy buena en ciertos aspectos y muy a lo “fuerza bruta” en otros. Pero quizás ese recurrir a la fuerza bruta para arreglar algunas cosas, nos muestre que a veces en Uruguay esa es la única manera de lograr algunas cosas.
Marche un bife
Juan Grompone se especializó en ingeniería de las comunicaciones, en especial en las áreas de comunicación de datos y gestión de proyectos informáticos. En 1965 obtuvo su primer reconocimiento internacional en España, con el libro Curso de Electromagnetismo. Fue docente universitario, investigador, empresario privado y se lo considera uno de los precursores de la informática en Uruguay.
“Cuando estábamos con la primera computadora que se instaló en la Udelar, que ocupaba toda una sala enorme y precisaba mucha circulación de aire para que no recalentara, nunca habría soñado con esto”, dice señalando de lejos un smartphone que yace sobre la mesa ratona de su casa. Pese a reconocer la superioridad de estas computadoras de bolsillo, confiesa que no le gustan las redes sociales y que solo usa el celular para hacer o recibir llamadas, como timer para preparar la comida y para borrar correos electrónicos que no le interesa ver luego en la computadora.
Sin embargo, Grompone advierte un gran peligro para Uruguay: “Si la industria de la carne sintética avanza a la misma velocidad que la tecnología que vemos en un celular, en 2030 tendremos un delicioso bife de vaca creado en un laboratorio”.
– Cuando planteo esto en mis charlas, todos ponen cara de asco – se ríe.
– ¿Y no tienen razón?
– No. La carne sintética es como criar un bife de lomo en un ambiente de laboratorio y no en una vaca, pero son las mismas células animales y es el mismo proceso biológico.
– ¿Esa es la biotecnología?
– Sí. La misma por la que hace unos días nos enteramos que se imprimió un corazón 3D que late y por la que suceden muchos otros avances a diario en el mundo.
– ¿En Uruguay estamos trabajando para prepararnos ante esa nueva realidad?
– No. Aquí estamos jugados al Uruguay Natural, con las vacas engordando libres en los campos. Mientras tanto, los precios del ganado bajan, la tecnología acelera y 2030 está a la vuelta de la esquina.
– ¿Estamos mal como país?
– Muy mal – concluye Grompone.
Sagrada escritura
Pese a ser uno de los autores más citados, Grompone sostiene que Marx es de los pensadores menos leídos: “Muchos consideran su pensamiento como una sagrada escritura y el propio Marx se revelaría ante esa afirmación, porque él quería hacer ciencia y no religión. Nunca pretendió convertirse en símbolo de una verdad suprema”.
– Todos los manuscritos marxistas dan cuenta de una permanente evolución del pensador, desde el revolucionario al filósofo, pasando por el economista – acota el entrevistado.
– ¿Ha habido una intencionalidad política en la interpretación de su obra?
– Yo creo que, para facilitarse la tarea, hubo gente que prefirió tomar como válida una interpretación desde la primera a la última letra.
– ¿Marx se equivocó?
– Claro. Muchas veces. A pesar de su enorme “visión nueva”, era un autor completamente terrenal y, además, había cosas que no sabía que pasarían.
– ¿Cómo la caída del comunismo?
– Peor aún: como el derrumbe del socialismo real que él nunca conoció.
Una muestra de la caída del socialismo real es el derrumbe de la Unión Soviética, pero para Grompone el mejor ejemplo es el de China. Después de la muerte de Mao Tse-Tung, en 1976, el gigante asiático emprendió el camino para transformarse hoy en la segunda potencia capitalista del planeta. Eso porque China había comenzado mucho antes a procesar las reformas necesarias que incorporaron como parte de un socialismo real todas las lecciones aprendidas del capitalismo: habilitación de la propiedad privada, sistema de control de precios moderno y la eliminación de los planes quinquenales inamovibles. Tras la muerte de Mao, la idea de los chinos de hacer que el socialismo funcione se convirtió en la obsesión de Deng Xiao-Ping y surge una nueva política económica que desecha cualquier teoría que no funcione. “China se declara socialista y marxista, pero no se aferra a una interpretación sagrada de las escrituras marxistas”, concluye.
