Graciela Montes de Oca forma parte de la asociación Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos (Famidesa) desde que se fundó la organización. Su padre, Otermín Laureano Montes de Oca, fue detenido por los militares en su casa, durante la madrugada del 17 de diciembre de 1975, en el marco de la dictadura cívico-militar. Graciela se despidió de su papá con un beso, mientras que integrantes de las Fuerzas Armadas se lo llevaban. Nunca más supo qué pasó con él pero a sus 56 años lo sigue buscando.
Atrás de la historia, existe otra historia: años de mucha tristeza y sufrimiento. También de lucha, búsqueda, compañerismo y memoria. A pesar del paso del tiempo Graciela no balbucea ni duda. Cada recuerdo está vivo en su memoria y lo describe tan detalladamente como si hubiese sucedido ayer. La tranquilidad que tiene a la hora de hablar y la postura serena, se entremezclan con su carácter fuerte, su tenacidad y su fortaleza interna.
Un adiós repentino
A dos años de comenzada la dictadura un grupo de militares -vestidos de civiles y fuertemente armados- irrumpieron a la 1:30 de la madrugada en el domicilio de los Montes de Oca. En la casa situada en el barrio La Teja se encontraba Otermín Laureano -de 45 años- y su esposa, Edelmira Isabel -de 40 años-, ambos militantes del Partido Comunista. Sus hijos Beatriz, Gerardo, Graciela y Pablo también estaban en el hogar. Los integrantes de las Fuerzas Conjuntas apartaron a Otermín y se dirigieron al fondo de su casa. Isabel fue amenazada y sus hijos custodiados por militares. Dos horas después, se llevaron a Otermín detenido.
— ¿Recordás cómo fue el último contacto que tuviste con tu padre?
— Sí, me acuerdo perfectamente. Fue muy cerca de las fiestas, recuerdo que habíamos terminado de pintar el living y nos acostamos tarde. De golpe nos prenden la luz. Mi padre en ropa interior, con otra persona al lado, nos dice que nos tenemos que levantar e ir para el otro cuarto. No entendíamos nada, pensé que podía ser un amigo de la familia que iba a ver cómo había quedado la casa.
Después no lo vi por un rato. Se lo llevaron a él para el fondo y cuando lo trajeron a vestirse se sentó en los pies de la cama de mi madre. Me arrimé porque estaba inquieta, teníamos unos militares con armas en la puerta del dormitorio. Él se vistió, ahí le dí un beso y después nunca más. Me acuerdo hasta de la ropa que se puso, lamentablemente son imágenes que no se te borran.
La casa quedó destrozada: allanaron el terreno, hicieron pozos, rompieron paredes y muebles. Dos militares instalaron una ratonera por tres días; nadie podía salir. Isabel intentó cobijar a sus hijos en esas 72 horas interminables. La única que tenía autorización para ir a hacer mandados, sin acompañamiento de militares, era Graciela, que en ese entonces tenía 11 años.
Luego de la detención, uno de los militares les mencionó a los niños que al otro día iban a traer nuevamente a su padre. Sobre esto, Graciela cuenta: “Para mí fue un ‘me duermo tranquila porque mañana lo tengo acá’. Después fue el primer golpe: me habían mentido, las cosas no te cierran y no entendés a esa edad”.
Nada fue igual
La vida de la chiquilina que antes se divertía en la calle y que recibía de su padre un caramelo Zabala como premio cuando hacía bien los deberes, cambió. Graciela dejó de jugar en la vereda para dar una mano en la casa. Su vida dio un giro, su entorno también. Los niños que anteriormente jugaban con ella en el barrio o iban a su casa no se acercaron más; “supongo que fue producto del miedo”, justifica. La inocencia la comenzó a sustituir por la rebeldía que hoy la caracteriza.
Todos en el hogar empezaron a hacerse cargo de la fábrica de cepillos, el pequeño taller ubicado al fondo del hogar, manejado anteriormente por Otermín y que les daba ingresos para vivir. En un momento, dado que el negocio familiar dejó de funcionar, los niños debieron ocuparse de sus estudios, por lo que Isabela comenzó a trabajar en una fábrica textil.
