Además de contener abundantes paisajes verdes, recursos naturales, reservas acuíferas y otras riquezas, África es un continente aislado, empobrecido y dominado por Occidente y Oriente. Como consecuencia, su raza negra también se ve discriminada y violentada. “Si yo no hubiera crecido en Nigeria y si mi impresión de África procediera de las imágenes populares, también creería que África es un lugar de hermosos paisajes y animales y gente incomprensible que libra guerras sin sentido y muere de pobreza y SIDA, incapaz de hablar por sí misma, esperando ser salvada por un extranjero blanco y gentil. Creo que esta historia única de África procede de la literatura occidental”, expresó Chimamanda Adichie, escritora y novelista nigeriana en una charla TED sobre su libro “Todos deberíamos ser feministas”.

La figura femenina se ve doblemente vulnerada por el machismo existente. Antes de que llegaran el catolicismo y el islam, África era una sociedad matriarcal. Esas estructuras -como el matrilinaje y matrilocalidad- se encuentran en algunas tribus en zonas rurales, pero el patriarcado es en su mayoría el sistema prevaleciente. Cuando el linaje viene de las descendencias de la figura femenina, es la mujer la encargada de manejar los bienes y posesiones familiares, de ahí el significado matrilineal; y cuando la pareja luego de casada debe residir junto con la familia de la mujer, se habla de matrilocalidad.

En Guinea-Bisáu, los bienes provenientes de la figura materna son manejados por los hombres del hogar. “La maternidad es el eje central de la organización social, pero la herencia la recibe siempre en primer lugar la figura masculina”, dio cuenta la psicóloga y especialista en la temática Xènia Domínguez Font a El País de España.

En África la cultura patriarcal y las religiones monoteístas han modificado la vida intrafamiliar asignándole un rol diferente a la mujer y por ende al hombre, reflejados en la organización de todos los aspectos sociales: económicos, políticos y culturales. La mujer africana juega el papel de habitar la casa, realizar los quehaceres, criar a sus hijos y trabajar, aunque en algunos países también aboga por la paz en lugares de conflictos y trabaja en la organización de la tribu.

Religión y mujeres

La uruguaya Susana Mangana, licenciada en Economía y Filología Árabe, quien además vivió en África, explicó en charla con Sala de Redacción el papel que juegan las religiones en este continente. Las africanas, antes del cristianismo y el islamismo, fueron y son, entre otras, el animismo y el espiritismo, aunque se produjo un sincretismo, es decir una mezcla entre las religiones. “El cristianismo fue la norma en todos estos países, así como también las misiones evangelizadoras de dominicos, jesuitas, capuchinos. Tenemos que entender que hoy hay una misión evangelizadora, un proselitismo activo de parte de países musulmanes con una agenda de intereses geopolíticos”, expresó.

El machismo se fusiona en regiones donde no hay libertad de expresión, como es el caso de algunos países africanos donde se aplica la ley islámica sharía y se puede ir preso por “conductas desviadas” e inmoralidad. “El hombre busca seguir manteniendo ese control sobre su familia en el ámbito doméstico y luego también sobre su clan”, agregó Mangana.

La violencia a la mujer se manifiesta de diversas formas, como son la violación, abusos sexuales y la práctica de la mutilación genital, casos en los que se le llega a privar de su placer sexual con fines socioculturales y en ocasiones religiosos. En esos casos, se fundamenta que la niña debe mantener la “pureza” con la que nace y llevarla al matrimonio.

Por otro lado la violación en muchos países africanos no es vista como un delito. “El hombre entiende que a partir de cierta edad la mujer menstrua, por ende ya puede engendrar, entonces no ve la violación como algo ilícito. Culturalmente, en aquella parte del mundo lo que aquí sería un motivo de acoso sexual y demás, no se tipifica aún en las legislaciones de la mayoría de los países que he conocido”, comentó Mangana. De todas formas, aclaró que “no podemos hablar de todos por igual”, ya que no en todas las ciudades y pueblos se da de esa forma.

Ya no más

La mutilación genital femenina es una práctica que se manifiesta en gran parte de los países de África sin justicia a los victimarios. También ocurre en algunos países de Oriente Medio y Asia, y entre migrantes de esas áreas. Hasta el año pasado solamente eran 12 los países en los que se prohibió, y en marzo se logró prohibirlo también en Sudán. La práctica sigue ocurriendo de forma clandestina en algunos lugares como Egipto y Etiopía, reportó la agencia EFE.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la mutilación genital femenina es “la escisión total o parcial de los órganos genitales femeninos o cualquier otra lesión de los mismos por motivos no médicos”. En “la mayoría de los casos se practica en la infancia, en algún momento entre la lactancia y los 15 años”, y produce altos riesgos en la salud de las niñas y mujeres, pudiendo causar la muerte.

Organizaciones sociales como la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS), que lucha contra la violencia y la discriminación de género, y políticas como Ellen Johnson-Sirleaf, ex presidenta de Liberia y la primera mujer en ser presidenta de un país africano, defienden la prohibición de la mutilación genital. También activistas como Wangari Maathai, la reconocida novelista Ken Bugul y la modelo y escritora Waris Dirie, ex embajadora especial de la ONU contra la mutilación genital femenina que cuenta su historia de vida en la película “Flor del desierto”, se encargan de dejar una marca de poder y lucha. 

La mujer africana, como sucede en el mundo, está ocupando una mayor cantidad de espacios y puestos jerárquicos. Y una vez más, alza la voz para ser escuchada y luchar por sus derechos, para no ser botín de guerra ni trueque u objeto de cambio, ni manipulada en contra de su voluntad por la sociedad y la religión.

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