En su casa de Paysandú, su ciudad de origen que nunca abandonó, Milton Wynants no oculta que su pasión por el ciclismo sigue intacta. La pila de cajas de bicicletas que se ven en frente a la puerta de su casa es la primera prueba de que sigue vinculado a la actividad deportiva. Ya dentro de la casa, se sienta en el sofá de la sala de estar, frente a una pequeña estufa a leña. Al fondo de la sala aparece la segunda prueba: se pueden ver varias bicicletas, ruedas y un cuadro -que probablemente fueran el contenido de las cajas que estaban en el patio-; incluso, tiene algunas gomas colgando en un trofeo. “Son todas bicicletas de pista, no tienen frenos” aclara, para despejar una confusión bastante normal, a raíz del parecido entre los vehículos de pista y los de ruta.
Luego de una mañana de trabajo, vestido de jogging, se prepara para viajar en la tarde, “estoy por ir a Flores a un evento de deporte infantil”, explica mientras se acomoda. El evento es el lanzamiento de la Organización Nacional de Deporte Infantil en la ciudad de Trinidad y él, así como el presidente Luis Lacalle Pou, es uno de los invitados.
Es una persona sencilla. Fundó su negocio en Paysandú en 2007, en el que se dedica a la venta y reparación de bicicletas. 21 años después de consagrarse como medallista de plata en ciclismo de pista, vive una vida normal junto a su familia. Le es imposible dejar de pensar en lo que logró y aún no pude creerlo. “Pasa el tiempo y uno lo valora cada vez más y eso muestra la realidad de cómo estamos”, cuenta con nostalgia.
Su familia sigue su pasión por el deporte, y a él lo pone contento, aunque no necesariamente hagan ciclismo: Su hijo, Iván, tiene 15 años y juega fútbol, Luciana tiene 19 y hace patín. Con su esposa, Marlene, salen a andar en bicicleta: “ella compite, si bien lo hace por salud. Yo trato de salir cuando puedo, este fin de semana vamos a correr una competencia en Flores. Uno sigue en esto porque hay un apoyo de mi familia”, remarca, aunque no sería raro verle pedaleando por las calles de su Paysandú. La costumbre no se pierde.
Preocupaciones y sueños
A Wynants le preocupa la realidad del ciclismo en Uruguay, más cuando ve que la región avanza y “nosotros nos quedamos atrás”, lamenta. Menciona el “mal estado” en que ve el velódromo de Paysandú, incluso en términos de seguridad. Lo frecuenta porque entrena chicos, “no podemos dejar cosas en el velódromo, es tierra de nadie”, comenta, pero aclara que ya hay un proyecto aprobado para repararlo. De todos modos, sueña con que Uruguay tenga un velódromo de primer nivel.
“Intento fomentar que haya actividad, que los chicos hagan deporte”, relata. Tal vez busca que alguien repita su hazaña. Se lo ve comprometido con su deporte y abierto a colaborar en lo que pueda. No obstante, dice que que si no se apoyan entre ciclistas, la situación se vuelve muy complicada. “Esas bicicletas son mías, aquellas de la federación, pero las ruedas nos las prestamos entre ciclistas”, dice, señalando las bicicletas que están al fondo de la sala. Del mismo modo recuerda cómo tuvo que comprar una rueda para que un chico pudiera competir en un panamericano. “Hay poco y hay que cuidarlo”, concluye.
Igualmente rescata que “hay material humano” y menciona el caso del ciclista Mauricio Moreira -hijo de Federico Moreira, seis veces ganador de la Vuelta Ciclista del Uruguay y tres de Rutas de América- quien en agosto salió subcampeón de la Vuelta de Portugal, una de las carreras más difíciles, según Wynants. Contar con Moreira en la Selección Uruguaya de Ciclismo “sería increíble”, dice, pero al mismo tiempo se pregunta “qué le puede ofrecer la selección”. Considera que muchos talentos no pueden explotar debido a estas problemáticas.
