El ex represor José Nino Gavazzo fue procesado por primera vez por delitos de lesa humanidad en 2006, cuando ingresó a la Unidad de Internación Nº 8 de la cárcel Domingo Arena, centro penitenciario creado ese mismo año para alojar a militares y policías condenados por este tipo de delitos. Tres años después fue condenado por el juez Luis Charles a 25 años de penitenciaría por 28 homicidios especialmente agravados cometidos durante la última dictadura, vinculados a la investigación de los tristemente célebres “vuelos de la muerte” en el marco del Plan Cóndor. Posteriormente, a esas causas se le sumaron también los homicidios de María Claudia García de Gelman, el del militante tupamaro Roberto Gomensoro y el asesinato del maestro Julio Castro. En 2013 fue ingresado a un sector especial del Hospital Militar, hasta que en diciembre de 2015 el juez Martín Gesto Ramos le concedió la prisión domiciliaria, régimen que mantuvo hasta el día de su muerte y que primero transitó en su apartamento del barrio Pocitos y luego en una amplia casona de Parque Miramar.
En 2019 trascendió la noticia de su confesión en un Tribunal de Honor realizado en 2017 sobre el homicidio de Gomensoro, en 1973. Gavazzo, quien había negado en múltiples oportunidades todo tipo de responsabilidad en aquel hecho, confesó ante el tribunal haber arrojado él mismo el cuerpo de Gomensoro al Río Negro. “Yo lo cargué al vehículo, yo manejé (…) lo llevé al lugar, lo bajé, lo puse en un bote y lo tiré del bote. Yo solo”, manifestó, según lo que figura por escrito en las actas de aquel polémico Tribunal, que desencadenó la destitución del entonces comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, y el ministro de Defensa del momento, Jorge Menéndez. Ese mismo año, la Justicia italiana condenó a Gavazzo a cadena perpetua, al igual que a otros ex represores del cono sur, tras un juicio al Plan Cóndor llevado adelante en la Corte de Asís.
Según trascendió en la noche del 25 de junio, Gavazzo sufrió un accidente cerebrovascular en el Hospital Militar, donde se encontraba internado desde hacía ya varios días. Su muerte se confirmó en la tarde del sábado 26, apenas un día antes de cumplirse 48 años del Golpe de Estado de 1973 en Uruguay. Al momento de su muerte, Gavazzo seguía siendo investigado como posible responsable en otras causas vinculadas a delitos de lesa humanidad, como la del secuestro de los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas y su posterior abandono en una plaza en la ciudad chilena de Valparaíso, entre otros.
La génesis de un represor
Nacido el 2 de octubre de 1939, Gavazzo fue hijo de un destacado oficial de Artillería del Ejército, oriundo de Fray Bentos, y de una ama de casa sanducera. Su madre, a quien el propio Gavazzo describió en su libro autobiográfico, Mi testimonio, como una mujer sumamente religiosa y de espíritu alegre, falleció cuando era apenas un niño, poco tiempo después de haber sido diagnosticada con cáncer, episodio que lo marcaría para siempre. El ex represor cursó primaria y los dos primeros años de secundaria en el Colegio Sagrada Familia, hasta que ingresó al Liceo Militar con el fin de seguir los pasos de su padre, el sueño de su infancia. “Resulta intransferible expresar las interacciones emocionales cuando me puse por primera vez el uniforme de fajina y recibí la carabina Máuser y todos los adminículos para mi nueva vida militar”, escribió en su autobiografía sobre el inicio de su carrera castrense.
