Cuenta la leyenda -Wikipedia, en realidad- que para no avergonzar a su familia ultra religiosa y que se enterara de que se ganaba el pan tocando la “música del diablo”, Eunice Waymon elegía presentarse todas las noches con el nombre artístico de Nina Simone. Corría el año 1954 y la joven Simone tocaba de lunes a domingo en el Midtown Bar & Grill, una humilde plaza de comidas de Atlantic City. Al principio sólo se animaba a sentarse detrás del piano, deleitando a un público fiel de borrachines irlandeses con su dominio absoluto del instrumento. Pero ante la insistencia y posterior amenaza de despido del dueño accedió a probar suerte con el canto.

Una cosa llevó a la otra y a partir de ese momento lo que sigue es historia. Su voz tersa y aterciopelada, su virtuosismo en el piano -años de formación como pianista clásica le permitieron incorporar a su música trémolos menores, escalas y contrapuntos bachianos- y un riquísimo repertorio de canciones le valieron el reconocimiento tanto del público como de la crítica más especializada. En la actualidad, los raperos más prestigiosos del mundo se pelean por samplearla en sus canciones y así obtener algo de credibilidad.

Desde pequeña el sueño más grande de Nina era llegar a convertirse en la primera pianista clásica negra. Su compositor favorito de toda la vida fue Johann Sebastian Bach. En su autobiografía, titulada Víctima de mi hechizo (1991), llegó a escribir: “Bach es técnicamente perfecto. Cuando tocás su música tenés que entender que él es un matemático y que todas las notas aportan algo, tienen sentido. Siempre se agregan a los crescendos, como las olas de un mar que se vuelve tan y tan grande que termina invocando una tormenta. Cada nota que tocás se conecta con la siguiente, y todas tienen que se ejecutadas de forma perfecta o el efecto de esa totalidad se pierde. Bach hizo que dedicara mi vida a la música”.

Fue la sexta de ocho hermanos en una familia pobre del sudeste de Estados Unidos, sus padres se asombraron con el talento de la jovencísima Eunice, que ya desde los tres años demostraba facilidad para pulsar las teclas. Con la ayuda de una profesora de piano hicieron lo imposible para alentarla en su vocación, llegando a crear un fondo de donaciones locales con el propósito de costearle sus estudios musicales. Aun así, tras años y años partiéndose la cabeza, su solicitud para entrar al Curtis College of Philadelphia fue rechazada. Nina nunca se recuperaría de esta experiencia y llegó a interpretarla como un acto de racismo de parte del prestigioso instituto musical.

Nina Simone. Foto: Gerrit de Bruin.

Con todo, durante la mayor parte de su carrera Simone fue una piedra en el zapato para la industria musical. Es que cuando no estaba sentada frente al piano hechizando a públicos cada vez más numerosos le gustaba pasar sus ratos libres con su vecino más famoso: Malcolm X. Quizás ello haya influido en su militancia en el nacionalismo negro, que se podía apreciar en sus arengas sobre el escenario: “¿Están listos para invocar la ira de los dioses negros? ¿Están dispuestos a levantarse en armas? Yo no canto para los bastardos. No me gusta la gente blanca”.

Es cierto, sí, los años sesenta son recordados como una época convulsionada, una década en la que era normal que jóvenes blancos de clase media-alta expiaran sus culpas burguesas incursionando en la piedad insidiosa y el panfletarismo político de la izquierda más dogmática. Ahora bien, que la que protestara de manera rabiosa e inclaudicable contra el establishment fuera una mujer, que encima era negra y de familia obrera, trajo aparejadas otras consecuencias. Canciones como Mississippi Goddam (1964), Four Women (1965) o To be Young, Gifted and Black (1969), obras maestras de fuerte contenido social y relevantes hasta el día de hoy, fueron censuradas o ignoradas por las estaciones de radio norteamericanas. A eso se le agregan pleitos jurídicos con su discográfica por el no pago de regalías y el resultado es cualquier cosa menos bueno. Pronto la artista se vería obligada a abandonar su país de origen, perseguida por el fisco y harta de una sociedad a la que llegó a tildar de “cáncer”.

Decir que no sentía pudor a la hora de expresar sus ideas políticas es quedarse corto. En un arranque de ira llegó a echarle en cara a John Lennon lo pueril de su pacifismo político y le retrucó el sencillo que lanzó junto a los Beatles, Revolution (1968), aquel en el que Lennon cantaba: “Pero cuando hablás de destrucción / sabés que no podés contar conmigo”. Lo hizo con una canción del mismo título, cuya letra decía: “Estoy acá para hablarles de destrucción / cantándole a una revolución / porque estamos hablando de un cambio / que es más que una evolución”.

