Los pasillos de la Universidad de la República (Udelar) esconden historias de vida que se camuflan en la rutina. Una de ellas es la de Santiago Amorín estudiante de la Licenciatura en Historia en la Facultad de Humanidades.
Con una remera azul que en letras coral dice “No a la reforma”, camina por los pasillos de la facultad y su cuerpo delata la vida de deportista. Esa imagen es de las pocas cosas que revelan su paso por el fútbol, junto con un par de medias sucias que, luego del entrenamiento, guardó en la mochila al lado de los libros de historia.
A Santiago se lo puede buscar en la cancha, pero tal vez sea más fácil encontrarlo en Humanidades o en alguna charla de derechos humanos. Es que aunque hace casi dos años que su lugar está en el arco de Albion, el primer equipo de fútbol creado en Uruguay -en 1891- su vida parece gritar mucho más “arte” que “fútbol”, y algo en él hace creer que las dos cosas tienen mucho que ver.
Nació en 1994 en Montevideo pero a los pocos años se fue a vivir a Artigas. Si le preguntan, dice que es artiguense. El acento norteño no se le nota, pero tampoco el de la capital, es “una mezcla”, dice, como todo él. Es que Santiago es el último libro de Cortázar que acaba de leer, los guantes de fútbol, la voz del enano de La Vela Puerca, un par de poemas de Benedetti, historias de revoluciones pasadas, y de las que está convencido que van a venir, porque está seguro de que un día el sistema va a cambiar y la sociedad va a ser otra, otra mejor.
Para jugar, las manos
Arrancó a jugar al fútbol a los siete años, en Artigas. Un amigo lo invitó y ya el primer día su madre le dijo que iba a tener que decidir si jugar en la cancha o ser arquero. Aunque no tenía idea de qué hacía cada uno, se definió ahí mismo: iba a atajar. “Es curioso, sin saberlo, esa decisión ya me iba a marcar toda la vida psicológicamente. Es mucho de lo que soy. El golero es el ‘diferente’, es el que pone las manos y ataja las cagadas de los otros”, dice.
A los 15 años se fue a Montevideo para jugar en Peñarol y recuerda que cuando cobraba los viáticos, salía y pagaba la membresía de socio en Nacional. Lo dice y se ríe; se ríe bastante cuando habla de su vida y el fútbol, hace sentir que para él, el fútbol tiene mucho de alegría.
De Peñarol pasó a Defensor, de Defensor a Progreso, de Progreso a Albion. Parece acostumbrado a la incertidumbre que significa jugar en la B en un país como Uruguay en el que los sueldos están lejos de las altas cifras que ganan algunos futbolistas. La realidad del fútbol para la categoría en la que juega Santiago es otra, y él lo sabe.
Transformar el juego
Al googlear “Santiago Amorín“ lo primero que aparece es una foto de él y su equipo con un cartel que dice “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. En Santiago, todo grita revolución. Habla del ambiente conservador y machista que puede ser el fútbol.
Santiago y muchos de sus compañeros, además de jugar, tienen que hacer otras cosas para sobrevivir. La historia de Santiago es la de muchos que tienen que jugar en canchas que no son necesariamente de fútbol para poder vivir de lo que les gusta. Santiago en sus anécdotas, los describe a todos: el que trabaja y entrena; el que estudia y entrena; el que tiene dos trabajos; el que tiene que mantener a su familia. A todos los une el mismo cariño por el fútbol y la necesidad de tener que moverse para jugar y vivir. Él lo tiene clarísimo. También tiene claro que quiere que la realidad en algún momento cambie, lo dice y convence a cualquiera de que, en algún momento, va a cambiar.
En la voz de Santiago el fútbol se hace mucho más humano. Él habla y el fútbol tiene caras, nombres, tiene mil historias y mucho que exigir para que quienes juegan puedan vivir, vivir dignamente. Habla de la necesidad de “organizarse”, convencido de que es un paso que hay que dar: “me di cuenta de que era una herramienta cuando nos movilizamos y pudimos mover las cosas dentro de la Mutual“, relata.
Histórico
Desde principios de 2019 Santiago investiga la influencia de la Revolución Cubana en Uruguay, gracias a una beca que ganó de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar. Cuando termina el entrenamiento la historia se hace parte de su rutina: va de la cancha del Carrasco Polo -donde entrena todo los días- a leer archivos históricos y después, a los salones de la Facultad de Humanidades.
Habla largo y tendido de historia, de lo que le gusta leer, y cuenta que algunos sábados, después del partido, va a trabajar a una librería de Tristán Narvaja en la que acordó que le pagaran en libros. Arrancó a estudiar historia porque quería conocer el pasado para poder entender el hoy. “Entender para transformar después” dice. En un momento militó en el Partido de los Trabajadores y aunque hoy sigue creyendo en sus ideas, ya no milita.
Habla con dulzura y sin apuro. Cuando se da cuenta de que lleva rato entre letras y no en la cancha pide disculpas: “Esto era para que te hablara solo de fútbol, ¿no? Me fui de tema” dice y se vuelve a reír.
No habla de su futuro, dice que no sabe qué puede pasar. Hoy “soy esto”, dice y mira sus manos mientras las mueve de forma tímida.
El niño que con siete años supo que quería que las manos fueran parte de su juego, lo tenía clarísimo. Hoy sus manos son las que atajan, las que escriben y las que se mueven para construir otra realidad, o muchas realidades, que necesitan que alguien preste sus manos para escribir una historia diferente.