“En esta historia no me gusta utilizar ‘tragedia de Los Andes’, porque evidentemente no lo es. Y tampoco me gusta milagro, porque hubo una cuota inmensa de esfuerzo y compromiso personal. Es una gesta, es historia”. De esa forma comenzó la presentación el ministro de Educación y Cultura, Pablo Da Silveira. El Salón Azul, en el edificio de la Intendencia de Montevideo, se llenó rápidamente. La charla fue organizada en el marco de la Feria Internacional del Libro, con objetivo de rememorar el accidente de Los Andes.

El inicio estaba pactado para las 18.00, y arrancó con una puntualidad asombrosa: ni un minuto antes, ni un minuto después. Sobre el escenario, una fila con diez personas. Al centro, Pablo Vierci, autor de La Sociedad de la Nieve, uno de los libros más reconocidos respecto al accidente de Los Andes. Libro que próximamente será trasladado a la pantalla grande en una producción de Netflix. A la izquierda de Vierci, el ministro Da Silveira, quien se encargó de abrir la charla. Ellos no eran las estrellas de la jornada, ya que al lado de ambos, ocho de los catorce sobrevivientes -aún con vida- dijeron presente. 

Gustavo Zerbino, José Pedro Algorta, Roberto Canessa, Alfredo Delgado, Daniel Fernández, José Luis Inciarte, Carlos Páez y Fernando Parrado fueron los héroes que en el Salón Azul recordaron e inspiraron a decenas de personas que estaban presentes para escucharlos. Cada uno tuvo entre tres y cuatro minutos para una disertación que iniciaba con una pregunta ideada y preparada por Vierci. Cada uno de ellos tuvo su estilo particular.

Zerbino fue sobrio y serio, no se extendió demasiado, su mensaje se puede resumir en palabras de agradecimiento y recuerdo a las personas que pasaron por su vida. “Gustavito” no fue “uno más” de los sobrevivientes. Él fue el último en abordar el helicóptero de rescate, el último en abandonar la cordillera y, lo más importante, fue quien cargó en sus hombros un peso enorme, tanto físico como emocional. En su espalda colgó el bolso con los objetos personales de aquellos amigos que perdieron la vida, para así llevarlo con los seres cercanos.  

– ¿Qué significó para usted el hecho de cargar con recuerdos de amigos y ser quien se lo entregó a las familias una vez se reencontraron? – le pregunté.

– Mucho. Es la vida, fue la vida de mis amigos que no pudieron salir de ahí. Quise cargar con todo, pero no pude. Significó muchísimo para mí y para las familias que lograron rescatar algo personal de los que no volvieron- contestó Zerbino. Muchas personas buscaban una foto, una firma en la primera hoja del libro; no pude volver a preguntar. 

Durante la conferencia, el micrófono siguió pasando entre los protagonistas, siempre con una reflexión proveniente del puntapié que Vierci les entregaba. Habló Daniel Fernández y contó por qué no volvería nunca a Los Andes. Su explicación fue tan impactante como curiosa: “En la montaña pasé lo mejor y peor de mi vida”, dijo con una voz potente y resonante, en comparación a la calma que se escuchó con Zerbino. “Pero logré un nivel espiritual y de conexión con la vida que nunca volveré a tener y, si vuelvo, ese recuerdo desaparecerá”, cerró Fernández entre aplausos.

Esos aplausos dieron lugar al primer momento verdaderamente emotivo de la tarde. Vierci trajo dichos de José Luis Coche Inciarte, que dijo que actualmente está “transitando una segunda cordillera”. Inciarte, actualmente con 74 años, comenzó, entre risas: “No son nuevas cordilleras, lo que transito es cáncer de huesos, pero estoy tomando una medicación muy buena, es como si tuviera unos rusos luchando dentro”. La Sala Azul soltó una carcajada al unísono, que sirvió para quitarle tensión al ambiente, aunque en unos minutos todo volvería a ser solemne. 

– La verdadera cordillera fueron aquellos 72 días, ¿por qué pasó? Por error humano. ¿Para qué pasó? Para que podamos estar hoy acá- dijo. 

– Pero decime más, ¿qué es “estar” acá, Coche?- contestó Vierci.

– Estamos para recordar. Recordar valores, solidaridad, misericordia, amor, valor, todas estas cosas son las que hacen al hombre, y es el orgullo de nuestro pasado- respondió Inciarte. La sala estaba muda. Las palabras -difíciles de oír por su tono de voz- resonaban, valga la ironía, en el salón. 

– Hoy solo quiero rememorar a los que no nos acompañan. Ojalá puedan estar, para mirarlos y decirles gracias. Quiero imaginar una copa y brindar por ellos- La sala estalló en aplausos. Personas cercanas a las primeras filas, quizás familiares o allegados a alguno de los protagonistas, soltaron algunas lágrimas, algunos se pusieron de pie y continuaron el aplauso. El resto acompañó. 

