Esta vez estaban todos. Vinieron por la revancha y cumplieron con creces. La legendaria banda Guns N’ Roses retornó a Uruguay después de 12 años con su presentación en el Estadio Centenario el domingo por la noche ante más de 30.000 personas. Fueron tres horas de leyendas vivas, tres horas de puro rock, tres horas donde Axl Rose, Slash, Duff McKagan y el resto de la banda le dieron al público todo aquello que fue a buscar: fuerza, energía, un ritmo musical aplanador, solos de guitarra y mucho, mucho rock. 

Las puertas del estadio abrieron temprano, sobre las 16.00. El concierto estaba programado para las 21.00, pero por el temor de repetir lo sucedido en 2010, cuando los “Guns” aparecieron con más de dos horas de demora en el escenario, las personas no se acercaron con tanta anticipación. El tránsito de público fue tranquilo, quienes entraron primero fueron los fanáticos que llegaban embanderados, con bandanas en la cabeza -en honor a la tradicional indumentaria de Axl Rose- y ropa de la banda. Los primeros treinta metros del campo no tardaron en llenarse y sobre las 19.00 comenzó a notarse la masividad de público. 

La hora se acercaba, el sol comenzó a caer y el frío se hizo sentir. Sobre las 20.00 hizo su ingreso Cuatro Cuervos, un grupo de rock oriundo de Ciudad de la Costa, liderado por el actor y comunicador Kairo Herrera. “Lo que nos pasó fue un sueño de toda la vida. Tocar en el Centenario, ante miles de personas, es algo que soñás de niño y se nos cumplió”, contó a Sala de Redacción Héctor Sequeira, guitarrista líder de la banda. La emoción del músico afloraba durante su relato y cada dos oraciones volvía a remarcar que fue un sueño cumplido. También reconoció lo importante que es abrir para un grupo como los Guns N’ Roses, “la banda más grande del planeta”, definió. 

Si bien es muy difícil el rol del telonero, aún más cuando hay que satisfacer a un público que ya superaba las 30.000 personas, Cuatro Cuervos hizo un gran trabajo. Una vez que bajaron del escenario, la espera y ansiedad por lo que estaba por venir se hizo sentir. Los productores del escenario, con malas intenciones o no, jugaron varias veces con la música y las luces para hacer creer a un público efervescente que las leyendas del rock se acercaban. Los aplausos rítmicos, cantos para la banda o el jueguito de “la ola” fueron algunos recursos que utilizó el público para entretenerse y combatir el frío.

Llegaron

Hasta que en un momento sucedió. Las luces se apagaron y en una pantalla inició una animación tridimensional con el esqueleto de la portada de Appetite for Destruction. “From Hollywood: Guns N’ Roses” se escuchó por el altoparlante. Y allí dieron inicio tres horas de música ininterrumpida. 

Los norteamericanos abrieron con It’s So Easy, segundo single de Appetite for Destruction, su álbum más galardonado. El público entró en calor rápido, los pogos no demoraron en armarse, y en cada estribillo se podía escuchar a la multitud cantar al unísono. El primer punto alto de la noche llegó con Welcome to the Jungle. Los solos de Slash y la fuerza vocal de Axl Rose, que aún está -para quienes dudaban-, pusieron al Centenario de pie. El “setlist” no tuvo muchas sorpresas. La rutina incluyó algunas de sus últimas obras como Absurd y Hard Skool

Sin caer en la hipérbole, se podría decir que la música nunca paró. La pausa entre canción y canción no superaba los cinco segundos. Cada hueco de silencio, cada momento en el que Rose necesitaba recargar fuerzas, eran las guitarras las que tomaban el escenario. Slash tuvo sus momentos de brillantez individual, demostrando su destreza con las cuerdas. Cuando el show entró en una meseta porque la emoción del inicio había pasado y los cánticos no se hacían sentir tanto, pasó lo que esperaban los miles de presentes. Slash se paró en el centro del escenario con su brillante Gibson Les Paul dorada e inició un solo. Tras finalizar, se apagaron las luces y  se hicieron sentir los primeros acordes de Sweet Child O’ Mine. El Centenario explotó. La música volvió a hacer vibrar los cimientos del estadio. Al finalizar este himno del rock clásico apareció Axl Rose en el piano con la intro de November Rain, canción estrella del álbum Use Your Illusion I, estrenado en 1991. 

En el medio entraron las guitarras acústicas, cuando Slash junto a McKagan y Richard Fortus tomaron el escenario para tocar un homenaje a Blackbird, canción del cuarteto britanico The Beatles. Rose y el resto de la banda volvieron para el cierre, que fue con el trío Knocking On Heavens Door, Don´t Cry y Paradise City. El caso de Heavens Door, canción escrita por el legendario Bob Dylan, fue la única oportunidad en la que Axl Rose realmente involucró al público. En cada estribillo, el nacido en Indiana inclinaba el micrófono hacia la gente y el “Knock, knock, knocking on heavens doors” se hizo sentir con fuerza.

La música terminó. Pero el ambiente quedó encendido. Slash y Rose hicieron unas últimas apariciones en el escenario para tirar sus púas de guitarras al campo. El guitarrista comenzó a hacer malabares, paros de mano y algunas otras “monerías” antes de irse. De a poco el público se retiró. “Que vivan los Guns para siempre”, gritaban algunos. Un grupo que estaba en la puerta, comenzó a cantar nuevamente Paradise City; algunos se les unían, otros seguían de largo. Una voz resonó, era un señor que aparentaba unos 50 años, con musculosa con el logo de la banda, chaleco de jean, bandana roja, y los brazos tatuados. “Que viva el rock”, gritó; el grupo se dio media vuelta, y lo acompañó. El domingo en Montevideo se vivió el rock.

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