Acá les dicen ingobernables, allá irreverentes. “Bueno, ¿qué onda, cómo va?”, son sus primeras palabras en el micrófono. Se sorprende ante la ovación, no porque no esté acostumbrada, sino porque no estaba muy segura de si era real o si seguía en la siesta que durmió. Ofelia Fernández tiene tan solo 19 años y la aclaman como a una rockstar. Pero es una estrella de nueva índole, de las que interpela, de las que se sube al escenario con las uñas largas, los ojos pintados de negro y el pañuelo verde, para hablar de las cosas que incomodan a muchos y emocionan a tantos más.
En Uruguay es como esa estrella internacional que la juventud espera, agazapada en un salón con una asistencia que roza las 400 personas, algunas arrodilladas, otras en cuclillas y otras paradas, pero a nadie parece molestarle: la espera es por una oratoria inaudita.
Llega corriendo, “como el día que la conocí”, cuenta Constanza Moreira, rememorando un panel que compartió hace algunos meses en el país vecino. El espacio Casa Grande del Frente Amplio organizó el encuentro “Mujeres Valientes” para invitar a dialogar a la joven argentina junto a las mujeres referentes del sector: Moreira, la primera mujer que se precandidateó a la Presidencia en las elecciones de 2014 y que ahora es senadora de la República, Fabiana Goyeneche, directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo, y Macarena Gelman, luchadora por los derechos humanos y la búsqueda de desaparecidos.
Fernández toma la remera que le da Moreira, que tiene escrita esas dos palabras, “mujer valiente”, y sin necesidad de tener que decir algo para representarla, remarca más adelante: “Nadie se arrepiente de ser valiente”.
Juventud sin techo
Ofelia se formó sobre dos escenarios: el teatro y la militancia estudiantil. Se obsesionó con la comunicación política y no demoró en plasmarlo en su colegio, para llamar la atención sobre las prioridades que compartía con sus compañeros. Tiene la convicción de que no basta tener claro qué se quiere hacer o en qué se cree, sino que es necesario lograr que la gente también lo crea, lo sienta y le ponga el cuerpo. El teatro, dice, le permitió repetir discursos sin aburrirse: dar con la esencia de la idea para que quienes la escuchen puedan sentir lo que ella sintió al encontrársela por primera vez. Es por eso que “la política tiene una gran teatralidad”.
Asegura que cuando se llega a cierto nivel de liderazgo y de toma de decisiones, la hostilidad y la violencia son algo común. Así fue como vivió su presidencia en el centro de estudiantes de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini: con 15 años fue la presidenta más joven y la primera reelecta del centro. En ese momento, el feminismo recién empezaba a tomar espacio en la agenda de la juventud y a masificarse. Sus compañeros de la misma edad eran resistentes a eso; a su candidatura con ojos en el feminismo se sumaba que era la primera fórmula femenina.
Sin embargo, remarca que en ese período se lograron tres puntos fundamentales: fue el primer colegio en viajar al Encuentro Nacional de Mujeres y el primero en realizar una toma ante un caso de violencia de género adentro de la escuela; también se logró el primer protocolo contra la violencia de género en todos los secundarios de la capital. Ese proceso le dejó que “los ataques no son a tu persona, a lo que le temen es a los resultados que generás”.
Ahora que es candidata como legisladora de Buenos Aires por el Frente de Todos desde el Frente Patria Grande, no cambia de parecer. Por un lado piensa en lo distinto que es hablarle a todo un país heterogéneo que a 2 mil estudiantes que siguen su batalla y, por otro, cree en sus orígenes, en la organización de su sector, en la militancia ferviente del día a día. Asegura que justamente eso es lo que molesta, lo que ven como peligroso: las nuevas ideas en colectivo que se van a volver transformaciones. La agenda de la juventud no es cómoda ni fácil, pero “la juventud tiene la potencia de hacer que lo imposible se vuelva un poco más posible”.
Por ahí va la bocha
Esa agenda está atravesada por dos grandes ejes: el feminismo y el cambio climático. Fernández habla de la utopía y de las renovaciones generacionales. Dice que hay que pensar que muchas de las cosas que ahora son posibles antes eran pensadas como imposibles; el divorcio, la ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de género. Si hablamos de feminismo, hay que pensar que vivimos en un “sistema con presiones patriarcales perpetradas durante siglos”. Pero hay que pensar que ese sistema puede “temblar al calor de nuestra organización”. Pensar que tenemos derechos e ir por ellos, pensar en que la utopía del femicidio cero puede dejar de serlo. “La juventud no se pone ese techo”.
En cuanto a la diversidad de feminismos y el cómo construir con y desde ellos, Fernández dice a Sala de Redacción que puede no compartir ideas, reivindicaciones y prioridades con ciertos sectores pero las diferencias y las discusiones son lo que generan consensos. Es así que asegura: “Hay que escapar de esa imagen infantilizada o mediatizadora que quieren imponernos de que si discutimos ‘no son tan sororas'”. Tiene certeza de que el feminismo no es un movimiento uniforme, que existen distintas maneras de pensarlo, que se debe discutir con madurez, pero también que su postura es irreconciliable con la manera de ver el mundo de las feministas neoliberales y las del bloque macrista.
El Observatorio de Femicidios del Defensor del Pueblo de la Nación constató que sólo en el primer período de 2019, hasta el 31 de julio, se llevaron a cabo 155 femicidios en el territorio argentino. De 100 casos denunciados, sólo uno llegó a condena, cuenta Fernández. Por eso, para ella el Estado y el Poder Judicial deben estar mucho más presentes, porque muchas veces la penalidad “no resuelve problemas sino que los esconde, los encierra”. La mayoría de los crímenes, indica el mismo informe, se producen dentro de un vínculo de pareja o en el seno familiar y un 38 por ciento a manos de ex parejas.
