“Esto es un sueño”, dice una de las actrices al inicio de la obra invitando a acompañar las historias que se irán desenterrando poco a poco a lo largo de la obra. Hay tierra en el suelo y en los cuerpos de la nieta y de la abuela, representadas por Sofía Rivero y Emilia Díaz, respectivamente. Se podría decir de La Sapo que es una obra itinerante, que ha sido premiada y seleccionada para ser presentada en países como Argentina, Chile, Brasil, y España.

Sin embargo, La Sapo es una invitación a romper el silencio, a desentrañar el concepto de “barrer bajo la alfombra” y poner en práctica el de “sacar los trapitos al sol”, buscando, quizás, interpelar a una generación que ha sido educada sobre un discurso de aguantarlo todo como símbolo de lealtad y fidelidad a un ser amado. Aparece, por ejemplo, el contraste entre una generación joven —representada a través de la nieta—, que recuerda la figura del abuelo como la de un ídolo, mientras su abuela esboza entre dientes relatos de abuso de “ese abuelo que vos querés tanto”, como le narra a su nieta al golpear el regazo de la silla mientras nombra —quizás por primera vez— el dolor por el maltrato, la angustia, el despojo. 

La historia surge de una trama personal, “pero no es una obra testimonial”, dice Tamagno a Sala de Redacción. Cuenta que cuando su abuela estaba en un momento delicado de salud, decidió mudarse con ella y compartió un verano entero lleno de relatos y cuidados varios: “a partir de esa situación escribí La Sapo, que la convertí en una historia de una nieta y su abuela”.

Sin embargo, Tamagno insiste en las posibilidades de la ficción: agrega que la obra busca a través de una serie de figuras comunes “interpelar el imaginario de aquelles espectadores que puedan ver la obra con su abuela”. Además, cuenta que durante el proceso de creación, le acompañó la preocupación y la búsqueda del “tono correcto para cuidar esas mismas historias, para no revictimizar a mi abuela, algo que no sé si lo logré, por eso hago tanto énfasis en que es una ficción”.

El proceso creativo

El verano con su abuela dejó los primeros bocetos de lo que sería La Sapo, un poema escrito en prosa con el que Tamagno cierra la obra. Desde ese momento, transcurrieron diez años, llegó la pandemia y el regalo de una amiga, quien le envió un documental que había filmado cuando era estudiante en la Universidad de Buenos Aires. El audiovisual narraba la historia de la mujer que la había cuidado cuando era niña, y que trabajaba en su casa como empleada doméstica a la par que oficiaba de niñera. “En ese documental [la protagonista] decía en un momento: toda la vida criando ajeno”, cuenta Tamagno, que recuerda que su abuela era en realidad tía de su madre, y habría asumido el amor de abuela, luego de haberse casado con el abuelo de Tamagno. “Linkeando esas dos situaciones, sin darme cuenta del todo, y haciendo énfasis en esas tareas de cuidado tan invisibilizadas, escribí la obra”, agrega.

El proceso de escritura fue difícil, cuenta Tamagno, debido al contingente de relatos que describe como “muy crueles”. Además, resalta las huellas de la literatura infantil y la poesía en el desarrollo de la dramaturgia: “fue un proceso de mucha escritura-reescritura, y terminó en esto que tengo acá al lado: un texto muy raro, escrito muy libremente, como un poema largo con dibujitos”.

En diálogo con Sala de Redacción, Sofía Rivero revela que al momento de encontrarse con el texto de la obra, la primera impresión fue de sorpresa: “es poesía, nunca había recibido una obra de teatro así; aparte, tiene dibujitos, comentarios, la voz del director [que aparece] todo el tiempo”. Por otra parte, destacó que se trata de una historia muy dura: “la leía y decía: ‘esto es terrible, pero es muy hermoso por todo lo que está diciendo’”.

Esa relación entre lo terrible y hermoso aparece en varias reconfiguraciones a lo largo de la obra, como el paralelismo entre lo romántico/violento, y/o lo deseado/impuesto en la narración de experiencias de un cuerpo feminizado que ha envejecido, pero sobre todo, soportado. 

Nómada e itinerante

Tamagno se considera “más dramaturgo que director”, dice, mientras revela que escribe sus textos para que “se porten y se instalen en diferentes lugares”. Encara su trabajo en modalidad residencia, en una búsqueda y diálogo constante con diferentes equipos de trabajo según territorio, “por razones de interés artístico” y “ecología”. 

“Lo que traje acá a Uruguay es el texto de La Sapo, no la obra que estrenamos [en Córdoba]. Y sobre ese texto montamos una pieza completamente nueva, diferente a lo que fue en Buenos Aires”, dice. Sobre la adaptación de la obra en Uruguay, cuenta que es “más física, con más humor, más intensa y con más textura”.

Además, destaca que la producción argentina de La Sapo había sido pensada para presentarse en un circuito de festivales, mientras que la versión uruguaya fue montada “pensando más en la posibilidad de circular en barrios, por el interior de Uruguay, como una movida [con el foco puesto en la] descentralización”.

El elenco uruguayo, al que describe como “un gol”, está conformado por Emilia Díaz y Sofía Rivero: “sabíamos que Sofi Rivero interpretaría a la nieta”, dice Tamagno. Por otro lado, cuenta que a Emilia Díaz llegó por medio de una sugerencia de la productora de la obra, Vachi Gutiérrez: “con Emilia nos encontramos, nos divertimos mucho y nos enamoramos, las dos actrices son inmensas y nos llevamos muy bien”.

Las dinámicas amorosas

Al momento de hablar sobre la escena teatral rioplatense, Tamagno, en tanto director cordobés, se ubica en una escena descentralizada que le permite habitar maneras diferentes desde las que pensar la creación y producción teatral.

Tamagno ha trabajado en diferentes países; de la escena teatral latinoamericana, dice que “más allá de sus particularidades locales es una escena potente, muy física, y con mucha cultura de teatro independiente, con mucha gente en una situación de precariedad absoluta, produciendo desde el amor, desde las ganas”. 

Advierte que la precariedad en el teatro independiente acaba generando, algunas veces, frustraciones que se trasladan a los circuitos artísticos, tornándolos ociosos o aspiracionales. “Hay algo de neoliberalismo infiltrado en las carreras artísticas y circuitos artísticos: es inevitable la carrera de consagrarse, del éxito individual, dejamos de hablar de grupos y empezamos a hablar de creadores, son signos muy claros de época que lo que hacen es disgregar al circuito”, afirma.

Para Tamagno, los años ’90 fueron determinantes para las maneras que vienen marcando las lógicas de la escena teatral y, como herencia de todo ello, observa que “el teatro se encerró en salas, se aburguesó —sobre todo en Argentina, y creo que algo de eso ha pasado en Uruguay—, y a partir de ese aburguesamiento también empiezan lógicas aspiracionales donde lo importante es consagrarse en España, entrar en el festival de otoño de Madrid, y que te publique una editorial europea”.

De alguna manera, ese estar atento a las reconfiguraciones que se van dando en la escena teatral, permite que Tamagno se embarque en unas formas frescas de sortear las consecuencias de lo viejo: “creo que se vienen tiempos horrorosos y que la única salida es esta del trabajo en red, de las dinámicas amorosas, y en eso creo que la escena tiene mucho que escuchar de los feminismos, de los movimientos decoloniales”, sostiene.

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