Antes de que Dios creara a Eva a partir de una costilla de Adán, antes de que la condenara a parir con dolor como castigo por comer una manzana, cuenta la leyenda que una mujer abandonó el paraíso por decisión propia. Con el mismo polvo que a su hijo, Dios había creado a Lilith. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti?”,* le preguntaba Lilith a Adán, que sólo sabía la posición del misionero. “Yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy igual que tú”, repetía fastidiada por los caprichos de su compañero.

Encolerizado, Adán se quejó ante el patriarca, quien, consintiendo a su hijo, intentó persuadir a Lilith para que se doblegara. Harta de los abusos, Lilith pronunció el verdadero nombre mágico de dios, Falo, que para entonces estaba prohibido y se exilió en el Mar Rojo. Al principio un grupo de secuaces integrado por ángeles se encargaron de erigirle una mala reputación: se dijo, por ejemplo, que por las noches se le aparecía en sueños a los hombres y los obligaba a eyacular para engendrar demonios. Luego, simplemente la borraron. La verdad es que Lilith era lesbiana.

Durante siglos de historia occidental el lesbianismo ha quedado invisible porque su existencia hace tambalear a “un sistema social, económico y político que excede a la sexualidad como erotismo”, dijo a SdR el sexólogo Ruben Campero. En oposición a este sistema, de alguna forma, las lesbianas “le están diciendo ‘no’ al falo y a la construcción heteronormativa de cómo se supone que la mujer es”, afirmó. Agregó que en la cultura falocéntrica “se naturaliza y se biologiza como estrategia política” y se postula que “los cuerpos que tienen pene son los importantes”.

La educadora sexual María José Hernández señaló a este medio que sobre el cuerpo femenino rige una “ideología”y una “politización” que son las causas de “tanta muerte simbólica y real de aquellas personas que se alejan del modelo sexual hegemónico”. Hernández entiende que este modelo es “heterocéntrico, androcéntrico, coitocéntrico y adultocéntrico”.

Cuando una mujer es penetrada por un hombre por primera vez se dice que “se hizo mujer”. La educadora sexual reflexionó que si es el hombre quien otorga la categoría de mujer, entonces “las lesbianas quedan excluidas de su propia existencia”. Si los hombres son los “escultores o creadores” de las mujeres, “las lesbianas serían una mala praxis del varón que no supo hacer bien su trabajo, que no la supo penetrar bien, que no la supo colonizar bien”, consideró Campero.

Sobre las mujeres nunca hay sospecha de homosexualidad: “que ese miedo nunca aparezca en la sociedad quiere decir que no existe”, y si no existe no hay de qué preocuparse, reflexionó el sexólogo. En el imaginario colectivo, agregó, las lesbianas son “nenitas descarriadas que sólo se tocan. Son amargadas, mal cogidas que odian a los hombres”, y su imagen siempre remite a la de “marimacho”.

La visión del sexo reducido al coito está presente en todas las esferas sociales, se perpetúa a través de la educación sexual que reciben niñas y niños y llega a la lógica científica de los profesionales de la salud. Según Magdalena Bessonart, integrante del colectivo Ovejas Negras, la mirada médica “infantiliza” a la lesbiana. Además, se cree que por no haber penetración de un pene no precisan hacerse el Papau Nicolau (Pap), usar métodos de barrera o simplemente recurrir a la consulta ginecológica.

Carina Da Costa, docente del curso optativo Salud y diversidad sexual de la Facultad de Medicina (Fmed), recordó que durante los talleres de educación sexual en instituciones de Primaria, docentes y directoras suprimieron el término vulva o vagina y en su lugar pidieron que se use “cola”. No obstante, el pene sí puede ser nombrado. En relación al uso del lenguaje, Campero habla de una “colonización ideológica” que se ejerce desde el cambiado de pañales. Las familias festejan el pene del varón con frases ridículas como “hijo de tigre”, y casi nunca festejan la vulva de las niñas: no se habla porque le permite a la niña el acceso a la “autonomía erótica”, indicó Hernández, y agregó que la mujer aprende a vincularse con su cuerpo desde la carencia del pene y se construye una imagen devaluada de sí misma, lo que describe el concepto de “mutilación simbólica”.

