Conocido como “el hombre que rescató 2.000 vidas”, Jair Krischke salvó a muchísimas víctimas de las dictaduras latinoamericanas. También es el fundador y presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil (MJDH), que fue creado en plena dictadura militar de manera clandestina con el objetivo de brindar ayuda a quienes eran perseguidos por razones políticas.

Una de las preocupaciones de Krischke es que en Brasil la gran mayoría de los jóvenes no saben que hubo una dictadura. “¡Hablamos entre nosotros para nosotros!”, expresó. Apenas son algunos adultos y personas mayores los que asisten a los eventos de la conmemoración. Para llegar a las juventudes, considera, es importante la difusión, pero con las decisiones que ha tomado el presidente Luis Inácio “Lula” Da Silva respecto al aniversario esto se dificultó.

En diálogo con Sala de Redacción, el militante habló sobre los gobiernos de Lula y Jair Bolsonaro, el estado de los movimientos de derechos humanos en Brasil, las posturas negacionistas, el auge de la ultraderecha en América Latina y las consecuencias que ha dejado la dictadura militar en su país.

—¿Cómo interpreta la postura del presidente sobre la conmemoración del 60 aniversario de la dictadura brasileña?

—Lula sigue ateniéndose estrictamente a un acuerdo que existe en Brasil con los militares para garantizarles la impunidad, pero incluso va más allá y trata de “no poner los trapitos al sol”, no hablar de los crímenes de lesa humanidad que cometieron los militares. Hay que aclarar que Lula no es un hombre de izquierda. No me olvido cuando era un dirigente sindical, todavía no existía el Partido de los Trabajadores (PT), y un día un periodista le preguntó si era comunista, a lo que contestó: “no, soy un tornero mecánico”. Sigue siendo un tornero mecánico. Se nota en este momento, cuando decide prohibir que el gobierno nacional y los ministerios conmemoren los 60 años del golpe de Estado. Oficial y gubernamentalmente no se puede hablar del tema. Él dice que se tiene que cambiar de página, no mirar atrás, sino adelante. Es una barbaridad monumental, porque no se puede mirar adelante sin conocer lo que pasó ayer, anteayer o el año pasado. ¿Cómo se puede pensar un proyecto de país sin saber del pasado?

—¿Hubo discrepancias dentro del gobierno?

—Dentro del gobierno no hubo ninguna discrepancia porque la mayor parte de los ministros son de centro-derecha. Los del PT de igual manera no hicieron nada, bajaron la cabeza y aceptaron. Incluso sucedió lo mismo con el ministro de Derechos Humanos, que es una excelente persona, pero, al ser un académico, no tiene la más mínima experiencia en la lucha. El año pasado el ministerio gastó solamente el 53% de su presupuesto.

—¿Cómo reaccionó la población?

—Este es otro tema terrible. La gran mayoría de la población no sabe absolutamente nada de este período. Es impactante, y cuando se trata de la gente joven, más aún. El año pasado fui a una escuela para hacer una conferencia sobre la dictadura y cuando llegué, cometí una imprudencia y pregunté a los alumnos, jóvenes de entre 15 y 17 años, si sabían que hubo una dictadura en Brasil. Me miraron con cara de espanto, no tenían ni idea. En los actos que promovíamos sobre el aniversario de los 60 años, la mayoría de las personas eran de pelo blanco. Hablamos para nosotros mismos. ¡Es terrible!

—¿Cuál es la situación actual del movimiento de derechos humanos en Brasil?

—La gran mayoría de las organizaciones que lograron sobrevivir están en la lucha. En el sur de Brasil estamos nosotros, el Movimiento de Justicia de Derechos Humanos, pero sucedió algo terrible con los movimientos. Lula, en su primer gobierno, captó importantes dirigentes de organizaciones de derechos humanos y figuras ambientalistas para transformarlos en empleados públicos. Como consecuencia, los movimientos se achicaron al perder liderazgos fundamentales. Se perdió la capacidad de movilización y no se hace una huelga general hace años. Nuestro estatuto prohíbe recibir cualquier plata gubernamental por una sencilla razón: en la medida en que recibes plata de un gobierno, te sometes… Esto nos da la independencia para interrogar a todos los gobiernos, inclusive los gobiernos del PT que, hasta el día de hoy, están muy enojados con nosotros.

—¿Han habido juicios a los militares y civiles implicados en la dictadura?

