El ferrocarril que aplasta el corazón de las selvas, el faro que agujerea la roca donde usaba sonar la voz de las sirenas, el cristal milagroso, descubridor de las manchas que empañan la faz de la bella viajera nocturna; todo eso me hace exclamar con la simpática Melusina Daudetiana: “Oh, tantas civilizaciones, ¿que habéis hecho de tantas poesías?” 

María Eugenia Vaz Ferreira, “Consideraciones autobiográficas” (diario íntimo)

Al entrar, se destaca un cuadro en carbonilla y pastel blanco de la poetisa uruguaya María Eugenia Vaz Ferreira: está acodada en un balcón y reposa el mentón sobre la mano. En contraste con el retrato que está iluminado por un foco, al fondo de la habitación hay un óleo anaranjado y vibrante, en el que la poetisa, envuelta en colores cálidos, presenta una mirada frontal, seria y desafiante, pero, por sobre todas las cosas, viva. A sus espaldas se atisban otros rostros de perfil, como si la poetisa tuviera muchas caras. 

Al lado del retrato en blanco y negro está exhibida una breve biografía. Ella es la única hermana de Carlos Vaz Ferreira —escritor, filósofo y ex rector de la Universidad de la República—, nació en 1875, y fue poeta y profesora de literatura en la Universidad de Mujeres. No recibió ningún tipo de formación formal más allá de las lecciones de maestros particulares, por ejemplo, su tío León Ribeiro, quien le enseñó a tocar el piano. Su carácter “huraño y alejado de la publicidad”, como explica la biografía, le impidió publicar un libro con sus poemas, pero se los enviaba a amigos o a revistas que desearan publicarlos.

Mientras las personas recorren la exposición, una voz en off lee una carta enviada por Vaz Ferreira a su amigo cercano y escritor, Alberto Nin Frías, sobre la última pelea que tuvo con su madre. Se la oye enojada, triste y molesta: la madre está acostumbrada a que se haga siempre lo que ella quiere. Sin embargo, esta vez Vaz Ferreira no le hizo caso y rechazó a un pretendiente, amigo de su hermano. Declara que no quería mentirle a él ni mentirse a sí misma: “No sentía por él lo que era necesario”, y agrega que su madre le prohibió ver a sus amigos. 

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Si bien la mayoría de los espectadores no conocen al personaje histórico, la muestra les resulta interesante, y se detienen a sacarle fotos a los retratos o se entretienen con curiosidad leyendo las biografías. “Este tipo de actividades te hacen recuperar”, comenta Doris con entusiasmo, una mujer adulta de pelo corto y castaño. Ella sí está familiarizada con la obra de Vaz Ferreira y le parece que la elección del personaje es acertada: “¡Decís, pero la pucha, esas mujeres se deben haber roto el alma en ese momento, en un mundo muy machista!”. 

Doris también destaca a otras mujeres excepcionales del año 1900: las hermanas Luisi. Paulina y Clotilde fueron las primeras mujeres universitarias uruguayas; Paulina se graduó cómo médica y Clotilde como abogada. Por otra parte, Luisa Luisi escribió libros sobre pedagogía e hizo hincapié en la importancia de la formación educativa de las mujeres para su independencia. 

Uno de los detalles que más le gustó a Doris, además de la elección del personaje, fue el pizarrón ubicado en el centro de la muestra, en el que hay una serie de hojas pegadas. De una biografía salen flechas que llevan a carteles que dicen “archivo no encontrado”. El pizarrón, en tinta roja, increpa al espectador: ¿Qué pasó con su obra musical? ¿Dónde están sus dibujos? 

En la muestra aparece un retrato a lápiz que le hizo a su hermano, recuperado del Archivo María Eugenia Vaz Ferreira. La investigación Me muestro siempre en mi obscuridad de Hugo Achugar y Marita Fornaro, explica que muchos de sus manuscritos estaban acompañados de dibujos. Además, destaca que, a pesar de criarse en un ambiente musical privilegiado, ya que su tío era un compositor destacado para la época, no se conserva prácticamente documentación sobre las obras musicales de María Eugenia. 

Sí se sabe que estrenó tres obras en el histórico Teatro Solís, con texto y música propios: La piedra filosofal, Los peregrinos y Resurrexit. Gracias a sus ensayos también se sabe que sus compositores favoritos eran Frédéric Chopin y Richard Wagner, y que creía que este último era el único que había traído a la tierra una “nueva sobrehumana”, “después de Jesucristo”. 

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Pía Martini tiene 22 años y fue la cabeza detrás de La otra María Eugenia. Al principio el proyecto iba a tratarse de los hermanos Vaz Ferreira, Carlos y María, pero, cuando quedó seleccionada para exponer en el Instituto Nacional de la Juventud (Inju), le interesó profundizar más en María Eugenia. La exposición, que se exhibió en agosto, buscó abordar dos temas: la invisibilización de la obra de Vaz Ferreira y el proceso creativo de los artistas. 

—Yo también me considero una artista polifacética —dice con seguridad Martini—. Y siento que de eso no se habla mucho. Un lenguaje artístico o plástico se alimenta de otro; es como una simbiosis.

Martini empezó su camino en el campo artístico en 2015, de la mano del violín. Tomó clases en el Núcleo Ciudad Vieja del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles del Uruguay, y dos años después ingresó en la Orquesta Juvenil del Sodre. También cursó dibujo y pintura en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari, de UTU, donde actualmente estudia escultura, y este año impartió un taller de dibujo en el INJU. 

La exposición invitó a ir más allá y pensar a María Eugenia fuera de su rol clásico de poeta y profesora, y apreciar otras facetas del personaje histórico, como su amor por la música y por el dibujo. Por otra parte, Martini hace hincapié en la importancia de pensar en el personaje que construyó la propia artista a través de sus obras. Explica que en sus inicios Vaz Ferreira publicó con un seudónimo, “Pel”: al día de hoy no se sabe si era un alter ego, lo que siembra la duda de si Vaz Ferreira escribía su poesía desde el lugar de un personaje. 

—En esos poemas hay mucha agonía, sufrimiento y desamor, pero los testimonios sobre ella en vida decían que era súper alegre —asegura Martini.

Y es que Vaz Ferreira no fue sólo una poetisa con arrebatos de tristeza o una profesora solitaria. Los testimonios de la época dicen que era muy sociable y concurría a veladas en el Club Uruguay, viajaba a Buenos Aires y se codeaba con otros intelectuales de la generación del 900 como Delmira Agustini. También fue la primera mujer en volar en avión en Uruguay, según cuentan Achugar y Fornaro en su investigación, y la adolescente que iba a los bailes con un zapato negro y otro blanco, porque en sus palabras “no era un pajarito que debía mover sus dos pies al mismo tiempo”.


Últimos años y publicación de sus obras

María Eugenia Vaz Ferreira entró a trabajar en la Universidad de Mujeres como secretaria en 1912, el mismo año de su inauguración, y en 1915 asumió la Cátedra de Literatura. En 1922 se le otorgó licencia por seis meses por razones de salud y poco después se jubiló. Documentos de la época justifican su licencia por una insuficiencia renal y una enfermedad psiquiátrica. 
Falleció en Montevideo dos años después, a los 48 años, a causa de una septicemia, luego de ser operada por insuficiencia renal. Se le realizó un homenaje multitudinario en el Salón de Actos Públicos de la Universidad de la República, que hoy conocemos como Paraninfo, y en febrero de 1925 Carlos Vaz Ferreira publicó la Isla de los Cánticos, el libro de poemas que María Eugenia estaba preparando antes de morir.

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