Desde la infancia se educa a las mujeres para que “siempre sean pasibles de ser tuteladas paternalmente por la sabiduría racional de lo masculino”, explicó Campero. “Inexperiente” y desposeída de su deseo, la mujer va a necesitar que el hombre “la introduzca en las artes del sexo”, explicó el sexólogo. La sociedad se encarga de desprestigiar el sexo entre mujeres porque las lesbianas escapan a este proyecto: “a la cultura patriarcal le da miedo la autonomía femenina”, sentenció.

Olvidadas

La presunción inicial de heterosexualidad es un tipo de violencia. Campero indicó que no es algo que las mujeres siempre “puedan sostener con la relación de poder que implica la consulta médica”. Actualmente el lesbianismo no está contemplado en la anamnesis, que es el conjunto de datos que se obtienen en el interrogatorio médico. No se tiene presente que las lesbianas y bisexuales también son pasibles, aunque en menor medida que los heterosexuales, de contraer cualquier tipo de infecciones de transmisión sexual (ITS), ya sean del tipo bacterianas, virales, parasitarias u hongos.

“La última vez que fui a hacerme un Pap me preguntaron ‘¿cómo te cuidás?’, y yo pregunté ‘¿de qué?’. El médico se puso nervioso y me dijo, ‘ta, ta, no importa’. Habrá asumido que soy virgen”, contó Bessonart. No recuerda que ningún ginecólogo le haya explicado a ella o a sus compañeras cómo podían prevenir las ITS.

El único método de barrera específico para el sexo oral vaginal no existe en Uruguay. Se trata de un rectángulo de 15 por 10 centímetros llamado campo de látex, cuyo tamaño es insuficiente y no evita que los fluidos vaginales se corran. En su lugar, las lesbianas recurren a métodos artesanales como cortar un preservativo masculino, el papel film de cocina y guantes o dedales de látex para la estimulación digital. Estos métodos, además de deserotizar el encuentro sexual, son poco prácticos para el tribadismo o su alusión peyorativa: “tijera”.

Florencia Forrisi, integrante del equipo técnico del Área Programática de Salud Sexual y Reproductiva del Ministerio de Salud Pública (MSP), manifestó a este medio que es menester que los profesionales realicen una “captación activa” de las lesbianas y bisexuales, y para ello es preciso que conozcan sus necesidades específicas para realizar un buen diagnóstico.

Sin embargo, Da Costa y Verónica Delbono, docente de sexología de la Escuela de Parteras (Fmed, Udelar), coincidieron en que hay profesionales que le dicen a las mujeres lesbianas que no necesitan el Pap porque no mantienen relaciones de coito y porque no hay riesgo de embarazo. La omisión médica y el hecho de no contar con métodos de barrera prácticos y accesibles incrementa la necesidad del autocuidado y de realizar controles periódicos para detectar a tiempo las enfermedades.

“A la mujer se le asigna un grado elevado de voluntarismo”, cuando la mayor responsabilidad la tiene el profesional, dijo a SdR la psicóloga Anabel Beniscelli, referente del Centro de Referencia Amigable de la Facultad de Psicología (Cram). La “Guía para profesionales de la salud: salud y diversidad sexual”, presenta el resultado de una encuesta realizada en el año 2000 en Estados Unidos, que demostró que sólo un 11 por ciento de las lesbianas declaró usar métodos de barrera y que un 84 por ciento no percibían riesgo de transmisión de ITS.

En otro estudio citado en la guía, del mismo país y año, se indica que las lesbianas y bisexuales fuman en promedio un 200 por ciento más que las heterosexuales. En la misma línea otros estudios revelan que tienen mayor riesgo de sufrir obesidad y enfermedades cardíacas. A su vez, si tanto el tabaquismo como la obesidad son factores de riesgo para contraer cualquier tipo de cáncer, puntualmente se observó que esta población tiene mayor probabilidad de contraer cáncer de mama y de cuello de útero debido a la falta de controles periódicos que impiden su detección temprana.