—No hubo juicios porque hubo un acuerdo, una transacción, que garantiza la impunidad. La dictadura brasilera, con mucha habilidad -porque para el mal también hay habilidades- planeó muy bien el pacto. Primero promovieron una ley de autoamnistía en agosto de 1979. Luego no permitieron que una enmienda constitucional posibilitara las elecciones directas, lo que causó la más importante movilización de masas en Brasil; todos tras la consigna “¡Directas ya!”, nunca pasó algo igual en la historia del país. Sin embargo, los militares en el Congreso Nacional impidieron que se aprobara para votar a Tancredo Neves como presidente de la nación en un colegio electoral. La dictadura tenía un candidato: el empresario Paulo Salim Maluf, él era quien los representaba. Pero decidieron votar a Neves por su supuesta apariencia de hombre de la oposición. Era una mentira, él siempre sirvió a los militares. Todo esto para garantizar la impunidad que sigue vigente hasta ahora. Ningún militar o civil fue a rendir cuentas en los tribunales.

—¿Qué explicación tiene la alta votación de Bolsonaro en las últimas elecciones y el apoyo que parece mantener hoy?

—Es un fenómeno muy interesante y es increíble el apoyo que tiene Bolsonaro. Nunca mintió ni se ocultó: siempre fue muy evidente que era de ultraderecha, en lo que proponía y con sus gestos. Sus vínculos con las milicias, grupos de mercenarios que matan gente, eran notorios. No engañó nunca a nadie. Los que lo votaron sabían lo que estaban haciendo. Es muy grande el número de gente que sigue a Bolsonaro, sobre todo jóvenes. Muchos de ellos se juntaron frente a los cuarteles cuando perdió las elecciones pidiendo que volviera, reivindicando a la dictadura y levantando el brazo al estilo nazi. Brasil no está solo en esto. El crecimiento de la ultraderecha se da en todo el mundo. Aquí cerca, en Argentina, con Javier Milei, o en Europa. Es muy preocupante. Crecen agitando fantasmas como el del comunismo, inventándose eso del “comunismo cultural”.

Reescribiendo la historia: el negacionismo

—Parece estar aumentando el negacionismo sobre las dictaduras latinoamericanas, no sólo por parte de la población, sino también de los gobiernos. ¿Cuál fue el rol de Jair Bolsonaro en esta dinámica?

—Bolsonaro fue una tragedia. Además de negar los derechos humanos, hizo un trabajo importante de negacionismo. Ni con Lula ni con Dilma Rousseff tuvieron estos movimientos un espacio importante, aunque habían situaciones favorables. Con Bolsonaro fue lo contrario. Como presidente de la Nación recibía en su despacho a conocidos torturadores y para peor disolvió el Ministerio de Cultura. Nos hacen falta políticas de memoria, pero políticas públicas de negacionismo nos sobran. Incluso la decisión de Lula de prohibir actos oficiales del gobierno sobre la dictadura es un acto de negacionismo claro y expreso. La única política pública de memoria que tenemos es en el estado de San Pablo, el Memorial de la Resistencia, que fue impulsado por un gobernador de derecha del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Pero no solo ocurre en Brasil el negacionismo, también está sucediendo en toda nuestra Latinoamérica. Están tratando de negar lo que pasó.

—¿El relato negacionista logró formar nuevas visiones distorsionadas de la dictadura?

—Este relato circula hace mucho tiempo acá, pero como la población no le da ninguna importancia a la dictadura, tampoco se lo da al negacionismo. Brasil tiene una población joven muy grande, 74% de los brasileños no habían nacido en el año del golpe,1964. En sus familias no se hablaba del tema, en la escuela tampoco y en la universidad menos aún: es nuestra tragedia.

—¿Cuál sería la mejor manera de enfrentarlo?

—Con políticas públicas de memoria, no tengo ninguna duda. En el MJDH hicimos un proyecto, “Huellas de la memoria”, para señalar los lugares que sirvieron para la represión. Colocamos piedras en esos sitios junto a la Intendencia de Porto Alegre. Lo formalizamos en documentos concretos y señalamos nueve sitios. Pero cambió el intendente, y el nuevo fue de derecha. Le pedimos una serie de audiencias para renovar el convenio y nunca contestaba. Cuando finalmente nos recibió, nos aseguró que iba a renovar el convenio, pero desde ese momento no tuvimos más noticias. Es un ejemplo de lo terrible que está la cosa. Lo que tenemos que hacer es despertar el interés de la gente joven, motivarlos a buscar información. 

—¿Le parece que los gobiernos de ultraderecha en América Latina (Argentina, Ecuador, El Salvador, Perú) tienen relación con el auge de la extrema derecha en Europa?

—Claro que tienen relación. Ellos han creado una internacional. Todo el mundo sabe que existe una Internacional Socialista. Hay también una de la ultraderecha, aunque no tenga un nombre preciso ni se conozca como tal. Se reúnen, se movilizan, tienen sus instituciones. Creo que esto sucede porque nosotros, la izquierda, no supimos responder a las necesidades de este nuevo mundo tecnológico. La gente está angustiada, preocupada y busca soluciones. Lamentablemente está encontrando las peores, y luego paga las consecuencias. Es un fenómeno poco estudiado. Sería el papel de las universidades pensar sobre esto, analizarlo como un fenómeno muy preocupante y mundial.

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