A seis minutos de las vías del tren está el destino. En las vías, un cartel brota entre el enramado: “Sitio de la memoria”. Más adelante están los ladrillos rojos que, uno por uno, forman la estructura mastodóntica que se erige sobre el Camino de las Tropas en Toledo: la Escuela de Formación Militar, ubicada a seis minutos del Batallón N° 14, donde fueron encontrados los restos de Julio Castro y Ricardo Blanco.

Construida inicialmente como un seminario donde formar sacerdotes, la obra se concretó gracias a una donación de 50 hectáreas por parte de Alejandro Gallinal y al diseño del arquitecto Mario Payssé Reyes. Con el pasar de los años, el edificio se volvió un despropósito para la poca cantidad de estudiantes que había, por lo que en 1969 el Estado se lo compró a la Iglesia y lo puso a disposición de la Escuela Militar, que hasta entonces estaba en un terreno frente a lo que hoy es Televisión Nacional.

Con los ladrillos a la vista como una constante en todos los pasillos, la escuela transmite en cada esquina una sensación de solemnidad un tanto lúgubre, a pesar de tener un tránsito de gente considerable. Diferentes promociones de la escuela -desde 1889- nos siguen con la mirada desde la pared de un corredor hasta que llegamos al hall principal, donde una fuente con leones marca el centro y tres pinturas cuelgan de la pared: José Gervasio Artigas, escoltado por Fructuoso Rivera y Manuel Oribe. Las puertas están coronadas por inscripciones de valores que se inculcan en la formación militar: carácter, disciplina y honor.

Este último fue el puntapié para comenzar con las recorridas; luego de lo sucedido con los Tribunales de Honor a José Nino Gavazzo, nos costaba entender cómo un oficial podía mentirle a la Justicia pero no a sus superiores cuando su “honor” estaba en juego. Los tres cadetes que entrevistamos coinciden en que el “honor” es saber separar “lo que está bien y lo que no”.

Foto: Camila Zignago

Una persona con honor actúa buscando hacer las cosas bien, busca el buen procedimiento en las acciones, se rige por el deber, por hacer las cosas bien, por el respeto, por la disciplina”, valora Leonardo Conde, cabo de último año y un apasionado de la carrera militar.

Conde y los otros dos cadetes tienen un discurso que parece aprendido en base a la repetición continua, y nos recuerda a lo que nos dijo el general retirado Julio Halty, ex presidente del Supremo Tribunal Militar. “Desde que entrás a la escuela de formación te empiezan a adoctrinar en una serie de pautas preestablecidas, entre ellas el honor”, nos comentó entonces, cuando comenzábamos a pensar el tema. “Hay una exacerbación del término y de cómo debe comportarse un oficial ante determinadas situaciones. Muchos de los que cometieron crímenes en dictadura estaban convencidos de que cumplían con su honor. Yo no estoy de acuerdo, creo que el honor va mucho más allá de eso”.

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Nuestro guía, el teniente coronel Juan Giorello, es el jefe de estudios de la institución y desde que llegamos se ha encargado de que veamos un lugar impoluto, sin nada fuera de lugar. Es por eso que, cuando salimos del hall y cruzamos hacia la biblioteca, un cadete desprevenido recibe un llamado de atención por tener su kepi -gorro militar- sobre la torre de la computadora. “Yo soy encargado de la comunicación social, no queda bien que eso no esté en el bolsillo”, justifica Giorello cuando le consultamos por qué. La conversación no puede ir mucho más allá porque somos interrumpidos por el encargado de la biblioteca, Enrique Bordagorri, que llega junto con Agustina, la trabajadora del Ministerio de Defensa que coordinó todo y nos acompaña en las visitas. Ambos se suman al recorrido, así como también el capitán Diego Nogueira, jefe de la División de Informática.

