Los cambios aprobados meses atrás en un decreto que permite la caza deportiva y nocturna en Uruguay mostraron diferencias en la manera en que organizaciones proteccionistas y de cazadores lo interpretaron. Karina Kokar, integrante de la Plataforma Animalista, señaló que el decreto “es un impacto negativo y de retroceso en el país” y que fue aprobado por un mandatario que se aparta de la protección animal.
En conversación con Sala de Redacción, Kokar, que también es coordinadora de la Asociación Animalista Libera, comentó que la caza deportiva en el país se fomenta por placer. A su vez, tildó al decreto como una vía libre para que los cazadores hagan lo que quieran y agregó que la organización intentó reunirse con el presidente Luis Lacalle Pou y presentarle medidas para fortalecer la protección animal. En cambio, el mandatario optó por reunirse con la Asociación de Cazadores, lo que generó malestar en los animalistas. “El gobierno apoyó esta medida principalmente porque el presidente es cazador y está vinculado con esos sectores”, sostuvo. Desde la agrupación consideran que Lacalle Pou debe escuchar los intereses de la población que está en desacuerdo con los cambios en vez de priorizar sus ambiciones personales.
Por su parte, Pablo Borrazas, integrante de la Asociación de Cazadores del Uruguay, justificó que el pedido de habilitación de la caza nocturna se dio porque las especies exóticas que se capturan en “caza mayor” y la liebre, en “caza menor”, son de hábito nocturno y durante el día es más difícil encontrarlas. En cambio, la activista animalista tiene una visión negativa sobre lo que implica para la convivencia ciudadana y que esta actividad se practique en espacios públicos: “Somos muchos los que buscamos otro tipo de cambios, otro tipo de leyes, otro tipo de país y no este”.
Cambios y repercusiones
Uno de los cambios habilitados fue la reducción del radio de distancia con cercanía a instituciones educativas o pueblos, que para el uso de escopetas con perdigones pasó de tres kilómetros a uno. Al respecto, Borrazas dijo que antes había dificultades para sacar permisos de caza porque se debía solicitar un croquis del campo, el número de padrón o una autorización escrita. Agregó que, “anteriormente, cuando se pasaba el número de padrón del campo y una de sus puntas estaba a menos de un kilómetro de un centro educativo”, el permiso no se otorgaba a pesar de tener otros 20 kilómetros hacia el otro lado. Dicho cambio se dio solamente en el uso de escopetas con perdigones, que, según el cazador, tienen un alcance de entre 50 y 100 metros. Sobre este aspecto, Kokar advirtió que la modificación en el radio de distancia es peligrosa para los ciudadanos y deja por fuera al grupo de personas que viven en el campo. Según concluyó, “éticamente es desastroso” para el país, que, “en vez de avanzar, retrocede en este sentido”.
El ex director del Instituto Nacional de Bienestar Animal (INBA), Gastón Cossia, señaló que faltó tomar recaudos al momento de informar a la comunidad sobre estas modificaciones porque es un tema de relevancia social. En la misma línea, remarcó que estamos en pleno auge de concientización del relacionamiento con los animales y el respeto por sus vidas. Sobre la decisión del presidente de recibir a cazadores y darle la espalda a los animalistas dijo que “los debates siempre son bienvenidos y debe primar el interés general”, que “en Uruguay es proteger a su fauna nativa y tener la capacidad de controlar y fiscalizar”.
Desde la Asociación de Cazadores comentaron que trabajaron en este tema desde 2017, en conjunto con la entonces Dirección Nacional de Medio Ambiente y valoraron la aprobación del decreto por parte de las autoridades actuales, ya que entienden que los cambios permiten una caza más “responsable y sustentable”. Sin embargo, Cossia resaltó que la cacería deportiva aporta ingresos importantes en el turismo cinegético y que esta actividad debe estar fiscalizada por un contralor que determine los impactos en los ecosistemas y poblados. En la misma línea, Kokar indicó que, las personas acostumbradas al “turismo cinegético vendrán a destrozar” y planteó que ello implica “un retroceso total del cuidado ambiental”, porque “la caza deja plomo en agua y tierra, lo que destruye los ecosistemas”.
Control de virus
El cazador enfatizó que la caza es el único medio para el control de las enfermedades de las especies cinegéticas y, a su vez, permite tomar muestras de sangre, tejido y músculos para conocer las características de estas especies. “Queremos la conservación de estas especies, no pretendemos la exterminación de ninguna”, afirmó.
En respuesta, Kokar señaló que todos somos reservorio de diferentes enfermedades y ello no es justificación para salir a matar animales. “Resulta absurdo plantear que son plagas, los nombran así porque, según ellos, comen animales de producción, a pesar de los estudios recientes que destacan que 97% como vegetales”, argumentó. En este sentido, defendió que las especies señaladas están adaptadas al entorno porque se encuentran hace más de 100 años en Uruguay. Finalmente, remarcó que estas especies favorecen a ciertos ecosistemas y es incorrecto considerarlas reservorio de enfermedades o plagas.
En la misma línea, Cossia aclaró que la caza no es la única alternativa para controlar las enfermedades de estas especies y advirtió que el vínculo cada vez más cercano entre humanos y animales potencia su transmisión, como ocurrió con la pandemia de covid-19 o la viruela del mono. En este marco, los cazadores aclararon que las modificaciones bajan la cantidad de animales permitidos para cazar y permite eliminar a especies exóticas -ciervo axis y jabalí- consideradas reservorio de enfermedades que afectan al ganado y a los humanos. “Tienen más de 30 enfermedades como la toxoplasmosis, tuberculosis, hepatitis E y se suma el problema de la garrapata en los ciervos”, comentó Borrazas.
No obstante, el ex jerarca del INBA dijo que la producción industrial y los hábitos alimenticios del ser humano destruyen los hábitat naturales de los animales y generan un traslado masivo de estas especies hacia otros lugares. “El mayor peligro es que la fauna silvestre o la nativa se transformen en un reservorio de enfermedades”, agregó, y sostuvo que la herramienta para controlar la diseminación de enfermedades no es la cacería. Por el contrario, señaló que se trata de mantener los ecosistemas lo más aislados posibles para evitar la mezcla de animales silvestres y domésticos, y que no se produzca el “trasiego de virus”.