Ciegos
En una altísima biblioteca que derrama libros por el resto de la casa, Grompone atesora unos cuatro mil ejemplares de las más diversas temáticas. Admite que ya no usa la escalera para ubicar algunos artículos de su interés y que Google le facilita la tarea de búsqueda y relectura. No prefiere las versiones impresas y confiesa que la aplicación Kindle de Amazon es su fiel compañera. Sin embargo, para ser fotografiado hojea la versión en alemán de Kapitel, en cuyas páginas relucen párrafos resaltados en colores y anotaciones de todo tipo en los márgenes.
– ¿Por qué usted sostiene que el modelo de producción de materia prima de Uruguay es malo?
– No es malo. ¡Es espantoso! – ríe.
– ¿Exportar carne está mal?
– Estuvo bien hasta cierto punto. ¡El problema es que el mundo cambió!
Inmediatamente, Grompone imparte casi una lección escolar sobre la historia productiva uruguaya. Entre algunos hitos, destaca la exportación de cueros en el Montevideo colonial, la creación del tasajo y la venta de carne salada del siglo XIX, el extracto de carne conservada del Frigorífico ANGLO en Fray Bentos a partir de 1910 y, finalmente, la exportación de carne enfriada envasada. El punto de inflexión fue 1950, cuando luego de la Segunda Guerra Mundial, el mundo cambió: surgieron los tejidos sintéticos derivados del petróleo que sustituyeron las exportaciones uruguayas de lana; las fábricas de explosivos de Estados Unidos se reconvirtieron en una “revolución verde” para producir fertilizantes e insecticidas compitiendo con las exportaciones regionales (argentinas y uruguayas) de granos, y los norteamericanos comenzaron a utilizar los excedentes agrícolas para alimentar las vacas. “Algo que Domingo Ordoñana había inventado en el Uruguay de 1850 y que hoy se llama feed lot”, rememoró el entrevistado.
– En 1950 nadie se dio cuenta de que eso estaba pasando.
– ¿Cómo se relaciona esa situación con la actualidad?
– Estamos tan mal como en 1950.
– ¿En qué sentido?
– Tenemos nuestros tres productos estrella amenazados de muerte: en el caso de la exportación de soja, dependemos de que China – donde hay una revolución agrícola muy potente – nos siga comprando; en el caso de la celulosa, estamos en un mundo donde hay una tendencia global a utilizar menos papel y, en el caso de la carne, tenemos la inminente competencia de la carne sintética.
– ¿Cuál podría ser la salida?
– El turismo, sin dudas – respondió.
– ¿No estamos apostando al turismo?
– No. Estamos apostando al Uruguay Natural igual que con las vacas pastando en el campo, aún a pesar de que el turismo es hoy nuestro principal ingreso con más de dos mil millones de dólares anuales. Uruguay tiene el 6 por ciento de su producción exportable situada en el sector primario (materias primas) y eso es muy preocupante. Estados Unidos tiene solo el 1 por ciento de producción en ese sector.
La hipótesis que plantea Grompone es que nuestro país no debería apostar a promover la playa natural o los establecimientos agroturísticos, sino a fomentar una industria cultural que se venda como servicio diferencial al turista. “El turismo es técnicamente una industria cultural, pero los uruguayos pensamos que es una cosa natural. La realidad es que cuando uno va a Punta del Este lo que ve es un gigantesco arenal tapado de pinos, edificios y demás. Todo es artificial. Hay que vender servicios. Entonces, lo que nosotros tenemos que hacer es usar las industrias culturales y, además, los servicios de consultoría, de logística, de informática y de biotecnología. Porque la biotecnología va a ser el sector de mayor demanda en los próximos años”.
El final
En 1997 el ingeniero Grompone publicó en la revista Futures (Londres) un artículo titulado El evento Zeno: ciencia y desaceleración de la historia. Allí planteó el fin del capitalismo, basado en las diferencias de velocidad entre la expansión de la economía mundial y el crecimiento de la población del planeta. Para él, la muestra acabada del mayor crecimiento del capitalismo es el creciente protagonismo de China en el mercado global, en un proceso que es imparable. Según sus aproximaciones matemáticas, no es posible poner fecha exacta al fin de este ciclo económico, pero sucedería aproximadamente en 2050.
– ¿Cómo es que el capitalismo llega a su fin?
