¡Fouetté, ya! ¡Jeté! Todo fluye muy rápido, y la espontaneidad, energía y versatilidad del ensayo son características sobresalientes. No hay lugar a respiros. Más allá de algún comentario entre los bailarines, todo parece planeado detalle por detalle. La voz de la coreógrafa Marina Sánchez, a través del micrófono, marca los momentos que siguen, sentada en una silla frente al escenario o caminando alrededor de cada silueta. Una pirueta doble o triple -que parece interminable- y el suspiro de la pareja después de cruzar el escenario cierran la escena.

En conmemoración a los 100 años del nacimiento del escritor, dramaturgo y periodista uruguayo Mario Benedetti, el Sodre adaptó la novela La Tregua (1960). La idea surgió hace dos años en una charla entre el gestor cultural José Onaindia y el director del Ballet del Sodre, el español Igor Yebra. La obra se extiende por nueve escenas sin pausas, que dan cuenta de la efervescencia y energía de la ciudad de Montevideo, conjugada con el agobio y el cansancio del protagonista a lo largo de sus días.

La novela

La Tregua cuenta la historia de un oficinista y ritualista de la rutina, Martín Santomé, que vive una vida monótona y eso lo angustia. El relato es en modo diario personal sobre los días de la vida en que Martín elige escribir. Tiene tres hijos (Esteban, Blanca y Jaime), quienes son partícipes frecuentes de la historia, junto con amigos que cada tanto aparecen, como Mario Vignale.

Al protagonista se lo describe como un “señor maduro, experimentado, canoso, reposado, de 49 años, sin mayores achaques y un buen sueldo”, y a la oficina donde trabaja como “silenciosa, sin público, con escritorios mugrientos llenos de carpetas y biblioratos”. En esos días de tedio, recuerda a su ex esposa Isabel, y menciona “que lejos está”. Si bien está inmerso en la rutina, logra salir cuando se empieza a enamorar de Laura Avellaneda, una compañera de trabajo. Con el correr de los días empieza a pensar más en ella, la menciona de alguna forma, y es parte de su diario.

Al pensar en Avellaneda, como él la llama, se recuerda en actitudes que no frecuentaba: “Cuando siento por las mañanas mi tos vejancona, absolutamente necesaria para que mis bronquios empiecen su jornada, entonces ya no me siento adolescente sino ridículo”. La familia lo ve bien, mejor que antes, la rutina ya no es tan mala como creía. Ahora la mayoría de las fechas en el diario empiezan a ser relatos de los días en pareja. La cotidianeidad pasó a ser un augurio, una calma a su ser.

Casi al final del texto, Martín habla sobre el trabajo y la familia, siempre incluyendo a Avellaneda. El recuerdo de su ex esposa Isabel reaparece pero de a poco se va desvaneciendo: “en nuestro caso el futuro es un inevitable desencuentro”, anticipa el final, que no esperaba Santomé ni el lector.

“Me perdí del chiste, perdón”, exclama desde la platea alta la coreógrafa cuando un grupo de bailarinas se ríen entre ellas por unos segundos. Enseguida se acomodan en sus posiciones y comienzan de nuevo.

Sánchez es coreógrafa desde 2014 y por muchos años fue bailarina solista del Sodre. Conocida por representar la tradición uruguaya dentro del baile, en la que la música y la historia son personajes principales, fue elegida por Yebra para interpretar una obra en la que esos aspectos están muy presentes.

El día de ensayo se divide en tres partes: el comienzo para entrar en calor y remarcar lo necesario para el trabajo del día, la pasada de la obra entera y una puesta en común de la jornada. A la mañana, en la primera sección, cada bailarín rodea el escenario por si es llamado para practicar alguna escena. Los ensayos son hasta el día antes del estreno de la obra, y el último es el ensayo general. “Todos los días de ensayos son diferentes, es un elemento distinto, ya que los bailarines cambian”, aseguró Óscar Escudero, bailarín y asistente de la coreógrafa.

Al comienzo el escenario está totalmente iluminado. Hay una bailarina arreglando sus puntas en la esquina izquierda y cada cual parece estar inmerso en sus actividades. Sonríen, hacen chistes y el ambiente parece relajado. También hay quienes están concentrados, sin conversar y atendiendo la situación.

