El murmullo nacido de la necesidad de conectar, de encontrar unidad, habita fácilmente con la solemnidad que une sobre Rivera y Jackson. Las pancartas con las imágenes de los desaparecidos, elevadas sobre la gente alrededor de las 19 horas del 20 de mayo, hacen que la Marcha del Silencio, en su 28° edición, comience.

Las imágenes de los que ya no están, abrazados por los uruguayos que esperan que vuelvan, resuena casi igual de fuerte que el silencio compenetrado de los de miles de personas que aguardan el avance de la marcha. Hay grupos de jóvenes, familias con niños y veteranos que, en susurros, conversan de la marcha, de lo que ella simboliza y de la vida.

Las que lo vivieron

María Josefina, de 74 años, comenzó a ir a la Marcha del Silencio desde su primera edición, en 1996, y se ríe al recordar los años de “antigüedad” que tiene. Hay “un crecimiento en números y un aumento de jóvenes, y la juventud importa. La descentralización, las marchas en todo el país, también importan, porque fue todo el país el que vivió la dictadura y todo el país se merece recordarlo. Permanentemente la memoria ayuda a rescatar y concientizar a gente más joven que no lo vivió, esto es sembrar margaritas, cultivar memoria. Es impresionante ver a los jóvenes como guardianes de la memoria y su ayuda al descubrimiento de la verdad”, esboza María Josefina que, como Cristina, de 72 años, Elsa, de 70, y muchas y muchos otros, van a la marcha desde hace 27 años y entienden que los trae “lo de siempre”. Es “la lucha, el recuerdo, la memoria” lo que atrae a una multitud a seguir denunciando las violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura.

Ana tiene 82 años y habla de una “continuidad en el silencio, en la emoción y el respeto”, pero concluye que la masividad que tanto ella como María, de 70, observan, la genera la necesidad de justicia. Justamente, como menciona Nilda, también de 70 años, eso “es algo que hay que mantener en el corazón, algo que hay que mantener vivo”. Para Olga, de 81, “ver a los jóvenes juntarse y marchar con nosotros, es lindo, tan lindo, es sentir orgullo por las generaciones por venir”.

Fotos: cobertura colaborativa de Sala de Redacción

De generación en generación

En los testimonios hay palabras y sentimientos que se repiten. Javier, de 53 años, sostiene que “la causa la sentimos muy presente, pasamos por todo, por plebiscitos, por desapariciones. Venimos por la necesidad de apoyar, por la necesidad de incluir a la juventud”. Juan, de 50, comenta que “venimos por la herencia, porque el intercambio generacional que siempre se transmite es importante”.

Laura tiene 45 años y dice que “muchos somos hijos del exilio” y que estar en la Marcha del Silencio significa “acompañar el sentimiento que sentimos todos como país”. Ricardo, que tiene 41 y va a la marcha desde los 16, plantea que el 20 de mayo “ya sabemos que venimos, es una costumbre de conciencia y una tradición”.

Natalia antes iba con sus padres y ahora con sus amigos; tiene 40 años y le resulta una instancia “muy movilizadora, siempre, siempre, y cada vez es más multitudinaria, que es importante, porque sostener la memoria es fundamental”. Noelia, en cambio, es la primera vez que está presente un 20 de mayo. Tiene 35 años y “aunque no tenga conexión personal” porque no tiene familiares desaparecidos, siente “empatía con la gente a la que le pasó” y esta primera experiencia le resulta “muy conmovedora, genera mucho sentimiento, mucha familia”.

Analía fue a la marcha “desde siempre, pero conscientemente desde los 15 años”. Ahora tiene 33 y siempre le emociona. Se le vienen a la mente las canciones de otra época, como “Carta de una Abuela a su nieta” de Larbanois & Carrero, y canta una estrofa.