Fernández considera que el foco se debe poner en las compañeras en peligro: presupuesto para construir viviendas o refugios y políticas de independencia económica, ya que el problema de la mayoría de estas víctimas de violencia de género es que dependen de los recursos de su pareja. Ante los casos de violencia de género clama que la justicia debe hacerse cargo y resguardar a la mujer. Ante la falta de recursos que les impide salir, enfatiza que lo esencial es trabajar a largo plazo y desde una economía con perspectiva feminista.
“Construir desde la educación” podría ser su lema. Fernández cree indispensable la implementación de la ley de Educación Sexual Integral, capacitar a docentes, poner el foco en cómo deben ser los vínculos sexo-afectivos, los cuidados sexuales y reproductivos y el mutuo consentimiento.
Los jóvenes de hoy tampoco se ponen techo respecto a la transformación en la matriz productiva de lo ambiental: “pensar en una lógica que cuide sus recursos naturales y que no traslade a las periferias esos problemas de manera egoísta y mezquina, también es posible”, clama ante su público uruguayo. Se ha construido, continúa, un mito falso sobre quienes emprenden estas luchas, las cuales hay que desmontar para entender que tiene que ser parte de la agenda política porque es necesario y urgente.
Ocupar(nos)
En el Carlos Pellegrini, cuenta la ex alumna, hay una placa que permite reflejar tu rostro entre la lista interminable de desaparecidos de la última dictadura cívico militar argentina, para recordar que las luchas deben continuar, por los derechos de una generación que estaba dispuesta a cambiar todo y a la que quisieron frenar bajo un “proceso de exterminio”.
Ofelia Fernández, que tiene la edad que tenía la madre de Macarena Gelman cuando la secuestraron, admira el labor de las madres y abuelas de los desaparecidos. Cree que es necesario entender la memoria como “una obligación de ocuparnos de eso que quisieron borrar de nuestra historia latinoamericana, para que tenga lugar y fuerza de nuevo”. Fernández vincula estas reivindicaciones con la “revolución de las hijas” de hoy, que son producto de dicha historia y que toman su “pedagogía de la sensibilidad” como brújula a la hora de pensar cómo quieren militar y transformar: “con la convicción de que podemos hacerlo”.
Fernández también sabe de nuevas narrativas. “Tenemos que tener la capacidad de desarticular el formato histórico de competencia para poder estar contentas y emocionadas cuando aparecen nuestras referencias, nuestras líderes, las expresiones con convicción y compromiso, y levantarlas con la mayor de nuestras fuerzas”.
Es por ello que cada vez que le prestan un micrófono refuerza que las mujeres tienen que ocupar los espacios para que las cosas cambien. “Si vos querés otra realidad tenés que generar las condiciones, tenés que ponerle cuerpo”, recalca. Las mujeres son llamadas para hablar sobre aborto, sobre maternidad o violencia de género, mientras los hombres ocupan paneles para discutir sobre el Fondo Monetario Internacional, la educación y la salud. Y no es que las primeras temáticas sean cosa menor sino que son “indefectiblemente nuestro, ¡y menos mal que nos dejan hablar de esto!”, ríe junto al público. Si bien los varones ceden el poder de a poco, arman lo que la militante considera un “escaloncito de poder ficticio”, porque el poder real se va a conceder cuando las mujeres puedan hablar de todo lo demás.
Ahora nosotras
Este año vota por primera vez y este año, en el cuarto secreto, su nombre va a estar en el tercer lugar de una lista a la legislatura de Buenos Aires. Si bien hay muchas cosas a realizar, los argentinos tienen urgencias que exceden a la legislación local. La candidata cuenta que, de ser electa en octubre, las primeras políticas que impulsaría serían un protocolo de violencia de género para las instituciones educativas, mayor presupuesto para educación, salud y centros sociales barriales y un proyecto de casas juveniles en barrios populares. De la mano del proyecto nacional de integración económica de los sectores populares, este plan permitiría la implementación de políticas culturales o de recreación, como teatro, instrumentos musicales y deportes.
El gobierno de Mauricio Macri sólo dejó “urgencias”, cuenta. “Nos dejó devastados, no dejó nada; ni comida, ni trabajo, ni salud, ni educación, ni seguridad”. Fernández asegura que las políticas de derecha juegan con las sensibilidades y puntos débiles del pueblo “para construirnos miedos y monstruos que muchas veces terminan siendo hormigas en relación a los problemas que ellos terminan dejando verdaderamente”. Uruguay, para ella, está en un escenario similar al argentino en 2015. No niega que hubiera problemas pero propone que hay que enfocarse en evitar los modelos como los de este último gobierno que “nos está doliendo en los bolsillos, en las familias, y de eso es difícil volver”.
La izquierda tiene ahora, según la joven, una tarea importante a cumplir, en un escenario de ascenso regional de derechas que sustenta y solidifica las relaciones de sometimiento con potencias como Estados Unidos, “poderes que definen políticas para el conjunto de un pueblo del que no son parte”. Para ello, considera que es necesario generar una fuerza continental, con carácter profundamente latinoamericanista que frene la ola y genere nuevas. Plantea elemental volver a consolidar gobiernos populares en sintonía, capaces de tejer vínculos y alianzas. Argentina y Uruguay tienen este año una responsabilidad muy grande para impedir que estas derechas se instalen, dice, porque “nos merecemos otra cosa, pero esa cosa hay que construirla”.
Y si hablamos de construir, “ustedes los jóvenes son el futuro”, suele ser el discurso de la gerontocracia política. Fernández es firme con la respuesta: “No hay posibilidad de que seamos el futuro sin que tengamos lugar en las decisiones del presente”.
Agustina Huertas / Camila Zignago