Teniente coronel Juan Giorello. Foto: Camila Zignago

Con la recién formada comitiva, salimos al patio de pasto bien cortado y recorremos el camino que nos separa del casino de la escuela. Que una escuela de formación militar tenga un lugar que se llama “Casino” puede prestarse a confusiones; sin embargo, es sólo un espacio de distensión para los alumnos, con mesa de ping pong, televisión y barra.

Acá era la iglesia del seminario. El techo no estaba”, comenta el bibliotecario y señala el cielorraso. A través de una escalera, accedemos al techo original de la construcción, que nos da una perspectiva real del tamaño que tuvo en su momento. Alto e iluminado por vidrios de colores, la enormidad del lugar abruma al principio, pero pasa a segundo plano cuando se comienzan a notar los detalles. En las paredes que se ven ni bien subimos, se encuentran enfrentados un pez gigante, del estilo de Torres García, y un triángulo con un ojo en el medio que -según nos dijeron- representa la Santísima Trinidad. Apilados en la zona central, bancos viejos reciben los rayos de luz coloridos a través de los vidrios. A pesar de que hace años se utiliza como depósito, todavía tiene una impronta solemne, como todo en el lugar.

Volvemos por nuestros pasos y nos adentramos en los laberínticos pasillos por los que se accede a los salones de clase, las puertas tienen una ventana por la que se puede ver el interior. Los grupos son dispares; en uno hay cuatro cadetes con notebooks en clase de contabilidad, mientras que en otro superan los 15 alumnos, más descontracturados que los primeros. “Esto es porque están con la profesora, conmigo no son así”, se apura a decir Giorello.

En uno de los salones, con un grupo reducido, Fernando Piazzetta enseña Gestión de Calidad. “Estamos formando a los futuros oficiales del Ejército, personas que adquieren valores importantes para la sociedad”, nos comenta, orgulloso de su labor en la escuela. “Lo más gratificante es ser parte de la formación de estos jóvenes que son bastante diferentes a lo largo de su vida, puesto que la elección de estos valores no es voluntaria, es parte indispensable de su carrera.”

La escuela forma oficiales, que ingresan luego de culminar el liceo militar, en las diferentes armas terrestres: infantería, caballería, ingenieros y comunicaciones, en base a las cuales se diseña la malla curricular. Si bien tienen materias comunes como Historia (universal y militar), Matemática y Filosofía -por nombrar algunas-, cada arma tiene sus asignaturas específicas. Así, caballería tiene clases de Equitación y los ingenieros cursan asignaturas de Motores y Mantenimiento.

¿Te parece realmente que están aislados?”, nos interroga la profesora de Ciencias Políticas, Nadelyn Felice. “Ellos salen y son muchachos, y en la clase, en el actuar de ellos, son muchachos, funcionan como muchachos.”, insiste. Los estudiantes viven en un régimen de internado estricto, con salidas los fines de semana, a no ser que sufran una sanción y deban quedar bajo arresto.

“Ustedes estudian y tienen contacto con el mundo exterior, con quien sea, con quien quieran. El militar está restringido a esas paredes que no son permeables, son impermeables. Se está limitado a un sólo punto de vista”, nos dijo el general Halty durante nuestra entrevista. La idea de las “paredes impermeables” se comprueba en cada entrevista con los cadetes, en cada vez que intentamos escarbar un poco más allá del discurso aprendido y nos chocamos contra un muro. El ejemplo claro se encuentra en las respuestas que recibimos cuando consultamos a los cadetes por la percepción que creen que tiene la sociedad sobre ellos.

“Me parece que cuando ven el uniforme, ven a una persona en la cual ellos se pueden apoyar, que si necesitan algo los van a ayudar, y eso me deja contento”, cuenta Reinaldo Machado. La idea de estar dando el ejemplo y la admiración que eso conlleva en el resto de la sociedad está muy presente en los cadetes; en esto coincide Evelyn Cardoso, que siente que representa a la institución y al cuerpo. Tanto ella como Machado son de pueblos del Interior profundo, donde la militar es una de las salidas laborales más viables.