Una vez culminada su etapa liceal, Gavazzo ingresó en calidad de aspirante al curso de artillería de la Escuela Militar y en 1959 recibió su título de alférez. “Será un buen oficial”, vaticinó por aquel entonces en su legajo el jefe del curso Pascial Cirillo, según narra el periodista Leonardo Haberkorn en su libro Gavazzo sin piedad. Posteriormente, el ex represor fue a parar al Grupo de Artillería 5º, donde se desempeñó como oficial del Ejército desde 1960 hasta 1963, año en que fue enviado a dictar clases en la Escuela Militar como instructor de los aprendices de artilleros. Allí se desempeñó hasta 1971, cuando fue ascendido a mayor y se lo envió a la Región Militar Nº 4, según lo narrado por Haberkorn, dependencia en la que comenzó a involucrarse en la lucha antisubversiva, como tanto había anhelado. Durante 1972 y 1973 cumplió funciones dentro de la Inteligencia Militar y a partir de 1974 lo hizo dentro del Organismo de Coordinación de Operación Antisubversivas. En 1976 se desempeñó como jefe dentro del Servicio de Inteligencia y Defensa. Con los enemigos al régimen ya derrotados y ante una evidente discordia con el aquel entonces comandante en jefe del Ejército, Gregorio Goyo Álvarez, Gavazzo solicitó su pase voluntario a retiro en 1978.
A nivel de su vida personal, Gavazzo se casó en 1963 con María Inés Busquiazo y tuvo cinco hijas, todas mujeres. Rosanna, una de ellas, supo oficiar como su abogada defensora en más de una oportunidad, así como también lo fue de varios otros ex represores.
Condena social
No solo el Poder Judicial condenó a Gavazzo. En 2016, la defensa del ex represor solicitó la salida transitoria para que pueda asistir al cumpleaños de 15 de su nieta, pedido que fue aceptado por el mismo juez que un año antes le otorgó la prisión domiciliaria. En repudio a esta decisión judicial, la organización Plenaria, Memoria y Justicia convocó a una manifestación afuera del edificio de Pocitos donde residía. La movilización impidió que Gavazzo saliera de su domicilio y asistiera a la fiesta.
Por otro lado, el colectivo integrado por hinchas del Club Atlético Peñarol denominado Gol contra la impunidad encabezó una ardua campaña de recolección de firmas con el fin de expulsar a Gavazzo y a Manuel Cordero -otro ex represor de la época- del padrón de socios vitalicios de esta institución deportiva. Tras una decisión unánime del Consejo Directivo del club aurinegro y pocos días antes de su fallecimiento, se anunció una resolución que posibilitaba la expulsión de ambos represores del padrón.
Lo que no ha muerto
Consultado por Sala de Redacción, Nilo Patiño, integrante de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (Famidesa), expresó que la información sobre los crímenes cometidos durante la dictadura “no muere junto a Gavazzo”, a pesar de reconocer que, tristemente, “el tiempo pasa y los actores van muriendo”. “La información sigue estando en documentos”, sostuvo Patiño, y alegó que lo que realmente sucede es que “nunca se buscó con seriedad”. “Tenemos la certeza de que esa información está”, enfatizó, e indicó a modo de ejemplo el caso del croquis suministrado por militares que en 2005 ayudó a encontrar el cuerpo de Fernando Miranda en una chacra de Pando. “Es imposible que los datos que están en ese croquis hayan sido retenidos en la cabeza de una persona por 30 años”, manifestó, y agregó que “eso tiene que estar escrito en algún lado, porque está corroborado que esa información era casi exacta”. En referencia a las condiciones en las que estuvo recluido en los últimos años Gavazzo, el integrante de Famidesa delcaró que “todos los militares procesados cuentan con muchos beneficios”. “Muchos de ellos están en una cárcel VIP, en una reclusión de lujo”, expresó en referencia a Domingo Arena, “donde tienen todas las comodidades y reciben visitas cuando quieren”. En torno a ello, Patiño sostuvo la necesidad de que exista “un criterio” por el que los militares y policías allí encarcelados reciban el mismo trato que el resto de las personas privadas de libertad.
Gavazzo fue, sin dudas, la cara más visible de la represión, del horror y del odio. Su sadismo lo llevó a torturar a sus víctimas a cara descubierta y con una permanente sonrisa, la misma con la que décadas después entró a cada juzgado al que fue citado a declarar. Secuestró, torturó, violó, asesinó, desapareció y jamás se arrepintió. Resulta inevitable pensar en cuántas historias de vida se han visto atravesadas por el dolor perpetrado por seres como Gavazzo, a quien sus familiares pueden llevarle flores y llorar sobre su tumba. Pero aún hay miles de uruguayos que siguen sin poder hacer lo mismo con los suyos.