El 14 de agosto de 1968 la explanada de la Universidad de la República se inundó de miles de personas que se reunieron para velar a Líber Arce. Afuera del edificio central, un pizarrón marcaba la historia: “Silencio, ha muerto un estudiante”. Adentro, los destrozos producidos por el allanamiento de la madrugada del 9 de agosto comenzaban a ordenarse. Bombas lacrimógenas, botellas, bancos y vidrios rotos, junto a documentos y archivos, desaparecidos y robados, caracterizaban un ambiente de pérdida que se instalaría durante años. 

Líber Arce fue el primero. Tenía 28 años, estudiaba en la Facultad de Odontología y militaba en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU). El 12 de agosto de 1968 la Policía lo baleó durante una movilización estudiantil por boleto gratuito y murió dos días después. A los pocos meses, el 20 de setiembre, también fueron asesinados en una manifestación Hugo de los Santos, estudiante de Ciencias Económicas, y Susana Pintos, estudiante de la Escuela de la Construcción de la UTU. En los años siguientes mataron a Heber Nieto, Julio Spósito, Íbero Gutiérrez, Santiago Rodríguez Muela, Joaquín Klüver, Ramón Peré, Walter Medina y Nibia Sabalsagaray. La lista continúa. 

Hoy, un grupo de gurisas reunidas en el mismo lugar en el que se encontraba el pizarrón, recuerda las marchas de otros años. “La primera vez que vine fue en 2018”, dice una, mientras otra cuenta que la suya fue en 2016. “Eso fue porque en tu liceo había gremio”, responde la tercera, que reflexiona sobre la importancia de contar con ese espacio en Secundaria. Cuando el intercambio al respecto de sus inicios en la militancia comienza a ponerse interesante, una voz amplificada por un micrófono las distrae.

Son las 6 de la tarde en este frío sábado invernal y a pocos minutos de comenzar la caminata hacia la Plaza Primero de Mayo, sobre las escaleras de la Universidad, aún hay tiempo para una intervención artística. Las chiquilinas luchan. Se arrastran por el piso y gritan con dolor. Contornean sus cuerpos e intentan levantarse. Con ayuda de otras dos compañeras, logran erguirse y vencer. Detrás, aparece dibujado un puño cerrado que se impuso sobre otro bosquejo que dejó poco lugar a la imaginación. Entre perillas, una chimenea industrial y una tijera, un cartel rezaba grande y claro: “LUC” (Ley de Urgente Consideración). Dos jóvenes se miran y se abrazan, emocionadas.

Aunque no se notó, prepararon la performance en tan solo cuatro días. No fue su primera vez, forman parte de un centro cultural internacional -Our voice- que interviene en manifestaciones sociales desde hace varios años. Esta vez lo que buscaron fue “denunciar a la planta (de pasta de celulosa) de UPM, la LUC y los recortes estudiantiles”, porque según expresa una vocera del equipo al terminar, la educación es constantemente amenazada. “¡No a la mercantilización de la educación! Hoy más que nunca, ¡la educación no se vende y se defiende!”, concluye entre aplausos y gritos de apoyo. 

Luego de su discurso, las personas empiezan a agruparse sobre la calle. Aparecen las pancartas, los carteles y banderas, y el color se va colando entre un mar de camperas oscuras. Alguien pasa y comenta con sorpresa: “Pila de gente”. Es que ni la helada y nublada noche o la pandemia ahuyentaron al movimiento estudiantil. Al lado, un par de adolescentes intentan recordar un cántico. “¿Cómo era? Con los huesos de Pacheco -en referencia al expresidente Jorge Pacheco Areco-, vamo’ a hacer una escalera…”, y siguen cantando mientras le contagian a otros la emoción. De a poco, la distancia entre los cuerpos se reduce para convertirse en masa y movimiento. 