Documento proporcionado por el Ministerio de Defensa Nacional

Alfombrado de rojo, el Salón de Honor exhibe al fondo las figuras omnipresentes de Artigas, Rivera y Oribe; en el camino hasta ellos hay sables, banderas y una pintura de León de Palleja, un general que cayó en combate durante la Guerra de la Triple Alianza. Tanto Giorello como Nogueira hablan muy bien de él, con admiración: un general que muere en batalla y sus propios soldados le rinden homenaje a pesar de estar bajo fuego enemigo; está claro que la idea de abnegación y camaradería que les inculcan la ven reflejada en la historia de León de Palleja. Cuando volvemos al exterior, nos llega un olor familiar: alguien está haciendo asado. Como guiados por el aroma, nos dirigimos al comedor.

Abren la puerta y hay tres subalternos sirviendo la comida mientras escuchan reguetón. Al entrar apagan la música. Todos los días tienen entrada, plato principal y postre. Hoy hay pizza, asado y mousse de chocolate. “¿Y si alguien es vegetariano o vegano?”, preguntamos. “Al mes ya vuelven a la normalidad”, responde Giorello.

Los más civiles se ríen, Agustina nos mira entre carcajadas y ojos cómplices. Giorello mantiene las facciones intactas y los labios tensos. “Hablando en serio, necesitás las calorías para las actividades”, acota Nogueira. “Estamos hablando de que el hombre evolucionó”, concluye Giorello.

Los estudiantes que están pasados de peso tienen una dieta hipocalórica y los de bajo peso una dieta hipercalórica. Además del filtro del examen de ingreso, si se es diabético o celíaco no se puede entrar a la escuela militar. Tampoco si se es asmático -aunque a considerar están los que sufren de asma leve- ni si se toman medicamentos, porque lo entienden peligroso para el manejo de armas.

En el inicio de la recorrida nos esperaban tres bizcochos y una jarra de café. Ahora nos ofrecen pizza. Los subalternos se demoran ante el pedido y nos dan dos platos que irían a ser de los cadetes. La pizza era una excusa: una mordida, una nueva escucha. “Estamos teniendo una mirada anacrónica. En su momento era gracioso”, dice Giorello acerca de la perspectiva de género en hechos pasados. El lenguaje que utiliza nos sorprende. Tampoco creímos que tuviera una conclusión al respecto. El diálogo se dio casi inevitablemente, como un continuum desde el momento en que planteó que la normalidad era comer carne. Ahora el habla deambula entre Neruda, Olmedo, “Clemencia para los vencidos, curad a los heridos”, que se deben resaltar los contextos y que se acabó la pizza. Abren las puertas. Volvemos a la oscuridad de los pasillos.

Foto: Camila Zignago

¡Atención!”, elevan el brazo, enderezan la mano y la colocan horizontal, en línea recta, sobre la frente. El torso intacto. Las piernas juntas. Ahora no contestan. Cuando Giorello pasa recrean la misma situación pero, si les habla, tienen una única respuesta: “Sí, teniente coronel”. Llegamos a la piscina.

En 1976 se creó la piscina del complejo, de 25 metros y agua templada. Es una de las pocas partes que no estaban cuando era seminario. La piscina no es de uso exclusivo de la escuela militar: la usa el centro Espigas, la asociación de retirados y todo el que la pide. El espacio físico es inmensamente celeste. Podría ser la imagen de cualquier club montevideano; trampolín, gradas, aire vaporoso, vestidores. Los vestidores están en reformas. Según el portal de Transparencia Presupuestal, el presupuesto otorgado al Comando General del Ejército en el año 2019 es de más de 8 billones de pesos ($8.511.520.818). Específicamente para formación y capacitación se destinan poco más de 3000 millones de pesos ($305.098.564).

