El miedo a morir fue el primer pensamiento que Pamela Strongitharm tuvo al enfrentarse a un quirófano para descubrir si tenía cáncer de mama. Entrar desnuda, con una bata y sin saber si iba a volver de allí fueron parte de este ritual al que describe como “entrar a la buena de dios”.

Pamela fue diagnosticada con cáncer de mama a sus 36 años; a partir de una auto detección, encontró un nódulo en su mama. Con un erróneo diagnóstico que indicaba que su bulto era benigno, su propia intuición le decía que había algo más. Al consultar otra opinión profesional, le informaron que de inmediato debían iniciar los trámites para operarse. Su primera operación tuvo lugar el 20 de diciembre de 2007, allí se encontraba un patólogo que definiría si era maligno o no y, si así lo fuera, lo extraería en conjunto con los ganglios.

Al despertarse sintió el peor dolor de su vida debajo de su brazo, en cuestión de segundos asoció su dolor con que el tumor era maligno y, automáticamente, empezó a reflejar sus miedos. “Se te pasan mil cosas por la cabeza: quimioterapia, quedar pelada, morirse -con una niña de año y medio-”, expresó a Sala de Redacción.

A los 20 días tuvo los resultados de la anatomía patológica en la que le mostraron que tenía células malignas, por lo tanto, lo que habían dejado dentro de ella también lo era y se debería someter a una nueva operación para extraer el restante. Según dijo, se trató del peor tiempo de su vida a causa del dolor de la extracción de ganglios. En febrero se sometió a una nueva operación y los resultados mostraron que había más células cancerígenas. En ese momento le dieron la opción de intentar salvar la mama, pero sentía que por ser pequeña no iba a quedar bien, por lo que decidió someterse a una mastectomía.

¿En ese momento, te dieron la posibilidad de ponerte una prótesis?

-Sí. Me sacaron toda la mama y en el momento pudieron ponerme una prótesis, porque el tejido de mi piel alcanzó. Cuando te sacan la mama también te sacan el pezón y hay personas a las que no les da la piel; ahí ponen un expansor, que sirve como un inflador para que la piel se estire.

¿La reconstrucción mamaria te afectó psicológicamente?

-Vos tenés una prótesis, pero no es una teta. Es un relieve. Hoy no tengo recuerdo de verme con mis dos mamas. Me afectó psicológicamente, pero ahí va en el carácter de cada una, yo trato de tomármelo con humor. Pero hay gente que la afecta más aún, es muy personal. Es un golpe muy fuerte.

¿Luchabas por alguien?

-Me acuerdo que una amiga me dijo que tenía que encarar todo y hacerlo por mi hija. Y yo le respondí: No lo tengo que hacer por ella, lo tengo que hacer por mí. Yo la quiero ver crecer a Julia. Si yo me muero, Julia va a crecer más o menos feliz, hay terapias, muchas personas no tienen mamá. Soy yo la que la tengo que ver crecer. Primero por mí, después por mis padres. Yo tengo mis dos padres vivos y no sabes lo que debe ser enterrar a tu hijo, le respondí. Ese era mi norte.

Una Clara guía 

Antes de su mastectomía, Pamela decidió emprender sola un viaje a Buenos Aires para realizarse un estudio que marcaría si había más células cancerígenas en el resto de su cuerpo, ya que no se realizaba en Uruguay. Al subir al barco, la angustia la sobrepasó y empezó a llorar. Recibió una llamada telefónica de su amiga y le contó por lo que estaba atravesando. Cuando terminó de hablar, la persona que tenía sentada a su costado le dijo que no había podido evitar escuchar, se presentó como sacerdote y le regaló una estampita. Pamela y el sacerdote comenzaron a hablar y ella le comentó que había una joven periodista uruguaya que estaba pasando por lo mismo, pero que le daba pudor llamarla, su nombre era Clara Berenbau. Sorprendido, el cura la miró y le dijo que él la conocía e incluso fue él quien la casó con su esposo. Decidió llamarla en ese momento y pactaron encontrarse.

Al otro día, Pamela se dirigió a la clínica para realizarse el estudio, pero le comunicaron que no se lo podían hacer, por lo que retornó antes a Uruguay y en ese mismo viaje se encontró de nuevo con el cura. Al comentarle la situación, él le respondió que ese viaje era para conocerse y también para conocer a “Clarita”. 

¿Cómo fue el encuentro con ella?

-Con Clarita nos conocimos luego de mi operación, ella estaba pasando por el mismo momento, llevaba una quimioterapia menos que yo. Me invitó a tomar un té a la casa, nos sentamos en un sillón de dos cuerpos y ella me mira y me dice: “Vamos a hablar a calzón quitado”, y se sacó la peluca. Ahí vi la realidad, lo que me iba a pasar a mí también.

¿Ayuda la contención entre mujeres que hayan pasado por lo mismo?

Sí, mucho. Impresionante, la vivencia con Clara mano a mano me ayudó. Nos re apoyamos y generamos un vínculo desde el dolor increíble. Era como mi hermana. Como ella era periodista, la contactaban en la radio chicas que pasaban por el mismo momento. Entonces, me llamaba a mí e íbamos a las casas de esas mujeres, que cada vez eran más y más, y empezamos a formar grupos. Ahí le dije a Clara que aflojáramos un poco, que íbamos a tener que generar otras “Pame” y otras “Claris”, porque nosotras no podíamos estar en tantos grupos. Así fue como nació el colectivo Mama Mía y la Fundación Clarita Berenbau, que la creó su mamá.

¿Cuál fue el primer consejo que te dio?

-Que me corte el pelo, porque me iba a ver mejor después, para ir haciéndome una idea, y lo hice. Me corté el pelo bien cortito, como un varón.