Se podría pensar que ganar la última medalla olímpica para Wynants sería una satisfacción, algo para llenar el ego, pero no es así. Se lo ve molesto por la situación y por que las cosas mejoren porque, exceptuando su medalla, “nos vamos a ir más de 50 años sin conseguir medalla. Hay que cambiar”, insiste. Cuando escucha hablar del interés en el deporte, confía en el interés, pero a la vez se muestra escéptico, porque ha experimentado que muchas veces ese interés es temporal. “Es como que se enfría, hasta que llegan los juegos olímpicos o alguna competencia en la que nos va bien”, explica.
Grandes memorias
Recuerda sus primeros juegos olímpicos. “Estar en los juegos olímpicos es lo máximo como uruguayo, me pasó en mi primera olimpiada en Atlanta 1996. Estar ahí era increíble, entrábamos al desfile de la ceremonia inaugural, sacábamos fotos”, recuerda. Esa vez terminó entre los 11 mejores. El resultado le dio el impulso para ponerse un objetivo más ambicioso: quedar entre los primeros diez en los siguientes juegos. Cuatro años después, superó por lejos su objetivo.
El camino a Sídney fue duro. Rememora con cariño los Juegos Panamericanos de Winnipeg, en 1999, en los que obtuvo una medalla de bronce. No olvida los momentos difíciles, como cuando se cayó en el panamericano de ciclismo en Bucaramanga, en 2000, y se rompió su bicicleta, algo que puso en riesgo su participación en Sídney, que sería un mes después. Sin embargo logró solucionarlo y mejor de lo esperado. “Tenía una beca de 400 dólares por mes hasta los Juegos Olímpicos, 500 dólares que me había dado el Comité Olímpico, más una plata prestada por mi cuñado”, cuenta, y señala que esa ayuda superó sus expectativas y le permitió viajar a Buenos Aires y “conseguir una bicicleta mejor de la que tenía”.
Llegó a Australia decidido en lograr su meta, y por eso optó por concentrarse en el entrenamiento. “Me sentía bien en ese momento, quería estar entre los diez mejores. Por eso no fui al desfile porque tenía un cansancio enorme. Mientras veía la ceremonia en la tele, me preguntaba si quedarme habría sido un error, porque capaz que me la había perdido y después no me va bien”, recuerda. En el momento en que terminó la carrera, supo que había hecho historia, pero no sabía cómo había terminado realmente: “Cuando pasé la meta pensé que había quedado bronce, porque estaba cuarto la última vez que me había fijado en la pantalla. Festejé y cuando me bajé ¡vi que era segundo!”, relata. La sensación al pararse en el podio de Sídney fue inolvidable. Con una sonrisa recuerda el grito histórico desde una de las tribunas del velódromo -“¡Uruguay pa’ todo el mundo!”- y el momento en que se colgó la medalla, ya sabiendo que quedaría en la historia del ciclismo y del deporte nacional.
¿Dónde conserva su presea? Se podría esperar que tuviera una zona especial en la que guardara sus premios, como hacen muchos deportistas. “Te la voy a mostrar”, dice, parándose del sofá para ir a la habitación aledaña. Después de buscar en un placard, aparece con un estuche redondo que la contenía. La medalla está sostenida por un colgante de tela azul, tiene ilustraciones del tipo griego junto con Sídney 2000 y el número XXVII, que hace referencia al torneo olímpico; en su reverso, se ve el logo tradicional de los aros. “La tendría que tener en algo mejor, no sé. En realidad, nunca le he hecho nada, lo tengo todo ahí amontonado, pero en realidad habría que hacerle…”, comenta, vacilando.
Se sienta de nuevo, y queda pensativo ante la pregunta sobre qué depara el futuro y cuál siente que es su papel de aquí en más. ”Yo no sé, hay que sentarse y conversar. No sé si soy la persona ideal para liderar esto, tal vez hay gente más capaz”, responde, pero su sonrisa hace pensar que la cosa no quedará ahí.