El destino te atropella, porque la vida no está planeada

Fernando Parrado ha sido durante mucho tiempo una de las caras más visibles de los sobrevivientes. Su historia, como la de Zerbino al comienzo de esta crónica, también es de destacar. Su accionar sobrehumano y de fortaleza espiritual y física fue una de las razones por las que el sábado ocho personas pudieron subirse a un escenario a contar una de las gestas humanas más grandes alguna vez documentada. Parrado y Roberto Canessa fueron quienes durante diez días escalaron el Monte Seler en busca de ayuda. Parrado tuvo que soportar el fallecimiento de su madre y su hermana, ambas pasajeras del vuelo que se estrelló en la cordillera. Aún así, pudo salir adelante y hoy produce un programa de televisión de automovilismo y brinda conferencias de superación personal alrededor del mundo. 

Nando, hace unos días dijiste: “El destino te atropella, porque la vida no está planeada, la vida nunca avisa”. ¿Cuál es tu conclusión? -preguntó Vierci, mientras leía sus apuntes para capturar bien la frase. 

La voz de Parrado fue la primera que se escuchó con fuerza y firmeza, pues la experiencia televisiva pareció ayudar a su discurso. Una vez que saludó, explicó su mensaje.

– El mejor día, o, en todo caso, el peor día de tu vida, amanece exactamente de la misma forma y tú no lo sabes. El destino te atropella para un lado o para el otro -comenzó. Parrado se tomó una licencia de la pregunta propuesta por el escritor e hizo una analogía con la película Titanic. Específicamente trajo la escena de los músicos cuando la embarcación estaba al borde del naufragio. “Todos se estaban ahogando y el director de orquesta dice: ‘Caballeros, ha sido un honor tocar con ustedes’. Yo le quiero decir a mis amigos de Los Andes: fue un honor luchar por la vida con ustedes”. 

“Al Carlitos de 18 años: subite al avión”

Carlos Páez tenía tan solo 18 años cuando abordó un viaje que lo llevaría a jugar un partido de rugby en el exterior. El joven Carlos no tenía idea lo que le esperaba. Páez cuenta que su vida era la típica de niño mimado: desayuno en la cama, empleada de casa que cocinaba todas las comidas, le limpiaban la ropa, le ordenaban el cuarto. De un día para el otro tuvo que ser hombre, miraba para los costados y no había quién lo salve de situaciones cotidianas. Carlos tenía que valerse por sí mismo a más de 4.500 metros de altura, con temperaturas bajo cero y en condiciones de vida infrahumanas. 

“Hace unos días me hicieron una pregunta curiosa: ¿qué le dirías hoy, con 69, años al Carlitos de 18? Yo le diría: subite a ese avión”, sostuvo. La reacción de los oyentes fue mixta. Algunos esbozaron una risa tímida y vergonzosa, otros mantuvieron la seriedad. “Parece loco lo que estoy diciendo, pero para mí la historia de Los Andes fue un aprendizaje. Yo no sabía lo que era el frío, lo que era el hambre, la necesidad, era un malcriado con desayuno en la cama y hoy formo parte de una de las historias de supervivencia más grandes de todos los tiempos”, dijo. 

“Hay mucha gente que trabaja constantemente en la difusión y creación de material para el recuerdo, hay que continuar”, planteó, y comenzó a nombrar personas, cada uno de los nombres recibió un aplauso: desde editores hasta familiares que siempre acompañan. Páez dedicó su tiempo a agradecer, pero no a los que no están, sino a aquellos que están presentes y aún trabajan en recordar. 

Más allá de quienes tuvieron su momento para hablar, el último momento fuerte de la tarde fue gracias a Vierci, quien luego de haberle hecho una pregunta a cada uno de los sobrevivientes presentes en el escenario, cerró con una reflexión propia. 

“Ustedes son ejemplo de los valores de la sociedad. Lo que lograron hacer es una sociedad de la bondad. Hubo más bondad que maldad y ahora dicen que la bondad se entrena, entonces, mi conclusión es que cuando ustedes dicen que nunca fueron mejores personas que en Los Andes, están dando gracias a los muertos, al grupo, es porque se entrenaron en bondad”. Allí, Vierci quebró en llanto. El público se puso de pie y comenzó a aplaudir. Una vez el escritor retomó la compostura, su discurso continuó con una agresividad, ademanes con las manos, y gesticulación digna de político que intenta hacer llegar su mensaje. “Solo quiero que se reconozca a nuestro país por tener a estos héroes”, concluyó Vierci. 

La conferencia finalizó tras los 45 minutos pactados. Tanto Vierci como algunos de los ocho sobrevivientes se retiraron hasta el hall, donde recibieron preguntas y dedicaron tiempo para firmar copias de libros. Estuvieron allí durante 15 o 20 minutos, hasta que la gente dejó de pasar. Ese sábado en el Salón Azul se volvió a escuchar una historia que la población uruguaya ha escuchado incontables veces. Pero como decía Páez, hay que seguir con ese trabajo, no dejar en el olvido a aquellos que no volvieron, y seguir reconociendo la gesta de aquellos que sí lo hicieron.

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