Los recovecos que acechan la salida no dejan de ser acompañados de conversaciones. Esta vez los pasillos nos devuelven al afuera, al inicio, al frente del portón de entrada. Las fotografías se oprimen con la voz de Giorello; aquel momento del kepi, aquel momento del salón desordenado, el espacio donde guardan las armas porque “se puede atar cabos de donde las ubicamos”, el patio de afuera. Se acerca y de refilón observa el ángulo que la cámara toma: “Parque de cañones”, en letras doradas sobre un cartel de madera. Cruzando está un extenso cuadrado de pasto, con árboles de fondo y teros por doquier. Nada que pueda salirse de lo que quieren mostrar. Los teros ya son costumbre, no les molesta, no les tienen miedo, no les hacen nada. Frente a ellos está el gimnasio de la escuela. Un galpón de dimensiones exorbitantes con una cancha de básquetbol y fútbol, una sala de musculación, un espacio para hacer esgrima y gimnasia. “Controle regularmente su peso corporal. Entrene para combatir. Entrenar es una responsabilidad individual y del mando”, se lee en un cartel de la sala de fisioterapia, en el mismo galpón.

Foto: Camila Zignago

Los 250 estudiantes de la escuela comienzan su jornada diaria a las seis de la mañana. Está todo cronometrado, es todo rutinario, no hay lugar a despilfarro de horario. Por la mañana tienen las unidades curriculares y por la tarde los deportes; equitación, pentatlón, voleibol, fútbol, natación, orientación -brújula y distancias-, básquetbol y tiro. Si quieren estudiar por fuera del horario, cuando termina la jornada, tienen que notificarlo. En el cuarto, si no se notifica, se duerme.

“En cuatro años yo tengo que formar al futuro líder que va a estar comandando a personas”, acota Giorello, y agrega: “entonces los sometemos a un régimen de internado, que viven juntos, que estudian lo mismo, que reciben la misma instrucción, que entrenan de la misma forma”.

Para Evelyn Cardoso, la parte física es exigente pero accesible. Al igual que Conde, primer cadete que entrevistamos, creen que parte de su formación debería ser transportada al resto de la juventud. Hablan de las ganas de superarse, de trabajar, de estudiar, de mejorar. “Nosotros nos formamos como líderes porque es algo necesario en una persona íntegra, y eso es lo que acá se busca: formar una persona íntegra y con honor”, asegura Conde. 

Íntegro. Todo aparenta ser íntegro. Para ellos la integridad radica en tres palabras: mente, cuerpo y espíritu. Con ellas digeridas se dirigen por el camino de pedregullo al polígono de tiro, de arma corta y arma larga. Es un terreno que no puede delimitarse desde el portón, ni recorriéndolo; es enorme, nos sentimos chiquitos. Por primera vez se respira aire puro y prevalece el silencio, pero podemos escuchar la voz de Halty: “El soldado tiene una reacción: carga y tira, después pregunta. Esa es su formación”.

A lo lejos se puede oír pasos en masacote: “un-dos, un-dos, un-dos”. El polígono aún está vacío. La estructura se rodea de contenciones en madera para que la bala, sea como sea que se apunte con el arma, no salga del recinto.

-¿Ustedes van a ir a la Escuela Naval el lunes?- nos pregunta una mujer rubia, de ojos claros que, más adelante, sabríamos quién era: Nelly Santini.

-Exacto, para el lunes quedamos.

-Bien, me van a entrevistar a mí. Me acaba de llamar el subdirector. Pero si quieren me la pueden hacer ahora.

-Mejor en la Escuela Naval.

-Nos vemos ahí.

En la Escuela Naval los cadetes entrevistados también serán elegidos por los oficiales. En la Naval y en la Aeronáutica. Las preguntas, también, ya las sabrán. Ante la repregunta, también titubearán. “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, es el concepto de patria para la Real Academia Española. Para los cadetes, es una mezcla de conceptos como “pueblo libre”, “lo que nos une”, e incluso “la familia”. Para otra parte de la sociedad: es un invento.

Camilo Salvetti / Camila Zignago

Fotorreportaje: Camila Zignago

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