– Lo dice el Manifiesto Comunista: una sociedad capitalista necesita expandirse permanentemente, producir más, tener más mercado y mover más dinero. Cuando el capitalismo cubra todo el planeta no podrá expandirse más y habrá cumplido su finalidad. En ese momento todos tendremos las necesidades satisfechas, no habrá problemas para comer o gente que tenga frío. Será el momento de una sociedad nueva.
– ¿Cómo será esa sociedad nueva?
– Es muy difícil decirlo, pero sería una sociedad de seres humanos iguales. Describirla en detalle no es posible, porque, en general, todas las predicciones del pasado sobre cómo sería una sociedad nueva se equivocaron. Lo importante es que, cuando esto suceda, estaremos ante otra idea marxista muy importante, que es que los modos de producción – como el capitalismo – están para algo, tienen una misión, un fin.
Grompone no confía en que esa sociedad nueva sea de carácter fraternal. “El cristianismo pretendió construir una sociedad fraternal y terminó en la Inquisición y en un despotismo absoluto”, aclaró, y agregó que “Mahoma pretendía construir una sociedad fraternal y terminó en la intransigencia y la conquista militar de medio planeta”.
– ¿Muchas otras cosas van a cambiar cuando finalice el capitalismo?
– Indudablemente. Pero algunos cambios ya los vemos hoy.
– ¿La automatización de servicios es un ejemplo?
– Sí. La tecnología siempre fue así. Pasó en la Revolución Industrial, cuando el tejedor y la hilandera fueron reemplazados por la máquina. Y lo mismo sucede ahora con procesos altamente automatizables como los de un supermercado.
– ¿Se están eliminando fuentes de trabajo?
– No. En realidad se están diluyendo algunos procesos y las empresas se los trasladan al consumidor.
– ¿En qué trabajarán los ciudadanos del futuro?
– En nuevos trabajos. Ahí los sindicatos uruguayos tienen un problema serio para trabajar, pero no lo van a enfrentar agarrando a palazos a las máquinas como se hizo en la Revolución Industrial. El futuro pasa por asimilar esas nuevas tecnologías y ponerlas del lado del trabajador, pero eso no se está haciendo.
Grompone sostiene que para que todos los habitantes del planeta puedan trabajar se debe reducir la jornada laboral a cinco horas: “No es algo nuevo. Antes de la Revolución Industrial se trabajaba de sol a sol, durante 12 horas. Con el capitalismo se fijó la extensión de la jornada en ocho horas. Ahora habría que reducirla nuevamente y lograríamos el mismo efecto relativo de disponibilidad de fuentes de trabajo adicionales. El problema es que ante una propuesta así, el liberalismo económico de lo único que se va a preocupar es de ofrecer productos como la televisión para que los individuos la consuman en la mayor parte de su tiempo libre”, problematiza. “Hay que preparar a la gente para nuevos trabajos, porque a uno le puede tocar ser médico, a otro ser profesor de literatura o de inglés”, agrega.
Repartir computadoras
Desde la concepción original del Plan Ceibal, en 2005, el gobierno de Tabaré Vázquez pensó en Juan Grompone como asesor de la versión uruguaya del programa “One laptop per child” inventado por el informático estadounidense Nicholas Negroponte. El ingeniero trabajó durante un año en el programa y luego renunció. “Me di cuenta de que solo les importaba repartir muchas computadoras a los niños y no decirles qué hacer con las ellas. Esa era la idea de Negroponte: que las computadoras solas iban a hacer el milagro y no es cierto. El milagro lo hacen los maestros”, explica Grompone.
Una década más tarde, reconoce que la programación y la robótica han aportado ahora las finalidades y propuestas de trabajo imprescindibles para el desarrollo intelectual de los chicos. Grompone sostiene que el primer gobierno del Frente Amplio fue el mejor de los tres períodos progresistas, porque no había nada que decidir. “Había una emergencia [social] y se asistió al que lo necesitaba en una circunstancia de bonanza económica. El problema vino después, cuando ya no había manteca para tirar al techo y hubo que decidir prioridades para sustentar las políticas sociales; ahí sobrevino el desastre. Se pensó que repartiendo plata como se repartían computadoras, se sacaba a la gente de la pobreza y ese ha sido el más grave error de la izquierda uruguaya”, concluyó.