Laura tiene 43 años, nació en Salto, pero casi toda su juventud la pasó en Mercedes. Cambió de escuela y liceo cuatro veces por mal comportamiento. Más adelante estudió música y veterinaria, trabajó en una farmacia varios años. Cuando se mudó a Montevideo en 2008 conoció el bulevar y, de su mano, las drogas.

La mayoría de las mujeres que trabajaban con ella en la calle murieron. Sólo quedan un par. “Fanny, tal vez sentiste que la mataron el año pasado acá en Cufré”, recuerda, al tiempo que señala con su mano repleta de anillos un punto cercano.

Cayó presa por primera vez en 2014 en la Unidad Nº1 Punta de Rieles, donde pasó un mes. “Era una cueva devastadora con rufianes”, comenta. “No había códigos, no había respeto… era todo a lo tumbero. Entonces yo no me hallaba mucho”.

El resto de su condena, seis meses, lo cumplió en la Unidad Nº4 ex Comcar. El cambio de unidad se debió a una queja que realizaron varias mujeres trans al Instituto Nacional de Rehabilitación (INR). “Fue por una bobada, pedí ropa interior y me trajeron un bóxer. A mí me pareció una falta de respeto”, cuenta, restándole importancia a un acto que ignoró su identidad de género.

En diciembre de ese año se creó el pabellón de la diversidad sexual en la Unidad Nº4, por la necesidad de poner el foco en las poblaciones más vulnerables. Según la directora de la Unidad de Género del INR, Paula Lacaño, hasta entonces las mujeres trans privadas de libertad “se encontraban invisibilizadas, no se respetaba su identidad de género y no accedían a oportunidades laborales y educativas”. La jerarca aseguró que se logró revertir esta situación.

Actualmente, en Uruguay son 15 las mujeres trans en prisión. A esta población la monitorea el Departamento de Género en pro de velar por su seguridad y “garantizar el acceso a derechos y oportunidades”, declaró Lacaño. Sin embargo, no todas están presas en la Unidad N° 4, algunas residen en la Unidad Nº 18 de Durazno en un pabellón específico.

Cuando una persona trans va a prisión, se le consulta si prefiere ser alojada en una cárcel de hombres o de mujeres. De esta forma se respetan los “Principios de Yogyakarta” (sobre la Aplicación de la Legislación Internacional de Derechos Humanos en Relación con la Orientación Sexual y la Identidad de Género). Esto no quita que también “se evalúen aspectos criminógenos para determinar el lugar de alojamiento. Por eso, además del módulo de diversidad sexual, tuvimos mujeres trans alojadas con mujeres cis en unidades penitenciarias del interior del país”, comentó Lacaño.

Cuestión de supervivencia

Laura, que cumplió dos condenas más en prisión en 2016 y este año, aseguró que si tuviese que elegir en este momento, iría nuevamente a la cárcel de hombres. “Ya estoy acostumbrada a manejarme porque es en el único lugar en que creo que las chicas trans tenemos más poder, porque es lo más femenino que ellos ven”.

En mi segunda cana ya entré con otra cabeza, sabía que tenía que tener un chico”, relata Laura. “No tengo familiares, no tengo visitas, no tengo paquete, entonces, si me agarro un chico, él va a hacer lo que sea para que yo esté bien. Va a rescatar comida, abrigo, un buen techo, maquillaje, todo para que esté cómoda y cuidada dentro de lo precario. Y no va a dejar que nadie me toque”, explica.

Me di cuenta de que cuanto más bonita me veía y menos cuerpo daba, más regalos obtenía, porque más me deseaban”, relata al hablar de su forma de sobrevivir en el encierro. Asimismo, cuenta que existe una gran competitividad entre las chicas trans. “El hombre es el que te da la contención en la cárcel, es al que vos le contás todo, sea lindo o sea sin dientes, porque es el que te está ayudando. No creés en una amiga tuya, creés en tu chico”.

Laura afirma que lo mejor de la cárcel es la Comunidad Educativa: “la escuela y los talleres sacan lo mejor de nosotros”. Allí realizó un taller de serigrafía y uno de radio y prensa. Además, trabajó en la biblioteca. Cuenta que en la Comunidad fue en el único lugar donde se sintió realmente respetada. “Hay módulos en los que no les gustan los putos, te dicen bagallo”, que en el lenguaje carcelario refiere a personas que cometieron crímenes de abuso sexual y violación. “Nosotras estamos por estafa, rapiña, homicidio… diferencian solo porque una tiene la condición sexual que tiene”.

Los peores miedos

Algunos de los que salen siguen con la mentalidad de adentro, tu cuerpo puede estar privado de libertad pero tu mente tiene que estar siempre libre”, sostiene Laura con seriedad. No obstante, comenta que hay veces que “te gana tanto la reja por tanto tiempo”, que los hábitos que se adquieren dentro son difíciles de perder. “El ser humano es un bicho de costumbres”, concluye. Y con una sonrisa avergonzada, confiesa: “te desacostumbrás a comer en plato, a comer en mesa, con tenedor. Cuando salí me apoyaba los platos en las rodillas”.

Ahora, en libertad, Laura deja currículums en cada lugar que puede. Quiere trabajar y poder mantenerse. Su mayor impedimento es el consumo de drogas y su enfermedad. “Mis peores miedos siempre fueron agarrarme VIH y caer presa y me pasaron las dos cosas en la vida”.

Vivir con VIH en una situación de privación de libertad es complejo, ya que las condiciones de reclusión incrementan las prácticas y las situaciones de riesgo. En la Unidad N°4 se realiza un seguimiento médico pero aún falta mucho por hacer.

Para Laura la cárcel es “una escuela del crimen” y la falta de sistemas de apoyo y relocalización para las personas que salen es un gran problema. En el refugio “te largan a la calle a las 9 de la mañana, es más rato de ocio, entonces robás y te drogás el doble. La droga te va comiendo como un Pacman, te afecta la vida, la salud, la familia y los valores. Porque no medís, no tenés escrúpulos” narra con vehemencia, y asegura que fue la mayor causa de su reincidencia en prisión.

Salí más madura de esta última cana”, reflexiona con un positivismo que es contagioso. Quiere cuidarse pues anhela algo más que rejas para su futuro.

La cárcel no es buena para nadie, la gente que entra en general sale más violenta, salís peor”, asegura, pero aclara que aunque ella no es “ninguna santa”, jamás lastimó a nadie. “Mis prioridades ahora son poder quedarme sola y mantenerme sin delinquir y sin changar. No te pido un auto ni nada de eso, sólo quiero poder tener mi techito y mis cosas adentro”.

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