La música marca los momentos de cada escena luego de que Sánchez lo indica. El músico, compositor y DJ Luciano Supervielle fue quien la compuso. Según contó Sánchez al diario El Observador, en los 25 años que lleva en el Sodre es la primera vez que se crea música para una obra. La creación tiene combinaciones de tango, candombe y otros ritmos de música uruguaya, pero además los sonidos que marcan el compás de la rutina son contemporáneos: ruidos de la calle, de ómnibus, pasos, bocinas o de oficina, como sellos o cajones. La música abarca desde ritmos energéticos, de mucho movimiento, hasta canciones más clásicas y melódicas.

Cuando llega Yebra, mira detenidamente los movimientos, se sienta y la coreógrafa sigue dando indicaciones: “Paren, algo salió mal”. Cada vez que exclama esto pide disculpas, porque deben comenzar todos de nuevo: bailarines, escenografía, iluminación. Los hombros bajan y vuelven a sus posiciones.

Luces, colores, ¡acción!

En el medio de la sala hay dos sonidistas junto con el diseñador de iluminación Sebastián Marrero y el diseñador de vestuario y escenografía Hugo Millán. Se comunican a través de un handy con el resto de los técnicos tras bambalinas, que supervisan y ejecutan cada movimiento. Cada tanto conversan con Sánchez y con Escudero. 

Según Marrero, la iluminación es como los ojos de Martín Santomé, el protagonista principal de “La Tregua”, porque las tonalidades varían de acuerdo a su estado de ánimo, y se juega con la abstracción geométrica al utilizar la luz y la oscuridad.

En el escenario las luces marcan las siluetas de los bailarines y sus sombras se ven como una imagen en doble dimensión. “Como el atardecer que pega el reflejo del sol sobre la ventana”, le indica Sánchez a los bailarines para que comprendan de qué va la escena, fragmento que fue pensado antes junto a Marrero. Además, la coreógrafa realiza, cuando lo considera necesario, otros comentarios de la obra para poner en contexto a los bailarines.

Los colores que eligen para el vestuario varían. La familia del protagonista esta de amarillo, rojo, azul y naranja, todos colores vivos, mientras que en la oficina donde trabaja priman los tonos grises y azules, asociados a la rutina del personaje.

Hay protagonistas de la novela de Benedetti que realizan comentarios propios de la época sobre la homosexualidad y las mujeres. Sin embargo, para la adaptación se tomó la decisión de romper algunos estereotipos que aún hoy siguen presentes: la pareja de baile de Jaime, el hijo de Martín, es un varón que usa pollera y zapatillas de punta, algo poco usual en los bailarines masculinos; a su vez, varias mujeres de la oficina visten pantalón. Así lo pidió Sánchez, para que el género no estuviera marcado a través del vestuario.

Tanto el azar como la rutina están personalizadas: es que persiguen a la pareja protagonista, la acechan y conforman el destino de la pieza que dará lugar a las desdichas propia del libro de Benedetti. En un momento las voces llegan al escenario. La música cambia, aunque sigue con los graves. El dolor del protagonista se interpreta con tres golpes en la mesa de la oficina, porque el azar que antes los había unido, ahora separa a Laura de Martín. 

Mientras Sánchez y Escudero continúan marcando las posiciones de los bailarines de acuerdo a la iluminación, se escucha a Yebra que comenta al escenógrafo: “Hagamos que todo sea lógico”. Cada técnica, cada posición de los materiales en escenografía y cada bailarín está pensado estratégicamente, y se corrige diariamente para lograr combinar un todo final.

Un adiós sin respuestas

Yebra fue quien adaptó al ballet la obra de Benedetti, y ya en 2018 había llevado la literatura al baile clásico. Esa confluencia de artes se dio cuando en sus comienzos en aquel año estrenó El Quijote del Plata, como parte del Festival Cervantino de Montevideo, una obra inspirada en Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Pero no termina ahí su mirada literaria, ya que para 2021 planeó la puesta en escena de un homenaje a Delmira Agustini, con la dramaturgia de Marianella Morena, trabajo que quedará en manos de la próxima dirección.

Esto porque luego de tres años de dirigir las obras del ballet del Sodre, a Yebra no le renovarán el contrato. El ministro de Educación y Cultura, Pablo Da Silveira, se comunicó con él en setiembre de este año y le expresó que “ha hecho un trabajo magnífico”, pero no va a continuar en el cargo. Yebra expresó en ese momento a la revista Galería su molestia por la decisión, sostuvo que “no le cuadra” y que le hiere.

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