Otros seres vivos representan mejor la grandeza de la naturaleza que el propio ser humano. La ballena franca austral –eubalaena australis- es un mamífero marino que puede llegar a medir 17 metros y a pesar 80 toneladas. Se caracteriza por tener una cabeza con callosidades que determinan patrones únicos en cada ejemplar, lo que facilita su reconocimiento e identificación.

Estos animales realizan largas migraciones estacionales hacia las aguas más cálidas y tranquilas del hemisferio sur para su reproducción, aunque encuentren menos alimento -plancton- que en las zonas polares y frías de las que provienen. Es así como entre los meses de julio y noviembre, pero con mayor frecuencia en agosto y setiembre, estos gigantes del mar visitan las costas uruguayas durante el invierno austral. Los registros en aguas nacionales suelen ser de madres con crías o grupos de socialización.

Uruguay es uno de los pocos lugares del mundo donde las personas pueden disfrutar del avistaje de ballenas desde la playa, sin necesidad de embarcarse. Las costas de Maldonado y Rocha tienen muy buenas características panorámicas, sin embargo, es sumamente recomendable un buen par de binoculares. A través del grupo de Facebook de la Organización Conservación de Cetáceos (OCC) Uruguay, de la Red de Avistaje de Ballena Franca y Delfines o del grupo de Telegram Ballenas Uy, los usuarios informan hora y lugar de los últimos avistajes. Ello también se hace a través de redes sociales con el hashtag #hayballenas, o al entrar al visualizador web de fauna marina. Esta herramienta se trata de un mapa de la costa uruguaya en el que figura el tipo de animal que fue visto (tortuga, toninas o ballenas francas) y en qué zonas, además del número de avistajes por semana, día y total de la temporada. Los propios usuarios llenan un formulario con los datos de lo que vieron, que automáticamente queda cargado en la plataforma.

Además de tratarse de un momento especial para la especie en su ciclo de vida, la visita de estos animales tiene un enorme valor biológico y ecosistémico. Leandro Borba, integrante de Fauna Marina Uruguay y fotógrafo, explicó a Sala de Redacción que también lo es para quienes esperan su avistaje. “Despiertan grandes emociones”, dijo, y mencionó que su presencia promueve el acercamiento y la conexión con el mar, además de la conciencia sobre su cuidado y preservación.

Nos queda solo un mar

Uruguay ocupa un mayor territorio marítimo que terrestre. Sus aguas jurisdiccionales están normadas para la preservación de la fauna marina, que se encuentra protegida por el Decreto 238/998, que prohíbe su persecución, caza, pesca, apropiación, retención o sometimiento, sin mencionar las agresiones hacia estos animales. Por su parte, el decreto 261/002 prohíbe actividades náuticas de competencia en temporada de ballenas, además de regular y establecer los procedimientos para su avistamiento.

Todas de origen antropogénico, es decir, de responsabilidad humana, las principales amenazas para las ballenas son las colisiones con embarcaciones, el enmalle en redes de pesca o la contaminación sonora por ruidos molestos de barcos de sísmica, según se explica desde Fauna Marina Uruguay. Además, las construcciones sobre la playa han modificado las dinámicas costeras y los residuos de plástico son otro gran problema para todos los animales marinos. Por ejemplo, se han reportado plásticos en el tracto digestivo de ballenas varadas.

En 2013, la Ley N°19.128 declaró a las aguas territoriales como “santuario de ballenas y delfines”. Sin embargo, Andrés Milessi, coordinador de proyectos de OCC Uruguay, aseguró que esa fue una primera aproximación del país a cumplir su compromiso internacional de proteger sus mares en un 10%. En la actualidad, Uruguay tiene 0,7% de aguas conservadas.

Milessi trabaja en el lanzamiento de un proyecto binacional llamado “Un solo mar”, que se propone la creación de nuevas áreas marinas de protección en conjunto con Brasil. La creación de estas aguas no se compromete solamente con una especie determinada sino con “la diversidad alucinante de especies que habitan nuestras aguas”, mencionó Milessi a Sala de Redacción. “En el caso de nuestros corales, estamos protegiendo un ecosistema que se basa en ellos. Son bio ingenieros”, ejemplificó.

Sin embargo, estas áreas por sí solas no van a conseguir la conservación de las especies, sino que “se necesita una conectividad biológica, ecológica y transfronteriza con los países hermanos”, señaló, y agregó la necesidad de contar con la voluntad política para regular el tráfico de comercio en estas zonas. “Obviamente, son costos asociados, y habrá toda una situación de negociación detrás”, apuntó Milessi.

La creación de estos espacios no necesariamente implicaría que se reduzcan las zonas de pesca, explicó el coordinador de OCC. Los pescadores pueden usar estas áreas en algún momento del año o en zonas marcadas destinadas a la pesca, con la finalidad de tener mejores capturas y beneficios económicos. Además, hay un turismo incipiente en estas áreas marinas protegidas, destacan desde OCC Uruguay.

“El espacio marino tiene un gran valor natural porque se comparte con inmensidad de seres vivos. Pero las actividades humanas han dejado huella por décadas, descuidando la naturaleza. Conectar y sentirla más ayudaría a despertar y ver qué podemos hacer a diario por mejorar la calidad del lugar que habitamos”, reflexionó al respecto Borba.

Encuentros

En su taller de arte, Nicolás talla una madera mientras habla con Sala de Redacción. Le da forma de ballena; las plasma por todos lados desde aquella ocasión: esculturas, pinturas, cerámicas. Si bien es cierto que cada octubre las ve en la fecha de su cumpleaños, ese encuentro había sido especial.

Escultura en el taller de Nicolás.

Primero las vio de lejos, parecían ser más de una. Remando con los brazos se dirigía a Isla Gorriti. El agua estaba tan clara que Nicolás podía ver sus propias piernas colgar a los lados de su tabla cuando decidió detenerse para verlas mejor. Estaba fascinado, pero enseguida retomó su travesía de surf.

Al volver, su ruta se entrecruzó con la de una de ellas. Ya no solo podía verla, la oía y la sentía. El ojo de la ballena era enorme y apuntaba hacia él, que impresionado sentía cómo el animal analizaba cada uno de sus movimientos y lo obligaba hasta a controlar su respiración. Y debía hacerlo; tener los pulmones listos. Afortunadamente, sabía lo que hacía -no era su primera vez en altamar, pero sí en compañía de sus nuevas amigas- y “tenía todo el cuerpo preparado”. El imponente tamaño del animal que, además, resoplaba, lo intimidaba bastante. Aunque nunca tuvo miedo. 

Hasta que sucedió. De repente, Nicolás se vio sumergido en el abrazo del mar, con su tabla sobre la cabeza. “El agua era una licuadora”, recordó, y agregó que la ballena se movía muchísimo y lo tiró. Tan cerca, solo pensó en tocarla y asegurarse de que ese bicho fuera real. Y así lo hizo, pero la ballena no comprendió el profundo sentido de ese contacto. 

“Se molestó. Me cubrí la cabeza como pude, pegó unos coletazos y con uno le dio a la punta de mi tabla, que voló”, narró. La ballena comenzó a alejarse casi proporcionalmente a como él recuperaba el aire. Volvió a lo que quedaba de su tabla de surf y emprendió la vuelta “con el pecho inflado”.

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