Eran las seis de la tarde de un caluroso lunes de septiembre y la calle Maldonado estaba cortada. La gente observaba desde sus balcones a la multitud con cierta curiosidad y asombro, mientras el bullicio se apaciguaba ante la presencia de una música instrumental que sonaba de fondo. Palermo, una vez más, estaba de fiesta.
Poco después, el chico, repique y piano fueron sustituidos por una centena de aplausos que recibieron a Mariana Enríquez bajo una luna llena que recién se asomaba. Mariana es una fanática apasionada de la música que tiene, a su vez, fans amantes de su literatura. Es una escritora de terror que escribe sobre fantasmas, pero no tiene experiencias con ellos. Es una estrella de rock, pero según ella, “está grande para eso”. La noche ya había caído cuando logró escapar del “fandom rabioso” que la persiguió por la calle Maldonado. Ya había firmado miles de libros en el momento en que decidió poner fin a los autógrafos y retirarse para volver a encontrarse con sus devotos al día siguiente.
Su relación con Montevideo ha estado marcada por desencuentros. Desde la pandemia no había vuelto y parecía que buscaba la oportunidad de visitarnos de nuevo. Finalmente, lo logró en el marco de Espectro Enríquez: una semana completa dedicada a su fascinante, aunque aterradora, literatura.
En escena
Parte de su obra sigue una perfecta sincronía sin haberlo buscado: sus libros de cuentos conforman una trilogía y todos tienen doce cuentos. En el último de ellos, “Un lugar soleado para gente sombría”, publicado este año, se apodera de la palabra para tocar temas como la transformación del cuerpo, las obsesiones y la hipocondría, siempre a través de la constante presencia de fantasmas que acechan en la cotidianeidad. Fantasmas tan diversos como los lugares que habitan, y que se debaten entre la idea de aparecer o desaparecer de la dimensión mundana.
Pero si hablamos de cuentos, no podemos dejar afuera “Las cosas que perdimos en el fuego”, libro publicado en 2016 y, de alguna manera, causante del evento que tiene a la escritora como protagonista. El Espectro Enríquez surge por la iniciativa de Leonel Schmidt, director de la adaptación teatral del libro. Cuando la incertidumbre y los tapabocas eran los protagonistas de nuestros días, Schmidt empezó a leer el libro por zoom con una amiga que vivía en Maldonado, aunque recuerda que le tuvo que insistir porque no era un devoto del terror. Leyeron un cuento por día y lo conversaron al terminar; fue a partir de ahí que no se pudo despegar de los mundos aterradores que construyó una de las autoras más influyentes de los tiempos que corren.
La propuesta de llevar a cabo esta serie de eventos nace de una conversación entre Schmidt y Malena Muyala, actual directora del Teatro Solís. “Surgió al ver que había un potencial enorme en realizar algo más allá de únicamente la adaptación teatral, por lo importante, relevante y la fama presente de Mariana”, expresó Schmidt a SdR. Fue por ese motivo que se reunieron con Cinemateca para organizar un conversatorio y para que Enríquez programe un ciclo de películas.
La adaptación teatral, que es la primera que se realiza sobre más de un cuento del libro, tiene como característica principal que no es una propuesta “única e hiperrealista” sino que le permite al espectador completar un montón de espacios, contó Schmidt a Sala de Redacción. Esto se logró a través de una puesta en escena con muchos caminos posibles para navegar el lenguaje teatral, estilo propio de la primera mitad del siglo XX. La obra, que ya tiene agotadas todas sus entradas, se presentará en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís desde el miércoles 18 al domingo 29 de septiembre.
Fantasmas, pasados y futuros
No reaccionó. Su cara no sufrió ninguna deformación ante la estruendosa ovación del público que la esperaba en la sala. Como si fuera Facundo, el protagonista de ojos grises de “Bajar es lo peor”, imposiblemente bello pero frío, insensible. Tal vez un fantasma. Levantó la mano, con timidez y como por cortesía, para saludar a la gente que ocupaba todas las butacas del cine. No sobró ni una. Llevaba 6 pines clavados al blazer y las manos llenas de anillos. Ya era martes y la Cinemateca se cubrió de oscuridad.
