Dice que ya está jubilada. Sin embargo en Rincón de Velázquez, en Canelones, entre las ocho y las nueve de la mañana y por la ventana de su comedor, se acercan sus vacas como pidiéndole un poco más de ración. Cristina Berti da la bienvenida a Sala de Redacción a lo que asegura que es su “paraíso”, porque allí volvió cuando la vida quiso llevarla por otros rumbos laborales, y allí se quedó cuando tuvo la oportunidad de estar más cerca de sus hijos, que viven en Santa Lucía. “Entiendo que acá se aburran”, comentó, refiriéndose a esas oportunidades que sus hijos encontraron en la ciudad canaria, a diferencia de ella, que con 19 años decidió trabajar en el campo de su suegro.

Cristina se levanta con la claridad que anuncia la salida del sol. Desayuna algo rápido para poder ir a darle de comer a las gallinas, a las ovejas y a las vacas. Esta vez, se tomó el tiempo para hacer unas tortas fritas que dieron lugar a la dupla ideal con el mate y a hacer sentir al anfitrión como en casa. Esa casa que construyó junto con Ricardo, su pareja de vida y con quien casi tiene “telepatía”. El diseño incluyó desde las vigas hechas con madera de eucalipto hasta el techo de paja.

A la entrada de la casa, hay una mesa de casín, una cocina de leña y un gran fogón. Después de atravesar una pequeña puerta, se llega a un comedor amplio con una mesa en el centro que parece demasiado grande para dos comensales. La clave está en que casi todos los fines de semana van sus hijos a comer algún asado, reveló Cristina, y ahí, la mesa de casín y el amplio espacio cobran sentido. 

La vida de una trabajadora rural es diferente. Cristina se jubiló hace nueve años pero sigue haciendo exactamente lo mismo que antes: vivir por y para el campo. Es una vida con mucho silencio en cada jornada, en especial en una mañana primaveral, cargada con lluvia y viento, de esos vientos que obligan a hablar fuerte, tanto que es preferible no hablar, solo trabajar. Pese a esas inclemencias, esa voz fuerte se escuchó y fue de reclamo, mientras observaba a Juana, su gata, que a su vez posaba su mirada en el ternero que se le había acercado. Cristina aseguró que “los impuestos” que debe pagar por tener un campo con animales “te matan”, porque el ingreso que tienen entre los dos, con Ricardo, no llegan “ni a 40.000 pesos”.

El comedor de la casa de Cristina Berti y su pareja, Ricardo Díaz. Foto: Agustín Sartori.

Reclamó, además, algo que muchos trabajadores rurales reprobaron de las acciones implementadas por el gobierno durante la sequía: el hecho de que no se haya tenido en cuenta la economía de los trabajadores en los momentos más duros. A Cristina no le alcanzó con que las autoridades hayan golpeado la puerta de su casa para ofrecerle 800 pesos por mes para que pudieran comprar agua para consumo humano. Le pareció ridícula esa oferta, considerando que tienen un pozo de agua del que toda su vida habían bebido, al igual que muchos de los vecinos de la zona. Lo que sí hacía falta, señaló, era que ayudaran, al igual que hicieron con los productores más grandes, en el gasto para hacer más profunda la laguna que usan para regar su campo; de esa forma, no hubiesen tenido que gastar 20.000 pesos de su propio bolsillo para evitar que se secara.

Entre las inquietudes, luego de una breve pausa y de mirar hacia el horizonte, que parecía decir que se venía otro chaparrón, mencionó algo que afectó su salud: “Acá también te fumigan por todos lados y no les importa el viento ni nada; cuando no es la soja, es el trigo o la canola. ¡Cada ataque de alergia que vos no sabés! Es imponente… hasta sangre por la nariz me llegó a salir”, aseguró. Aún con sorpresa, Cristina, señaló el reflejo de los efectos que los agroquímicos dejaron en su paraíso y que se sumaron a la sequía.

En el transcurso de la mañana llovieron 25 milímetros, una medida exacta que proporcionó Ricardo al revisar su pluviómetro naranja. Sobre el mediodía, el campo ya se había humedecido y se mostraba en un tono verde agua. Cristina cargaba en sus manos a Carbón, un pequeño cordero negro, que casi no se distinguía por su polera del mismo color. Sacó un maple vacío y lo llenó. “Toma, llévate unos huevos” dijo, con la mirada atenta y pidiendo una retribución de Ñata, su galga, que me había recibido y fue lo último que vi antes de alejarme del “paraíso” de Cristina Berti.

Juana, la gata de Cristina Berti. Foto: Agustín Sartori.

Cuestiones pendientes 

Las jubilaciones rurales y la necesidad de asistencia a la salud son dos cuestiones que se ponen sobre la mesa en el sector rural. En este sentido, Karina Kulik, presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU), el gobierno tiene un debe: “todavía las ambulancias no llegan a medios rurales, seguimos luchando por eso”, explicó a Sala de Redacción.

Según expresó, AMRU abrió “un espacio de diálogo con los entes del Estado” para reclamar acerca de las diferentes problemáticas que enfrenta el sector. Kulik contó que estas instancias de diálogo sirvieron para que la asociación planteara generar “cursos de reanimación por accidentes laborales que se pueden dar en el medio rural”, que sirvan como herramienta para dar asistencia en casos en que la vida de alguna persona esté en riesgo y no haya una asistencia médica a tiempo. 

“¡Inquietudes muchas!”, resaltó la presidenta de AMRU cuando se le consultó por alguna otra demanda. “La situación económica está difícil en el medio rural debido a que los precios de lo que se produce, más que nada en el sector familiar, son muy bajos”, respondió. En este sentido, puntualizó que “se está reclamando” ante el Banco de Previsión Social por el monto de las jubilaciones rurales: “Se precisa que las jubilaciones sean mejores, una jubilación rural es una miseria. Da pena que una persona haya trabajado toda su vida en el campo y que no se pudo comprar una casa en la ciudad, quede a la deriva de Dios”.

En busca de respaldo 

En el diálogo de AMRU con el gobierno, también se planteó una cuestión que no escapa del sector rural: la violencia doméstica. En ese sentido, Kulik aseguro que “la violencia hacia la trabajadora rural se sigue dando y la mujer no se anima a denunciar, siguen en el círculo vicioso del golpeador”. 

Kulik detalló que “muchas veces cuando los hijos se van a estudiar” las mujeres que sufren violencia de género de parte de sus parejas “reciben aún más esta violencia y muchas veces no tienen a dónde ir”. En este panorama vulnerable, las mujeres quedan apartadas de cualquier tipo de asistencia y asiladas del contacto social. 

Con el objetivo de que la mujer rural “no se desarraigue de su lugar” por estos motivos y pueda seguir viviendo en el campo, AMRU impulsó la idea de “crear talleres que se enfoquen en la atención a problemas de traumas”, para construir un respaldo para estas víctimas. “Unir a las compañeras de todo el país” es uno de los objetivos principales para AMRU, expresó su presidenta.

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