Arriba del banco de una parada de ómnibus vacía, una joven se acomoda para sacar fotos. Agacha la cadera, encorva la espalda y se detiene unos segundos. Entre la más diversa marea de voces, sus clicks no se oyen, pero se pueden observar. Uno, dos, tres y baja. Vuelve a formar parte de la caminata, conversa con sus amigas, se relaja. Más tarde, apurará el paso y repetirá la danza, como lo hace en cada marcha desde hace cinco años. Aunque siempre las disfruta, Jurema asegura que esta fecha es especial. “El pueblo está más unido”, dice, porque no hay un sesgo político partidario “tan fuerte” y quienes asisten “lo vivencian de forma diferente”. Con orgullo, reflexiona sobre la militancia de la juventud y recuerda lo vivido en las campañas del No a la Reforma y el referéndum contra la LUC . “Somos aguerridos, si buscamos algo, hacemos lo posible para que salga. Nos informamos más y lo transmitimos, boca a boca”, dice antes de despedirse y volver a perderse. 

A pocos metros, otro muchacho llama la atención entre la multitud. Lleva puesta una túnica blanca y carga una gran jeringa del mismo color, confeccionada para la ocasión. Camina junto a sus compañeros del gremio de la Facultad de Ciencias y encarna sin vergüenza el pedido elegido para hoy: la inversión en recursos humanos e infraestructura para la producción nacional de vacunas. Leo, señalado por sus amigos como “el que más sabe”, plantea que este es un “asunto de soberanía y salud pública general”, muy importante para el desarrollo científico y tecnológico del país. Además, asegura que dada la coyuntura actual, el proyecto es adecuado y pertinente. “La Universidad tiene las herramientas, sólo depende de la voluntad política”, sostiene sin dudar.

Junto a él, Gustavo escucha y asiente. Comparte su pensamiento, pero si le preguntan, elige destacar la importancia de defender la presencialidad. “La virtualidad separa a los estudiantes y eso le sirve al poder”, dice, preocupado. “Históricamente, los jóvenes molestan”, porque sino “los de arriba hacen lo que quieren”, y en las clases virtuales esa esencia se pierde. Lo reconoce, la educación remota tiene sus ventajas: es barata y cómoda, pero cómodamente insensible, “como dice Pink Floyd”. Porque nada se compara al alumno que llega al aula y le pregunta a su compañero: “¿vos qué opinás de esto?”, o a lo que sucede cuando en la marcha “venís y te das cuenta de que está lleno de estudiantes y no estás solo”.  

Debajo de un cartel del Movimiento Nacional de Defensa de la Seguridad Social, camina Luis, que se manifiesta “desde siempre”. A los 14 años, como en agosto del ’68, o a los 67 años, como hoy, la marcha es para él un espacio en el que se construye “un universo de reivindicaciones”. Mientras relata su experiencia, entre gritos, bombos y redoblantes, sobresale la voz de un niño y el paso del tiempo parece desdibujarse. Luis marchó siempre. Quienes lo observan, probablemente deseen que el niño también. “Porque todos pasamos por un proceso educativo”, dice una liceal, mientras habla del significado de este día para ella. 

Al llegar al destino, la tradición de cada año se repite. Estudiantes y delegados de Secundaria, UTU, Magisterio, Institutos de Formación Docente y la Universidad, se pronuncian sobre el escenario de la Plaza Primero de Mayo. De a uno o de a dos, expresan con firmeza y claridad sus propias reivindicaciones que, aunque son distintas, siempre están conectadas. Más presupuesto, menos recortes y la defensa del camino construido, se presentan como puntos claves. Alguna mano tiembla mientras sostiene el papel que lee, otra voz se tranca o se pierde, incluso se calla. Cuando sucede, un compañero alienta desde abajo. Aplaude, saluda, larga con fuerza un “¡vamo’!”, y quien está arriba, sigue. Termina su discurso y levanta un puño en el aire. “¡Viva el 14 de agosto!”, exclama. “¡Viva!”, le responden.

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