El Cine Helvético, ubicado en la ciudad coloniense de Nueva Helvecia, consiguió recaudar 10.000 dólares para poder comprar un servidor de nueva generación que permita exhibir las películas de estreno. Pero esa no es la única pelea que debe dar un cine histórico —como muchos otros del país— que naufragan en un mar de plataformas de video bajo demanda.

Fue inaugurado en el año 1915 por Abraham Nemer. Luego, al fallecer, pasó a manos de sus hijos, Eduardo y Mario Nemer. En 1955 se construyó el actual edificio, una alta estructura semicircular de hormigón que parece mantenerlo incrustado en el centro de la ciudad. Durante aquellos años, el cine se constituyó como el epicentro social de la época y supo ser el punto de partida para varios noviazgos y posteriores matrimonios, pero en 1985 su letrero neón se apagó y no volvería a encenderse hasta 1998, cuando su pueblo lo salvó de ser rematado y convertido en un supermercado. La asociación civil que se organizó para juntar el dinero para comprarlo y evitar su cierre es la misma que estuvo detrás de las colectas para comprar el nuevo servidor.

“¿Qué quiere decir la «oscuridad» del cine (nunca he podido evitar al hablar de cine, pensar más en la sala que en la «película»)?”, se preguntaba en un juego retórico uno de los semiólogos más importantes del siglo XX, el francés Roland Barthes. En su libro Lo obvio y lo obtuso: Imágenes, gestos, voces, Barthes le habla a sus lectores de la experiencia de salir del cine. Habla también de una situación pre hipnótica, de espectadores que se deslizan en la butaca cual su propia cama, con los abrigos y los pies en el asiento delantero, de cuando el espectador “se sumerge finalmente en un cubo oscuro, anónimo, indiferente, en el que se producirá ese festival de los afectos que llamamos una película”. Barthes hablaba con afecto de ir al cine, cuando la posibilidad de ver películas en casa aún distaba mucho, antes de que los gigantes de las plataformas de streaming le dieran pelea a cines históricos como el Helvético.  

Según el Informe de consumos culturales de 2017 realizado por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto en el marco de la Estrategia Nacional de Desarrollo Uruguay 2050, prácticamente la mitad de la población uruguaya no val al cine hace años y 7% nunca fue. Para personas como Fernando Henríquez, ciudadano neohelvético y actual presidente de la comisión directiva a cargo del Cine Helvético, ir al cine forma parte de sus memorias más tempranas. “Yo prácticamente iba en los brazos de mi madre al cine, cuando todavía no tenía un conocimiento muy cabal de lo qué era”, expresó a Sala de Redacción.

Vestigios de años dorados

Henríquez indicó que en la década del cincuenta las personas no asistían al cine porque se proyectaba determinada película, lo hacían porque se trataba de una salida social significativa. “Tanto era así que nada empezaba hasta que el cine no terminaba, la gente iba al cine y después salía a comer o a bailar”, señaló. Recordó ir al cine en una Ford A, junto a su padre, vestidos para la ocasión. Esa noche, como la proyección de la superproducción hollywoodense de 1956 Helena de Troya tenía sus 1.000 localidades llenas en el cine neohelvético, se vieron obligados a desplazarse al cine de Rosario. 

Leila Acevedo, socia fundadora del Cine Helvético, recordó lo que fue conseguir comprarlo en 1998, cuando la noticia de la compra atravesó el Río de la Plata para llegar al diario Clarín. Fue así como el cineasta santafesino Juan Carlos Arch llevó a cabo un emblemático documental para el pueblo, en el que se narra la historia del cine y para el que entrevistó a varias parejas que allí se conocieron. “En ese momento era el lugar más top para reunir a las personas”, expresó Acevedo. 

Rodolfo Raddy Leizagoyen, vecino y escritor neohelvético, recordó sus idas al cine durante sus años de adolescencia, concretamente en 1964, cuando el cine todavía era el plan obligatorio de los fines de semana y se realizaba la “matiné y vermú”. “Íbamos mucho los martes a la función popular, daban por lo general películas argentinas viejas o películas mexicanas; la calidad de cine era espantosa, pero era nuestro entretenimiento. En lugar de acostarnos temprano íbamos al cine”, relató.

Recordó también lo ocurrido durante una función de Apocalipsis ahora, del aclamado director Francis Ford Coppola, en la que el operador cometió un error al ordenar los rollos de celuloide y en el medio de la proyección aparecieron escenas que no tenían nada que ver con el relato que se desarrollaba. “En vez de poner los rollos uno, dos, tres y cuatro, don Ricardo puso el uno, el tres, el dos y el cuatro; no entendíamos absolutamente nada de la película, fue un bochorno”, evocó Leizagoyen. 