Pequeña niña azul

“Colpix records grabó el concierto y lo lanzó como Nina Simone at Town Hall, si no me creen lo pueden escuchar por ustedes mismos. Las críticas fueron las mejores que recibí en mi carrera. Fue una sensación. Un éxito de la noche a la mañana, como en las películas”.

Nina Simone

Para los que saben del tema, el Town Hall es una de las salas musicales con mejor acústica de Nueva York. De hecho, están quienes incluso afirman que las cualidades sonoras del teatro compiten codo a codo con las de salas de conciertos más afamadas en esa ciudad, como el Carnegie Hall o el Lincoln Center. Por ponerlo de alguna forma, el Town Hall es a Nueva York lo que la Sala Zitarrosa es a Montevideo. Y allí fue que se grabó el que para muchos es el mejor disco en vivo de la norteamericana: Nina Simone at Town Hall (1959).

Nina Simone. Foto: Ron Kroon.

Quienes ocuparon sus butacas esa velada de 1959 se encontraron con una artista en pleno control de sus facultades musicales. Como más tarde recordaría en su autobiografía: “Me subí al escenario igual que una reina egipcia -lenta, calmada y seria-”. Era la primera vez que el público pagaba entrada para verla en vivo. Después de pasarse años y años tocando en barcitos de mala muerte para públicos indiferentes, por fin llegaba su hora. La foto que adorna la cubierta del disco la muestra segura, sentada frente a un lujoso piano de cola, con un largo vestido de raso blanco escotado en la espalda; sus dedos, largos y huesudos, pulsando las teclas blancas y negras del teclado con total entrega.

Lo primero que se escuchó durante la noche fue Black is the color of my true love’s hair, una bellísima y delicada balada apalache que Nina interpreta con la carga emocional justa, acompañándose sola en el piano, estirando las notas de la voz sin caer en acrobacias o excesos vocales injustificados. El mensaje de la letra es simple, pero no por eso menos genuino: le canta con devoción a su pareja, describiendo el color de su pelo, su piel y sus manos fuertes.

Las dos siguientes canciones son una demostración perfecta de la versatilidad de la artista para interpretar sin despeinarse números de música popular con un toque de piano clásico. Exactly like you es el momento con más swing de la velada; además de soltura y profesionalismo, cuenta con el acompañamiento impecable de Jimmy Bond y Al ‘Toothie’ Heath en bajo y batería. Es, por mucho, el momento más irresistiblemente pop de la noche. En The other woman, en cambio, Nina se empareda dentro de la angustia de una mujer cuyo marido le es infiel. Esta última pieza fue compuesta por Jessie Mae Robinson, una compositora afroamericana pionera del R&B, que en tiempos del racismo más rampante escribía éxito tras éxito para Elvis Presley y Wanda Jackson. La letra peca de algunos anacronismos, pero aun así la interpretación melancólica de Simone hace imposible no empatizar con el drama de la mujer; a su vez, la canción llegaría a convertirse en una de las más representativas de la artista, quien también sufriría una serie de matrimonios infructuosos.

El pico emotivo de la velada fue sin duda Wild is the wind, una balada sombría, anhelante, que sumió al público en un trance hipnótico, tanto por su implícita carga erótica -escuchar a Nina cantar con voz sofocada “Dame más que una caricia / satisface esta hambre / Me tocás / Y escucho el sonido de mandolines” anticipa los momentos más sensuales y babosos de su futuro disco clásico de 1967, Sings the Blues- como por los límpidos contrapuntos del piano de Simone. Más adelante inspiraría versiones de artistas como Cat Power, George Michael y David Bowie. Todas menores en comparación con la de Simone.

Para cerrar la noche eligió interpretar Fine and mellow, un blues compuesto por la legendaria Billie Holiday para el sello discográfico Commodore Records. Este tema, famoso por la magnífica demostración de química musical entre Holiday y el saxofonista Lester Young en el especial de televisión The Sound of Jazz (1957)está en Youtube- esconde un trasfondo algo turbio. La letra, según estudiosos de la vida y obra de Holiday, es de corte autobiográfico y plasma parte de sus numerosas experiencias traumáticas con hombres. El contenido problemático de los versos parece no afectar a Simone, que la interpreta con un tono por momentos resignado, por otros ambiguo.

Nina Simone at Town Hall es, en su conjunto, una obra imprescindible para aquellos que quieran asomar las orejas en la primera época de una artista bandera en la música norteamericana. Habrá quienes prefieran algunas de sus obras posteriores, todo es discutible, pero aun así, como pequeña demostración del talento y profesionalismo de esta artista, hay pocos mejores portones de entrada a su obra.

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