—¿Cómo te afectó a los 11 años lo que sucedió?
—Empecé a no tener miedo, perdí en parte lo que es la inocencia, porque esto me llevó a afrontar muchas cosas. Me llevó a sentir que me miraban con lástima y eso provocó que me aislara. Me empezó a doler que en las fiestas no estuviera mi padre. Después sentí rebeldía, porque por ejemplo cuando me daban Educación Moral y Cívica en el liceo me decían que sin autorización del dueño de casa no podían entrar a mi domicilio. Sentía que me estaban mintiendo en la cara y se estaban burlando de mí.
El hogar de La Teja, que en su momento fue comprado por la familia Montes de Oca, pertenecía al militar Uruguay Sánchez. En varias ocasiones, miembros de las Fuerzas Armadas irrumpieron sin aviso en el domicilio de madrugada. Cuando esto sucedía, Isabela intentaba tranquilizar y cobijar a sus cuatro hijos.
Pese a la tranquilidad y fluidez de su relato, Graciela no esconde la amargura al recordar lo sucedido con su casa. Rememora que varias veces recibió a militares de noche que entraban por el fondo y se dirigían al living. Iban a presionar porque querían los títulos de la casa y que la familia se fuera.
Pero los títulos del terreno no se podían escriturar porque faltaba la firma de Otermín. Tiempo después, tras un trabajo arduo en la Facultad de Derecho, Isabela consiguió una declaración de ausencia de su esposo y quedó como dueña de la casa. De esta manera, no los podían retirar y, hoy en día, Isabela continua viviendo en esa casa, situada a dos cuadras y media de donde lo hace Graciela.
Desde ese 17 de diciembre la vida de la familia Montes de Oca quedó marcada. Graciela, con 11 años, y sus hermanos mayores de 18 y 14 empezaron junto a su madre la búsqueda de Otermín. Lo buscaron por todos lados. Primeramente fueron al Regimiento 1 en Capurro, donde no lograron novedades. Luego los mandaron a la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, ahí les comunicaron que ellos “no tenían nada”. Durante mucho tiempo tuvieron una bolsa con un colchón, una frazada y elementos básicos, para llevárselos a Otermín si en algún momento aparecía detenido.
En 1977, acompañado de una abogada, se dirigieron al juzgado militar. En ese lugar le informaron a Isabela que no lo buscaran más: “Nos dieron a entender que había fallecido”, rememoró Graciela.
—¿Cuál fue tu reacción?
—Como que hice un bloqueo, nunca asimilé eso que mi madre nos dijo. Incluso había salido la propuesta de irnos al exterior y dijimos que no por si volvía.
—¿Cuándo lo asimilaste?
—Cuando salieron los últimos presos le pregunté a un compañero: “¿Quedó alguno adentro?”, y me respondió que no, que no quedó nadie. Ahí se me rompieron todas las ilusiones que podía tener de que lo hubieran golpeado mucho y hubiera perdido la memoria, que no se acordara o algo. Ahí realmente fue el golpe y tuve que asumir lo que había pasado. Me entró otra inestabilidad emocional, porque lo vi irse caminando, me despedí de él. Y no saber más nada te trae esa inseguridad, que no sabés si sigue vivo porque no querés asumir realmente. Por más que sepas lo que pasó, seguís manteniendo esa esperanza, trataba de vichar en la gente a ver si lo encontraba. Es algo medio raro, pero es una reacción que vos mismo hacés.
Familia
A finales de 1983, una desconocida citó a Graciela a la parroquia de Zufriategui. Quien la llamó fue Disnarda Flores, esposa de Oscar Tassino, desaparecido en 1977. Sobre ese encuentro, la hija de Otermín Montes de Oca retrata: “Me habló de lo que realmente no quería, de que mi padre era desaparecido. En ese momento estaba en esa negación. Pero te sentís bien con saber que no sos la única con ese sentimiento”. Disnarda fue quien integró a Graciela a Famidesa.