-¿Cómo transitaste el tema del cabello?

En la segunda quimioterapia me agarraba el pelo y se me caían los mechones, me dolía mucho. Es como cuando te hacés una colita tirante y te queda doliendo el casco, ese dolor tenía yo todo el tiempo. No te das cuenta de lo importante que es hasta que lo perdés. Vos te mirás al espejo y decís: me estoy muriendo, claramente estoy enferma.

Me pasé la máquina, pero los pelitos chiquitos me dolían mucho. Le pedí a mi esposo que me pasara una gillette, pero él no lo quería hacer porque pensaba que me podía lastimar… Le dije que si no lo hacía él, lo hacía yo. Me pasó la gillette y automáticamente dejé de sentir dolor. Después empecé a amigarme con mi pelada, porque no me quedaba otra. Descubrí que tenía una cabeza redondita y linda, que es precioso darte un baño y sentir el agua caliente en el casco, es una sensación placentera. Siempre tratando de ver el vaso medio lleno.

Proceso interno

En conversación con Sala de Redacción, Carolina Rodríguez, psicóloga especializada en el área oncológica, habló del proceso psicológico por el que pasa una mujer con cáncer de mama desde el diagnóstico hasta la quimioterapia y la radioterapia. Según explicó, algunas pacientes plasman más que otras sus preocupaciones, sobre todo respecto al pelo y luego a la mama. En su opinión, ello varía según las etapas. “Cuando empezás la quimioterapia la primera preocupación es cómo pasar la caída del pelo, que es lo más inminente”, señaló Rodríguez.

Algo en lo que coinciden varias mujeres que están cursando la enfermedad es que lo más que les influye en su estado anímico es la caída del pelo. “Sienten que el pelo es la imagen frente al espejo y es la confirmación de la enfermedad. El hecho de no tener pelo es lo que uno más asocia a que una persona tenga cáncer y, sobre todo, que le hicieron quimioterapia”, afirmó la profesional. 

La psicóloga también se refirió a la ansiedad que manejan las pacientes oncológicas respecto al crecimiento de su cabello, ya que cuando empieza a crecer lo hace de una forma despareja y muchas veces es un pelo muy diferente al que tenían antes de comenzar el proceso de quimioterapia. Al respecto, agregó que otro factor que influye en su autoestima es que cuando están pasando por la quimioterapia toman medicamentos que producen aumento de peso y eso genera más ansiedad en el proceso.

Consultada sobre las principales preocupaciones que le transmiten sobre la extracción mamaria, Rodríguez habló de dudas sobre cómo activar la sexualidad con la inseguridad de no tener una mama. “A muchas mujeres les cuesta mostrarse sin una mama, con una cicatriz, a otras con una reconstrucción o un tamaño diferente. Algunas habilitan más la zona para la sexualidad y otras no, deciden taparse y la sexualidad se convierte de la cintura para abajo. Influye mucho el tema de la pareja, cuánto se pueda hablar, hay hombres a los que les cuesta mucho, porque sienten que no quieren invadir. Yo siempre las aliento a que instalen el tema, que haya mucha comunicación”, señaló.

Al respecto, la psicóloga agregó que muchas mujeres deciden hacer un freno luego de la cirugía de extracción y no se realizan una reconstrucción mamaria. Ello se explica porque los procesos de radioterapia y quimioterapia generan un gran desgaste en la paciente y muchas deciden no exponerse a otra cirugía o a posibles complicaciones con la prótesis. La profesional explicó que otro factor que incide es la edad, ya que cuanto más jóvenes las mujeres, más les preocupan los aspectos estéticos; mientras tanto, las de mayor edad tienen mayor tolerancia a la posibilidad de perder una mama.

Reconstrucción de derechos 

El cáncer de mama es el más frecuente entre las mujeres en Uruguay, y es la primera causa de muerte en la población femenina. En promedio, cada año se presentan 2.000 casos nuevos, lo que dispone que cada día en Uruguay cinco mujeres son diagnosticadas con esta enfermedad, según datos de la Comisión Honoraria de Lucha contra el Cáncer.

A fines de agosto, el gobierno emitió un decreto para garantizar que todas las mujeres que deban someterse a una mastectomía radical, accedan de forma gratuita a implantes mamarios, dispositivos de expansión y un estudio de marcación por radioisótopos para determinar qué ganglios deberán ser tratados. Al respecto, la psicóloga dijo que le parece “bárbaro” que la reconstrucción mamaria sea un derecho. El nuevo decreto formará parte de la cobertura obligatoria de prestadores públicos y privados del sistema de salud. Hasta su promulgación, solo la mitad de las pacientes oncológicas recibían implantes mamarios.

“Me parece espectacular que todas puedan acceder, cuando me hicieron la reconstrucción tuve que ir al BPS [Banco de Previsión Social], me hicieron pedir tres presupuestos para la prótesis, y lo mismo con la peluca. Fue gratis, porque yo estaba trabajando, pero para la gente que no trabaja es demasiado caro”, opinó.

Ella aún no transita su vida “cáncer free”, como lo describe, pero con un cambio en su medicación -que toma una vez al día- y un chequeo cada cuatro meses siente que viene “fenómena”.

“Se puede si hacés lo que te dicen los médicos y si luchás. Pero también te tiene que acompañar la suerte… ayuda mucho el carácter de cada una, a mí me ayudó mucho el humor. Pero también tenés que tener suerte… porque con las mismas cosas, Clara no tuvo suerte. Hay cosas que uno no puede explicar. Yo creo en dios, pero me enojo con él, la fe no me alcanza para entender eso”, concluyó.

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