El surgimiento y el crecimiento de partidos de extrema derecha o ultraconservadores en Europa se hace sentir. Uno de los ejemplos más claros es el de Vox, que en 2019 se convirtió en la tercera fuerza política en España, al conseguir 52 escaños en el Congreso de los Diputados (el doble de los que tenía en la anterior administración). Otro ejemplo es el del partido Alternativa para Alemania (AFD), que obtuvo 12,6% de los votos en las elecciones federales de 2017, y ya es la segunda fuerza política en algunos estados alemanes. Hay, también, personalidades de derecha, entre las que se destacan Marie Le Pen, en Francia, y Matteo Salvini, en Italia, que llegó a ser vicepresidente y ministro del Interior; ambos sobresalen por su histrionismo y por algunos dichos, por ejemplo, Le Pen comparó la ocupación nazi con los rezos callejeros musulmanes y Salvini dijo que el euro es un “crimen contra la humanidad”. Las encuestas en varios países europeos muestran el claro crecimiento de los partidos con esta ideología que, de a poco, ingresan al sistema político europeo. 

En diálogo con Sala de Redacción, Gabriel Delacoste, politólogo y periodista del semanario Brecha, explicó que la extrema derecha se puede definir como algo que está “al límite de los conceptos de la derecha normal: conservadurismo, liberalismo y defensa de las jerarquías sociales” porque “plantean prácticas extremas para la defensa de estos fundamentos”. Dijo que estos movimientos “son los herederos de las extremas derechas del siglo XX”, que en Italia se ve con claridad porque “hay familiares de [Benito] Mussolini en el Parlamento” y agregó que “en Ucrania y Croacia es igual: se ven reivindicaciones directas y explícitas a los colaboradores del nazismo”. Aclaró que hay diferencias entre los dos momentos: “la particularidad de estos movimientos en el siglo XXI es que no existen los partidos de masas, como lo fue el fascismo italiano en los años XX. En lo que respecta a la permanencia de esos partidos, son más flexibles y móviles”.

Tampoco es muy fácil definir esta ideología porque “hay extremas derechas que están radicalizadas hacia el liberalismo y el neoliberalismo y otras que llegan a extremas derechas a través de posturas fascistas, desde el nacionalismo con un componente corporativo, a veces místico, pero como un fascismo más puro”, planteó el politólogo. A pesar de esto indicó que “no hay un gran desarrollo en las extremas derechas contemporáneas. Lo más parecido es Hungría”.

Delacoste relató que el fascismo, en su primera versión, que comprende los años entre 1920 y 1930, básicamente era una “política reaccionaria y de combate anticomunista”. Ante la percepción de algunos actores sociales de una “revolución inminente”, el fascismo se organizó como reacción violenta a eso. En cambio, dijo que “esto no parece estar en el presente, aunque de todos modos se encuentra muy claramente un discurso anti-izquierdista comunista, que parece totalmente alejado de la realidad en relación a la potencia de las fuerzas revolucionarias, pero para ellos todo el mundo es comunista, prácticamente”, comentó.

También indicó la postura contraintegradora que tienen: “son antiglobalistas que no se oponen al libre comercio”. Agrego que “están en contra de un supuesto plan de unificación cultural en el mundo llevado a cabo por élites intelectuales, que muchas veces describen con lugares comunes antisemitas”. Ahí es donde aparecen algunos ejemplos como el feminismo y el movimiento gay, que describen como “formas de destruir la capacidad de reproducción demográfica de los países blancos, lo ven como parte de la agenda globalista”. El politólogo dijo que estos grupos consideran que existen ciertas élites ocultas que “buscan la destrucción de la soberanía de los países y que para eso despliegan estrategias de destrucción moral, estado, desprestigio de la identidad nacional y de los ejércitos”.

El resurgimiento

En cuanto a los antecedentes históricos Delacoste señaló que “el fascismo perdió una guerra mundial, fue una derrota total que implicó la ilegalización de sus organizaciones, y un estigma imborrable por muchas décadas” y que justamente por eso “en la memoria del mundo y en especial la europea pesa mucho. Por eso impresiona tanto que esto vuelva”, evaluó.

Hay que remontarse al siglo XXI para ver este resurgimiento. “Después de la crisis financiera de 2008 hay una sensación de que la política europea puede tomar cambios muy radicales, entonces hay una especie de anticomunismo preventivo”, contó Delacoste. Por otro, mencionó que está la migración, y precisó que “no hay que entenderla sólo como migración“ sino como “la consecuencia de la destrucción de los imperios coloniales europeos“, los que dejaron “orgullos heridos de naciones que quisieron conquistar el mundo”. Delacoste explicó que esto se puede tratar de un problema de identidad, a lo que se le suma el hecho de “recibir a millones de personas de lugares que ellos destruyeron durante más de un siglo. Como respuesta toman una reacción fascista de su propia identidad nacional”, narró.

Con respecto a la migración queda claro que “es lo que moviliza más a estos movimientos en Europa. Es una forma de hablar de la cuestión de la raza, se puede ver como un populismo en la defensa de las formas auténticas de la esencia de los pueblos de Europa, muchas veces pensadas como posturas en contra de la Unión Europea. Además de otros factores como la glorificación de los ejércitos, reivindicación del pasado colonial y una práctica muy fuerte contra la izquierda, existiendo actos de violencia”, dijo el politólogo. Esto alimenta “una sensación de pérdida de soberanía de muchos países de Europa a través del proceso de la Unión Europea, donde algunos sectores sociales de alguna manera les interesa apostar por un grado de mayor autonomía en contra del proceso de integración”.

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