La asociación se comenzó a formar en Argentina y Uruguay. En 1978 varias mujeres exiliadas, familiares de desaparecidos, se organizaron para luego reclamar y denunciar desde Buenos Aires. Había otro con menos personas fundado en Montevideo durante 1983 y casi a la salida de la democracia se unieron los dos grupos.
Desde ese entonces, Graciela formó parte de Famidesa, una organización que lucha por la verdad, la justicia y la búsqueda de los desaparecidos en dictadura. Actualmente sus integrantes se juntan “religiosamente” en un plenario todos los lunes, en su sede, para tratar diferentes temas, propuestas o proyectos. Las reuniones pueden llegar a ser muy amplias; discuten, se “toman su tiempo” y si no logran terminar en un día, lo siguen el otro lunes. A raíz de la situación sanitaria, las reuniones son semipresenciales, “fundamentalmente por las viejas”, afirmó Montes de Oca. Las decisiones de la asociación las toman entre todos y si alguien no asistió, recibe la información por diferentes plataformas virtuales.
Las “viejas” son las madres de detenidos desaparecidos, que desde el primer momento tomaron el timón de la lucha y fundaron la asociación. Graciela no oculta su admiración y respeto al hablar de ellas. Según Montes de Oca, las llama “viejas” porque fueron “las que estuvieron siempre y nos protegieron como madres”.
Graciela siente que Famidesa es su familia, en la que el apoyo entre compañeros es el punto fuerte de la asociación: “vos sabes que si aflojás nadie va a seguir en esa búsqueda; nos precisamos unos al otro para seguir adelante”. Sus miembros se conocen hace muchos años, por lo que existe una relación muy cercana entre ellos. Discuten, se acompañan y no se dejan caer, siempre con la mira en la búsqueda de sus seres queridos.
Por razones biológicas, los integrantes de la asociación han cambiado. Muchas de las madres y familiares que han dedicado su vida para buscar a sus hijos, se han ido sin saber la verdad.
—¿Qué sentís cuando familiares de desaparecidos se van sin saber lo que le sucedió a sus parientes?
—Me da un dolor profundo, porque no me gustaría que me pasara a mí. Pero también me da mucha más fuerza de no bajar los brazos y seguir peleando. Por ellas (las madres) fundamentalmente, porque fue lo que me enseñaron, toda mi vida esas canas las respeté como si fueran de mi propia madre. Podía discrepar, llevar rezongos porque no pensaba como ellas, pero ellas nunca bajaron los brazos, siempre buscaron a todos. Me enseñaron que no era una búsqueda individual, sino colectiva. Por eso cada hallazgo es como si fuera el tuyo. Por más que pasás todo eso de que no sabés quién es en ese momento, que estás ‘si será el mío o no’, sentís la felicidad de que alguien lo está esperando.
—¿Cómo son esos momentos de incertidumbre cuando les comunican que hay un hallazgo?
—Es una cosa muy contradictoria. Sentís felicidad, nervios, pero cuando lo ves te da mucha angustia, es muy complejo. Porque lo ves en esa soledad, entre el barro, esa mugre, se te pasan mil cosas por la cabeza; de quién es, de todo lo que ha sufrido y de todo lo que le han hecho. Es mucha angustia y mucha bronca de todo el sufrimiento que ves ahí. Después lo ves con la alegría que pudiste sacarlo de ese frío y de esa soledad, que está de nuevo con nosotros como si le dieras luz.
En los primeros gobiernos luego de la salida a la democracia -dos de Julio María Sanguinetti y uno de Luis Alberto Lacalle- no se buscó a los desaparecidos. Graciela manifiesta: “Parecía que los detenidos desaparecidos acá no habían existido. Que sí en Argentina, en Chile, donde se hablaba mucho, pero que acá en Uruguay no”. Explicó que, tiempo después, con los hallazgos y el trabajo de Famidesa junto a organizaciones sociales, la sociedad “empezó a ver realmente lo que fue la dictadura”.