Carlos Chorly Fernández comenzó sus tareas en el cine en 1998, luego de ser adquirido por el pueblo. Primero trabajó como asistente técnico y después como operador por su cuenta. Fernández ha sido una figura central en la preservación del cine. Cuando los costos de la máquina dispensadora digital eran inaccesibles, llevó a cabo la construcción de una máquina casera que les permitió seguir funcionando hasta poder comprar la digital. Al reflexionar sobre esa época, mencionó que “el digital no se compara con el celuloide, es como ver una tele grande; la esencia del cine y la mística se perdió”.

De la época dorada del cine, Fernández rememoró verlo completamente lleno, cuando ya se contaba con 1.045 butacas. Con personas sentadas en el suelo de los pasillos, riéndose con películas de Cantinflas o llorando con películas de Sandro. “El cine era una parada obligatoria los sábados y domingos”, recordó. 

Foto: Amelia Spuntone / Sala de Redacción.

Cambia todo cambia

Los cambios ocurridos en los últimos años en la circulación y exhibición de las películas han hecho tambalear la sustentabilidad de los cines como espacios físicos en los que se comparte una experiencia. Las personas concurren menos al cine y optan por ver las películas en sus casas mediante alguna de las plataformas de streaming.

El doctor en Procesos de la Comunicación y docente de la Facultad de Información y Comunicación Luis Dufuur expresó a Sala de Redacción que, si bien es cierto que hay una proliferación y un consumo de plataformas como Netflix que operan en el territorio del cine cotidiano, el cine como espectáculo tiene su lugar en la sala y, por lo tanto, podrá quedar en un futuro como algo exótico, pero duda se desvanezca por completo. Además, indicó que “la condición de que el consumo disminuya no tiene que ver con la condición de que algo desaparezca”. 

Dufuur, vinculado a las tareas de infraestructura del Cine Universitario del Uruguay, expresó que durante la pandemia tuvieron miedo de perder al público que siempre les fue fiel y al que deciden cuidar mucho. Según dijo, tienden a ser personas mayores a quienes los fines de semana sus hijos pasan a buscar para ir a almorzar y luego, sobre la hora de la siesta, los dejan en la puerta del cine. Agregó que volver a poner al cine en funcionamiento costó una fortuna: “Siempre hay algo para pagar o arreglar y hay cosas que las hacemos nosotros”, dijo. 

Al igual que el Cine Helvético o el Cine Universitario, hay muchos otros cines locales a lo largo del país que se han visto afectados por la presión ejercida a través del auge de las plataformas de streaming en años recientes. 

Antiguo proyector del Cine Helvético. Foto: Carlos Fernández

Renacer

La antropóloga Emilia Abín, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, quien ha realizado investigaciones relativas a la ciudad y al espacio público, dialogó con Sala de Redacción sobre las implicancias sociales de visitar los cines. Mencionó que, desde el punto de vista del relacionamiento, el visionado colectivo de la película es tan importante como toda la instancia previa a la llegada al cine. Agregó que se trata de recorrer las calles, ya sea que el cine esté al aire libre, en una vereda o en un shopping, y que siempre hay un antes que amplifica las posibilidades de encuentro, lo que termina enriqueciendo la experiencia. 

En relación al visionado de las películas, Abín indicó que “hay muchas personas que se contagian de las emociones del otro, cuando alguien se ríe en ese espacio secreto del cine la risa fuerte en la oscuridad anima a otros a reírse”. Destacó que esas emociones son compartidas con extraños, lo que tiende a ser poco común en nuestros relacionamientos sociales cotidianos. Frente a las problemáticas recientes aparejadas a las burbujas mediáticas, Abín planteó al cine como un espacio social donde se generan posibilidades de encuentro con lo diferente. “Los clásicos comentarios en el baño a la salida del cine hacen que surjan conversaciones con personas que no conocemos y eso está buenísimo”, sostuvo. 

Dufuur señaló que rescatar un cine es una labor lenta, que lleva mucho tiempo y que implica la restauración de toda una serie de lazos. La comisión del Cine Helvético emprendió ahora la tarea de reconstruir su pasado con el deseo de poder estar para las generaciones futuras. 

“Cuando el próximo 16 de abril de 2023 finalmente podamos celebrar nuestros primeros 25 años de gestión popular, comprobaremos entonces que no nos quedamos solos; y si las butacas no se vuelven a ocupar para siempre, todos tendremos de una u otra manera una parte de culpabilidad”.  

Comisión Directiva del Cine Helvético, Junio de 2022
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