“Es el miedo a la repercusión en sus carreras”, responde Pablo Domínguez, jugador del equipo amateur Uruguay Celeste Deporte y Diversidad, a la interrogante de por qué en 2019 y aún en países con claras políticas liberales, los futbolistas que declaran abiertamente ser homosexuales, pueden contarse con los dedos de una mano.
“Lo que pasa es que el fútbol es considerado lo macho” y eso se vincula “con lo que tú haces en la cama con una mujer. Si es con un hombre, mejor que no se sepa”, es la explicación de Mario Mussio, presidente de este equipo. Aunque a nivel internacional un puñado de jugadores ha salido a la luz pública para declarar su homosexualidad, la mayoría lo hizo al finalizar su carrera, como el ex jugador de la selección alemana Thomas Hitzlsperger. Otros se animaron en países donde el fútbol no es primordial, como Collin Martin o Robbie Rogers en Estados Unidos, pero todos tuvieron que exiliarse del ámbito deportivo para ser verdaderamente quienes son.
El único uruguayo que se permitió dar el salto fue Wilson Oliver, futbolista de Nacional a fines de los 80. Nunca habló públicamente del asunto mientras jugó, pero se retiró a la temprana edad de 27 años y en 2005, con 38 y viviendo en Barcelona, declaró sus preferencias y el infierno que pasó mientras ejercía la profesión.
El periodista deportivo Martín Rodríguez considera que es común la discriminación en esta práctica porque “es el lado más cruelmente visible de una sociedad que tiene un componente machista, una misoginia y una homofobia muy fuertes”. Argumenta que “es el espacio donde se expresa con más fuerza el manejo ejercido por hombres que tienen un determinado concepto de la masculinidad”. Añade que “ese concepto plantea que el hombre no expresa emociones que no sean las violentas, que el hombre dirime sus conflictos usando la fuerza. No llora, pelea. No abraza y no dice te quiero”.
Diego Gervasini, licenciado en Psicología, dedicó su tesis, Por ese puto jugador, a “explorar la visión de los jugadores de primera división acerca de la inclusión de futbolistas abiertamente homosexuales”– En concordancia con Rodríguez, Gervasini entiende que “en el fútbol profesional el jugador es representado por una cultura únicamente heterosexual, debiendo adaptarse a las reglas y normas preestablecidas para lo que se espera de él”.
Gervasini va más allá: “dentro de este deporte hiper masculinizado, en donde se ponen en juego las características de la virilidad y la fuerza, también se construye la identidad masculina” que se basa en “tres negaciones: no ser un niño, no ser una mujer y no ser un homosexual”. Agrega que debido a esto pueden escucharse cánticos ofensivos como “bolso hijo mío” o “manya mujer mía” o ver grafitis que digan “bolso puto” o “manya puto”.
Pero, ¿por qué a pesar de que el país tiene políticas a favor de la comunidad LGBT+ este deporte sigue siendo el mojón más potente de la masculinidad tóxica? El director técnico de la Selección sub 17 de Uruguay, Alejandro Garay, sostiene que el fútbol “especialmente” aquí “atraviesa culturalmente todos los hechos de la vida, y de ahí se desprende el concepto de que para jugar hay que ser macho”.
Rodríguez también menciona la importancia histórica de este deporte en la identidad uruguaya. Entiende que “en esa construcción identitaria del Uruguay las grandes gestas deportivas de principios del siglo XX fueron fundamentales y siempre se relacionaron con la valentía del hombre”. Es por eso que “el fútbol se apropia de esa concepción, desde la dirigencia hasta las hinchadas, pasando por los jugadores, eso se reproduce todo el tiempo”. Quizás por eso no resulte tan extraño que el tema aún sea poco discutido en los medios de comunicación y a nivel de la opinión pública, pese a ser un país donde el ánimo de las personas varía según los resultados deportivos.
Para Mussio está claro que a “un jugador que salga del closet públicamente” podría contenerlo “la dirigencia y sus compañeros, porque ahora es políticamente correcto”. Sin embargo, dado el fuerte reconocimiento entre los orientales y el fútbol “quizás con las hinchadas” no lo podría hacer.
Asimismo, Garay aporta que el hecho de que un jugador pueda anunciar abiertamente su orientación sexual “va a depender de su calidad: si es un goleador nato o un arquero invencible lo van a adorar”. De todos modos, asegura que en el “primer error se lo van a cobrar”. “Es como con las razas, nosotros somos tolerantes pero si se equivoca un negro le vamos a hacer sentir que es un negro”, concluye.
¿Y en el ámbito femenino?
Gervasini desarrolla la idea de que “debido al imaginario de la lesbiana macho, está un poco más habilitada la expresión homosexual en el fútbol femenino”. Aunque señala que existen estudios internacionales que indican que hay situaciones de discriminación a las lesbianas, cree que “en Uruguay si eres mujer no se espera que juegues y seas heterosexual”.
Rodríguez comparte que “de manera promedial existen más chicas lesbianas” que entre las jugadoras que las que lo muestran, pero está convencido que de que existe también “una especie de pacto de silencio” pues puede haber alguna advertencia sobre no hablar ni mostrarse.
Fue creado el 18 de julio de 2006 con la aspiración de participar en el Mundial Gay organizado por la Asociación Internacional de Fútbol de Gays y Lesbianas (IGLFA) que se jugó en Buenos Aires en 2007. Un año después, el 5 de abril, se fundaría oficialmente cambiando su nombre de “Uruguay Celeste Selección Gay de Fútbol” al de “Uruguay Celeste Deporte y Diversidad”.
Mussio explica que este cambio fue necesario para no hacer algún tipo de “exclusión a la inversa”, ya que existen torneos internacionales y equipos extranjeros que tienen cláusulas que limitan o rechazan la participación de jugadores heterosexuales. Añade que ellos abogan por un fútbol totalmente inclusivo en donde la preferencia sexual no sea una limitante y entiende que, “si bien existen épocas y entornos en donde sí o sí es necesario cerrarse para poder estar con tus iguales, no es la situación de Uruguay en la actualidad”.
En tanto, Pablo Domínguez, jugador del equipo, cuenta que es prometedora la aceptación de este cuadro en el entorno, pese a que aún hay un largo camino por recorrer.