La noche del sábado, en su significado más jolgorioso, comenzó con un paseo por el centro, después por la rambla, siguió por la playa y terminó en “la pista”. La fiesta, con la excusa de Halloween, había sido organizada por redes sociales y parecía desconocer el contexto al llamar a gente de todo el departamento; transcurrió un rato en cada locación y, “exhortación” mediante, se fue moviendo y dispersando. 

En los días previos al 31 de octubre, ya se anunciaba desde el Ministerio del Interior (MI) que habría operativos especiales con motivo de Halloween, tanto por lo que ocurriera en en ámbito privado como en la esfera pública. Según declaró el jefe de Policía de Colonia, Jhonny Diego, la fuerza policial estaba al tanto de la fiesta que se iba a organizar y por eso se hizo un operativo, coordinado con el municipio de la ciudad y la Prefectura. El sábado por la noche, las personas que pretendían juntarse en la rambla se encontraron con un vallado que impedía el ingreso de vehículos, más allá de que como dijo el propio jefe de Policía, “se entra caminando por cualquier lado”. A la 1:30 del domingo la gente ya estaba en la plaza José Enrique Rodó, en el centro de Juan Lacaze. Allí acudieron los policías. 

En este punto es donde los relatos se cruzan. Diego justifica la represión policial en la respuesta de la gente con piedras y botellas en primera instancia, cuando aún estaban en la plaza. Las personas vieron cómo los policías se vistieron para la ocasión: se colocaron los chalecos, se pusieron sus cascos, tomaron los escudos, los palos y las escopetas, como una declaración de intenciones, buscando intimidar; las piedras y las botellas vinieron más tarde, cuando la gente ya corría.

Tras la primera persecución, la gente se dispersó hacia la costa de la ciudad sabalera recalando en la rambla y el puerto. La escena se repitió, la Policía apareció de nuevo y la gente se movió otra vez, pero ahora hacia la Playa Charrúa, ubicada al este de la ciudad si se la mira desde el Río de la Plata.  Allí pasaron unas dos horas en las que parecía haber cesado la persecución. Pero no, después de ese tiempo llegó la Prefectura -que está a cargo de la costa- a repetir la operación en conjunto con la Policía, en lo que pareciera una gestión no tan planificada. Las circunstancias del relato se repiten, unos hablan de cartuchos de gas, otros balas de goma. Para unos hubo heridos, para otros no. Diego afirma que la Policía no disparó directamente a la gente, sino que “tras la exhortación hubo una agresión, lo que provocó una reacción de la Policía”. Las personas corrieron de nuevo, la balacera se incrementó, las calles se llenaron de gente otra vez.

El último escenario fue “la pista”, que por más juegos de palabras que se puedan hacer, no es más que el escenario de carreras de motos a las afueras de la ciudad. Este sitio, cercano a lo que en tiempos remotos fue un sector de explotación de arena y piedra, se encuentra abandonado, aunque sigue siendo una propiedad privada. Las circunstancias llevaron a la gente a instalarse en este lugar, donde ya no hubo persecución, ni más tiros al aire.

Para la tarde del domingo, la rambla estaba nuevamente concurrida, sin embargo no había policías, no había vallas, ni exhortación, ni pandemia aparente. No eran los jóvenes los convocantes. No era de noche.

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