Sentada frente a la multitud, entre la escritora uruguaya Gabriela Escobar y la directora de la Cinemateca María José Santacreu, la reina del terror se relajó y participó de un conversatorio que mantuvo a los oyentes entre la risa y la perplejidad.
Interpelados por su literatura jovial y porque empezó a escribir con 17 años, fans de todas las edades, pero en su mayoría jóvenes, escucharon con admiración los recuerdos de los inicios de la escritora. Contó que en La Plata, mientras sus amigos hacían música o películas, ella escribía de noche. En los noventa menemistas, entre viajes a Buenos Aires para escuchar rock en subterráneos y dormidas en el piso de la estación de Once, a la espera del tren de vuelta a su ciudad; en noches de cocaína, ácido y licores. Con nostalgia, reconoció haber tomado, en ese momento, decisiones estéticas que aún conserva; ese terror-sucio-gótico-punk característico de su prosa.
Santacreu coló preguntas cuando se agotaba un tema, o más bien cuando la conversación ya había mutado, tanto como las víctimas del río contaminado del cuento “Bajo el agua negra”. La charla se desvió a lo anómalo, elemento presente no solo en las obras de Enríquez, sino también en la primera novela de Escobar, “Si las cosas fuesen como son”, galardonada con el premio Juan Carlos Onetti. La escritora reflexionó sobre la simbología fantasmagórica en nuestra cultura y la interpretó como una repetición en loop.
Estaba tranquila, como si ya tuviera digerido todo desde antes. El público, en cambio, estaba estático, con los ojos bien abiertos y los oídos entregados a la escritora; todo lo que dijo sonó revelador, casi profético. Habló de fantasmas como formas que aparecen permanentemente y de las que no podemos escapar. El eterno retorno de traumas.
—Es como si no pudieras desprenderte de todo porque hay muchísima dificultad de futuro, creo. Y el fantasma es eso. El fantasma no tiene futuro. Porque no lo puede tener, está muerto. Pero sí puede seguir apareciendo. Estamos demasiado distraídos y somos demasiado pobres como para inventar formas nuevas. Y eso no es ni malo ni bueno, es el estado de la cultura —reflexionó la escritora.
A partir de esta discusión se abrió un debate sobre el realismo mágico latinoamericano que, para Enríquez, dejó de ser nuestro principal género desde los setenta. La autora opinó que hubo un cambio de ánimo en nuestra literatura; antes era más optimista, con una idea de futuro. A modo de ejemplo mencionó la curiosidad y la sorpresa que desbordan en Cien años de soledad, como con el descubrimiento del hielo.
—Los leo y digo “esto está escrito en un mundo que ya no existe” —dijo mientras miraba al piso y giraba el anillo en su dedo índice.
Luego de responder con dedicación y verdadero interés las preguntas del público, prometió volver a Montevideo y dijo que le gustaría que la inviten a pasar música. La reacción de la multitud fue incluso más efusiva que la del recibimiento. La gente la ama. A la salida del cine una débil niebla había caído sobre Montevideo. El panorama estaba entre lo hermoso y lo tétrico. Silencioso, sobre todo. Era un misterio lo que ocurría más adentro de la Ciudad Vieja, como la atmósfera de Stalker (Andréi Tarkovski), una de las 12 películas programadas por Enríquez durante el espectro. Una curaduría que destacó por sus romances poderosos, con personajes expresivos dispuestos a cambiar su vida, o terminarla, por amor; ambientes pesados o vacíos, cargados de simbolismos; la película bélica más cruda jamás creada; hedonismo desenfrenado; sexualidades reprimidas y la búsqueda por liberarlas; vampirismo y sangre, mucha sangre.
Guadalupe Pérez / Nicolás Verga