“No importa dónde te encuentres
Ni con qué nombre te encierren
Puedes buscarme, yo te esperaré por siempre 

Querida nieta, te encontraré”

Luciana también tiene 33 años y la primera vez que fue a la Marcha del Silencio lo hizo con su madre, que hoy tiene a su izquierda y está también con ella esta vez: “La vivimos como la primera vez que vinimos. Yo traigo a mi hija porque cuando no esté mi madre voy a venir yo, y cuando no este yo va a venir mi hija. Los derechos humanos corren a través de la enseñanza”. Su madre, Silvia, de 71 años, cuenta que estuvo detenida en dictadura: “te podrás imaginar cómo fue. Desde que eran chicas [señala a sus dos hijas], en la familia se supo todo y por eso tenían que venir, tenían que entender lo que había sucedido acá. Es emocionante, muy emocionante que vengan mis hijas y mis nietas, porque no hay nadie en mi familia que dé la espalda. Me emociona que cada vez veo más jóvenes y me doy cuenta de que esto no termina con nosotros, que cuando nos vayamos esto queda y no lo van a liquidar”.

Durante la Marcha del Silencio. Foto: Beatriz González

Aunque más joven, Emilia, de 29 años, recuerda marchas anteriores, pero concurre siempre para “reclamar justicia y para recordar lo que pasó y lo que no queremos que vuelva a pasar”. Menciona que “estar acá, en la marcha, habla de esperanza, de que aún hay gente a la que le importa y que “incluso cuando todos los desaparecidos aparezcan, yo creo que vamos a seguir marchando, porque el que aparezcan es la reivindicación más fuerte, pero va más allá de eso. Recordamos para que no vuelva a pasar”. Chiara, de 28, lo plantea en términos similares y marcha “desde que tiene memoria, porque es importante demostrar que no nos olvidamos” y que “no vamos a permitir que se repita, aunque aún no se sepa dónde están todos”. 

Valentina siente que esta “es la marcha que más moviliza, es la más emocionante, probablemente por el factor del silencio”. Tiene 20 años y comenta, como muchos otros, que la marcha “no se limita a las personas que lo vivieron, hay un conocimiento muy grande de lo que pasó y hay mucha memoria”.

Como le pasa a otros jóvenes, para Camila, de 19, la marcha es para ella desde pequeña “una consigna familiar que reivindiqué por ellos, pero que hoy en día lo reivindico por mí”. Entiende entonces que “hay que vivirlo individualmente para heredar y para ver qué se puede aportar a la lucha”. Sebastián también tiene 19 años, es la primera vez que marcha y cree “que es importante conmemorar y reclamar lo que aún se está buscando: la verdad”. Desde su sentir, generado por las historias familiares y por su interés en el tema, asegura que “es sumamente importante que los jóvenes sean conscientes de los asuntos históricos que el país aún tiene por resolver porque es algo que nos une, que nos identifica como país, sin importar las orientaciones políticas”.

Martina y Stephanie, las dos de 19 años, conversan y dicen que “hasta que no se sepa la verdad, no se puede descansar, porque es importante tener una conciencia colectiva”. Para ambas, es necesario que “haya gente que salga y se queje por si vuelve a pasar”, alguien “manteniendo la memoria de los que no están vivos”.

Lucía, de 18 años, y Andrea, su madre, es la primera vez que marchan en silencio. Fue idea de Lucía “por el interés en la historia, porque uno no se tiene que olvidar, porque hay mucha gente que no tiene memoria”. Para Brisa, de 17, que hace años que acompaña a los familiares de los desaparecidos, “pega fuerte la marcha y aunque los jóvenes estamos por empatía, estamos”.

Lenka tiene sólo 8 años, abraza la foto de un detenido-desaparecido y ya sabe que “el amor por la gente se ve en las caras de todos los que están”.

Sobre los hombros de su madre, otra niña pregunta:

—Mamá, ¿dónde están los desaparecidos?

Su madre la mira y le responde:

—No lo sé amor, es lo que tenemos que averiguar.

Cobertura colaborativa audiovisual de Sala de Redacción: Felipe Escofet, Joaquín Ludzcanoff, Rafaela Rojas, Santiago Viana.

Nombrándolos uno a uno, en medio de la contención de la juventud que abrazaba a los familiares y a sus desaparecidos, la marcha llega a su destino. En la Plaza Cagancha, suena el himno nacional y ruge el “tiranos temblad” y los aplausos, como un eco ensordecedor, que se extienden por todo 18 de Julio.

FacebookTwitter