En Uruguay el “boca a boca” sobre malas experiencias que han tenido lesbianas dentro del consultorio es del 20 por ciento y esto inhibe la concurrencia, según un estudio de 2012 de la Udelar. El cáncer de cuello de útero está directamente relacionado al virus del HPV y puede diagnosticarse a través del Pap. Da Costa culpa a la academia por no formar adecuadamente a los profesionales para la atención a la población lésbica y bisexual.

Delbono percibe que se están generando cambios pero tiene dudas de que lleguen a todo el país. “Estoy trabajando en el Interior y la verdad es que no lo veo”, dijo. Además considera que no hay diferencia entre los centros públicos y privados porque los profesionales son los mismos en ambas instituciones. El único momento en que el profesional puede modificar su proceder es “cuando está en sobreaviso por la propia usuaria”.

En Uruguay los datos sobre esta población son casi nulos. La orientación sexual y la identidad de género, con excepción del censo a personas trans, no están incluidas en las encuestas nacionales. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) manifestó la necesidad de que Uruguay maneje estas variables, informó Forrisi. El poco conocimiento que se tiene surge de investigaciones internacionales y de las iniciativas de la sociedad civil.

Cuerpos reproductores

El supuesto “instinto maternal” intrínseco a la naturaleza femenina simplemente desaparece a la vista de la sociedad cuando la mujer es lesbiana. Hernández cree que la medicina ve a las mujeres como “incubadoras”, el interés de la salud sexual y reproductiva se centra en mantener “úteros sanos”, pero cuando la mujer es lesbiana hay profesionales que despliegan todo tipo de obstáculos: “objeciones de conciencia, opiniones personales, planteos metafísicos”.

A pesar de que la ley de Reproducción humana asistida establece que no es requisito comprobar infertilidad para acceder a las prestaciones del Fondo Nacional de Recursos, a las lesbianas se les sigue negando o dificultando ejercer el derecho a la maternidad. Forrisi informó que la mayor parte de las denuncias son por este motivo y no por maltratos en la consulta médica, aunque existen denuncias de negación de Pap o por hacerlo “a ciegas”, que es cuando no se usa espéculo para extraer la muestra.

Las denuncias llegan desde todo el país. La mayoría de las veces dirigidas a organizaciones de la sociedad civil y no al MSP, que recibió sólo una. Las usuarias “no ven dentro del sistema de salud un canal claro donde hacer las denuncias”, reconoció Forrisi. Los reportes que llegaron de Ovejas Negras fueron trasladados por Forrisi a sus superiores en el MSP y se hizo una resolución explicativa de la ya aprobada ley, aclarando que no se podía cobrar sobrecosto por tratarse de lesbianas, aunque requieran una muestra de semen: “es claro que es parte del tratamiento”.

Da Costa contó que instituciones de corte religioso como el Círculo Católico y el Hospital Evangélico directamente no les brindan asistencia a parejas de lesbianas que quieren ser madres. “Lo que hemos logrado es que la institución lo tercerice” a clínicas privadas. En estas clínicas muchas veces se les quiere cobrar de más, “cosa que a parejas heterosexuales o madres solteras no les pasa”, remarcó.

El costo del procedimiento por ley debe ser pagado a la mutualista, sin embargo algunas clínicas le han exigido a la pareja que vuelva a pagar el monto -que ronda los 12 mil pesos- si en el primer intento no se logró el embarazo; además, que ambas donen óvulos que luego la clínica revende a un precio elevado.

Desde 2016 el MSP realiza un relevamiento de denuncias por motivo de orientación sexual o identidad de género. “Sistemáticamente los centros de salud nos contestan que no tienen denuncias”, explicó Forrisi, y agregó que “son pocas las personas que denuncian por escrito y además, tenemos la idea de que hay un subregistro en las mutualistas, que quizás reciben las denuncias y no las están agrupando”. Bessonart considera que a las mujeres les cuesta mucho denunciar los maltratos: “estamos acostumbradas a que nos traten mal”.