Montes de Oca alegó que durante el gobierno del Frente Amplio se produjeron avances, pero “faltó mucho” y “se podría haber hecho más”. Con la coalición multicolor y varios ex militares en el poder, Graciela siente que el panorama es “diferente”. “Sabemos que ellos no tienen interés en que se sepa todo, por más que digan para afuera que quieren encontrar los cuerpos. Si quisieran que se encontraran nos dirían ellos. (El senador y líder de Cabildo Abierto Guido) Manini Ríos y todos los demás nos dirían realmente dónde están, qué es lo que hicieron”, sentencia.
—¿Qué se te pasa por la cabeza cuando sentís que Cabildo Abierto quiere reinstalar la Ley de Caducidad?
—Si no hicieron nada, no tienen por qué temer a la justicia. Ya tenemos impunidad, sino muchos estarían presos, lo que nos están negando es la verdad y ese miedo que le tienen a la justicia. No nos pueden seguir negando. Las viejas que se están yendo tienen que poder aunque sea estar con los restos de sus hijos, decir “los encontré, he dado mi vida y he encontrado el fruto”. Nosotros no queremos venganza, lo que queremos es que nos digan la verdad, que todo el mundo nos diga la verdad, porque tenemos el derecho de saber qué hicieron con nuestros familiares.
Nunca más
En la búsqueda de los desaparecidos Graciela se chocó con muchos obstáculos. Oyó en diversas ocasiones el “algo habrá hecho”, incluso de sus propios tíos. Masticó bronca y se hizo cada vez más fuerte, pese a que la falta insustituible de su papá la siente a diario. Durante su vida siempre intentó remarcar lo que fue su padre: “Un ser común, como cualquiera, que era comunista, tenía sus ideales, sólo pensaba diferente. Pero que nunca torturó, asesinó ni delinquió”.
Vivió peleando contra las mentiras y el ocultamiento. No escapó al dolor y al sufrimiento, pero siempre luchó para marcar la memoria y saber dónde están. Hoy, con alguna cana, pero con la misma rebeldía que forjó de niña, Graciela sigue buscando a su papá y a todos los desaparecidos durante la dictadura. Por Otermín, por las viejas y por los demás familiares.
Su madre, de 85 años, integrante activa de Famidesa por mucho tiempo, acompaña la búsqueda desde su casa, la misma en donde hace 45 años se llevaron a Otermín. Ahora son sus hijos, Laura -por Laureano- Micaela y Maximiliano, los que le siguen el paso en su camino hacia la verdad.
Graciela resume ese camino de la siguiente manera:
—Lo que siempre tuve claro es que quiero saber qué es lo que pasó, qué es lo que hicieron con él y más claro aún, que todo eso que ocurrió no se lo deseo a nadie y no quiero que vuelva a pasar. En base a eso es que yo sigo metida y ahora que soy mayor, que mis hijos están más grandes, que asumieron lo del abuelo sin tener que decírselo, voy seguir peleando por saber la verdad. Porque trabajando la parte de la memoria y sabiendo la verdad, es la única forma de evitar que esto vuelva a ocurrir.
Presente
En el marco del Día Internacional del Detenido Desaparecido, Famidesa organizó una intervención que, debido a la pandemia, será de forma virtual. Desde las redes sociales de la organización se transmitirá en vivo hoy, a las 19 horas, y sobre las 19.10 en el canal de TV Ciudad. Madres y Familiares leerá un mensaje, como se hace todos los años. También hablará el politólogo e historiador Gerardo Caetano sobre la desaparición forzada a nivel internacional y local. Mientras que Mateo Magnone, comunicador, dará una perspectiva desde los jóvenes de cómo trabajar la memoria. Por último, habrá un cierre artístico a cargo de los músicos Pata Kramer y Mario Carrero.
Desde Famidesa se invitó a que en cada hogar se cuelguen banderas, imágenes, margaritas y camisetas para conmemorar el día. A su vez, a las 18.30 se van a proyectar imágenes en distintos puntos de Montevideo y en la Costa de Oro.