Da Costa observó que, en mayor medida, las mujeres acuden a los centros de salud para realizarse los controles obligatorios en el marco de un embarazo y tras el nacimiento de sus hijos, o para acceder a métodos anticonceptivos que, en el caso de las píldoras, requiere una nueva indicación médica cada tres meses. El enfoque de la salud es reproductivo y en este escenario las lesbianas quedan al margen, ya que los profesionales se centran en prevenir y controlar los embarazos.

El tamaño del closet

Estar dentro o fuera del closet tiene un costo emocional elevado. Beniscelli ha observado que conlleva un desgarro psíquico que suele expresarse en sintomatologías psicosomáticas, como ataques de pánico, crisis de angustia, alergias dérmicas, migrañas y contracturas. En casos extremos se traduce en un exceso de consumo de sustancias y en intentos de autoeliminación.

Beniscelli percibe que cada persona pasa por un “tránsito íntimo” a través de sufrimientos y desafíos que tienen expresiones singulares en cada persona. No obstante, advirtió que existen variables constantes y que dependen de la edad. Por ejemplo, consideró que las mujeres adultas de más de 30 años en general traen “otros niveles de padecimiento”. Usualmente estas mujeres siguen un camino de “formalidad erótica” por el sistema heterosexual y “cumplen con varios ritos sociales”, como casarse y tener hijos.

Cuando logran interrumpir este camino, surgen un montón de “desafíos sociales”, como tener que dar explicaciones a sus familias sobre su sexualidad. A las lesbianas se les hace todo tipo de preguntas. La psicóloga señaló que esta es una de las principales diferencias entre heterosexuales y homosexuales: tener que rendir cuentas sobre su intimidad. Beniscelli expresó que la angustia que esto provoca deviene en la disminución del rendimiento laboral, educativo y social por “todos los mecanismos que se ponen en juego para sostener ese momento”.

Las chicas más jóvenes actualmente encuentran una mayor contención social. “Se sienten considerablemente más habilitadas a vivir su sexualidad y esto les ahorra una década de sufrimiento psicosomático, que no es poca cosa”, expresó. No obstante, hay chicas que provienen de familias heteronormativas “con metas muy marcadas y caminos muy trazados”.

En estas jóvenes “se produce una sensación de vacío, como si el piso se abriera y cayeran en un agujero”, ilustró la psicóloga. Sentir que están incumpliendo con los mandatos de sus familias genera un “poderoso sentimiento de culpa”, un “dolor moral” que se relaciona “a la minusvalía o como se dice socialmente: a la baja autoestima”.

“¿Por qué tuviste que decírmelo? No es necesario que yo lo sepa. Imaginate qué pasaría si yo te dijera que soy asesina”, le contestó su madre cuando Hannah Gadsby -comediante- le contó que era “un poco lesbiana”. La primera salida del closet es difícil pero nunca es definitiva. Se repite constantemente: en la familia, en el trabajo, en la calle y también en los centros de salud.

“Por mucho tiempo tuve más información sobre los unicornios que sobre las lesbianas”, bromeó Gadsby durante su show “Nanette”. Que las lesbianas no existen, que existen pero que el suyo no es sexo de verdad, que existen pero sólo en función de los deseos y antojos del hombre. Inexistentes, abyectas o raras, los mitos construidos alrededor de su imagen siempre pesan.

Estos mitos son antiguos y están demasiado arraigados en el imaginario colectivo. Si no desaparecen entonces hay que crear nuevos. En la Biblia, Isaías dijo que Lilith o el “monstruo nocturno” yace donde los “gatos salvajes se juntan con hienas” y donde los sátiros se llaman entre sí.** La verdad es que Lilith yace en su descendencia, en todas las mujeres lesbianas, heterosexuales, bisexuales y transexuales. En todas las que deciden sublevarse.

Autora: Carla Alves

*Según el Yalqut Reubeni, colección de comentarios cabalísticos acerca del Pentateuco, recopilada por R. Reuben ben Hoshke Cohen.

**Isaías 34:14.

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